La derecha actúa como si la Argentina no tuviera historia. Repite las mismas promesas, apela a los mismos estereotipos, recubre de elegantes modismos el mismo libreto que se impuso en 1930: el orden, el saneamiento del estado, la vigencia de la ley…El aparato comunicativo conservador ha ganado en complejidad y astucia, pero su lenguaje y su sentido no han cambiado: “liberar las fuerzas productivas, construir un país moderno, aliviar la “presión asfixiante del Estado sobre la producción”. Y lo más interesante es que los gobiernos surgidos de la invasión de los sectores más poderosos de la economía sobre el estado han terminado siempre de modo catastrófico para los argentinos y argentinas. Así ocurrió con el golpe antiperonista de 1955, la sucesión de golpes y contragolpes posteriores a 1962, con el régimen fugaz fundado bajo la presidencia de Onganía y con la dictadura genocida de 1976. Sin embargo, vivimos una novedad dentro de esta nefasta “tradición argentina”: hoy las promesas de la derecha ganan elecciones; así fue en 2015 con Macri, que terminara en un estruendoso fracaso y así es hoy con Milei. Las mismas apuestas terminan con el mismo fracaso: el país es hoy más pobre y débil que antes del triunfo electoral de los libertarios, hay más pobres, más desigualdad, más desocupados, más ganancias desaforadas de los pequeños y poderosos núcleos especulativos, peores condiciones de vida para los sectores mayoritarios de la población. Asistimos a una patética disputa entre el macrismo y el actual elenco gobernante, estrictamente concentrada en la distribución de los recursos del gobierno, sin que nadie pueda explicarse cuál es la diferencia política entre ambos bandos.
Ante semejante giro de la situación, es lógico que la mirada se concentre en la oposición y, particularmente en la que expresa de modo más enérgico su rechazo al actual estado de cosas: el peronismo. El primer problema que surge en este terreno es que existe un sector no pequeño de esa oposición que prefiere guarecerse en las débiles condiciones que permite la estatalidad democrática argentina: los recursos provinciales, las alianzas parlamentarias, la existencia de sectores mediáticos dispuestos a no formar parte estricta del régimen. Esas posibilidades tienen una fuente de alimentación importante y casi única: la preparación para una lucha electoral -parcial en 2025 y crucial en 2017-. Como al pasar hay que destacar que la derecha conoce a fondo esta situación y trata de “bajarle el precio” a las elecciones de medio término. Esa obsesión del establishment sería suficiente para que las fuerzas democráticas acentuaran su importancia y las comprendieran como un campo de oportunidad -el único que aparece a la vista- para frenar el avance de la derecha en materia de debilitamiento del estado y liberalización de la economía a favor de los grandes grupos de poder económico local e internacional.
Claro que no está escrito que lo que aparece como una oportunidad democrática y popular funcione como tal. Eso dependerá de muchos factores, pero principalmente de uno: la capacidad para construir un acuerdo democrático-popular amplio con vistas a los próximos comicios, capaz de enfrentar a la variante rapaz y extremista del neoliberalismo que hoy gobierna la Argentina. Y claramente esta posibilidad está asociada a la construcción de un espacio amplio de oposición, capaz de hacer viable un viraje que empiece en 2025 y se termine de concretar en 2027.
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No hace falta demasiada argumentación para mostrar que esta cuestión central tiene un territorio principal de disputa: el peronismo. Y en ese sentido, el PJ podría tener un lugar central en el armado de un proyecto para esta secuencia electoral definitiva para el futuro de la Argentina. Al mismo tiempo salta a la vista que el peronismo no llega a esta instancia en las mejores condiciones: la gestión de Unión por la Patria viene de sufrir una derrota electoral que no esperaba. Pero el problema principal no es el resultado de 2023: la larga lista de contradicciones internas, promesas incumplidas, y sobre todo la indeterminación del rumbo futuro conforman una compleja agenda de interrogantes cuyo abordaje y solución no es ni será nada sencilla. En la política práctica esto supone la exigencia de definiciones políticas muy sensibles: hay que responder a preguntas difíciles: ¿cuándo se perdió el rumbo?, ¿cuáles fueron los déficits políticos y organizativos que lo permitieron? ¿qué debe hacerse para recuperar un rumbo que acerque una nueva victoria? Y en la política esos interrogantes no son abstractos ni admiten miradas “neutrales”: se resuelven en nombres, en candidaturas, en coaliciones internas.
A la complejidad “natural” que tiene la cuestión se ha agregado un ingrediente dramático: la puja por el lugar central entre Cristina Kirchner y Axel Kiciloff. Una puja muy poco explicada por sus protagonistas, pero que fácilmente puede interpretarse como el statu quo de la conducción representado por la ex presidenta y la renovación de la conducción a la que aspira el actual gobernador reelecto en dos oportunidades de la principal provincia del país.
La existencia de un innegable forcejeo interno no sería el problema político principal de este pasaje de la vida del peronismo. El problema sería -y lo será hasta que la política lo resuelva- cuál es la razón política de la disputa. ¿Cuál es la diferencia, cuál la contradicción entre un gobierno del uno o de la otra? Vale el antecedente: Cafiero y Menem disputaron con una votación masiva la candidatura presidencial del peronismo en 1987. Los dos eran “renovadores”, Menem era la herencia caudillista y populista del peronismo, Cafiero era el peronista “aggiornado” al tiempo de la democracia liberal argentina. Para el caso no importa que el riojano triunfara como populista y terminara gobernando como neoliberal. O sí importa, pero es otra cuestión. Se invitó al peronismo a elegir entre dos personalidades, entre dos “mundos” claramente identificables.
La actual configuración no ofrece suficientes razones “ideológico-políticas” para la diferencia. Y es ese uno de los riesgos de la interna peronista actual. La dificultad de una diferenciación más o menos objetiva puede crear la tentación de otra que termine espiralizando una lucha mutuamente destructiva. ¿Puede el peronismo evitar esta deriva? Por ahora nadie parece registrar este peligro. Pero el peligro existe.