Si usted no es un especulador avezado y con el grueso de su patrimonio dolarizado y puesto a buen resguardo, una corrida cambiaria es probablemente la experiencia económica más tenebrosa que pueda enfrentar.
El peor de los mundos se presenta si sus ingresos provienen de un salario, ya que sólo podrá limitarse a mirar con resignación cómo su poder adquisitivo se evapora al ritmo de la suba del dólar. Por experiencia histórica sabrá que más temprano que tarde el valor de todos sus consumos se disparará y sus ingresos se mantendrán estancados. Si no tiene excedentes intuirá que la pasará mal y si los tiene sabrá que se reducirán.
Si usted es comerciante o empresario sabrá que los precios de referencia desaparecerán por algún tiempo, al menos hasta la próxima calma relativa. La memoria histórica le permitirá no cometer errores millonarios en la fijación de los nuevos precios y deberá moverse entre una tasa de ganancia que no le haga perder ventas y los inasibles costos de reposición. Al mismo tiempo uno de sus costos, el salarial, será el último en ajustar. Es probable que la experiencia también le indique que vendrá una recesión, aunque es difícil que la relacione con los menores costos salariales que ahora disfruta. El momento devaluatorio siempre es más rápido que los inevitables ajustes posteriores.
Este contenido se hizo gracias al apoyo de la comunidad de El Destape. Sumate. Sigamos haciendo historia.
Si usted en cambio es el ministro de Economía de un gobierno popular es probable que la corrida le haya hecho temer por la continuidad de su gestión. En algún momento seguro sintió que el piso desaparecía bajo sus pies. Durante el tembladeral debió poner sobre la mesa templanza y saberes. Si logró frenar la disparada seguramente se sentirá fortalecido, en su cargo y en sus convicciones.
La última corrida cambiaria alcanzó su punto máximo en octubre pasado, cuando el paralelo superó los 190 pesos para la venta. Desde entonces la brecha con el oficial se achicó progresivamente. En lo que va del año la mejora de los precios de las commodities agropecuarias se tradujeron en un mayor ingreso de divisas, lo que permitió quitarle presión a la cotización del dólar. En lo poco que va de 2021 el BCRA bajó además el ritmo de la devaluación del tipo de cambio oficial y las tasas de interés fueron positivas. Como se informó en el último reporte sobre el balance cambiario, el círculo de la felicidad se completó en enero con un aumento de 127 millones de dólares en las reservas en un contexto de fuerte superávit de la cuenta corriente cambiaria (417 millones). No es para saltar en una pata, pero consolida un cambio de tendencia. En pocas palabras, la economía atraviesa un momento de “pax cambiaria”, que valga la redundancia es el momento contrario al de la corrida.
La paz tiene la virtud de permitir volver a concentrarse en el qué hacer. Y el qué hacer pasa hoy por salir de la recesión. La caída del PIB de 10 puntos de 2020 fue producto de la pandemia, pero siempre conviene detenerse en los canales de transmisión: luego del inevitable parate de la oferta por el aislamiento social y su lenta salida, el aumento del desempleo y los salarios creciendo por debajo de la inflación afectaron la demanda. A su vez la inflación fue principalmente consecuencia de la devaluación. La inflación es siempre macroeconómica. Lo que cambia según las distintas visiones económicas es cuales son los indicadores y agregados involucrados. La inflación 2020, y especialmente su aceleración a partir de septiembre, fue el resultado del mal manejo monetario y cambiario cuya expresión máxima fue la corrida. El balance del gobierno fue que este mal manejo se debió a las disputas al interior de la coalición, o entre el BCRA y Economía, disputas que se habrían solucionado con el empoderamiento de Martín Guzmán.
La corrida cambiaria se frenó por decisiones del Ministerio de Economía. Básicamente se intervino en los mercados cambiarios paralelos y se comenzó a salir de las tasas de referencia negativas. A ello se sumó el dato nada menor del viento de cola externo, que aumentó el ingreso y liquidación de divisas. Sin embargo, en Economía parecen creer que la calma fue producto de la reducción del déficit fiscal, un hecho posterior. Salvo pausas provincianas para hablar de revistas estadounidenses, los pocos comunicados oficiales de la cartera suelen remitirse a cuestiones como “la disminución de la asistencia del BCRA al Tesoro” o “la reducción del déficit fiscal”. En esta línea esta semana se comunicó con alegría que en enero se había alcanzado el menor déficit financiero del Sector Público Nacional desde 2016. Como volvió a mostrarlo la historia económica reciente, ajustar el gasto en recesión no es la mejor de las ideas. El superávit primario de enero (transformado en un rojo de 3000 millones luego del pago de deuda) tiene como contrapartida el déficit privado y la consecuente reducción de la demanda.
El actual consenso global de la ciencia económica es que para salir de las recesiones debe hacerse lo contrario: aumentar el Gasto, no reducirlo, es decir aumentar el superávit del sector privado. Es verdad que en países como Argentina, estos postulados contables derivados de la teoría de la moneda moderna no funcionan igual que en las economías centrales y deben relativizarse por la restricción externa. Aquí también importan los mecanismos de transmisión. Para Economía todo aumento del Gasto termina en demanda de dólares, es decir el mecanismo de transmisión sería financiero. Sin embargo la correa de transmisión no viene del lado del “flujo nominal”, sino del real: el aumento del Gasto genera aumento de la demanda y crecimiento. Luego es el crecimiento del PIB el que se traduce en que las importaciones crezcan más rápido que las exportaciones presionando sobre la demanda de dólares. Dicho de otra manera, el problema no se deriva de gastar, sino de crecer. Luego, para neutralizar la transmisión meramente financiera existen las tasas de interés y los incentivos. Pero cualquiera sea el caso, financiero o real, la transmisión existe y debe cuidarse. De lo que se trata es de no olvidar que el objetivo es el crecimiento del PIB y no los equilibrios contables.
Para crecer en 2021 la apuesta oficial parece ser simplemente mantener la pax cambiaria y que el sector privado haga lo suyo. La inflación se contendrá con “ancla cambiaria” y acuerdos de precios y, si todo sale bien, quizá se consiga soltar un poco los salarios durante la segunda mitad del año, luego de haber asegurado el crecimiento de las reservas que asegure la continuidad de la estabilidad cambiaria. La contención del Gasto, que siempre es una mala idea, en la actual coyuntura puede resultar funcional a una disminución de la velocidad de crecimiento dada la disponibilidad real de divisas, una cuestión de sintonía fina, pero clave. Sobre el acuerdo con el FMI, que no tiene nada de urgente en tanto no significa conseguir más divisas, sólo cabe esperar como objetivo de máxima la disminución al mínimo del daño que siempre significó cualquier acuerdo con el organismo. Es decir, el único éxito real posible es la reducción de las condicionalidades.-