Regulación política y organismos internacionales: otras crisis

La crisis de representación que atraviesan los bloques regionales como el Mercosur y los organismos internacionales como el FMI.

26 de abril, 2020 | 00.05

“Queremos expresar nuestras sentidas disculpas hacia Italia en nombre de Europa por no estar cuando lo necesitaban. Demasiados Estados miembro no acudieron a tiempo”. Palabras más, palabras menos fue lo que expresó días pasados la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen. Italia, país fundador de la vieja Comunidad Económica Europea y uno de los principales miembros de la actual Unión Europea, fue sacudida por el Covid-19 con los peores registros en contagios y fallecimientos.

 

Las palabras de la líder si bien no generan mayor impacto, dan cuenta de la situación que se vivió en Europa ante la pandemia: cada Estado se las arregló como pudo y con su propia estrategia. Y nadie puede endilgarle a la UE improvisación o falta de normativa institucional. Desde el Tratado de Roma firmado en 1957 la política de integración europea ha avanzado a lo largo de las décadas en campos impensables en otros tiempos  como lo fue establecer una moneda común para todo el bloque, políticas medioambientales unificadas, ciudadanía continental para sus habitantes, Parlamento y Banco Europeo, coordinación de políticas macroeconómicas entre muchas otras esferas (también como sabemos, políticas restrictivas para los inmigrantes, que en ocasiones incluyeron sanciones a ciudadanos europeos que los ayudaran. Algunos de esos inmigrantes provenían de sus ex colonias). Esto es, la UE logró establecer un conjunto de políticas de coordinación en pocas décadas que le permitió convertirse en mucho más que un conjunto de países buscando colaboración, para confluir a una institucionalidad de carácter supranacional inédita y que se convirtiera en fuente de inspiración en distintos puntos del planeta para experiencias no iguales, pero con una inspiración semejante; en nuestra región dos instituciones fueron en esa línea: el MERCOSUR y la UNASUR.

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La suerte de ambos corre por caminos aun más críticos, pues los presidentes del “giro a la derecha” (Mauricio Macri, Jaoir Bolsonaro, por ejemplo) directamente desarmaron al segundo y dejaron al primero en una situación de cuasi inmovilidad. Durante toda la pandemia hubo tan solo una videoconferencia entre presidentes de Sudamérica, en la que no perdieron la oportunidad de excluir al de Venezuela. Lo que había sido una política de colaboración, que incluía a presidentes no siempre de signo político cercano, se arrojó al olvido. Y así observamos que en el actual contexto la coordinación regional ha sido igual a nula. Reiteradamente ambas organizaciones fueron señaladas como carentes de institucionalidad,  y que dependían exclusivamente de la voluntad de los presidentes; esto pareció tener cuotas de razón, sin embargo la poderosa y reguladora Unión Europea, no fue en absoluto protagonista en la mayor pandemia de las últimas décadas. Si las instituciones  continentales habían logrado coordinar temas tan relevantes como una moneda común ¿cómo no iban a estar presentes ante algo tan grave como una pandemia? Y sin embargo su presidenta debió pedir disculpaos por la inacción de los organismos supranacionales y por cada Estado en particular por el abandono hacia los que estaban en situación crítica.

 

Esta situación desafía nada menos que a la construcción político institucional más relevante de finales del siglo XX y de lo que va del XXI. ¿Cómo medir a relevancia de una institución sino es en una situación grave para los habitantes que dice proteger? Cuestión que nos lleva preguntarnos: los bloques regionales ¿protegen mejor el capital que la vida de las personas? ¿La comunidad de naciones es en realidad una comunidad de negocios?

 

Llama la atención que esas capacidades funcionen de manera clara parar regular la economía y no puedan coordinar acciones conjuntas en el área de la salud. Esta cuestión fue alimentada por una notable creencia en la capacidad de estos organismos. A fines de los 90, el destacado politólogo David Held, se preguntaba si no nos encaminábamos quizás, hacia un neomedievalismo con organismos supranacionales ocupándose de la gobernabilidad mundial (como lo hicieron los imperios en su momento) y los gobiernos de las ciudades gestionando la vida cotidiana de sus ciudadanos. Pero la pandemia no se enseñó que ni esos instituciones supra se ocuparían de los grandes temas, ni las ciudades podría resolver la crisis por si solas; y que con todas sus limitaciones a cuestas, es el Estado nación quien se convirtió en la institución clave en este contexto. No abundan las certezas en nuestros días, pero sí podemos saber cuáles instituciones tienen capacidad de reacción y cuáles no. Y se percibe en el abandonado hace el Mercosur, al cual solo se lo considera por algunos sectores para acotados acuerdos comerciales en lugar de una herramienta estratégica en función del desarrollo para dar respuesta a los problemas estructurales de la región.

 

 Desde luego los bloques regionales no están solos en esta pendiente: lo acompañan en FMI, la ONU y varios organismos internacionales suyo rol en la política internacional se encuentra cada día más desdibujado. Y al mismo tiempo es necesario comprender que no ha sido la pandemia la causante de esta situación, sino que esta coyuntura dejó al desnudo de manera manifiesta, proceso larvados: la Comisión Europea, el Banco de Bruselas y el FMI no tuvieron para Grecia en el contexto de una grave crisis, otra propuesta que no fuese el ajuste sin fin; el denominado Brexit, la salida del Reino Unido de la UE, fue altamente traumática; el FMI le prestó plata a la Argentina gobernada por Macri, para que en definitiva financiera un proceso de fuga de capitales. ¿Cómo termina el organismo experto en ordenar el sistema financiero en esas prácticas?

La UNASUR fue disuelta en medio de discursos patéticos y no hubo siquiera una reacción regional que pudiera articular alguna política cuando se produjo el golpe de Estado en Bolivia. ¿Y la cláusula democrática del Mercosur, del tratado de Ushuaia? Que estas situaciones se estén produciendo, no quiere decir que no sea necesario, es más es imprescindible, contar con una ingeniería política regional y mundial pero renovada; el proceso crítico que atravesamos debería ayudarnos a plantear algunas nuevas iniciativas de regulación a nivel regional y mundial. No debería desaprovecharse.