Compartimos parte de nuestro microbioma con familiares, amigos y vecinos

Este ecosistema de microorganismos juega un rol protagónico en la salud y la enfermedad.

26 de enero, 2023 | 10.53

En su libro Contengo multitudes (I contain multitudes, Harper Collins, 2016), Ed Yong sostiene que el legendario director cinematográfico norteamericano Orson Welles estaba equivocado cuando decía que ‘Nacimos solos, vivimos solos, morimos solos”.

“Incluso cuando estamos solos, nunca estamos solos. (…) Cada uno de nosotros es un zoológico, una colonia encerrada en un único cuerpo. Un colectivo multiespecies. Un mundo entero”, afirma Yong.

Y tiene razón: nuestro organismo es “un hotel cinco estrellas” en el que se alojan miríadas de microorganismos vitales para nuestra supervivencia, un ecosistema que se conoce como «el microbioma humano». Son billones de bacterias, virus y hongos que nos permiten digerir nuestro almuerzo, producen vitaminas esenciales y nutrientes que no podríamos fabricar por nuestra cuenta, nos protegen de invasores patógenos… En suma: nos mantienen saludables.

En los últimos años existe un interés creciente en el microbioma humano que se traduce en un alud de estudios y publicaciones científicas. Estos sugieren que los habitantes infinitesimales que tapizan nuestra piel, mucosas y órganos pueden modular la acción de fármacos, estarían asociados con patologías como la diabetes y la obesidad, y hasta con cuadros psiquiátricos, como la depresión, el autismo y la esquizofrenia.

Ahora, un trabajo que acaba de publicarse en Nature (doi: https://doi.org/10.1038/d41586-023-00118-w) muestra que las personas que viven bajo el mismo techo tienden a tener los mismos microbios colonizando sus cuerpos, y cuanto más larga es la cohabitación, más similares se vuelven sus microbiomas.

El trabajo, de investigadores de la Universidad de Trento, Italia, analizó el ADN de casi 10.000 muestras de heces y saliva de personas de todo el mundo, desde aldeas rurales de la Argentina hasta una ciudad en China, o poblaciones en Europa y América del Norte. Ellos confirmaron que entre hijos y padres se da una superposición de microbiomas, pero también encontraron similitudes con hermanos, compañeros de departamento y hasta vecinos. Tal vez lo más sorprendente es que postulan que enfermedades como el cáncer y otras, serían parcialmente transmisibles.

“No es una idea alocada –afirma Gabriel Vinderola, microbiólogo santafesino que estudia el microbioma desde hace tres décadas–. Hay muchos ejemplos que sugieren que las bacterias podrían estar involucradas en enfermedades catalogadas como crónicas. Eso está bien demostrado en animales. Si a un roedor libre de gérmenes le implanto en el intestino una biopsia de cáncer de colon, le provoco la enfermedad. Pero… ¿cómo, si no es infecciosa? Resulta que este tumor tiene una bacteria asociada, Fusobacterium nucleatum, muy proinflamatoria. Entonces, aparentemente, al transferir la muestra del tumor, también traslado la bacteria, que puede promover la patología, aunque esté catalogada como ‘no transmisible’. Otro experimento mostró que la obesidad sería parcialmente infecciosa. Se tomaron muestras de la microbiota de un par de mellizas, una obesa y la otra de peso normal. Las transfirieron a animales libres de gérmenes que luego recibieron la misma alimentación y el que recibió la de la melliza con obesidad la desarrolló. Un tercer ejemplo tiene que ver con la alergia a la proteína de la leche de vaca. Cuando la materia fecal de bebés que tienen alergia a la proteína de vaca se transfiere a ratones libres de gérmenes, estos se vuelven alérgicos. Y ratones que reciben la microbiota de chicos con trastornos del espectro autista desarrollan la sintomatología conductual del autismo: se conectan menos entre ellos, juegan menos, exploran menos, se ponen más apáticos”.

Las bacterias pudieron verse por primera vez en el Siglo XVII gracias a un comerciante de la ciudad de Delft (Países Bajos), Antony van Leeuwenhoek

Según Vinderola, recibimos los 46 cromosomas de nuestros padres, pero también miles de millones de genes de sus bacterias  que nos transfieren al nacer. “Por ejemplo, los hijos de personas obesas tienen mayor riesgo de serlo porque reciben una microbiota diferente –explica–. En la leche materna de las mamás con obesidad hay menos de unas bacteria ‘buenas’ llamadas  bifidobacterias, que ayudan a controlar la inflamación del intestino. No solo hay que pensar en los genes humanos que heredamos, sino también en los genes bacterianos”.

Estamos tapizados por fuera y revestidos por dentro por esta multitud de seres que inciden en el funcionamiento de nuestro organismo. “Cada órgano tienen su microbioma –destaca el investigador–. Hay uno ocular que no se sabe qué hace. Nuestras mucosas están completamente colonizadas, la piel también (por eso se está revisando cómo se producen los productos cosméticos, el pH de los jabones), el tracto vaginal, el árbol respiratorio.... Incluso se habla de un microbioma de la sangre, que podría ser el medio de transporte de bacterias que viajan de un órgano a otro. Antes, se creía que nuestro medio interno era estéril, pero no estamos tan aislados. Cuando una madre está amamantando, las bacterias pasan por la vía linfática de su intestino a la glándula mamaria. Tenemos bacterias en toda nuestra anatomía: detrás de las orejas, de la nariz, en las rodillas…”

