Trump y el botín de América Latina

El secretario de Estado, Marco Rubio, comenzó su primera gira por la región en Centroamérica, al mismo tiempo que el enviado de Trump fue a Venezuela a negociar. La importancia de la región en la apuesta global del republicano.

02 de febrero, 2025 | 00.05

Canal de Panamá, Groenlandia, Golfo de México, Canadá: Donald Trump pegó una vuelta de tuerca al histórico pillaje norteamericano en Nuestra América. Como la legalidad no lo acompaña, la Casa Blanca usa las tácticas de siempre, la mentira y el patoterismo (el editorial del New York Times del 21 de enero usa la palabra “matón”) pero ahora sin máscaras... 

¿Podrá? Con Panamá, El Salvador, Costa Rica, Guatemala y República Dominicana, Trump considera que sí puede. Con Venezuela, parece que no. Como dice el diario neoyorquino, Trump envía a su canciller, Marco Rubio, a los cinco países centroamericanos luego de azotarlos, durante los diez primeros días de su gobierno, con amenazas de aplicar la fuerza militar si no obedecen sus dictados.

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Con Venezuela, en cambio (por ahora), el magnate se mostró menos altanero y buscó el diálogo. Su enviado, el diplomático Richard Grenell (quien no acepta que haya sólo dos géneros, como dijo su jefe en el discurso de asunción, ya que se declara gay) se reunió el último día de enero con el presidente Nicolás Maduro con agenda abierta.
El diario británico Financial Times dio el sábado una versión de lo negociado. Estados Unidos flexibilizaría las sanciones contra Caracas, anularía la recompensa que ofrece por la cabeza de Maduro y aumentaría la compra de petróleo. A cambio, Miraflores ya liberó a seis de los ocho estadounidenses presos, acusados de ser espías y complotar contra Venezuela y aceptaría las deportaciones de sus connacionales

El viaje de Marco Rubio, del 1 al 6 de febrero, comenzó por Panamá, país al que el presidente estadounidense pretende arrebatarle el canal bioceánico y donde busca poner en marcha el “master plan” imperial para hacer frente al nuevo mundo multipolar que ya asoma. Para comprender esta maniobra trumpista el primer paso es conocer la verdadera historia del Canal de Panamá. El segundo constatar cuál es el motivo real de la Casa Blanca y ¡cuidado! no creer que es apenas, como quieren vendérnosla, un asunto de seguridad y de supuesto asedio chino.

La verdadera historia

Uno de los historiadores más interesantes de Estados Unidos, William Appleman Williams (1921-1990) explicó cómo emerge, a fines del siglo XIX, la pulsión expansionista de su país. “La práctica económica, el análisis intelectual y los sentimientos nacionales se amalgamaron de tal forma que había una corriente de pensamiento, fuerte y peligrosa, que definía el bienestar esencial de Estados Unidos sólo en función de las actividades que se llevaran a cabo en el exterior”, escribió en su libro “El imperio como un estilo de vida” de 1980.

En ese marco, el control del Golfo de México, del paso bioceánico y del Mar Caribe, para misiones comerciales y militares, eran y siguen siendo clave. Así lo resume otro notable historiador estadounidense Greg Grandin de la Universidad de Nueva York: “Para la apropiación del canal de Panamá el presidente Roosevelt y el banquero J. P. Morgan, en 1903, le quitaron a Colombia la provincia de Panamá y crearon un nuevo país, abrieron una nueva ruta interoceánica e instalaron una base militar”. Para entonces, Estados Unidos ya se había apoderado de la mitad de México, dominaban Cuba y había comprado Alaska (1867), entre otras acciones. 

¿Cómo hizo Estados Unidos para quedarse con el canal? Muy resumidamente. Primero, el gobierno de Roosevelt con la ayuda de J.P. Morgan compró, por un 60% menos de su valor, la concesión del canal a la francesa “Compagnie universelle du canal interocéanique”, que desde 1880 venía construyendo unas complejas esclusas para compensar el desnivel existente entre ambos océanos. Además de tener problemas de corrupción, la “Compagnie” fue blanco de operaciones de prensa internacionales que afectaron su imagen y la pusieron al borde de la quiebra.

