El tortuoso camino a la recuperación del COVID-19: secuelas, soledad y mucho trabajo

Un kinesiólogo terapista cuenta a El Destape cómo son las dificultades que tiene que atravesar una persona que llega a terapia intensiva por el COVID-19

23 de septiembre, 2020 | 07.51

Las luchas que plantea el COVID-19 son varias. Desde el día a día para tratar de frenar la enfermedad hasta la emocional que nos lleva a vivir una cierta pena por no ver a los seres queridos. Sin embargo, ninguna de ellas se compara con lo tortuoso que es superar la enfermedad una vez que el virus actuó sobre el cuerpo humano.

La frialdad de las cifras no logran mostrar con claridad cómo vive la enfermedad cada persona que tiene que transitar por una terapia intensiva. A los más de 200 muertos diarios de las últimas semanas hay que sumarle el sufrimiento de miles de personas que vivieron las dificultades que produce el COVID-19. El 60% de ocupación de camas en el país tiene centenares de historias que, gracias a la ayuda de terapistas y profesionales, pelean por su vida.

Ariel Salvucci es Licenciado en Kinesiología y fisioterapia en Villa Regina, Río Negro. Desde hace más de seis meses, el COVID-19 llenó su agenda. Hasta el momento hay más de 10 mil contagiados en la provincia. Y todavía es uno de los focos de mayor peligro. El rol del kinesiólogo no solo aparece cuando un paciente está fuera de terapia, sino cuando ya están en respirador. “Nuestro trabajo ahí no es muy conocido, pero es fundamental. Hacemos manejo de la vía aérea, manejamos el respirador. Damos vuelta al paciente y lo ponemos boca abajo porque eso beneficia al pulmón”, contó a El Destape.

Las escalofriantes cifras demuestran lo peligroso que es el coronavirus. Un gran número de pacientes tienen que ser internados en terapia intensiva. Allí pierden el conocimiento, están dormidos o sedados. Ahí comienza un deterioro que va más allá del virus en si: el COVID-19 ataca pero el sólo hecho de estar en una cama en ese estado hace que el cuerpo sufra. “Hay que hacerles cuidados posturales, movilizar las piernas, moverles los brazos. Darlo vuelta”, reveló Ariel y agregó: “Los pacientes a veces están dormidos muchos días, están débiles, desorientados. No se acuerdan como llegaron hasta ahí. No tienen noción del tiempo, si es de día o de noche”.

La enfermedad es solitaria. Los protocolos por la peligrosidad del coronavirus hacen que los familiares no puedan darle un apoyo. “Tratamos de que, cuando se despiertan, hacer videollamadas con parientes cercanos, pero es difícil”, añadió a este medio. En el momento en el que el paciente se despierta y tiene la suerte -gracias al trabajo de los médicos- de salir del respirador comienza otra etapa. Más activa. Pero que también depende del peso que perdió el paciente, algunos pueden perder hasta 25 kilos.

Las secuelas respiratorias por el COVID apremian. Día y noche. Múltiples paciente lo han dicho: hay dolor de pecho, la voz está tomada, no se puede toser bien, hay ahogo y cansancio. Una persona que sale de terapia intensiva pierde peso, masa muscular y está débil. “Cuando sale, lo tenemos que empezar a mover, para que camine, lo tratás de parar, algunos quieren, otros no. Tratás de que caminen. Lo hacés moverse de a poco”, reveló según su experiencia Salvucci. Muchos de los que salen de terapia intensiva, por cualquier otra enfermedad, “durante un año no vuelven a trabajar por las secuelas”. La pérdida de motricidad, de peso o la imposibilidad de caminar son algunas de ellas.

Con el coronavirus, por ejemplo, hay detalles que todavía están en estudio. “Hay algunos que tuvieron problemas en la motricidad fina. En el caso del COVID-19 se está estudiando sobre algunas secuelas cardiovasculares, como miocarditis”, añadió Salvucci. En varios deportistas, por ejemplo, hubo signos de esta enfermedad. En Argentina el arquero de River Ezequiel Centurión sufrió esta secuela.

En medio de esta situación, los trabajadores de salud mantienen la batalla en primera línea. Sin embargo, ante el relajamiento de la sociedad, el dolor y el incumplimiento de las reglas es una daga que se clava en el trabajo diario. “Entiendo que hay gente que necesita trabajar, pero cuando vas a un lugar que no toma las medidas básicas, o lugares que no cumplen las rejas, realmente te indigna”.