Un equipo de científicos argentinos encabezados por la hepatóloga Silvia Sookoian, investigadora del Conicet en el Instituto Alfredo Lanari, de la Facultad de Medicina de la UBA, publicó en el British Medical Journal (doi:10.1136/ gutjnl-2019-318811) el perfil de la microbiota asociada con el hígado graso. “No solamente hay bacterias o derivados de las bacterias en el intestino, que es su hábitat natural, sino que también hay tejidos específicos que pueden tenerlos, porque no necesariamente es la bacteria entera la que causa enfermedad –subraya Sookoian–. Lo reportamos en el marco de la enfermedad que estudiamos y en obesidad mórbida. Vimos que el hígado graso, que es muy prevalente en la población general (lo padece un 30% de la población adulta e incluso adolescentes), tenía ADN bacteriano en el tejido hepático. Y determinadas características del mismo se asociaba con etapas más graves o menos graves de la enfermedad, con mayor o menor inflamación del hígado”.

En otro estudio, los científicos luego analizaron si ese perfil de ADN bacteriano se asociaba con una predisposición genética del hospedador (https://doi.org/10.1016/j. ebiom.2022.103858). “Hicimos todo ese trayecto trabajando con muestras de pacientes para entender los procesos biológicos de la interacción entre el intestino y los órganos, y su asociación con ciertas enfermedades”.

Sookoian aclara que, más que “transmisibilidad” de cuadros crónicos, las asociaciones con una determinada microbiota aluden a una “inclinación a tener” determinada patología. “No significa que una bacteria puede contagiar la obesidad o la diabetes –destaca–. Sino que, si alguien transmite un conjunto de bacterias por la saliva, y estas desencadenan inflamación o despiertan oncogenes en el organismo, estarían transmitiéndose las condiciones para que se desarrolle ese cuadro”. Pero advierte que todavía se necesitan más estudios para probar esa hipótesis con solidez.

El interés de médicos y científicos en este tema va in crescendo entre otras cosas, porque el microbioma es fácilmente manipulable con intervenciones que mostraron capacidad de modificar las colonias intestinales, ya sea con prebióticos [ingredientes o moléculas complejas que no se digieren en el intestino delgado, llegan al colon, y ahí las fermentan las bacterias buenas; son como una alimentación específica para las bacterias], con probióticos [microorganismos vivos que tienen un efecto benéfico] o con un abordaje más experimental, que es el trasplante de materia fecal.

Investigadores del Hospital de Clínicas de la Universidad de Buenos Aires liderados por Carlos Waldbaum, jefe del Servicio de Endoscopía de la División Gastroenterología, hicieron más de 400 de estas intervenciones para restablecer la composición normal de pacientes con infección por Clostridium difficile, un patógeno resistente a los antibióticos que causa diarrea crónica.

Una de las muchas conclusiones que pueden obtenerse de todo esto es que el abuso de antibióticos no sólo es dañino porque genera bacterias resistentes, sino también porque mata las beneficiosas.

El contacto de los chicos con mascotas o con la naturaleza es beneficioso para su microbioma intestinal

Por supuesto, los antibióticos fueron una gran ayuda para resolver infecciones agudas, pero en biología todo se paga –dice Vinderola–. Por un lado, nos ayudan a librarnos de las bacterias patógenas, pero nos están dejando enfermedades crónicas. Porque no son selectivos y hay muchas bacterias (buenas y malas) que comparten estructura; entonces se ‘llevan puestas’ las malas, pero también las buenas. Hay un trabajo interesantísimo de 2021 que analizó a 14.000 chicos de los cuales 4000 nunca habían tomado antibióticos hasta los dos años (el período en el que se forma el microbioma) y los otros 10.000 habían consumido de una a cinco veces. Se los acompañó durante 14 años y se vio que los que habían recibido estos fármacos tenían mucha mayor tasa de diabetes, sobrepeso, obesidad, alergias alimentarias, trastornos del espectro autista, hiperactividad, alergias alimentarias, celiaquía… Estudios realizados en Finlandia también mostraron que los chicos que jugaban en jardines con tierra, plantas, insectos media hora por día durante ocho semanas aumentaban su inmunidad. Incluso psicólogos y psiquiatras empiezan a hablar de la microbiota, porque el intestino y el cerebro están conectados. Lo que comemos condiciona nuestras emociones, forma de reaccionar, de pensar. Y, por otro lado, la emoción y el estrés impactan en la microbiota”.

Los alimentos con fibra contribuyen a mantener saludable nuestro microbioma

Los microbios que residen dentro nuestro nos ayudan a digerir el alimento liberando nutrientes de otra forma inaccesibles, producen vitaminas y minerales que faltan en nuestra dieta, descomponen toxinas y sustancias nocivas, nos protegen de la enfermedad, educan a nuestro sistema inmune, afectan el desarrollo del sistema nervioso y más. Sin embargo, todavía no se sabe bien cuál es la microbiota ideal. Se considera que debe ser diversa y tener la capacidad de volver a su estado anterior cuando algo la perturba. También se espera que sea rica en ciertas especies de bacterias que fabrican metabolitos benéficos para la salud. “Los metabolitos de las bacterias son biológicamente activos y capaces de desencadenar la transmisión génica, rutas inflamatorias o estimular oncogenes”, observa Sookoian.

La mejor forma de mantener ese ecosistema en equilibrio es comer legumbres, frutas y verduras, que aportan fibra. “Como mínimo, entre 25 y 40 gramos de fibra por día –aconseja Vinderola–, una cantidad que se alcanzaría con cinco porciones de estos alimentos”. Y concluye: “Nunca es tarde para mejorar la microbiota”.