Desde el triunfo de Javier Milei se comenzó a repetir que el modelo de La Libertad Avanza (LLA) era Perú. Decir que el modelo es Perú no remite solo al análisis tradicional de la “latinoamericanización” de la economía local, es decir a la dualización social en desmedro de los sectores medios, sino a un tipo latinoamericano específico, el de una economía exportadora de recursos naturales, básicamente minerales como el oro y el cobre, que con independencia de sus asimetrías sociales crece sostenidamente y, especialmente, que lo hace en un contexto de estabilidad macroeconómica de largo plazo. Siempre se cita que el presidente del Banco Central de la Reserva del Perú, Julio Velarde, lleva casi dos décadas en el cargo y, desde que fue designado por Alan García, convivió con toda clase de presidentes. Perú expresa un extraño caso de continuidad económica en un marco de altísima volatilidad política, con presidentes obligados a renunciar a poco de asumir y/o directamente encarcelados. Lo que hay por detrás, son dos hechos centrales. La inestabilidad política refleja problemas de legitimación del modelo económico, pero a la vez la estabilidad macroeconómica refleja algo que en Argentina claramente no existe, o no existió hasta el presente, el consenso de las clases dominantes sobre el rumbo a seguir, un debate cuyo cénit académico fue la expresión del politólogo Guillermo O’Donnell “empate hegemónico”.
Ahora bien, cuando se viene de una agotadora historia de alta inflación persistente en un marco de ausencia de proyecto hegemónico cualquiera que escuche “Perú” se sentirá tentado a decir “compro”. Finalmente, Argentina también es un país rico en recursos naturales que, además, fueron históricamente menos explotados que los peruanos. Como suele decirse cuando la comparación es con Chile, “tenemos la misma cordillera” y más virgen. Se escribió mil veces que Argentina tiene la potencialidad cierta de multiplicar al menos por diez sus exportaciones mineras, rama a la que se suman los hidrocarburos en una proporción probablemente similar. Pero, lamentablemente, potencialidad no es realidad. Pasará un tiempo hasta que las inversiones que lleguen maduren. Si bien el escenario parece más concreto que la ilusión de la “lluvia de inversiones” macrista, en el gap temporal se le parece bastante.
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Pero cuando se analiza si Argentina va en camino hacia un “modelo peruano”, más allá de lo atractivo o no que pueda resultar, comienzan a realizarse comparaciones “como sí” el modelo efectivamente ya estuviese funcionando en el ámbito local. La crítica burocrática “por izquierda” es que un modelo basado en la explotación de recursos naturales resulta, por definición, socialmente asimétrico, escasamente generador de empleo formal y, en consecuencia, solo da lugar al desarrollo de una economía informal de baja productividad apenas subsidiaria de los sectores exportadores dinámicos. La realidad es bastante diferente. Hoy Argentina no podría avanzar como modelo peruano por una restricción mucho más inmediata que las críticas opositoras: el modelo peruano-argentino corre el riesgo de quedarse sin nafta antes de empezar, es decir, de quedarse sin las divisas necesarias para sostenerse. El debate es similar al de los efectos estructurales de la sobrevaluación del peso. Para que los efectos se produzcan primero será necesario sostener el dólar barato en el tiempo, lo que claramente no está asegurado. Es el típico caso de un “equilibrio inestable” que, sin embargo, desde hace algunos meses comenzó a encender luces de alarma.
Luego del shock inicial, el gobierno logró frenar progresivamente la inflación, un hecho innegable en el que sigue sustentando su aprobación social, aun contra el viento y la marea del extravío ideológico ultraderechista y antiliberal. Si bien efectivamente existió un ancla fiscal, el ancla verdadera fue la de clavar el principal precio relativo de la economía, el del dólar. Pero tanto la historia económica local como la teoría enseñan que esta vía es altamente riesgosa si no sucede como contrapartida de un aumento de la productividad exportadora. Es decir, si sucede solamente como consecuencia del ingreso de dólares financieros, como efectivamente ocurrió. Pasado el efecto bálsamo de frenar la velocidad mensual de la suba de precios, los efectos reales ya están presentes. La economía local no solo ya es la más cara de la región, sino que se encuentra entre las más caras del mundo, el superávit externo provocado inicialmente por el shock recesivo comenzó a revertirse y, de acuerdo a los datos del balance cambiario del BCRA difundidos esta semana, la cuenta corriente ya acumula 7 meses de déficit, con un dato más: las importaciones baratas también comenzaron a provocar un déficit comercial de bienes. A mediano plazo, estos datos no parecen ser el reflejo de un modelo viable.
En este espacio, con prescindencia de los cambios en la coyuntura política, siempre se mantuvo una continuidad analítica. Con base en la teoría (que, si es buena, siempre se verifica en el laboratorio de la historia) se afirmó que el principal indicador crítico de la economía es el déficit de la cuenta corriente del balance de pagos. Los déficits no sólo no son ni de izquierda ni de derecha, tampoco son buenos o malos. El problema pasa solamente por cómo se financian. Pero la conclusión preliminar es la anunciada: las luces de alarma en el tablero de comando del modelo están todas encendidas.
Y mientras los rojos siguen titilando, los economistas opositores parecen haber entrado en modo “fondo de olla”. Haciendo gala de haber leído los acápites metodológicos se dedican a cuestionar qué tan bien medida está la baja de la inflación o si la recuperación de la actividad es efectivamente en V. Para completar describen, en modo “hallazgo”, que sectores de los salarios --públicos, privados, formales o informales-- se recuperaron más que otros respecto de un punto inicial, que dicho sea de paso era horrible, y encuentran en estas variaciones cambios de rumbo históricos. Hay cierto inevitable patetismo, cierta orfandad analítica, emergente de seguir evitando procesar los fracasos de la segunda década del siglo ¿En serio creen que el debate pasa por un punto más o un punto menos en tal o cual indicador?
En paralelo, el gobierno comprende mejor la verdadera demanda social y sabe que su prioridad se resume en el lema “estabilización o muerte”. También entiende que la estabilidad sólo podrá mantenerse con más dólares y confía en su magia para conseguirlos. La primera apuesta, el primer paso, es el más trivial, un arreglo con el FMI por al menos 11 mil millones de dólares que permita llegar a las elecciones de medio término y consolidarse políticamente. Arreglar la economía real y avanzar hacia el modelo peruano recién será una preocupación en 2026, año en el que quizá comiencen a llegar los flujos reales de divisas. O al menos eso es lo que se cree.-