El sector agropecuario iniciará esta semana un lockout sobre la comercialización de granos. Será una reacción preventiva con la excusa del cierre de las exportaciones de maíz hasta el primero de marzo. Quienes miren a través de los medios presenciarán escenas repetidas, con déjà vu generalizado. También se asistirá a la siempre desbalanceada agitación mediática en favor de las partes en pugna, “productores” y gobierno, las dos variantes aproximadas de los modelos antagónicos de país separados por “la grieta”, es decir por la disputa política de fondo de la política local.
Desde el oficialismo se limitaron a argumentar que la restricción sobre las ventas externas fue decidida a pedido de las cámaras de productores cárnicos y avícolas que utilizan al maíz como insumo, un análisis que convivió con el resultado amateur emergente de recorrer el espinel de la formación de precios tras el impulso inflacionario de los últimos meses.
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Pero el dato que está por detrás es que los precios de los alimentos se dispararon no por el carácter maléfico de los empresarios y sus mercados oligopólicos, un panorama similar al del resto del mundo, sino porque las principales commodities agropecuarias están en alza en los mercados globales. Existen abundantes relaciones causales que explican estas subas, la primera es la relativa debilidad del dólar, que algunos atribuyen al exceso de liquidez y no a su verdadera causa, que es la persistencia de bajas tasas de interés, debilidad que tiene siempre como contrapartida el aumento de los precios de las commodities. La segunda es el aumento de la determinante demanda china que le da especial impulso a los precios agropecuarios. A ello se suma el detalle nada menor de que los mercados de commodities son, por definición, bastante transparentes. En ellos rigen factores del tipo de los que se enseñan en los manuales básicos de economía, como la información (bastante) completa sobre el comportamiento de la oferta y la demanda futuras.
Quizá no todo el mundo sepa, por ejemplo, que existen satélites que miden la humedad de los suelos a distintas profundidades en todas las regiones del planeta, datos que sumados a otros parámetros conocidos, como área sembrada por tipos de cultivos, permite aproximar bastante las previsiones de cosecha. Actualmente hay sequía relativa en muchos campos ya sembrados con soja y maíz. Estos informes públicos, utilizados por gobiernos y consultoras, permiten explicar que la soja iniciara en Chicago una carrera alcista que la llevó de algo más de 300 dólares en septiembre a alrededor de 500 en el presente. En la última ronda alcanzó picos de más de 508 dólares. Redondeando números, en el último cuatrimestre la principal commodity de exportación del país aumento su valor en más del 60 por ciento en moneda dura. Los mercados de futuros como el CBOT no indican que existan previsiones de una continuidad en la suba, aunque los datos del sistema GRACE de la NASA muestren en lo que va de enero un empeoramiento de las condiciones de humedad de los suelos en vastas regiones productivas de América del Sur, incluida la zona núcleo de Argentina, un subproducto del fenómeno meteorólógico de “La Niña”.
En el caso del maíz el aumento del precio internacional también fue intenso, siempre en Chicago pasó de 120 dólares la tonelada en agosto a casi 180 en la última ronda. También alrededor del 60 por ciento como la soja. El trigo, en tanto, pasó de un piso de 180 dólares en agosto a algo menos de 240 en las últimas rondas. Tomando como referencia la Bolsa de Rosario las subas de los tres principales cultivos fueron menos marcadas, pero igualmente intensas. La conclusión preliminar es que más allá de la caída cierta de las cantidades físicas de la producción de 20/21 respecto a la de 19/20, en medio de la sequía relativa al campo le lloverá un fuerte ingreso extraordinario. Una estimación conservadora realizada por J.P.Morgan Markets calculó este ingreso extra en unos 4000 millones de dólares. El número surge de calcular el valor de la cosecha de los tres cultivos principales en 29.300 millones de dólares, con una “ganancia inesperada de 16% en comparación con la temporada anterior”, es decir los citados 4.000 millones.
Los mayores precios para las exportaciones locales es una muy buena noticia para la macroeconomía. Aunque las reservas internacionales del Banco Central dejaron de caer y comenzaron a recuperarse muy levemente desde comienzos de diciembre, siguen en torno a los 40 mil millones de dólares, 5 mil menos que hace un año. Contar con más reservas es un reaseguro indispensable para mantener el nivel del tipo de cambio y por extensión la estabilidad macroeconómica. Al mismo tiempo es también un requisito para la recuperación de la actividad económica. Restringir exportaciones en una economía como la local es siempre una mala decisión de política económica, como finalmente enseña la experiencia histórica.
Sin embargo, como también enseña la historia, la buena noticia del aumento de los precios internacionales de las commodities agropecuarias es también una mala noticia: significa el aumento de los precios internos de los alimentos, una intensificación que registra hace meses el IPC del INDEC. El mecanismo más eficiente para escindir precios internacionales de precios internos, y de paso redistribuir lo que JP Morgan llama “ganancias inesperadas” de los exportadores agrarios, son las retenciones. La sobrerreacción de la mayoría de las entidades gremiales agropecuarias a la mala medida del cierre transitorio de las exportaciones de maíz es en realidad una excusa en preparación para una pelea mayor, la disputa con el Estado por las ganancias extraordinarias que se derivan de los mayores precios.
El dilema que se puso en marcha es de difícil solución. Por un lado el gobierno no parece tener en su menú de opciones el aumento de las retenciones y no parecen jugar a su favor las relaciones de fuerza para enfrentarse con el agro. Por otro y en contrapartida, si no aumenta retenciones seguirán subiendo los precios de los alimentos, lo que reducirá todavía más el ingreso disponible de los asalariados, ya doblemente diezmado por el macrismo y la pandemia. Para completar no es posible salir del estancamiento económico sin recomponer la demanda agregada, lo que presupone que los salarios deben crecer por encima de la inflación hasta donde los dólares lo permitan. Estos factores, si la pandemia y el FMI lo habilitan, serán las claves del debate y las disputas económicas de 2021.