El 60% de los cardiólogos está dispuesto a emigrar; 3 de cada 10 pensaron en dejar la medicina; más de 8 de cada 10 reconocen que debido a limitaciones económicas está disminuyendo su capacidad de formarse y actualizarse; cerca de un 60% percibe que la sobrecarga de trabajo puede afectar la calidad de su atención médica; el 50% de nuestros residentes de cardiología desertan de la residencia (la mitad, por razones económicas); el 75% ve que los pacientes no se hacen los controles correspondientes; el 82% están insatisfechos con la remuneración.
Estos resultados de una encuesta realizada entre especialistas se mencionaron ayer en una rueda de prensa para ilustrar “una crisis nunca vista, ni siquiera en 2001”, según subrayó Víctor Mauro, presidente de la Sociedad Argentina de Cardiología en vísperas del 50° Congreso Argentino de Cardiología, que comienza mañana en La Rural.
La reunión científica, con más de 14.000 inscriptos, es considerada la más importante de habla hispana. La conferencia inaugural la dará el español residente en los Estados Unidos, Valentín Fuster, una de las celebridades de la cardiología mundial. Versará sobre prevención del envejecimiento vascular que, identificado precozmente, podrá prevenirse, lo que se traducirá en más años de vida, pero especialmente en menor morbilidad.
“La situación llegó a un límite. Estamos transitando el peor escenario de que tengamos recuerdo. Aún en la crisis de 2001 contábamos con personal médico numeroso, especialistas capacitados e instituciones viables. Todo eso se fue deteriorando y hoy no lo tenemos”, subrayaron las autoridades del congreso, además de Mauro, Pablo Stutzbach, presidente electo de la Sociedad Argentina de Cardiología (SAC) y del comité organizador, y Sergio Baratta, presidente del comité científico.
Entre otras causas del deterioro, los médicos advirtieron que “en lugar de poner el foco en el paciente y en el recurso humano, en la actualidad toda la atención está puesta en quién administra los recursos”.
El tema será materia de debate en una de las sesiones del congreso, en la que participarán el actual ministro de Salud de la Nación, Mario Lugones, y representantes de PAMI, de la Unión Argentina de Salud (que nuclea a la mayoría de las organizaciones de medicina privada), la Cámara Industrial de Laboratorios Farmacéuticos (Cilfa), entre otros protagonistas del sistema de salud.
“Lo más importante del sistema sanitario es el paciente –subrayó Stutzbach–. ¿Y cómo le va? ¿En qué proporción muere? La medicina no es pública o privada, es buena o mala. ¿Medimos la calidad? ¿Estamos invirtiendo lo necesario? ¿Qué medicina podemos hacer con esta inversión? La respuesta que anticipamos es que no se administra bien ese dinero y hay lugares donde hacemos una medicina del siglo XVIII. Tenemos que discutirlo con madurez, haciendo preguntas y a partir de números. Es necesario conocer cuál es la mortalidad de una cirugía cardiovascular en un centro y en otro. Es importante porque estamos viendo que algunos lugares la triplican o cuadriplican, y que hay centros que hacen cirugías de alta complejidad sin tener la calificación adecuada. Aspiramos a hacer un diagnóstico para ver cómo seguir”, dijeron los profesionales.
“En el Congreso participan cardiólogos de todo el país y de la región –explicó Baratta–. La mayoría trabajan en el consultorio atendiendo casos de baja o mediana complejidad. Este congreso está orientado sobre todo a la prevención y el tratamiento de lo que llamamos ‘factores de riesgo’, un área en la que hubo muchos desarrollos. Hoy tenemos más herramientas para tratar la obesidad, la diabetes y la hipertensión arterial. También ha habido muchos avances en el desarrollo de la insuficiencia cardíaca. En materia de mujer y cardiología, nos centramos en la ‘cardio-obstetricia’, que tiene que ver con el abordaje de los problemas cardiovasculares que se presentan durante el embarazo. En ese momento ocurren muchas cosas que después terminan siendo muy importantes. Si la gestante tuvo preeclampsia, diabetes gestacional, pueden aparecer problemas 20 años más tarde”.
