Woke, esa palabrita en inglés con que tanto se llena la boca el presidente Javier Milei, su vocero Manuel Adorni, el ideólogo integrista Agustín Laje, y tantos otros y otras de este gobierno de la crueldad, podría traducirse como “desperté”. Se usó en Estados Unidos para dar cuenta de una consciencia colectiva en torno al racismo, a la segregación sexual, a la misoginia. Se mercantilizó después, cuando las industrias del espectáculo buscaron corregir injusticias históricas cumpliendo con un cupo de representación en sus productos. Aún así, ese “despertar” fue empujado por movimientos sociales que durante décadas denunciaron la exclusión, la deshumanización, el empobrecimiento a los que somete la supremacía blanca y pudiente a todas las personas que habitan las múltiples diferencias de color de piel, de género, de orientación sexual, de formas de vida.
Y sí, es así, estamos despiertos, despiertas, despiertes. Mal que les pese a quienes creyeron que podían agarrar una palabra que pocas personas terminan de comprender para crear un enemigo a mano, un chivo expiatorio, unos cuerpos y unas existencias desechables.
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Ahora, desde el gobierno y sus voceros sin título, como Lilia Lemoine o Damián Arabia –“liberal y gay”, según sus dichos-, el troll center de Santiago Caputo y la inspiración presidencial, Bertie Benegas Lynch, dicen que Milei no dijo lo que dijo. Pero el discurso de Milei está grabado y el anuncio del ministro de Justicia, Mariano Cúneo Libarona, para eliminar la figura del femicidio, el cupo laboral trans, el DNI para personas no binarias, entre otras bajezas, ya está lanzado. Milei fue a Davos con un discurso claramente fascista, expuso su fantasía de eliminación de las diferencias y antes de viajar anunció persecución “hasta el último lugar del planeta”. Pero acá, en este sur del mundo, estamos despiertxs.
La convocatoria hecha por la comunidad LGBTIQ+, autorrepresentada por su propia voluntad de vivir, de quererse y cuidarse, de ampliar los límites de un mundo expulsivo y con una acumulación de la riqueza cada vez más injusta es una prueba de ese insomnio capaz de sacudir a la sociedad entera. Al presidente que amenazó con hacernos temblar por “zurdos” o “boluprogres” se le está moviendo el piso de su tan celebrada adhesión social. La Marcha Federal del Orgullo Antifascista Antirracista LGTBIQNB+ se volvió totalmente transversal y diversa, así como son los colores de nuestra comunidad, así como son los colores de las pieles de quienes habitamos este suelo.
Esa transversalidad y esta reacción en un tiempo tan corto es una novedad. Conectó el agotamiento de haber padecido durante todo el año la multiplicación de las horas de trabajo para sostener lo mínimo con la violencia descargada cada día desde el poder: cierre de hospitales, quita de medicamentos a jubilados y jubiladas, el vapuleo a los comedores populares, los discursos de odio y el largo etcétera que conocemos con la certeza de que si no hay reacción el sapo muere hervido en la olla. No somos sapos, tampoco damos más. Ni vamos a permitir que frente a los ojos de la mayoría se deje morir a quienes este gobierno considera prescindibles, fracasados etc.
La reacción de la comunidad LGBTIQ+ fue una sacudida sensible y poderosa. Dijimos “nuestras vidas están en riesgo” y el eco de esas palabras tuvo bordes concretos, nítidos materiales. El “nuestras” no se acaba en las letras del orgullo, nos afecta a todos, a todas, a todes. ¿Cuánto más se puede mirar para otro lado mientras las calles se llenan de gente sin casa y a esa gente a la vez se la trata como basura? ¿Cuánto más el resentimiento va a organizar la vida en común? Hablar de “planeros”, de “privilegios” para nombrar medidas que corrigen injusticias históricas, demonizar a las mujeres que denuncian violencia como si también quisieran privilegios ya no es suficiente para encontrar chivos expiatorios en la vecina de la cuadra, en el maestro de los chicos, en la persona que cartonea por las noches.
Si la convocatoria a la Marcha del Orgullo Antifascista, Antirracista LGBTIQ+ desbordó los límites del primer llamado autoconvocado de una población específica es porque esta sociedad ya dijo Nunca Más. Esta sociedad recuerda en su tejido común que su acuerdo democrático es por no permitir Nunca más la eliminación del otro, de la otra, del otre en nombre de cruzadas ideológicas -que son económicas- de ningún tipo. Esta sociedad se planta frente al fascismo y defiende su alegría, esa que hay en las calles cuando se amplían derechos, cuando es posible reconocerse en los ojos de otrxs. ¿O no es fácil recordar la emoción y la alegría popular que se sintió en cada rincón después de que se sancionara el matrimonio igualitario?
Aunque casarse no sea un deseo de toda la comunidad, aunque lo discutamos, ese reconocimiento masivo de otras existencias, la posibilidad de nombrarse en pueblos aislados tanto como en los centros urbanos porque la ley era un amparo para el mero hecho de decir sí, soy lesbiana, sí, soy gay, soy queer, trans o travesti, fue una enorme corriente de ternura. Después vino la ley de identidad de género y ese alivio -que todavía debe reparación a las décadas de persecución y tortura en comisarías para las travestis y trans- se sintió no sólo en quienes encarnan esas identidades, también en las familias, también en las escuelas, llegaron a los hospitales y centros de salud, se pudo dejar de tener miedo para sacar un pasaje o un documento.
No es posible verlas pero hay unas lágrimas sobre este texto, hay toda una historia en la primera persona de quien escribe atada a estas conquistas. También a las pérdidas. La madrugada en que supe que podría ser legalmente la madre del hijo que ahora tiene 16 y que habíamos gestado con una pareja lesbiana. La marea verde amanecida frente al Congreso cuando se liberó a tantas adolescentes de temerle a la sexualidad por temer un embarazo no deseado. La visita al sitio de memoria donde mi madre estuvo desaparecida y la identificación de sus restos en una fosa común porque las políticas públicas sostenían y financiaron la búsqueda de esos restos. Las historias individuales están entrelazadas con las colectivas. Eso entiende este pueblo que va a salir masivamente a la calle el sábado. Si dejamos que se instale la idea de eliminación de un grupo, por muy pequeño que sea, estamos habilitando el fascismo. Y a eso, igual que a volver a vivir dentro del clóset, ya le dijimos Nunca más.