Ideología, sentido común y racismos

26 de junio, 2021 | 19.00

Louis Althusser, en Ideología y aparatos ideológicos del Estado (1970), desarrolló su teoría de la ideología diferenciándose de la tradición marxista, tomando los postulados lacanianos sobre la constitución del yo. El yo se forma por identificaciones organizadas desde ideales que dicen “Tú eres eso”, condicionando el camino de la incorporación de imágenes.

 A partir de Althusser, sabemos que el sujeto puede actuar en contra de sus intereses de clase -actuar que incluye el votar-, de acuerdo a sus identificaciones e ideales, ya que en su teorización no es la estructura económica la que determina la ideología, sino que resulta un producto de las identificaciones que constituyeron al sujeto.

La ideología, una categoría singular y colectiva a la vez, consiste en un sistema de representaciones, afectos y pasiones que se instalan como formas de vida y se naturalizan. Toda época tiene una ideología que incluye los valores, la perspectiva con la que se mira el mundo, así como, el sujeto habita en su ideología que resulta en gran parte inconsciente.

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El coronavirus puso al descubierto la verdad de la ideología neoliberal que fue impuesta mediante una pedagogía del odio, marca fundacional de un continente colonizado e históricamente golpeado. En la Argentina y otros países de la región la ideología neoliberal tomó consistencia sobre preexistentes ideales coloniales y racistas: la negación de los propios orígenes nacionales (pueblos originarios, gauchos), el rechazo hacia lo popular supuestamente bárbaro y el modelo europeizante asociado a la civilización: lo blanco, el progreso y el mérito individual.

El dispositivo de poder neoliberal aprovechó la trabajada baja autoestima nacional de patio trasero subdesarrollado, para imponer su ideario y las recetas que proponían los “países en serio”. El mayor triunfo de los colonizadores de finales del siglo XV fue haber logrado instalar los ideales civilizatorios y evangelizadores, la idea de supremacía blanca junto con el rechazo a los pueblos originarios -“los indios”-, que fueron menospreciados y considerados inferiores. Esa concepción, plasmada en el odio hacia lo propio, que promovían los sectores acomodados, fue el germen que se alimentó en los años posteriores.

La idea sarmientina de “combatir la barbarie” a través de la educación, tenía como contenido privilegiado el desprecio al gaucho “haragán e incivilizado”. Los “indios” y los gauchos constituían la barbarie ignorante que detenía el progreso. Sarmiento logró la promoción y extensión del ideal de lo europeo y urbano como solución para superar los males locales, identificados con lo rural, mestizo, indígena y moreno.

A fines del siglo XIX, basándose en lo establecido en la Constitución de 1853 y por la presión de las élites políticas, se fomentó la inmigración europea, la que llegaba en los barcos y era portadora del progreso. Civilización, rechazo de la barbarie, odio hacia lo popular, el mito de la Argentina blanca y las narrativas del progreso europeo se hicieron carne en una enorme porción de la población. Un relato que se convirtió en sedimentación cultural, conservada y estimulada permanentemente por los grupos de poder y el consentimiento de una parte importante de lo social.

Hace unos días, una desafortunada frase de Alberto Fernández, la más citada desde que asumió la presidencia, causó revuelo a nivel nacional y mundial: "Los mexicanos salieron de los indios, los brasileros salieron de la selva, pero nosotros los argentinos llegamos de los barcos". El disparador del cuestionamiento fue la referencia a los “orígenes” de mexicanos, brasileños, argentinos, así como el querer congraciarse con el gobierno español, a cuyo presidente recibía.

Cabe preguntarse: ¿qué le pasó con ese enunciado al presidente Fernández, que se autopercibe inclusivo y opuesto a todo tipo de segregación? Varios ejemplos dan fe esto último. Braian Gallo, que se desempeñó como presidente de mesa de una escuela de Moreno en las elecciones de 2019, fue discriminado  por su aspecto y forma de vestir, campera deportiva y gorra, con la visera hacia atrás. En las redes sociales lo tildaron de "pibe chorro" y lo hicieron blanco de brutales burlas. Como respuesta al odio racista Alberto Fernández lo recibió, se tomó una icónica foto abrazando a Braian usando su gorra con la visera hacia atrás y advirtió: "el país que se viene va a dejar atrás los prejuicios y la discriminación”. 

El presidente Fernández creó el Ministerio de las Mujeres, Género y Diversidad, se jugó por Evo Morales y le salvó la vida, felicitó precozmente a Pedro Castillo, maestro, dirigente sindical y campesino, ante el peligro de fraude de la derecha peruana. Ninguna de estos actos políticos va en línea con una concepción elitista o discriminadora, contradictoria con la práctica democrática, nacional, popular y feminista.

Como dijimos, una parte de la ideología es inconsciente y se pone en acto como formas de vida naturalizadas o como frases automatizadas proferidas instaladas como sentido común. Cualquiera, aún un presidente que manifiesta un sincero rechazo por las prácticas racistas, está en mayor o menor medida capturado por la ideología imperante. Cualquiera puede eventualmente votar y actuar en contra de sus intereses o expresar una afirmación opuesta a sus convicciones.

Ahora bien, muchos políticos de la Argentina han hablado desde ese lugar común, instalado históricamente por los grupos de poder, ¿por qué esta vez la frase del presidente produjo espanto y enojo popular?

El enojo social producido por esta contingencia no consistió solamente en un problema de verdad histórica. Los lugares comunes, los prejuicios, son sedimentaciones ideológicas de relaciones de poder que testimonian triunfos hegemónicos en las formas de vida. La incomodidad social que produjo la frase del presidente expresa una movilización de afectos colectivos y un deseo de límite hacia la naturalización de manifestaciones racistas instaladas como sentido común.

Todo deja entrever que es un momento de reactivación ideológica a nivel regional del ideal colonialista y europeo sedimentado en un continente colonizado y siempre golpeado.

Tenemos una oportunidad de cuestionar en serio ese relato, dejar de lado el colonialismo mental, las idealizaciones de los países “civilizados” y asumir nuestro mestizaje étnico reivindicando la diversidad que somos.