También se pasará revista a las innovaciones que están revolucionando el diagnóstico y el tratamiento. “La medicina digital, la inteligencia artificial y la genética [ofrecen recursos que] cada vez se imponen más –destacó Baratta–. Vamos hacia el diagnóstico de precisión, un escenario de mucha utilidad. Por ejemplo, en el caso de un corazón dilatado (lo que nosotros llamamos ‘miocardiopatía dilatada’), hacíamos los diagnósticos por la clínica y por la apariencia, por la morfología de ese corazón. Ahora, resulta que las mismas morfologías pueden pertenecer a entidades totalmente distintas y que tienen diferente riesgo de progresión. El diagnóstico genético [sumado] al diagnóstico clínico positivo determinan, para algunas de ellas, una conducta preventiva específica. Por ejemplo, colocando un cardiodesfibrilador para prevenir la muerte súbita. La genética nos ayuda a hacer el diagnóstico y a veces separar al enfermo del sano; como en el caso de la hipertrofia del deportista. Además, uno puede ir a buscar a miembros de la familia [con la misma mutación] en los que aún no se expresó y adoptar una conducta preventiva más agresiva. Hoy se habla de un ‘riesgo mendeliano’, que se calcula cruzando todos estos datos para identificar grupos más vulnerables. Es fantástico”.
Pero allí surge otro de los problemas con los que se chocan los cardiólogos, y que se les presenta también a otros especialistas de la salud: los costos de las nuevas tecnologías. Aunque muchos de estos recursos están disponibles y ya fueron incorporados a los protocolos de atención europeos, canadienses y estadounidenses, en el país no los cubre la seguridad social.
“Con el aumento de la expectativa de vida, la insuficiencia cardíaca es uno de los problemas que más se incrementó en los últimos años y que más costos tiene para el sistema de salud –explicó Stutzbach–. Ahora tenemos una cosa fantástica de la que antes carecíamos, que es la resonancia cardíaca, las imágenes cardiovasculares. Antes había que hacer una biopsia, hoy la biopsia se hace por resonancia. Esto prolonga la vida, pero sale más caro. En la actualidad se detectan y tratan muchas enfermedades que antes no se diagnosticaban y no tenían tratamiento, pero eso tiene un costo económico que desborda el sistema”.
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La inversión insuficiente para hacer frente a las nuevas drogas, dispositivos, prótesis, instrumental de cirugía mínimamente invasiva son un tema álgido, pero no es el único. Otro son las desigualdades de acceso que se presentan entre las grandes ciudades y las poblaciones más alejadas, donde a veces los pacientes deben viajar 200 km para recibir atención especializada.
Sin embargo, tal vez lo más preocupante sea la [falta de] formación de recursos humanos. “Por la crisis económica y de apoyo social cae el interés por las residencias médicas –dijo Mauro–. Antes, quedar afuera de la residencia era jugar en otra división, no en primera; hoy eso no sucede. Se van los mejores y esa sangría afecta el sistema y pone en peligro a la cardiología. Uno siempre desde las instituciones intenta trabajar para mantener un espíritu que estimula el aprendizaje, pero si esto se prolonga va a ser cada vez más difícil de sostener y determinará que en un futuro tal vez haya especialidades donde no habrá médicos o en insuficiente cantidad. Está pasando en terapia intensiva, en pediatría, neonatología, clínica médica. La formación médica se deteriora, [con el agravante de que] cada vez tendrá mayores exigencias. Si mañana se aumenta el presupuesto, podremos comprar las drogas, las camas de hospital, las válvulas, pero no podremos comprar el recurso humano. Por eso invitamos también a la Universidad de Buenos Aires a discutir cómo debe cambiar la formación de los médicos”.
En la Argentina mueren anualmente 320.000 personas, 1/3 de ellas por enfermedad cardiovascular. “Es La principal causa de muerte, tanto en hombres como en mujeres –concluyó Mauro–. En el futuro apuntamos a la prevención primordial: ir a buscar el factor de riesgo antes de que se presente la enfermedad. Las sociedades científicas, las autoridades involucradas, ya sean nacionales, provinciales o comunitarias tienen que generar grupos de trabajo para detectar a las personas que tengan alto riesgo cardiovascular. Personas que, por su estilo de vida, por nivel educativo, por ingresos bajos, por condiciones precarias de subsistencia, antecedentes familiares, deben ser tratadas mucho antes”.
“El Estado no puede hacerse el distraído, tiene que asegurar a sus ciudadanos educación, salud y seguridad. Hay que tener mucho cuidado porque se juega la vida de la gente. Los años perdidos por discapacidad o muerte no se modifican en la Argentina desde hace 15 años. Estamos igual que en 2008. El control de los factores de riesgo, la hipertensión se pusieron en manos de los médicos, que no pueden llegar a los 48 millones de personas. Hay que generar grupos de paramédicos, enfermeros, asistentes sociales… y que el médico quede disponible para aquellos, menos del 20%, que no responden a los tratamientos convencionales. Juntos, tenemos que sentar prioridades con objetivos claros. No hay otra manera. Y por supuesto, tiene que haber autoridades políticas que tracen programas de largo plazo. Las fórmulas ya se conocen”, sentenció.