¿Oposición democrática o derecha bolsonarista?

22 de diciembre, 2019 | 00.05

Cuando se intenta describir el punto de vista de la derecha neoliberal, autoritaria y colonialista, siempre hay una frase de Carrió a mano. En este caso se trata de lo dicho por la diputada en trance de retiro, a propósito del proyecto de ley de emergencia enviado por el gobierno al Congreso. Dijo que se estaba robando al “campo”, que se protegía a la industria –que “no sirve para nada porque no exporta-, que los que cobrarán el bono para los jubilados son los que “no aportaron”, que Stornelli fue un ingenuo al presentarse a la indagatoria del juez Ramos Padilla y que apelará a la OEA contra la entrega de la suma del poder político, que, según ella, significa la ley aprobada. En una sola parrafada sintetizó todo el perfil de la nueva derecha nacional y regional: antiindustrialista, revanchista en lo social, solidaria con los combatientes de la “guerra judicial” y abiertamente subordinada a la política exterior de Estados Unidos, cuya principal agencia regional es la OEA. 

Lo que parece estar jugándose en la etapa abierta en el país el 10 de diciembre es si esta derecha será capaz de ejercer su hegemonía en el interior de la oposición al gobierno de Alberto Fernández. El episodio de los gobernadores radicales poniendo distancia de la estrategia bélica que propone el trío Macri-Bullrich-Carrió es ilustrativo de la disputa. Los gobernadores descreen de la lógica “revolucionaria” y prefieren la política “normal” que les permita mejorar su propia situación política de alcance provincial; los alegra, entre otras cosas, el derrumbe del “pacto fiscal” macrista, que los estaba llevando a una catástrofe.

Está en juego, entonces, el perfil de la oposición. Los aires regionales estimulan el avance de los halcones inspirados en Bolsonaro y en los terroristas de Estado bolivianos. Es una derecha que se ha desarrollado en el mundo de modo paralelo a la crisis de las democracias liberales, signadas por la desnacionalización de las decisiones políticas, por el crecimiento de las demandas populares insatisfechas y por el vaciamiento de las fuerzas políticas que fueron rectoras en los tiempos del capitalismo “social” de posguerra. La nueva derecha mundial ha echado sus raíces en amplios sectores medios que, agredidos como son por las políticas económicas dictadas por los grupos más concentrados del capital financiero, descargan su angustia y su odio contra los más débiles. Son los extranjeros –mirados como productos de la miseria y como mano de obra violenta y terrorista- los beneficiarios de planes sociales, los jubilados de la mínima, las razas no blancas, las religiones no judeo-cristianas, las ideologías de género y de clase, las cosmovisiones alternativas. Es esa coalición plural y diversa la que sostiene, según la paranoia de la nueva derecha, a los gobiernos “populistas” y “demagógicos” que la benefician para poder manipularla al servicio de su eternización en el poder. 

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Claro que el tipo de oposición está siempre dialécticamente vinculada al tipo de gobierno. Es interesante volver al video que produjo Cristina el último 18 de mayo, donde se gestó la fórmula que hoy gobierna, donde se pensó el perfil político de un futuro gobierno pos-macrista. Se dice allí que la coalición de gobierno que suceda al macrismo tiene que ser más amplia aún que la coalición electoral. Se subraya la dramática situación en que el gobierno de Macri dejaría al país y la necesidad de una enorme amplitud política y social capaz de gestar un nuevo contrato de responsabilidad ciudadana, en un contexto nacional, regional y global que cambió “para mal”. La única referencia personal a Alberto Fernández se refiere a su rol junto a Néstor; “ahí lo vi decidir, organizar y acordar, haciendo el esfuerzo por la mayor amplitud del gobierno”. El proceso que desembocó en la sanción de la ley dirigida a la reparación social y la reactivación productiva tiene el sello de esas aptitudes de Alberto, destacadas por Cristina y expresadas en la enorme flexibilidad para modificar y hasta para eliminar aspectos del proyecto que restringían su base de apoyo parlamentario. Es un primer triunfo político de enorme importancia: la ley puede tener críticas, puede no ser todo lo que debería haber sido, pero se puso en acción una amplia coalición parlamentaria y eso es el punto de partida para encarar la construcción de una amplia coalición social.

Eso desespera a la derecha ultramontana. Lleva a la coalición macrista a amenazar con no dar quorum para la sesión en la que debían jurar los nuevos diputados oficialistas en reemplazo de quienes fueron designados para funciones ejecutivas; un índice estremecedor de lo que podría esperarse de la nueva derecha bolsonarista y revolucionaria que insulta a los sectores populares y está presta a clamar en su ayuda a la “democrática” OEA. Es de esperar que sus desopilantes aliados tácticos de la autodenominada “izquierda” no los acompañen en su reclamo interamericano. 

¿Es posible una oposición sensata, pacífica y con respeto al interés nacional? Es una pregunta que está asociada a otra que se relaciona con el futuro del radicalismo. La experiencia que nació en la convención de Gualeguaychú en marzo de 2015 llevó a la UCR a la condición sucesiva de socio menor en el triunfo de Macri, de convidado de piedra de una inexistente coalición de gobierno y de copartícipe pasivo pero útil de una experiencia que será recordada largo tiempo por sus catastróficos resultados y consecuencias. Eso ya empieza a ser registrado en amplios sectores de la UCR. ¿Puede el radicalismo construir una nueva oposición pragmática y democrática al gobierno del Frente de Todos? Las chances para que eso se haga realidad son francamente escasas. Pero el gobierno parece estar convencido de que se trata de una necesidad. El nuevo presidente hizo en su primer discurso como tal una encendida defensa del rol del radicalismo que encabezara Raúl Alfonsín en nuestra recuperación democrática. Y no se trató de un recurso retórico, un guiño hacia el partido radical, sino un mensaje a todo el pueblo argentino en la dirección de sentar las bases políticas del nuevo contrato social. El contrato ha comenzado a elaborarse y, como debe ser, sus principales destinatarios son los sectores más agredidos por la última experiencia neoliberal, los que perdieron el trabajo, el techo y la comida. 

Lo urgente se puso en marcha. Y lo hizo ayudado por lo más importante, por un mensaje de amplitud y flexibilidad que, lejos de ser amigo de la resignación y del statu quo, es la condición principal para la transformación profunda que necesita la sociedad argentina.