Paula Lorber sonríe, fresca y amable. Está vestida con ropa traída de su viaje a Dubai, una remera de polo que dice “Lamar” y una gorra azul con letras árabes. Nació en la provincia de Buenos Aires, pero en sus 22 años trabajó en un tambo en Alemania, fue sembradora y tractorista en Dinamarca y domadora de caballos de polo en Argentina y en Dubai. "Conociendo el mundo a través del trabajo en el campo” es la descripción de su Instagram. Hoy vive en Argentina y en sus redes, donde la siguen casi 160 mil personas, se la ve rodeada de caballos y perros, montando potros, jugando al fútbol o tomando de un mate con sus iniciales junto a su pareja, Venancio. Con él sueña tener una familia y un lugar propio, un centro de doma donde poder vivir y trabajar sus propios caballos.
Independiente, observadora y tenaz, Paula transmite lo que le han transmitido: el amor por la cultura gauchesca y a través de su ejemplo, la certeza de la importancia de las mujeres rurales. Con voz clara y pausada, lo reafirma: “La mujer estuvo siempre en la vida del campo, pero invisibilizada. Ahora la estamos haciendo llegar un poco más a la gente”.
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Desde Ferré hasta Alemania a los 18 años
“Siempre decía que quería ser como mi papá, sembradora o maquinista, pero también me tiraba mucho el lado de los caballos”, recuerda Paula, que a los seis años ya andaba en tractor en el campo de sus abuelos. No llegaba a los pedales, pero sonreía hasta que le dolía la boca. Se le iluminan los ojos marrones cuando lo recuerda; “mi papá metía los cambios, me dejaba sentadita y yo manejaba”.
Paula se crió en Ferré, un pueblo a 30 kilómetros de Colón, en la provincia de Buenos Aires. Sobre la ruta 50, unas letras pintadas de celeste y blanco anuncian el nombre de una localidad que alberga poco más de dos mil habitantes. Entre ellos, Paula y su familia. Es la del medio, tiene dos hermanos y se ríe cuando dice que en realidad “es un varoncito más”. De chicos pasaban los fines de semana en el campo de sus abuelos. Hacían tortas de barro, clavaban palitos sobre la tierra hasta formas corrales, salían a explorar el campo, “a encontrar”, dice Paula.
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Cuando creció, sabía que quería cursar el secundario en la escuela agrotécnica salesiana. Quedaba en Trinidad, otro pueblo pegado a Ferré. Pero Paula se quedó con las ganas, porque hasta el día de hoy el colegio solo admite varones. Terminó yendo a otro secundario, también en Trinidad. A veces incluso iba a caballo y lo ataba en la plaza que quedaba enfrente, “quería llevar un poco del campo a la escuela pero bueno, no se podía”.
En 2019 Paula tenía 18 años. Hacía mucho deporte –hockey, volley, fútbol y atletismo– y sabía que su naturaleza movediza no sería fácil de encauzar en una carrera universitaria. Su pareja en ese entonces le propuso otra alternativa: sacar una visa de trabajo e irse a Alemania. “Acepté encantada”, ríe, “no sabía muy bien que me metía”.
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Lo único que tienen en común Ferré y Grafengehaigh es que ambos tienen muy pocos habitantes. El pueblo dentro de Baviera tiene incluso menos población que la localidad bonaerense, en 2016 eran 900 habitantes. Para Paula el pueblo significaba algo más porque es donde habían nacido sus antepasados y tiene sentido, esbelta y de cejas finas Paula lleva la marca alemana. En medio de un diciembre frío, llegaron justo para pasar la navidad. Lo que no esperaban era que a los 20 días se desatara la pandemia.
“Allá fue otra vida, no la pasamos como acá”, recuerda. Durante un año, Paula y su novio trabajaron en un tambo alemán rodeado de praderas verdes, donde los siervos eran tal peste que había postes altos de madera para cazarlos. Usaban barbijo pero vivían de manera más o menos regular, sin partidos de fútbol ni actividades laborales suspendidas. Se levantaban a las tres hasta las siete de la mañana, con el cielo oscuro y la nieve cayendo. Paula plantaba pinos, instalaba alambrados, alimentaba a las vacas y trabajaba el suelo. La última de las actividades era su preferida.
Cuando llegaba la frühling, la primavera alemana, Paula se subía a máquinas gigantes para hacer fardos de Raygrass. “Me dieron la posibilidad de preguntarme si me animaba y yo dije que sí, tenía ganas de hacer cosas distintas y de demostrar que una mujer puede”, desliza. Para el ojo inexperto, las máquinas que manejaba Paula parecen algo así como transformers, tractores con trompas de formas diferentes. En su Instagram se la veía de bombacha y alpargatas, las manos sobre el volante y “Por ser del campo”, de Abel Ivroud sonando de fondo. Fue en esa época donde empezaron a crecer sus redes, y eso que tampoco fue buscado. “Subo básicamente lo que hago en mi día a día y por ahí a la gente le gusta eso, ver que una mujer se desenvuelve en el campo. También el hecho de viajar afuera”, dice Paula, que nunca buscó ser una influencer y tampoco se siente tan identificada con el término.
Next destination: Dinamarca, la granja internacional
Cumplido un año, Paula y su pareja volvieron a Argentina de sorpresa en medio de una pandemia que tenía a los argentinos sumidos en miedo y alcohol en gel. Lo que más quería hacer era abrazar a sus papás, pero sabía que sería por poco tiempo porque al mes, partían rumbo a su próximo destino: Dinamarca, otra vez a trabajar en un tambo.
