Los medios de comunicación más poderosos del país desarrollan sistemáticamente una prédica que cuestiona cualquier forma de intervención estatal en la actividad económica. Sin embargo, diversos estudios de opinión acercan la certeza de que la mayoría de las personas reconocen la necesidad de esta intervención.
Hay entonces, según parece, una brecha entre el sentido común masivo y la ideología mercado-céntrica que difunden sistemáticamente esos medios. Las élites políticas suelen negar esa brecha: de modo habitual hacen suyo el lugar común de los oligopolios mediáticos, aún cuando sea para quejarse por esa supuesta opinión ciudadana contraria a la acción del estado. Probablemente sea por eso que suelen eludir definiciones que son centrales para el futuro de nuestra economía y para el de la democracia argentina. En estos últimos tiempos hemos visto cómo medidas que se adoptan a favor de un mayor control del estado sobre el comercio de granos han sido volteadas por minorías intensas que ocupan el espacio público para defender “la libertad” y “la democracia”. En estos días la decisión de la AFIP de hacer obligatoria la “carta de porte electrónica” que es la declaración jurada de la actividad comercial agropecuaria, que hasta ahora se hacía en papel, ha provocado reacciones negativas en algunos sectores vinculados a esa actividad, fundadas en la supuesta restricción que tal cambio traería aparejado para la “libertad de comercio”. Llaman así al cuidado del estado por el cumplimiento de la ley.
Esta percepción de la diferencia entre la opinión pública y la “opinión publicada” podría ser muy importante y significativa para la etapa política que se abrirá en el país cuando terminen de escrutarse los votos de las elecciones legislativas. El gobierno enfrentará una etapa muy compleja del país, caracterizada por un crecimiento de las demandas sociales y una manifiesta debilidad estatal a la hora de asegurar el cumplimiento de las leyes, por parte de minorías muy poderosas. La propia interpretación de la elección estará involucrada en esta lectura: ¿qué es lo que apoya y qué es lo que rechaza la ciudadanía?, ésta no es una pregunta que pueda merecer una respuesta única. ¿Quiénes usaron el voto para protestar contra el gobierno, reclaman más abstención respecto del mercado o más involucramiento estatal?
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Hasta aquí venimos hablando en clave de “opinión pública”. Desde ese punto de vista, rápidamente puede acudirse a una serie de investigaciones sobre el contenido del voto popular para saber a qué atenerse. Pero la política no debería reducirse a una “sociología electoral”. Porque la conducción política no puede consistir en un registro pasivo de la opinión; la política consiste en lo contrario: “conducir es persuadir” supo decir Perón. En una circunstancia crítica como la que atravesamos, esa premisa adquiere una importancia central. El país enfrenta índices muy altos de pobreza y una insatisfacción popular innegable cualquiera sea el resultado final de la elección. La intervención o no del estado será una variable política central en esta etapa. Y la intervención del estado es la bestia negra de la política para el discurso neoliberal. El crecimiento innegable de una mirada del mundo que está a la derecha de la derecha -dentro y fuera de la principal coalición opositora- plantea un claro desafío. La resistencia a las medidas redistributivas, la presión para llegar a un acuerdo con el FMI a cualquier costo, la pirotecnia sobre la emisión monetaria como causante principal de la inflación serán el discurso monolítico en el interior de las principales fuerzas de la oposición. La única manera efectiva de enfrentar esa ofensiva es una enérgica disposición a agrupar fuerzas populares en torno de un programa de emergencia que lleve alivio a las mayorías. Y este “alivio a las mayorías” será centralmente evaluado por la intensidad y la calidad de la intervención del estado para lograrlo.
Hoy está en el centro la mirada sobre el “día después” en el interior de la coalición de gobierno, el frente de todos. Claro está que es un dato central para el futuro inmediato y también para el no tan inmediato. Hay una ofensiva en algunos sectores internos de la coalición para “unificar” la conducción, lo que claramente constituye la adopción del discurso mediático-político que considera a Cristina Kirchner como el problema principal a resolver. Si ese tipo de interpretaciones ocupara un lugar importante en la agenda del frente estaríamos en una situación muy grave. Pretender una vida para la coalición de gobierno rompiendo el eje que la hizo posible y sobre el que está construida sería, más que un error, un servicio inmejorable a los planes desestabilizadores que son un secreto a voces en el interior de la oposición y de influyentes sectores del establishment. La primera cuestión a resolver, entonces, sería la unidad del frente. Pero inmediatamente después está la cuestión de la hoja de ruta para atravesar una situación difícil. Y ahí es cuando la interpretación de la voluntad mayoritaria a la que hacíamos alusión al principio se coloca en el centro. Las urgencias demandan -y habilitan- un fuerte protagonismo estatal para enfrentar las duras circunstancias. Las que, no hay que dejar de subrayarlo, tienen mucho que ver con el profundo retroceso nacional durante el período macrista y con los daños provocados por la pandemia, aunque no puedan dejar de sumarse los problemas del gobierno, claramente reconocidos con los cambios en el gabinete después de las primarias.
Pero el tema no debería encerrarse en los límites de la “interna” del frente. Hay que reforzar la construcción de un amplio arco de iniciativas movilizadoras de la sociedad argentina. El control de los precios de los principales artículos de consumo popular, la demanda por una negociación enérgica con el FMI, la atención inmediata de las necesidades sociales más acuciantes podrían ser el impulso para organizar apoyos activos y movilizados, capaces de enfrentar la ofensiva desestabilizadora. La idea sería, entonces, que la crisis no se descargue sobre los débiles sino, aunque sea en parte, sobre los que ensancharon sus riquezas en los tiempos de la timba financiera y siguieron haciéndolo después. Eso solamente se puede disputar con una amplia unidad popular, activa y movilizada.