“Intervención deliberada para poner fin a la vida de un paciente sin perspectiva de cura”, es la definición según la Real Academia Española de la palabra eutanasia, esta práctica que por sexta vez busca ser aprobada en el Congreso de la Nación para así garantizar su regulación.
La diputada del Frente de Todos Mara Brawer presentó recientemente el sexto proyecto para la Ley de Eutanasia que impulsa junto a sus pares de otros bloques parlamentarios. Aunque suene extraño, en el país existe un consenso bastante grande entre los representantes políticos, tanto del oficialismo como de la oposición. Además, según Brawer, tiene una alta aceptación social: según un informe realizado por Pulsar, organismo dependiente de la UBA, sería del 72%.
Pero en la sociedad, al menos en la nuestra, engloba mucho más que la definición de la RAE. Al preguntarle a quienes quieren ejercerla, la definen algo así como dolor, miedo, prejuicio, falta de comprensión pero, sobre todo, soledad. La palabra eutanasia los remite muchísimo a la soledad.
Eutanasia en Argentina: dos historias, dos luchas por su aprobación
Adriana Stagnaro es una paciente con esclerosis lateral amiotrófica, conocida como ELA. Es doctora en ciencias antropológicas, abogada, escribana y forma parte actualmente de un proyecto de investigación sobre su enfermedad. En el 2018 comenzó a sentir una rigidez constante en las plantas de los pies mientras nadaba, y tardó mucho en que los médicos reconocieran su enfermedad. A partir de ahí, comenzó un camino de luces y sombras.
“Si viví plácidamente, no quiero morir mal, la ELA te va limando día a día”, afirmó Adriana a El Destape. Su cuerpo, explica, ahora es una prisión, es una carga pesada que no tiene ganas de soportar. Ella, a sus 70 años, deja de manifiesto que tuvo una vida bella y se ríe cuando, ante lo imponente de su casa, de su historia, su fuerza y su currículum, se le pregunta si fue, como se ve, extremadamente exitosa... “Sí, lo fui”, respondió.
Adriana tomó contacto con gente de una página de Facebook que se llama ‘Derecho a Morir Dignamente’, un grupo pro eutanasia. "Ellos me abrieron los ojos en cuanto a la temática legislativa porque tenían cargados todos los proyectos”, recordó de su acercamiento a los proyectos para regular una decisión crucial en su vida que, paradójicamente, es su muerte. “Para mí fue una fiesta. Yo no podía hablar de eutanasia ni con los médicos ni con mi familia, ni con mis amigos porque todos escapaban”, admitió.
Ella aún habla, lo hace de una forma pausada, lenta, pero con una selección de palabras que dan cuenta de su altísimo nivel académico, oraciones construidas por los interminables miles de libros que hay en sus paredes, en su mesa, en su escritorio. Está en silla de ruedas, pero puede mover sus manos con cierta naturalidad. Quizás, esto hizo más fácil entender a ella que la palabra eutanasia tiene tantos sentidos como perspectivas, pero ninguno que sea consecuente a negarla u ocultarla.
Pero para Adriana no era desconocida. En el año 1990 su padre, médico y con Alzheimer, había pedido a tres amigos colegas que cumplieran con su deseo. Así fue, y ella junto a su madre vivieron el proceso de forma tranquila y en su casa. “Él pudo morir tranquilo en el momento que quería. Así que yo nunca tuve ninguna culpa. Me pareció un hecho de amor, de afecto, de cuidado, respeto a su voluntad. Uno siempre piensa que si hay vida hay oportunidad, pero eso es falso”, expresó a este medio.
Esto mismo entendió Alfonso Oliva, cuando a los 30 años le diagnosticaron ELA. Su hermana, Milagros, sostiene hoy en día el estandarte de Alfonso y afirma que su hermano fue muy valiente, que aún en el peor momento decidió discutir del tema en los medios y, sobre todo, ponerle un rostro al dolor.
"Cuando Alfonso dice tras su diagnóstico 'bueno chicos, quiero contarles algo’, anunció: 'Yo voy a hacer el pedido de la eutanasia, quiero que me acompañen en esto'. Yo no la pensé mucho, le dije 'bueno sí, lo que vos querés', y él nos aclaró 'no es que quiero ahora, pero yo tampoco quiero vivir 15 años con un respirador”, contó Milagros a El Destape.
