El martes 15 de septiembre la Casa Blanca de Estados Unidos fue nuevamente anfitriona de la firma de unos acuerdos de paz. Por un lado, estaba Israel y por el otro, los Emiratos Árabes Unidos y Bahrein. En el medio, el presidente Donald Trump. A nadie se le escapa que la puesta en escena emulaba los pactos alcanzados en 1993 entre el entonces primer ministro de Israel Yitzhak Rabin y Yasser Arafat, líder de la Organización para la Liberación de Palestina, rubricados por un apretón de manos ante la presencia de Bill Clinton. Todos, en ese momento, pensaban que habían encontrado la llave que abriera la puerta a la paz en el Medio Oriente.
Las diferencias entre 1993 y 2020 son notables y saltan a la vista. La PAZ, con mayúsculas, obviamente, se firma entre enemigos que están en guerra. Por este motivo, los acuerdos de 1993 significaron un hito verdaderamente histórico, más allá de su deriva posterior. Sin embargo, los firmantes de 2020 nunca se enfrentaron en el campo de batalla. Vale la pena recordar que entre los países árabes e Israel hubo cuatro grandes guerras: 1948-1949, 1956, 1967 y la última, en 1973. A posteriori y desde que el pueblo palestino ha sido un actor político central en el Medio Oriente, el llamado “conflicto árabe-israelí” se convirtió en el “conflicto palestino-israelí”.
Los Emiratos Árabes Unidos y Bahrein no solo no comparten fronteras con Israel, sino que, además, nacieron como Estados independientes apenas en 1971. Ninguno de los dos países tuvo un rol relevante en el conflicto árabe-israelí y tampoco en el palestino-israelí. Es más, llama la atención que ni siquiera mandaran a sus principales líderes a la firma en Washington, sino a sus respectivos cancilleres, un rango —a todas luces— menor para un acontecimiento político definido como “histórico”.
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