El gobierno de Estados Unidos ha puesto en marcha un gigantesco operativo internacional contra Cuba, bajo la consigna de lograr que en la isla “impere la democracia”. Tiene un atractivo innegable la reivindicación que evoca la consigna. Quienes hemos vivido buena parte de nuestros años de juventud bajo el imperio de un régimen cívico-militar de carácter criminal -aupado en el poder por los grandes grupos de poder nacional e internacional- no podemos dejar de sentirnos interpelados por la forma del reclamo. Tal vez haya llegado el momento de hacernos muchas preguntas sobre el término “democracia” en el contexto actual. Habría que abandonar y combatir la práctica de agotar la definición de democracia a la competencia electoral entre distintos partidos políticos; es necesario hacerse dos preguntas cruciales: cómo se forma y en qué medida es respetada la voluntad mayoritaria de un pueblo. La existencia de distintos partidos no agota el contenido de la democracia, así como la existencia de un partido único no necesariamente la anula. La cuestión se dilucida en el ejercicio real del poder.
El alegato de Cristina Kirchner en la “causa del memorándum” es una interpelación muy profunda sobre la democracia en Argentina. Tiene el discurso una asombrosa riqueza en aristas y modos de mirar nuestra realidad política durante las casi tres décadas transcurridas desde el atentado a la AMIA. El propósito de estas líneas es el de pensar lo escuchado desde dos perspectivas: la de la soberanía nacional y la de la información – o la de la mentira organizada como su contracara.
Al formular las tres banderas de su movimiento, Perón mencionó de forma separada a la soberanía política y la independencia económica. No ignoraba, como se desprende de muchas de sus intervenciones anteriores y posteriores a esa formulación, de su profunda interacción. ¿De qué hablamos cuando hablamos de la economía bimonetaria, de las cíclicas “crisis de la deuda”, de la injerencia explícita del FMI en nuestra vida económica? Claramente estamos hablando de la infraestructura de una relación de dependencia. Ahora bien, ¿se limitan esos fenómenos a la vida “económica” de un país?, ¿cómo se hace para ejercer plenamente la soberanía política en ese contexto? Claro que aquí hay que agregar que, en los últimos años, la existencia de una práctica electoral de comicios limpios, sin fraudes ni proscripciones fue una herramienta principal para abrir un paréntesis político importante: el de establecer un antagonismo político que no solamente no es un “problema” para la democracia, sino que es la oportunidad para su construcción en plenitud.
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Esa es una clave de lectura del discurso de Cristina. Es la que organiza una lectura profunda de cómo se entramó la utilización del atentado a la AMIA como una oportunidad para determinadas necesidades de la política exterior de Estados Unidos e Israel, su principal aliado internacional, con el vaciamiento de cualquier intento de esclarecimiento del hecho. Y de cómo el suicidio de Nisman se convirtió en la base de sustentación principal para aupar a un candidato del establishment local y mundial a la presidencia. Y en ese entramado se inserta la cuestión (eterna) de la deuda externa y la extorsión de los fondos buitre que utilizaron, como no podía ser de otra manera, la manipulación por Estados Unidos de los estereotipos negros sobre gobiernos que no le son afines. Una cuestión que cierra cuando el macrismo “resuelve” el problema de la extorsión de los buitres pagándole todo lo que “se debía-según la interpretación cipaya de los hechos- para asegurar un ciclo de grandes inversiones globales en el país. Ciclo de “inversiones” que después se convertiría en una gigantesca estafa perpetrada en alianza con el FMI para llenar una vez más los bolsillos del capitalismo más predatorio, e indiferente a los destinos del país que pueda concebirse.
Pero a esta cadena le falta un eslabón: la mentira. Y ese eslabón es esencial en todo el discurso. Porque la mentira fue la herramienta central para el triunfo electoral de la derecha argentina. Y tomó la forma de una maquinaria manejada por los grandes grupos económicos y sus herramientas comunicativas concentradas. El suicidio de Nisman pasó a ser explotado al máximo sobre la base de la más artera tergiversación de los hechos y las circunstancias, la campaña sucia contra el candidato a gobernador de la provincia de Buenos Aires y toda una serie de ataques judiciales y mediáticos contra la persona que entonces era presidenta fueron las condiciones en las que lxs argentinxs fuimos a votar en 2015. ¿No tienen estos hechos nada que ver con la práctica de la democracia? ¿Alcanza con que las personas vayan a votar y encuentren más de una papeleta para reconocer la vigencia de la autodeterminación popular en estas condiciones de extorsión internacional y en medio de semejante maquinaria de mentiras?
Falta para completar el cuadro una mirada al orden jurídico-político mundial. En la ONU, el bloqueo de Estados Unidos fue rechazado por amplias mayorías. Por mayorías nominal y numéricamente parecidas a las que aprobaron una normativa para las reestructuraciones de deuda soberana cuya aplicación hubiera neutralizado la agresión de los buitres. El problema de la ONU termina siendo análogo al de los estados nacionales: es la existencia de un poder real que domina por sobre (y contra) las reglas jurídicas.
En el interior de esta trama de cuestiones, el alboroto sobre Cuba y la campaña yanqui por su “democratización” adquieren su significación real. Curiosamente todos los problemas de la democracia, se concentran en países cuyos gobiernos no son “amigos de los Estados Unidos”, lo que traducido significa que no obedecen mecánicamente las órdenes que proceden de la casa blanca y su departamento de estado. La cuestión podría resumirse así: la condición central para la existencia de una democracia es la soberanía política que ejerce cada país. Y esta soberanía es imposible sin enfrentar la mentira política como un cáncer que roe sus cimientos y es inviable en la actual concentración de los medios de comunicación a escala nacional y global. El grado de democracia que está vigente en cada país corresponde al grado en que la voluntad mayoritaria de su población sea respetada aun cuando contradiga los propósitos de los poderosos del mundo. Así en Cuba como en Argentina.