Entre sus recuerdos, rememora que él le pidió: "Mili, ayudame a hacer esto por favor”. Inmediatamente, se contactaron con medios para poder hablar y concientizar sobre el tema. “Después cuando te sentás a hablar del tema con gente decís 'qué grande que es mi hermano, qué extraordinario, está pasando por un momento horrible y encima quiere dejar algo acá”, reflexionó Milagros.
“Cuando mi hermano fallece le dije 'al fin, no tenés más la muerte encima', mientras lo abrazaba. Yo lo veía en los ojos, pero no era mi hermano desde hacía tiempo. Tenés que tocar fondo como para darte cuenta que nosotros no tenemos una ley, a las personas las están obligando a vivir. Hay médicos que tienen corazón y se ponen en la piel del enfermo”, remarcó.
Sobre el tramo final, su hermano estaba enojado y decía: “‘¿Porque a mí me van a obligar a cómo morir y cuándo morir? Si yo me quiero morir antes’".
Alfonso se fue el 3 de marzo de 2019, cuando recién había cumplido 37 años. Murió enojado, embroncado, con un mensaje claro y sin aceptar el respirador artificial. Adriana, por su parte, puso en venta su casa para pagar un viaje Suiza (país que permite practicar la eutanasia a extranjeros) y finalizar con su vida. “Ya comencé con los papeles, creo que mi salud se deteriora más rápido de lo que puede salir la ley”, dijo a este medio, resignada.
Eutanasia: qué dice el último proyecto presentado en 2023
La diputada del Frente de Todos Mara Brawer afirmó en diálogo con El Destape que la eutanasia es un derecho que tiene que ver con la autonomía de las personas, con la libertad, con los derechos individuales y que, obviamente, su proyecto tiene una serie de requisitos. En primer lugar, la persona tiene que ser plenamente capaz al momento de solicitar la práctica y estar atravesando una situación grave e incurable.
“Una enfermedad, una lesión, padecimiento crónico, grave, progresivo, imposibilitante, que esté sufriendo intensos dolores o padecimientos psíquicos, una condición de gran dependencia y disminución de la integridad y que a juicio de las personas resulten indignos o intolerables, y que las personas se encuentren en un estado de sufrimiento y que no hay posibilidad de que este finalice”, detalló a este medio.
La diferencia con la muerte asistida
La “Ley de Muerte Digna”, sancionada en 2012, según Brawer, lo que autoriza es la muerte asistida. Sin embargo, esta ley no contempla la finalización de la vida cuándo y cómo el paciente lo elija. La diferencia entre la eutanasia y el suicidio asistido es que la eutanasia, la práctica, la realiza un médico, en tanto que el suicidio asistido es la misma persona la que se auto administra la sustancias que le va a provocar la muerte. “La única persona que tiene la capacidad de tomar esa decisión es la persona que va a recibir la práctica, de ninguna manera puede decidir otra persona por ella”, advirtió.
En esa línea, señaló que, si una persona está con asistencia artificial, ya hay una ley que autoriza el cese de los mecanismos de reanimación para mantener a la persona viva, entonces el derecho a desconectar una persona que está intubada ya existe y lo pueden pedir los familiares. También, indica, que en el caso de que la persona no pueda manifestarse a causa de un hecho repentino que dañe su salud, lo que tiene que hacer es una decisión anticipada por si te pasa algo, por ejemplo, un accidente de tránsito.
Las posturas negativas
En cuanto a las negativas, la diputada explica que están las cuestiones religiosas y que “en ese sentido son categóricas y dogmáticas, que sólo Dios dispone la vida a las personas, entonces ahí hay un tema biológico, una concepción que pone un límite a esto claramente”.
Por su lado, Adriana Stagnaro al respecto opina: “Culturalmente la eutanasia es negativa, por eso hay gente que prefiere decir ‘fin de la vida’, o algo así, pero a mí me gusta la palabra porque es morir plácidamente. Me parece que es un concepto humanístico, y en ese sentido nuestra sociedad atrasa un siglo, hay un concepto de tradición religiosa. Pero yo soy atea, gracias a Dios”.