Clases abiertas de futuro

18 de octubre, 2024 | 20.15

¿Cómo se sale de este berenjenal en el que estamos? ¿Y qué es un berenjenal? Seguramente son muchas las personas que escucharon esta frase, tal vez la han dicho alguna vez. Sirve para graficar estos tiempos políticos, desde que Javier Milei es presidente, entre el día y la noche más que horas parece haber obstáculos. Y las plantas de berenjenas son ásperas, pinchudas, se enredan y no dejan lugar para apoyar un pie. Atravesar un berenjenal es tan difícil como peligroso. En este caso, la palabra quedó cerca de la cosa.

No siempre sucede, de tanto andar de boca en boca las palabras suelen separarse de las cosas, adquirir significados distintos o directamente distorsionados ¿quién recuerda qué es o cuánto mide una camisa de once varas? Hay ejemplos menos inocentes: Estefanía Albasetti, legisladora en Quilmes por La Libertad Avanza (LLA) justificando y promoviendo la persecución a “los zurdos de mierda” -después de haber entregado gas pimienta a quienes lo arrojaron durante una asamblea en la UNQ- “porque la izquierda es muerte, porque el nazismo es de izquierda, aunque nos hayan querido contar la historia al revés”.

La masiva marcha universitaria en el país.

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La idea no es nueva, en 2018, mientras gobernaba Jair Bolsonaro, en Brasil se hizo viral este argumento de que los nazis eran “socialistas” -aunque en los campos de concentración de Hitler se masacró también a comunistas-, merced a las artes en comunicación de Fernando Cerimedo, dueño del sitio La Derecha Diario; quien ahora presta servicios a Javier Milei. Es necesario recordar que no es una bravuconada de una diputada suelta, porque ahí donde las palabras no se encuentran con las cosas, las producen a fuerza de repetición y esto lo sabe el autoproclamado “consultar de las derechas latinoamericanas”.

Si la semana pasada la estrella de los tuits lanzados a repetición por las granjas de trolls de la ultraderecha era “zurdos violentos, después no lloren lesa humanidad”, esta semana, en relación a las tomas de universidades que responden al veto presidencial a su financiamiento, esa zanja parece profundizarse. Claro que a falta de imágenes de violencia, como en el caso del youtuber Fran Fijap, se abunda en una narrativa desopilante: no son estudiantes, son guerrilleros en potencia que van a terminar matando gente. ¿Habrá querido decir el ministro Guillermo Francos que también van a terminar muertos o desaparecidos?

No son estudiantes, ni están defendiendo a la universidad pública, son zurdos kirchneristas que quieren voltear al gobierno haciendo bombas molotov, según la infalible Patricia Bullrich que otra vez amenazó “no somos tontos, lo vamos a impedir cueste lo que cueste”. Y es cierto que le va a costar imponer ese argumento porque también circulan las imágenes de las asambleas de estudiantes, las clases públicas, su entusiasmo y convencimiento en una causa que implica su futuro y el de quienes vendrán. Y la sociedad lo sabe y también manifiesta su apoyo a esa pujante rebeldía, que no se resigna.

Por supuesto también el máximo mandatario hizo sus tretas discursivas, pasó de decir que los pobres le financiaban la universidad a los ricos porque los pobres no llegan a la universidad -y entonces ¿qué? ¿dejar a la pobreza para siempre en la pobreza?- a afirmar que todos los argentinos somos 50 por ciento más ricos desde que él es presidente y que está fuera de discusión el arancelamiento o cierre de la universidad. El problema, según el presidente, serían los chorros que no quieren auditorias “y que le roban la plata a los alumnos”, como afirmó después de su discurso en el coloquio de Idea. Un berenjenal.

La línea zurdos violentos-proyecto de guerrilleros es peligrosa, por la insistencia, por la denostación de un sujeto dinámico como les estudiantes que tienen todo su futuro puesto ahí en juego, que a la universidad van por puro deseo – de movilidad social, sí, pero también de aprender, de saber, de entender, de buscar más materia para los sueños-. Y el deseo es retobado, el deseo es potencia, el deseo también es desobediencia. Ese motor poderoso tiene la capacidad de poner en jaque las tretas discursivas, las amenazas, también la exasperación de este gobierno que cree que puede vetar y mentir ¿hasta cuándo?

