Una macro ordenada y un modelo insustentable

El primer año de Milei presidente demostró que el experimento publicitario que fue su campaña salió muy bien. Lejos de la "autenticidad llena de furia", gobernó con mano de hierro y en minoría un político pragmático.

25 de diciembre, 2024 | 00.05

Javier Milei presidente logró sorprender a muchos de quienes no lo votaron. Fue porque demostró ser un político pragmático, lo contrario de la imagen de imprevisibilidad que transmitía en campaña. Hoy resulta difícil no creer que la presunta “autenticidad llena de furia” que transmitió en su etapa de ascenso al poder no haya sido un producto publicitario de factura perfecta, en plena sintonía con la época y tan prolijo como el despeinado de su cabellera y el maquillaje de su papada.

Visto en perspectiva, el experimento publicitario salió demasiado bien. Fue por lo menos inesperado que la creación de un guerrero ideológico extremista, de esos nacidos para correr por derecha a los gobiernos de derecha, como José Luis Espert en tiempos de Carlos Menem, o el mismo Milei en tiempos de Mauricio Macri, terminara en una presidencia. Es innegable que su campaña estuvo prodigiosamente en línea con las de las derechas globales que describió Giuliano de Empoli en “Los ingenieros del caos” y que tan bien ejecutó “el mago del Kremlin” Santiago Caputo. Pero Milei no es presidente solo por su brillante estrategia comunicacional, sino esencialmente por el profundo desgobierno de la cuarta experiencia kirchnerista. Sin la interminable interna Alberto–Cristina no habría Javier.

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La gran sorpresa que sigue descolocando a la oposición fue que Milei haya resultado algo más que un producto publicitario y que tras su primer año de gobierno se destaque por dos características también inesperadas, la de ser un político pragmático y la de haber sido capaz, desde una presunta minoría, de ejercer el poder con mano de hierro. Milei surgió como un outsider de la clase política tradicional, lo que le permitió explotar el exitoso concepto de “casta”, pero nunca lo fue de la ideología dominante y del poder. Por el contrario, expresa un amplio consenso del poder económico, local y global, que ve al Estado, y a los restos malheridos del Estado benefactor, como una carga, un impedimento y una interferencia al desarrollo capitalista. Por eso construye sin dificultad hegemonías mediáticas y mayorías legislativas. Y por eso doblega a los opositores de todo tipo, desde movimientos sociales a sindicatos, desde periodistas y economistas a dirigentes dispuestos a ayudar.

Los datos del balance del primer año irritan a los opositores no solo porque los descoloca, sino porque hasta ahora no fracasó. Llevó adelante un violento programa de estabilización que incluyó un ajuste fiscal draconiano que no solo no tuvo la resistencia social que se auguraba, sino que gozó de un amplio consenso entre quienes lo padecieron y entre los mercados y buena parte de la dirigencia política. 

El consenso se expresó en el apoyo de los gobernadores y dirigentes que secundaron el pacto de mayo, el acompañamiento del poder legislativo y el silencio del poder judicial. En tanto, la persistencia del apoyo de los votantes se explica por las mismas razones del triunfo electoral, el hartazgo con el statu quo ante. Los votantes estaban agotados de la inflación, del estancamiento y de la falta de ejercicio del poder del Ejecutivo. La progresiva desaceleración de los precios representa una invalorable sensación de calma. Luego, tras el shock inicial, se recuperaron los ingresos de los salarios formales y, en consecuencia, la pobreza regresó a los niveles de finales de 2023.

En su primer año Milei no cumplió con sus promesas más estúpidas, como la dolarización y la eliminación del Banco Central, pero sí cumplió en cambio con la principal promesa tácita: calmar la economía. Las claves de su éxito hasta aquí se resumen en el trípode gobernabilidad, alineamiento de expectativas y calma económica. Es un grave error de apreciación política enojarse con los datos, tanto como intentar refutarlos con ardides metodológicos. La secuencia de los sucesos no es un hallazgo, los ajustes devaluatorios provocan caída de ingresos y recesión, pero si son exitosos y frenan la inflación, el shock se revierte, los ingresos se recuperan y los indicadores sociales comienzan a mejorar.

Hasta aquí el haber del balance, las dudas surgen del debe. La crítica de los economistas opositores al ajuste es ambigua. Por un lado, se reconoce que el torniquete fiscal era necesario y, por otro, se critica su magnitud y sus formas. Aquí aparece otro dato incómodo para la oposición. El proyecto original del ajuste de Milei también proponía ajustar por el lado de los ingresos, en concreto incluía retenciones para compensar el shock devaluatorio inicial. Sin embargo, fueron el grueso de los gobernadores, incluidos los peronistas (excluido el de la provincia de Buenos Aires), quienes hicieron lobby para que no se apliquen retenciones. El resultado fue que el ajuste se terminó haciendo solamente por el lado del Gasto, pero con todo el consenso de “la casta”, de la dirigencia, incluida buena parte de la oposición formal. El resultado es que la principal afectación fue sobre jubilaciones y obra pública y, en una segunda línea, sobre los planes sociales, los subsidios a la energía, el empleo público y las transferencias a las provincias.