“Yo decía que era una granja internacional”, ríe. Se acuerda de una chica africana, otro noruego, muchos ucranianos, polacos, indios y pakistaníes. Todos convivían alrededor del “carrusel” la sala de ordeñe para las vacas. Otra vez le tocaba manejar tractores enormes con estructuras de arrastre que trabajaban el suelo de los campos aledaños. Se la veía vestida de un mameluco oscuro, cubierta de barro o de grasa, pero siempre sonriendo. Incluso subida a los que parecen el equivalente de criollos daneses, unos caballos petisos de colores claros que le daban a Paula para corregir mañas. “Diferente a lo nuestro pero hermoso también”, dice una de sus publicaciones en Instagram.
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Además en Dinamarca tuvo la posibilidad de jugar al fútbol semiprofesional en Sydvest. Paula nunca se va a olvidar de todo lo que aprendió con ellas, los estadios repletos y su camiseta de 9 azul y blanca. “Aunque comí mucho banco”, se lamenta aún agradecida. Ninguna de sus compañeras tenía trabajos que implicaran el desgaste físico del suyo, cuando muchas veces ni siquiera tenía fuerza para patear una pelota.
Dubai, tierra del polo y diferencia
Al año, Paula empezó a extrañar los asados en familia, los mates, las cosas del campo que escapan a las palabras. Su novio decidió seguir viajando pero ella, volvió. A los cuatro días ya andaba otra vez subida a una cosechadora, aunque quizás esta vez no a una John Dree. Aunque estuvo un año y medio trabajando y aprendiendo a domar caballos en un centro de polo, el nuevo viaje no tardó en llegar. A través de grupos de Facebook, que por sus travesías anteriores ya estaba acostumbrada a consultar. “Encontré una oportunidad en Dubai, armé mis valijas y partí sola”, recuerda. Era manager de dos patrones, como les llama a los jugadores de polo, gestionaba sus caballos y al grupo de “petiseros” que trabajaba con ella.
Del otro lado del mundo, las condiciones eran bastante diferentes. No tenía francos, trabajaba de lunes a lunes en lugar donde cada caballo en su box, tenía aire acondicionado y había pistas para entrenar a los caballos y máquinas de “vareo” para hacerlos trabajar todos los días. Era una mujer entre 500 varones. En medio de un desierto hipertecnológico, con shoppings que tienen pistas de ski artificiales, pavos reales sueltos en la calle y lluvia prefabricada, Paula se encontró otra vez siendo la única mujer en una cultura en la que las mujeres no tenían -para nada- los mismos derechos a los que estaba acostumbrada en Europa o incluso en Argentina.
“Respetaba su cultura pero no la compartía”, reflexiona. Aunque tenía hombres a su cargo, Paula dice que se sentía más bien como una compañera y que su equipo de trabajo se lo agradecía. Se acuerda de cómo la llamaban, “patrona”: “Demostrando que uno sabe hacer su trabajo y que no importa el género, uno también impone ese respeto”. Pocos días después de navidad, Paula volvió a la Argentina a punto de desatarse un temporal. La lluvia que fabrican los emiratíes tiene sus consecuencias cuando desborda un territorio que no está preparado para ella. A Paula le tocó ver más de una vez corrientes de agua entre las calles que arrastraban autos y los hacían chocar entre sí, los boxes inundados y los equipos de trabajo corriendo para resguardar los caballos. De no ser por un par de días, Paula hubiera quedado varada –como tantos otros– en un aeropuerto gigante. Pero no.
En Argentina continúa amando su tierra
Cuando llegó a Argentina, Paula se encontró con Venancio (nombre de campo si lo hay), quien se convertiría en su pareja. Entre San Antonio de Areco -donde vive él- y Ferré -donde vive ella- construyeron una relación que también comparte en sus redes. Sigue trabajando el campo con su familia y ahora apuesta por otro proyecto: un camión ganadero. ¿Qué se mueve sin importar si hay seca o no? Las vacas, el transporte. Con esa idea, Paula va tras este proyecto, si bien en el horizonte sueña con un centro de doma propio y un lugar donde empezar una familia con su pareja.
Lo que más le gustaría hacer con su trabajo en las redes es lo que más le cuesta: mostrar la parte difícil de la vida rural. “Si se me escapan unos caballos, o algún animal rompe un alambre, lo último que haces es filmar”, ríe. Para mostrar esas escenas tan habituales en el campo, Paula necesita siempre de alguien que la filme así que tiene que resignar.
Sus referentes en las redes o en la vida, como prefiere definir ella, son su papá y otras mujeres rurales como Carolina Mancebo, que también pisa fuerte en las redes con sus más de 25 mil seguidores en instagram (@caritomancebo.rodriguez). Trabaja con hacienda, es guitarrera y promueve que otras niñas y mujeres muestren también su trabajo rural. “Ella busca unificar, porque vamos a ser sinceras, también hay mucha envidia”, desliza. A aquello Paula lo reemplaza, “una aprende de la otra; mirando, admirando”. Ve a Carolina como una compañera que le recuerda la importancia de las mujeres en todo el campo argentino: “la mujer rural para mí es como una figura indispensable. Estaba muy tapada, por así decirlo invisibilizada, pero siempre estuvo y fue un soporte muy fundamental para el hombre. El hecho de criar a los hijos. Sin el puntal fundamental de la mujer rural los hombres no hubieran hecho tanta Historia”. A su manera, cada vez que Paula sube una historia a Instagram, también está marcando el rumbo de una época distinta; que encuentra gauchos y gauchas haciendo patria codo a codo entre ladridos de perros, sonidos de tractores y los vivos colores del atardecer.