Fue uno de los primeros locales en vender pinturas para carruajes y hoy continúan la mística como una ferretería: los 90 años de Montileone

Comenzó en 1936 como una casa de herrajes que, con el tiempo, se transformó en una ferretería insignia del barrio. Administrado por la cuarta generación, mantienen la mística de 90 años de historia. 

29 de diciembre, 2024 | 00.05

El local, Ferretería Montileone, está ubicado en la esquina de Avenida Corrientes y Humboldt. Comenzó en 1936 como una casa de herrajes y fue uno de los primeros negocios que vendía pinturas para carruajes. Con el boom industrial de las décadas del 60 y 70 supo vender mercadería a diferentes provincias del país. Hoy en día es atendido por su cuarta generación y mantienen la mística.

Un negocio que comenzó como “casa de herrajes”

Leandro Montileone era un italiano oriundo de Regio de Calabria que durante su adolescencia llegó a Argentina en barco junto a su hermano. Desde un comienzo, Leandro se instaló en el barrio porteño de Villa Crespo. Mientras se las rebuscaba entre changa y changa, se fue metiendo en el mundo del comercio hasta que el 24 de agosto de 1936 abrió las persianas de una casa de herrajes ubicada en Avenida Corrientes al 6000, en la esquina de la calle Humboldt.

“Él comenzó vendiendo una de las primeras pinturas para carruajes marca Sapolin, ¡todavía conservamos algunas! Esto no era nada, era un localcito chiquito que con el tiempo se fue agrandando”, explica Luis Diana, tercera generación en el negocio.

Como era habitual en aquella época, Leandro Montileone vivía y trabajaba en el mismo lugar: el negocio funcionaba en la planta baja y la vivienda se encontraba arriba. El barrio de Villa Crespo, que estaba muy ligado a la cultura del tango y al lunfardo, aún conserva de aquellos tiempos la cancha de Atlanta, la tienda de sábanas y toallas llamada Don Julio, y la Ferretería Monti como algunos de sus estandartes más antiguos.

Entre toda la clientela que entraba y salía del negocio, a mediados de la década del 60 Leandro le “echó el ojo” a una mujer llamada Teresa, que también había nacido en Italia como él. Se caían bien, se enamoraron y a los pocos meses Leandro le pidió la mano al padre de Teresa. “Así se hacían los matrimonios antes”, acota Luis. Teresa se dedicó “a la casa” y a la crianza de los dos hijos y la hija que tuvieron juntos.

“Mi abuelo agarró un boom industrial en la década del 60 y 70 en el que venían camiones con bisagras de Santa Fe y diferentes provincias del país a comprar todo lo que eran herrajes de ventanas y marcos de edificios”, describe Luis. En los 70 el crecimiento del negocio fue “monstruoso” lo que le permitió a Leandro comprarse una casa en el barrio de Belgrano y otra en la provincia de Córdoba.

Una ferretería “de verdad”

El negocio devino en una ferretería a mediados de la década del 80, con el “boom” de la inversión y la apertura comercial. “En esa época las fábricas nacionales se fueron muriendo, empezaron a entrar las importaciones y el negocio se empezó a llenar de marcas de afuera como Stanley y otros grandes importadores que te llenaban de todo tipo de mercadería”, relata Luis.

El negocio fue pasando de generación en generación. Leandro trabajó en el negocio hasta la década del 80. Luego, tomó el mando uno de sus yernos, Juan Diana, que aprendió el oficio de la mano de su suegro. Juan se hizo cargo de la ferretería hasta el año 2000 cuando su hijo Luis Diana tomó la posta.

Actualmente la ferretería es atendida por Luis, sus hijos Leandro y Luciana, de 28 y 21 años respectivamente, un cerrajero llamado Julián y un empleado llamado Martín. Por el local siempre anda dando vueltas una gatita muy simpática llamada Reina, pero todos ahí adentro la apodaron “nena”. “Ella siempre está alrededor de mi viejo”, dice Leandro.

Hoy en día ofrecen herramientas, materiales eléctricos, sanitarios, herrajes, materiales de construcción, servicio de cerrajería, y accesorios para cañería. El local funciona de lunes a sábados de 8:30 a 19:30 horas y es una de las pocas ferreterías que también abre los domingos hasta el mediodía. “No sabés cómo viene la gente los domingos”, dice Leandro asombrado.

“El cosito del coso”

Luis y Leandro admiten que en la ferretería es habitual que ingresen clientes preguntando por “el cosito del coso” para consultar por algún repuesto específico. “Al principio nos daba gracia, pero ahora ya estamos acostumbrados y estoy podrido del chiste”, admite Leandro.

“Muchas veces los clientes dicen que vienen a buscar clavos de goma o gas en bidón y uno se da cuenta que les hicieron un chiste, pero ¿qué le vas a decir al pobre tipo? Uno se ríe y le decimos: ‘Andá que te están cargando’”, agrega Luis.

El negocio atravesó diferentes crisis a lo largo de las décadas, como la “crisis del 2001”, que en realidad comenzó a fines de la década del 90, y otros momentos complicados que tuvieron impacto en el local, como el final del gobierno de Mauricio Macri, la pandemia por Covid-19 y la actualidad.

“Ahora está dificilísimo. Deberíamos ver gente entrar a lo pavo y no sucede. De todas maneras, hay un aliciente que me estaba desesperando los últimos años que es la inflación. Es imposible trabajar con inflación. No sabés lo que era cambiar precios todas las semanas. Ahora no se trabaja tanto pero no me la paso cambiando precios y eso da un poco de tranquilidad”, apunta Juan.

Juan y Leandro señalan que enero y marzo son los meses más complicados en la ferretería. Enero porque la gente suele irse de vacaciones, aunque también están los que no se van y se quedan arreglando la casa. “En febrero un poco reactiva y en marzo vuelve a frenar por el inicio de clases, pero eso pasa en todos los rubros”, describe.

La ferretería aún conserva tornillos y clavos para herraduras antiguos y hasta las antiguas cocinas de kerosén. “A veces las piden, pero ya tienen un valor impagable porque no se fabrican más. Se usaban mucho”, dice Luis.  También conservan una antigua caja registradora de más de 80 años.

Leandro, que trabaja en la ferretería desde los 18 años, asegura que trabajar en un negocio tan antiguo y conocido en el barrio tiene una “mística” especial. “Vienen muchos clientes que fueron pasando de generación en generación. Algunos incluso conocieron a mi abuelo. El local tiene mucha vida. Lo sentís, es una especie de amor y pasión por lo que hacés, porque este local es parte de uno”.

“Esta ferretería ya es conocida por mucha gente. A veces pienso en dejar, pero no te deja que la dejes. ¿Cómo te vas de acá? Tenemos clientes de todas las provincias que cada tanto llaman aún al teléfono de línea fija”, concluye Luis.