Una inmensa, gigantesca, emocionante corriente de ternura hizo temblar el piso del gobierno fascista de Javier Milei. Mañana, el poder podrá contarlo como quiera, la determinación política de decir no a su política de exterminio y a sus discursos de odio se siente en el cuerpo, en la alegría de millones de personas que recuperaron, en una tarde de calor intenso, la capacidad de reacción. Los números son desorbitados, las imágenes que llegan de distintas ciudades y pueblos del país contagian rebeldía. Desde otros países surge una alerta antifascista: podrán creer que tiene viento de cola la ultraderecha, pero no se confíen. En Berlín, en Londres, en Roma, en Barcelona, en Perú y en Chile las manifestaciones de solidaridad también fueron enormes.
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El entusiasmo en la defensa de los acuerdos que esta sociedad construyó a lo largo de cuarenta años de democracia transformó el humor social. La Marcha del Orgullo Antifascista Antirracista Lgbtiqnb+ diagnosticó a este gobierno y lo señaló. Hay límites para la crueldad. El mensaje fue claro, hubo fiesta, pero esa fiesta fue política y contundente: nadie está dispuesto ni dispuesta a desconocer al otro, a la otra, al otre. Sí, así, con e. Porque no se va eliminar por decreto el respeto a la diferencia.
Hubo imágenes memorables: en la cabecera de la Marcha convivieron migrantes, travestis adultas mayores, feministas históricas que abrieron el camino a derechos básicos como la decisión sobre el propio proyecto de vida; Carmen Aria, Madre de Plaza de Mayo, que desafió una temperatura agobiante para ir a dar ese abrazo necesario, transmasculinidades, despedidos y despedidas del Hospital Bonaparte, centros de estudiantes universitarios, lesbianas que denunciaron los crímenes de odio, personas discapacitadas. La transversalidad cruzó cada ámbito en donde el lazo común estuvo puesto en juego durante un año de crueldad sostenida. Esta marcha caminó sobre esos pasos que dejaron huella: los movimientos de Derechos Humanos, la propia historia del movimiento Lgbtiqnb+, las revueltas populares como el desafío -en 2017- a un intento de Mauricio Macri de liberar a los genocidas de la última dictadura militar. Esos pasos que consiguieron un pacto que ahora vuelve a mostrarse indestructible: este pueblo le dijo Nunca Más a la posibilidad de eliminar a un grupo, el que sea, ni por ideología, ni por orientación sexual, ni por identidad de género. La memoria ardió sobre la Avenida de Mayo.
Hay quienes todavía se sorprenden, quienes están, seguramente buscando claves de lectura para este hecho. ¿Cómo puede ser que sea la comunidad lgbtiqnb+ la que haya convocado este temblor bajo los pies del gobierno? Un gobierno que tendrá que dar un paso atrás, por ejemplo, en el intento de dar de baja derechos conquistados como la ley de cupo laboral trans, la calificación de femicidio en el Código Penal para los crímenes por razones de género contra mujeres y travestis, o de quitarle la ciudadanía a las personas no binarias. Y es que esta comunidad, autoconvocada, diversa, no es un gheto, no es el estereotipo estigmatizante que quiso describir Javier Milei en el Foro de Davos. Somos trabajadores y trabajadoras, somos mamás, abuelos, somos ese adulto mayor que solo cuenta con sus amigues para bancar la diaria. Somos tu médico, la panadera, la que está en la olla popular, el bombero. Somos esa comunidad que desbordó las calles cuidándose entre sí, poniendo en acto que el protocolo de Patricia Bullrich es un aparato de violencia que sólo provoca y disciplina, arbitrariamente, impunemente.
Es difícil escribir desde el corazón de la organización de esta Marcha gigantesca que por primera vez puso juntas las palabras Antifascista y Antirracista. Las palabras se enredan. Las imágenes son cascadas: el sol cayendo sobre la Avenida de Mayo, los abanicos sacudiéndose con los colores del arco iris, las pieles sudadas y resistiendo, las frutas cayendo del camión de la Columna Mostri -una articulación de colectivos lgbtiqnb+ pero también de personas en situación de calle, discapacitadas, que atravesaron la cárcel, racializadas y más- como un mimo a quienes lo siguieron mientras la música empezó a sonar en el corazón de la city porteña, entre las casas centrales de bancos a los que se cantó: “chorros, chorros, chorros, devuelvan los ahorros”, citando al 2001 pero sabiendo que la crisis siempre es para los mismos y que el mundo financiero siempre sale bien parado. Una marcha Lgbtiqnb+ que se metió con el extractivismo financiero de nuestra fuerza de trabajo.
Dije ternura al principio y quiero retomarlo: ternura por esa recuperación del reconocimiento entre unes y otres. No se trató de tolerancia, se trató sobre todo de una apuesta a la convivencia, eso que quiere romper el gobierno libertario sembrando sospechas entre el mismo pueblo y no consiguió. Si Javier Milei quiere congraciarse con Donald Trump y su idea de la supremacía blanca y heterosexual, si encuentra aliados que quieren construir un alambrado en la frontera norte, demonizando a nuestros vecinos y vecinas de los países limítrofes, no lo consiguió.
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Estas son palabras urgentes. Se acomodan con el cansancio de haber estado el mismo día del discurso de Davos en una plaza con 200 personas que dijimos “no lo podemos dejar pasar”, después fue una asamblea de 6 mil personas, después esta jornada federal e internacional para darnos la mano democráticamente, comunitariamente, en la diferencia y en el pacto común: ni fascismo, ni racismo, ni odio contra nuestras existencias.
Este pueblo está despierto. Milei le (nos) prometió a “los zurdos hijos de puta”, esa deshumanización que busca meter en la misma categoría a la enorme diversidad que somos en la búsqueda de una vida que merezca ser vivida, “van a temblar”. El 1 de febrero de 2025, el piso le tembló al gobierno. Y los ecos de esta determinación cruzaron fronteras.