El paso siguiente fue dividir Colombia. Washington instigó a un sector de la burguesía panameña a independizarse con la promesa de que, sin Bogotá, harían grandes negocios. Cuando la conspiración triunfó y se declaró la “independencia” el 3 de noviembre de 1903, varios buques de guerra norteamericanos ya estaban estacionados frente a las costas panameñas. Casualidad o no, el cable que hacía posible la comunicación entre la provincia de Panamá y Bogotá se dañó. El gobierno colombiano reaccionó recién el día 6 pero Estados Unidos y Francia, a la velocidad de la luz, ya habían reconocido a la nueva nación.

La Zona del Canal, inaugurada en 1914, fue crucial para Estados Unidos durante todo el siglo XX. Entre muchos otros usos fue un punto estratégico durante las dos guerras mundiales y lugar de entrenamiento para invasiones como la de Vietnam. En lo que respecta a nuestra región, fue sede del Comando Sur del Pentágono y de la tenebrosa Escuela de las Américas, centro de formación de cuadros militares y dictadores latinoamericanos que violaron los derechos humanos y asolaron nuestros países durante el siglo pasado.

Muchas veces el pueblo panameño intentó recuperar la soberanía sobre el canal. El 9 de enero de 1964 –desde entonces Día de los Mártires- el Comando Sur descargó una feroz matanza contra estudiantes que intentaba izar la bandera panameña junto a la norteamericana en el canal. Una década después, el presidente demócrata James Carter firmó con su par panameño, el general Omar Torrijos, el Tratado de Neutralidad (1977) por el cual “sólo la República de Panamá manejará el Canal y mantendrá sitios de defensa e instalaciones militares dentro de su territorio nacional" después del 31 de diciembre de 1999. 

Todos los presidentes que sucedieron a Carter –Ronald Reagan, George Bush I y Bill Clinton- buscaron atajos para no cumplir con el acuerdo. Pero, en 1999, se cumplió. Hoy Trump busca que prevalezca la fuerza militar sobre la ley. La consigna trumpista (hay quienes dicen que ya la usaba Reagan) es “lograr la paz mediante la fuerza”. Panamá es su primer laboratorio de ensayo.

China y el mundo multipolar se avecinan

Asumir que las arengas de Trump mezclan conceptos deliberadamente contradictorios, mentiras, referencias incomprobables, difamaciones, frases persecutorias y verdades a medias ayudará a decodificar algunas líneas de acción del flamante gobierno republicano.

El caso de Canal de Panamá es un buen ejemplo. Una referencia incomprobable con tintes de difamación y ecos persecutorios se escuchó de boca de Marco Rubio cuando aseguró que China quería el paso bioceánico para “uso doble: parecen civiles, pero se pueden convertir en instalaciones militares”. O cuando Trump afirmó que se les cobra más a los buques estadounidenses que a los chinos. O cuando el Senado norteamericano acusó a Panamá de “explotar una ruta estratégica” (¡!) Una prueba de que el presidente estadounidense miente es su afirmación, el mismísimo día de la asunción, de que “los panameños han violado totalmente el espíritu del tratado”. 

La realidad es que el sector de poder estadounidense que se referencia con Trump tiene plena conciencia del declive de la gran potencia, en un mundo que transita por un cambio de hegemonía y de sistema, y ha decidido tomar medidas drásticas para evitar la caída. Trump lo ha admitido varias veces en su discurso. “Una ola de cambios recorre el país (…) A partir de ahora, el declive de Estados Unidos se ha terminado”, dijo el pasado 20 de enero.

El cambio total de táctica que encara el presidente actual implica desterrar la absurda ilusión demócrata de infligir una derrota definitiva a Rusia o debilitar a China encendiendo un conflicto a través de Taiwán. Trump y su idiosincrasia transaccional quieren revertir la progresiva marginalidad de Estados Unidos en Eurasia; competir con los nuevos corredores comerciales del Artico (y beneficiarse de sus recursos naturales); frenar en la medida de sus posibilidades la desdolarización (y lidiar con los 35 billones de dólares de deuda reconocidos por el Tesoro el año pasado) y recuperar la delantera en la carrera tecnológica, entre otros durísimos desafíos.

En este marco, mantener un dominio férreo sobre América latina –su zona de influencia, su patio trasero, ya visitado por Rusia y China- aparece como una necesidad vital. Será con narrativas hollywoodenses, con falta de ética y con la fuerza militar. Las deportaciones de la semana son una muestra clara.

Como en la Argentina mileista, medios académicos y de prensa buscan instalar la idea de que el saqueo, las deportaciones o la violencia son menos delito si “se avisan con anticipación”. No es así. El que avisa no será traidor, pero sigue siendo un delincuente -y además- confeso.