La ministra Patricia Bullrich, sumó un condimento: comparó esta rebeldía estudiantil con el estallido social en Chile en 2019, que empezó con estudiantes saltando los molinetes en protesta al aumento del pasaje y que más tarde, sumó el cuestionamiento de las deudas estudiantiles, del sistema de salud y generó un movimiento social insurrecto, que finalmente se aplacó con la pandemia de la que volvió, pareciera, domesticado cuando después de votar constituyentes que representaban a ese movimiento, el pueblo chileno terminó rechazando la reforma constitucional para dejar en pie la Constitución del dictador Augusto Pinochet.

Como bien ella dice, no es tonta, fue a buscar imágenes más cercanas que Guillermo Francos, el ministro de Interior que se remontó hasta 1966, más o menos, para encontrar tomas universitarias masivas como las de ahora. Fue al estallido de Chile y a la represión que apuntó y disparó contra los ojos de les manifestantes, algo que Bullrich ya hizo. ¿Tal vez como amenaza de derrota de la revuelta? Pero, ¿y si sale bien? ¿Y si les estudiantes logran revertir la ruina a la que nos condena Milei?

La crítica cultural chilena, Nelly Richard, cuando recibió el mes pasado el Honoris Causa en la Universidad Nacional de Córdoba (UNC), hace muy poquito, se refirió al estallido que en este octubre está cumpliendo cinco años. A ese proceso destituyente que se instaló en el presente puro del acontecimiento, en la potencia total del estado de revuelta, pero no habló de derrotas sino de derrotero –o sea de aprendizaje– de los movimientos insurgentes: “La revuelta de octubre 2019 seguirá siendo parte inolvidable de nuestros archivos vitales, por haber graficado ciertas fisuras emancipatorias: unas fisuras a través de las cuales adquirió cuerpo y performatividad el deseo comunitario de imaginar un devenir-otro del presente conforme y resignado”. Dijo y se preguntó también en el mismo texto si el sinfín de la revuelta puede oponerse al aceleracionismo desbocado de la ultraderecha y el capitalismo salvaje. Como propuesta dejó la idea de entretejer el clímax de la revuelta con otra cadencia, otras ondulaciones que puedan tomarse pausas y tiempos para generar también otra forma de oposición que no sea la de copiar lo que a la ultraderecha le sirve como método.

Kicillof, presente con los estudiantes y siendo parte de las marchas.

Como dijo el gobernador de la provincia de Buenos Aires, Axel Kicillof en su discurso del día de la lealtad peronista, “al futuro no lo vamos a escribir sólo los dirigentes, lo tiene que escribir el pueblo en la calle”. Y los y las estudiantes lo están escribiendo ahora mismo, igual que algún renglón se escribió el fin de semana pasado cuando una vez más el movimiento feminista popular y federal volvió a reunirse en un Encuentro Plurinacional de Mujeres y Disidencias Sexuales -como desde hace 39 años-, como lo hacen jubilados y jubilados en su persistente demanda por la dignidad de sus haberes. Y esas escrituras callejeras pueden tener vaivenes en la cantidad de cuerpos que las diseñan, en la atención del resto de la sociedad o de los medios masivos de comunicación. Pero esas palabras colectivas son persistentes y no resignan. Y es con la modulación de una política formal que sepa escucharlas como pueden producirse los cambios.

La revuelta estudiantil y su alianza con docentes y no docentes universitaries, con la sociedad entera, está dando clase más allá de los claustros y los pupitres. Su obstinada rebeldía, su coro de voces desde distintos territorios, su verdad flagrante en no renunciar ni al futuro ni a los sueños comunes no puede combatirse con amenazas, discursos e hilos de tuiter. Tendrá que encontrar su anclaje con la estrategia y la política, mientras sostiene la rebeldía y también la alegría. Esa que se desata cuando recordamos, qué lindo es nuestro país, con las Islas Malvinas en nuestro mapa nacional, el de la universidad pública y gratuita, el de los goles de Messi y el festejo compartido, el del pueblo movilizado por la memoria del Nunca Más y por el futuro que resta construir. El país que sabe de sí y que no se resigna. No se resigna.