Sofía está juntando plantitas, unas que puedan sobrevivir en la tierra ácida de los cementerios. Hay amigos, amigas, que están buscando otras más, circulan nombres de especies nativas en los chats de compañeres para que hoy, 6 de noviembre, cuando se cumplen 6 meses de la madrugada en que un hombre arrojó combustible suficiente sobre cuatro lesbianas para quemarlas hasta la muerte, la única sobreviviente de la masacre de Barracas pueda darle vida a las tumbas de su pareja, Andrea Amarante, y sus amigas, Roxana Figueroa y Pamela Cobbas.
A la tarde, Sofía Castro Riglos estará en la puerta del Hotel Canarias, un hotel familiar y precario, donde se va a colocar una placa para señalar el lugar de la masacre. Ese recordatorio es un acuerdo entre lesbianas autoconvocadas por este hecho y la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires, una forma de señalar una herida que todavía no cierra. Justo Fernando Barrientos, el perpetrador, está detenido e imputado por homicidio agravado con ensañamiento y alevosía, agravado también por medio idóneo y peligro común, imputado también por lesiones graves contra Andrea, Pamela, Roxana y Sofía (en el caso de las lesiones). Sin embargo, en la acusación quedaron afuera agravantes fundamentales: femicidio -como dicta el artículo 80, inciso 11 del Código Penal de la Nación- y lesbicidio -artículo 80, inciso 4-.
Femicidio y lesbicidio, dos palabras claves para que este crimen ejecutado con suma crueldad contra cuatro lesbianas se inscriba judicialmente en su carácter social. Para que la pena que pudiera recibir el acusado no sea sólo castigo sino también una pedagogía: Andrea, Pamela, Roxana y Sofía no fueron atacadas por un “conflicto entre vecinos”, como se dejó trascender desde el juzgado Correccional 14, a cargo de Edmundo Rabbione. Fueron atacadas por ser mujeres, fueron atacadas y asesinadas por ser lesbianas. Lesbianas pobres que atravesaron la violencia por su orientación sexual, que estuvieron en situación de calle y conocieron en el cuerpo la discriminación, el hostigamiento, el intento de ser separadas en los paradores a donde recurrían, por ser lesbianas.
¿Cuánto tiempo son seis meses para separar la pérdida de todo lo que tenía de la necesidad de seguir viviendo y reclamando justicia y reparación para ella y su comunidad? Sofía tiene las manos cubiertas por guantes que todavía protegen las cicatrices de las quemaduras que sufrió seis meses atrás. Con ellas sostiene un papel con el nombre de su pareja. Es la noche anterior al aniversario, le cuesta no quebrarse frente a las letras que nombraban esa mujer que todavía ama y que la protegió cuando las hostigaban en la calle. Tiene que contar quién era Andrea a quienes ahora conviven con ella y lo hace atravesando la angustia, su pareja siempre se convierte en una súper heroína en su relato. “Es que ser mujer ya es difícil cuando estás en la calle, pero si estás en pareja igualitaria es todavía peor; te atacan más”, dice Sofía.
La precariedad y la vulnerabilidad fueron una constante en la vida de Sofía desde 2016, cuando quedó en situación de calle. Desde entonces se ha buscado la vida como pudo, conocer a Andrea Amarante fue una transformación, tanto porque empezaron a hacer planes juntas como por el hostigamiento que sufrieron y de los que hay registro tanto en la justicia de la Ciudad -a fines de 2022 y en 2023- como en Neuquén, a donde viajaron juntas en busca de retomar contacto con la familia de Andrea, lo que no fue posible. Al contrario, fue en Neuquén donde las amenazaron con internarlas compulsivamente en un centro de salud mental -prohibido por la propia ley de Salud Mental- por denunciar acosos o por acusarlas de violentas cada vez que ellas se negaban a separarse como condición de recibir ayuda habitacional. Estas intervenciones y otras, como el programa Acompañar que recibió Sofía después de ser hostigada por un vecino en el parador de la calle Tacuarí 1523, figuran en la causa. Lamentablemente, algunos datos se perdieron al mismo tiempo que el gobierno actual eliminó el Ministerio de Mujeres Géneros y Diversidad.
Antes del ataque mortal, en el Hotel Canarias, Sofía, Andrea, Roxana y Pamela fueron tratadas de “engendros”, de “degeneradas” o desviadas. Así lo contaron vecinos en la puerta del Hotel familiar pero estos testimonios aún no se tomaron en cuenta en la instrucción de la causa. Por eso en la 33 Marcha del Orgullo hubo muchos carteles que decían “Fue lesbicidio”, porque esas dos palabras categorizan a un crimen que no sólo eliminó tres vidas y dañó a una cuarta, sino porque sintetiza también un riesgo para todas las lesbianas y personas de las disidencias sexuales que soportan discursos de odio que se emiten directamente desde la presidencia de la Nación o de muchos de sus tuiteros pagos que el presidente no duda en amplificar, retuitéandolos.
De hecho, el vocero presidencial, Manuel Adorni, se negó a hacer referencia al triple lesbicidio de Barracas cuando fue preguntado a pocos días de haber sido cometido, equiparándolo “a cualquier hecho de violencia que también sufren los varones”; el presidente Milei se ocupó de decir que no se trataba de odio en un posteo de Instagram y la ministra Patricia Bullrich aprovechó para comunicar que “se les acabó la luna de miel a las asesinas de Lucio” -en relación al crimen de Lucio Dupuy y la separación de la pareja de perpetradoras en penales diferentes- en la misma semana en que el odio hacia las identidades lésbicas se había convertido en masacre.
A seis meses del ataque contra Roxana, Pamela, Andrea y Sofía, mientras se espera que la causa se tramite también por femicidio y lesbicidio, la única sobreviviente está construyendo una nueva oportunidad para ella. Acompañada por las organizaciones YoNoFui y No Tan Distintes -colectivos transfeministas que acompañan a personas que atravesaron la cárcel y a quienes están en situación de calle-, empieza la experiencia de vivir en una casa colectiva que gestionan estas dos organizaciones. Ahí las diferencias valen por lo que son: oportunidades para la convivencia y el aprendizaje mutuo. Mujeres y personas trans que atravesaron violencias y que ahora se cuidan, gestionan la vida en común, se escuchan, se tienen paciencia. Sofía, además, recibe apoyo profesional del Hospital Bonaparte desde el momento en que estuvo internada en el Hospital del Quemado; el Bonaparte es el mismo hospital que el gobierno de Milei pretendió cerrar el mes pasado.
Aunque puede sonar discordante, hoy el cementerio de Chacarita, donde descansan los cuerpos de tres lesbianas asesinadas, tendrá un impulso vital. Lo darán las plantas que Sofía y sus compañeres van a sembrar sobre las tumbas; también la voluntad de vivir y no solo sobrevivir de la única que sabe en carne propia del fuego asesino, sobre todo porque una comunidad amplia la amparó y se organizó colectivamente para permitirle seguir denunciando que lo que sucedió en Barracas fue lesbicidio. Justicia, dice Sofía, es que no vuelva a pasar.