Neocolonialismo cultural: las provocaciones del señor Stanley

30 de octubre, 2021 | 19.19

Ninguna regla internacional habilita a los embajadores de Estados Unidos a que opinen públicamente sobre la realidad de los países a los que son asignados. Sin embargo, Mark Stanley, cuya designación como representante en nuestro país es casi un hecho ya adelantó su opinión: “Argentina necesita un plan económico que asegure su sustentabilidad financiera”. Es una manera no muy sutil de presionar a favor de un ajuste fiscal. Otro de los embajadores recientes de la potencia imperial -Edward Prado- se comprometió, en el momento de su designación, a “ayudar” a la Argentina en el funcionamiento del poder judicial. Nunca se dijo en qué consistiría esa ayuda, pero en los tiempos de Prado -que coincidieron mucho con los tiempos de la presidencia de Macri- asistimos a un lastimoso proceso de persecución política, espionaje y desprestigio generalizado del poder judicial, puesto visiblemente en marcha por la “mesa fiscal” del presidente. Estados Unidos actúa históricamente con la pretensión de autoridad propia de un imperio en su área principal de influencia.

Sin embargo, el problema de Argentina no se agota en la soberbia imperial con que se mueve Estados Unidos. Entre nosotros funciona un poderoso aparato de comunicación que se ordena en torno de la agenda de los principales monopolios del sector y que respalda sin excepciones conocidas las políticas de Estados Unidos en cualquier lugar del mundo y en cualquier aspecto del que se trate. Sin embargo, el actual gobierno adelantó, antes aún de asumir, que no promueve una agenda política en los medios de comunicación públicos. ¿Por qué? Aunque nunca se explicó en profundidad se sugiere que la experiencia de las gestiones kirchneristas no debe ser repetida. Por otro lado, la principal oposición política está también notablemente alineada con la política de Estados Unidos; por momento sus referentes parecen portadores de la perspectiva política norteamericana, cualquiera sea la cuestión de la que hablen. Piensan con igual desconfianza en las vacunas rusas y chinas, caracterizan al gobierno venezolano del mismo modo que lo hace la presidencia de ese país, se solidarizan con las protestas sociales en Cuba, desconfían de la política internacional del gobierno chino. Los presidentes bendecidos en el norte son exaltados por los comunicadores de todo el espectro monopólico; sus enemigos son los enemigos de la casa blanca.

¿Puede todo esto nombrarse como un “consenso neoliberal” de la coalición de gobierno y del sector claramente hegemónico de las empresas mediáticas? Sin duda lo es. Pero acaso más importante y más llamativo es que se trata de un consenso neocolonial. Porque lo que llamamos “neoliberalismo” es una variante histórica, nacida hace más o menos cuarenta años. Es la revolución capitalista que lanzó la ofensiva mundial piloteada por los grandes consorcios del capital financiero. Lo permanente en la consciencia de los dueños de los sectores concentrados de la economía argentina es su alineamiento histórico e irrestricto con Estados Unidos. Todo esto es fácil de comprobar con el solo recurso de recorrer los comentarios, análisis y editoriales que difunden todo el tiempo las principales agencias de opinión. Y también “viajando en el tiempo” hacia distintas coyunturas políticas locales y mundiales.

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Lo primero que una potencia o un sistema de potencias dominantes necesita es debilitar el sentido de pertenencia nacional en los países sobre los que ejercen su dominación. Por eso Argentina es presentada como un país sin destino, un fracaso permanente. No solamente ahora, sino en cada circunstancia en la que un gobierno pone en duda alguna de las sacrosantas verdades del imperio. ¿Cuál es la causa de ese fracaso? Los populismos en el gobierno: todo andaría mejor si no hubiera gobiernos populistas. Y se dice eso después del desastroso gobierno de Macri que empeoró gravemente todos los indicadores económicos y sociales y terminó con el histórico endeudamiento aceptado y sostenido por el FMI por expreso pedido del gobierno estadounidense. Recordemos que fueron los gobiernos populistas de Néstor y Cristina Kirchner los que renegociaron exitosamente otro terrible endeudamiento contraído por el menemismo, que abrazó el neoliberalismo y la sumisión a la potencia del norte utilizando la marca del peronismo, y la Alianza (pariente político-ideológico muy cercano a la oposición actual y del gobierno de Macri).

Es decir, el marco interpretativo de las agencias que siguen la línea de Estados Unidos es que el país fracasó a causa del “populismo”. Es decir, el estado “gasta mucho” (hoy hay un balance fiscal demasiado equilibrado en el contexto de la feroz pandemia y del colapso de Macri), el estado “mantiene vagos” con los planes sociales, el estado “no ayuda al campo”, el estado alienta una visión nacionalista perdida en el tiempo y olvida que vivimos los tiempos del mundo global. Con un puñado pequeño y fácilmente recordable de fábulas sencillas y, claro está, completamente falsas, se ordena la agenda con la que se bombardea todo el tiempo a la población.

El gobierno da algunos indicios de ir ajustando el punto de vista con el que hay que enfrentar esta ofensiva antinacional intensa y permanente. La frase “no queremos propaganda política en los medios públicos” es un profundo error. Lo que ocurrió en tiempos cercanos es que el segundo gobierno de Cristina se decidió a dar la disputa por el sentido común de la población. Y es claro que esa decisión fue un acto de defensa propia inteligente y enérgico. Tener una interpretación nacional, popular y democrática no constituye un acto de “propaganda política”. Si así fuera habría que decir que nunca hubo tanta propaganda política en los medios de comunicación como ahora. ¿Será que el pensamiento nacional y democrático es propaganda y el neocolonialismo cultural no lo es? Es un alineamiento permanente e intenso que en esta etapa ha devenido un intento, explícito y reconocido por dirigentes opositores, de desestabilización política. Su centro hoy es la presión a favor de una devaluación, con la vista puesta en la creación de un clima de asfixia en la ciudadanía en cuyas condiciones se harían realidad los avisos que todos los días hacen encumbrados miembros de la coalición opositora.

La defensa de la democracia y de la dignidad nacional requiere un estado activo, inteligente y presente en materia de comunicación. El mismo que se necesita para recuperar el empleo, mejorar los salarios y asegurar salud, educación y vivienda para todos los habitantes del país.