Muchos analistas erraron los pronósticos. Quien escribe creyó que el modelo de dólar barato que comenzaba a delinearse ya a mediados de año no cerraba sin financiamiento externo y que diciembre sería bastante más turbulento. Lo que no se previó fue la magnitud del ingreso de dólares del blanqueo, que significó la entrada de alrededor de 25.000 millones de dólares, mucho más que los créditos que esperaban conseguirse y no se consiguieron. Estos dólares son los que explicaron la baja de las cotizaciones y la casi desaparición de la brecha cambiaria. Apreciar el peso, es decir abaratar el dólar, siempre funciona como un bálsamo por dos razones principales, el efecto ingreso, el aumento del poder adquisitivo medido en dólares, y el efecto estabilizador, en tanto el dólar, junto con salarios y tarifas, es el principal precio básico de la economía. Los precios básicos son los que funcionan como componentes, como formadores, del resto de los precios. Es por esta doble razón que sobrevaluar la moneda resulta siempre muy tentador para todos los gobiernos.

Pero sobrevaluar también genera contrapartidas negativas. La primera es que hay que tener con qué, es decir hay que tener los dólares que financien la cotización. Lo normal es que las fuentes de financiamiento sean el aumento de las exportaciones, la suba de la inversión extranjera o el ingreso de capitales. Luego están las vías menos virtuosas, como el endeudamiento o consumirse las reservas internacionales. En el presente no operaron ninguna de estas causas, sino que el financiamiento vino de los dólares del blanqueo. La conclusión es que existe una sola manera de sostener la cotización en el tiempo y es que sigan entrando dólares. La apuesta del gobierno es conseguir financiamiento externo vía un nuevo acuerdo con el FMI, lo que le permitiría perpetuar el modelo como mínimo hasta superar las elecciones de medio término, lo que a su vez redundaría en una consolidación de su proyecto político

La segunda consecuencia es el balance de pagos, el déficit de la cuenta corriente, que también necesita dólares para financiarse. Abaratar las importaciones profundiza el problema estructural del déficit externo, mucho más si la economía empieza a crecer como proyectan las consultoras.

La tercera consecuencia es productiva, no solo se abaratan las importaciones, sino también las exportaciones. Resulta más barato importar que producir y bajan los incentivos de producir para exportar, por eso el presidente balbucea sobre las inmensas posibilidades de invertir en “no transables”, es decir en servicios. Obvio, la sobrevaluación encarece los servicios, al igual que todos los precios internos medidos en moneda dura. Y todo ello mientras los países vecinos, incluido el principal socio comercial, devalúan.

No es la primera vez en la historia que se cae en la tentación de sostener una sobrevaluación. Ocurrió durante la última dictadura y durante la Convertibilidad de los ’90. El resultado es conocido: no es sostenible, pero el detalle es que la insustentabilidad puede mantenerse durante muchos años, cinco el plan de Martínez de Hoz, una década la Convertibilidad. Y en el camino se produce una reestructuración del aparato productivo y el empleo, muchas empresas y puestos de trabajo desaparecen sin que se trate precisamente de la shumpeteriana “destrucción creativa”. Solo aumenta el deterioro del mundo del trabajo y se destruye la industria y el mercado interno. Agréguese el detalle de que el RIGI tiene la característica de reducir al mínimo el efecto multiplicador interno de la inversión externa, por ejemplo, en términos de desarrollo de proveedores locales. Lo dicho acerca de los efectos del dólar barato no son proyecciones, sino lo que ya sucedió en el laboratorio de la historia. Y estamos hablando de “si sale bien”, es decir si se consiguen los dólares para sostener la sobrevaluación.

El segundo “debe” de Milei reside en la promesa que efectivamente no cumplió, la que decía que el ajuste lo iba a pagar “la casta”. Aunque las responsabilidades sean compartidas con parte de la oposición, el ajuste fue el tradicional, es decir se cargó sobre las espaldas de las clases medias para abajo, las mismas que gracias a la calma que genera el freno de la inflación siguen con la esperanza intacta de que 2025 será mejor y que en el año que se apresta a comenzar recuperarán lo perdido. Satisfacer estas demandas será el gran desafío del gobierno.-