Las evaluaciones suelen pensarse como un balance contable: una columna de debes y otra de saldos favorables. Pero en la gestión esas diferenciaciones taxativas no son siempre viables. Por caso, se puede valorar una política de lucha contra la pobreza, pero no puede olvidarse la existencia de esa situación que se busca atacar como algo notablemente negativo. Por eso las ciencias sociales en particular el estudio de las políticas públicas ha avanzado visiblemente en la construcción de métodos para llevar adelante evaluaciones, donde el objetivo no es obtener una calificación de aprobación, sino el de comprender un proceso, medir resultados, conocer impactos inesperados, recabar si los objetivos fueron alcanzados o se modificaron en el andar. La evaluación sirve, principalmente, para conocer mejor lo que se está llevando adelante y corregir. No es en absoluto extraño que una política gire su curso durante su implementación porque se descubrieron datos que se desconocían anteriormente o porque la realidad cambió, por ejemplo a partir de la instalación de una pandemia. Cuando emerge algo no previsto, es probable que algunas dimensiones en las que se iba a desplegar la política sufran alteraciones; si se trata de una pandemia no queda espacio sin ser afectado; lo hemos palpado en nuestra vida cotidiana, con algunas incidencias dolorosas y otras menores pero que hicieron de 2020 un año inédito y crítico.
Bien, hace un año el Frente de Todos asumía con Alberto Fernández la Presidencia de la Nación en un escenario (aún no lo sabíamos así) pre pandémico, con sus expectativas y promesas de gobierno. Una primera mirada: el FdT sustancialmente no cambió, pero se tuvo que desplegar en un presente incierto y por momentos desconocido; fue, es, lo que iba a ser pero sorprendido por reglas de juego alteradas por la crisis sanitaria. Cuando el presidente anunció en marzo que la prioridad del gobierno era cuidar a la población, no se estaba apartando de aquello que había anunciado en la campaña, solo que ahora enfocado en esa nueva realidad. Entonces, me aventuraría a decir que el FdT es este que acaba de cumplir un año con sus “improvisaciones” impensadas y con la huella de su identidad. Porque al mismo tiempo algunas de las propuestas políticas pronunciadas en 2019, como las reformas en el Poder Judicial, cambios en la coparticipación respecto a CABA, IVE, fueron ingresando al Congreso de la Nación a medida que trascurrieron los meses. Si debiera armarse un cuadro con promesas de nuevas leyes y envío de proyecto, el saldo no es desfavorable para el gobierno, aun en medio de la pandemia. En la misma línea el tratamiento que se le dio al acuerdo con los bonistas y ahora con el FMI.
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En esas dimensiones pasibles a ser evaluadas se destaca una para el FdT y tiene que ver con la estabilidad política de la propia coalición. Es esta una de carácter particular porque la abrumadora mayoría de sus miembros, tanto en personas como en agrupamientos políticos, se declaran peronistas pero desde luego están quienes no. Eso lo torna novedosos en dos sentidos. Por un lado las coaliciones suelen reunir a partidos políticos con mayor equilibro, como el caso de Juntos por el Cambio donde el macrismo es fuerza mayoritaria pero al UCR continúa siendo un partido de peso, con tres gobernadores, por caso. Por otra parte como, el peronismo no tiene antecedentes de gobernar bajo este tipo de alianzas, más cercana a la coalición que al frente. Traducido: en este esquema no solo el dato principal que la vicepresidenta es una figura de enorme peso político, sino que existen varios actores con cuotas de poder con los que el Presidente negocia, algunos institucionales como los gobernadores, otros por su propio peso como la propia Cristina o incluso Sergio Masa. Un frente constituido sí por peronistas, pero que meses antes de la elección pensaban estrategias diversas. De allí que evaluar la estabilidad del FdT, ocupa un lugar relevante, pero en todo gobierno en realidad. Veamos nuestra historia reciente. Raúl Alfonsín no tuvo fracturas en su partido durante su gestión. No corrió la misma suerte Carlos Menen que ya en 1989 vio formarse el “Grupo de los 8” que criticaba la orientación general del gobierno; no debe olvidarse que Menem también se ocupó de quienes podrían hacerle sombra: desplazó a Carlos Grosso de la intendencia de la Capital Federal, trabajó para impedir la reforma de la Constitución de la PBA que habilitaría la reelección de Antonio Cafiero, intervino provincias y terminó enfrentado a sus dos vicepresidentes. Fernando de La Rúa, perdió a su vicepresidente antes de que ambos cumplieran el año de mandato y con esa partida el “desapego” del FREPASO; algo semejante ocurrió con el alfonsinismo. Néstor Kirchner tuvo mejor fortuna en su presidencia en la que incluso logra sumar a sectores del radicalismo para las elecciones de 2005, peor enfrentado al duhaldismo. A mediados de 2008, Julio Cobos entendió que ya no era parte de la coalición que llevó a Cristina Fernández a la presidencia y si bien no renunció comenzó a comportarse como un opositor. En las elecciones de 2013, un sector del peronismo bonaerense encabezado por Sergio Masa rompe con el gobierno de Cristina Fernández. Mientras ocupó la presidencia, Mauricio Macri vio a grupos de su espacio que se sentían desplazados, pero la sangre no llegó al rio. El presente parece un poco más complejo para ellos. Apretadísimo resumen que alcanza para comprobar que la estabilidad política interna del partido o alianza en el gobierno no es una empresa sencilla de llevar adelante. En ocasiones porque el acuerdo fue cerrado con más dudas que convicciones; en otras porque algunos entienden que se les presentan oportunidades para conquistar escenarios políticos sin compañía de esos otros. Con estas posibilidades y aquellos antecedentes históricos, no es un dato en absoluto menor que el FdT haya transcurrido un año sin mayores sobresaltos en esta dimensión. Un período en el que varios miembros de la coalición expresaron alguna disidencia con decisiones u opiniones del Presidente (me es un poco más difícil de comprender cuando esas voces pertenecen a un funcionario de alto rango) pero aun con esos “ruidos”, y el persistente mensaje de los grandes medios afirmando que el presidente es solo un títere de su vice, no es nada desdeñable esta estabilidad y cohesión interna en un año tan complejo. El año que viene habrá elecciones y todo indica que esa unidad no será cuestionada. Si el FdT logra solidificarla a través de la gestión, estará construyendo otra historia.