La historia ya llegó a los principales títulos en la portada de todos los diarios del mundo: varios miles de jóvenes en Estados Unidos, organizados a través de un foro online, comenzaron a comprar de forma coordinada las acciones de GameStop, una compañía prácticamente en quiebra, multiplicando su valor 40 veces y generando deudas astronómicas a fondos de inversión que estaban especulando contra esa empresa en el mercado. El episodio, aún en desarrollo, puede terminar como una anécdota o como la semilla de otra crisis global, pone por un rato a los victimarios en el lugar de víctimas --derrotados con sus propias herramientas-- y desnuda por vez número N los gravísimos problemas que anidan en el núcleo del capitalismo financiero.
La tramoya en cuestión se llama “vender en corto” y tuvo sus quince minutos de fama con la película The Big Short (Adam McKay, 2015) donde se relataba cómo un grupo de especuladores se hizo millonario apostando contra los seguros de hipoteca que acabarían por estallar en la crisis de 2008. Consiste en vender acciones que deberán ser recompradas luego de un tiempo breve, apostando a que el valor baje en ese plazo. A diferencia de la especulación tradicional en la bolsa, el inversor no gana cuando crece el valor de su cartera, sino que juega contra el mismo. Por eso, las empresas cuyas acciones quedan entrampadas en este tipo de maniobras salen perjudicadas y muchas veces terminan en la quiebra. A los fondos, buitres, no les importa.
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De allí se desprende otra diferencia sustancial con otras operaciones bursátiles. En otras operaciones, el riesgo de pérdida tiene un techo, que es el capital invertido, y las ganancias son, en teoría, infinitas, porque el valor de las acciones no tiene límite. No se puede perder más de lo que se apostó, pero se puede ganar muchas veces esa cantidad. En las compras en corto, esa lógica también se invierte. Hay un límite en la ganancias posible, que es del 100 por ciento cuando el valor de la acción baja a cero; pero no hay un techo para las pérdidas, que pueden ser infinitas, en la misma medida que aumenta el valor de las acciones contra las que se hizo la apuesta. Los fondos especulativos que quedaron atrapados están asumiendo pérdidas del 800 por ciento y más para poder salir del esquema.
Otras empresas en declive que estaban siendo utilizadas para maniobras en corto, como Nokia y la cadena de cines AMC, empezaron a revalorizarse cuando más y más gente se sumó a la corrida contra Wall Street. Ante esta situación, los grandes jugadores, que llevan décadas aprovechando el mismo tipo de atajos para obtener pingües ganancias a costa de países y empresas del tercer mundo o los propios ciudadanos de Estados Unidos salieron a pedir regulaciones que les eviten pérdidas que ya se miden en miles de millones de dólares. RobinHood, la app más popular para pequeñas operaciones bursátiles, eliminó de manera ilegal la posibilidad de adquirir acciones de GameStop, interrumpiendo la maniobra. Detrás de RobinHood hay, sorpresa, otro fondo de inversión, que ganó fortunas con este chiste.
La historia de los mercados financieros al menos desde la década de 1970 para acá es la historia de fondos especulativos que, a fuerza de lobby, lograron reducir las regulaciones. Beneficiados por el retroceso del estado controlador, fueron incrementando su tamaño, lo cual mejoró su capacidad de presión, derivando en más desregulaciones. Las ventas en corto habían sido fuertemente reguladas en Estados Unidos en 1937, después la peor crisis financiera hasta el momento. Esa regulación se levantó en el año 2007, gracias al cabildeo de Wall Street. En la Argentina esas maniobras, habilitadas desde la década del ‘90, habían sido prohibidas en 2012 por Cristina Fernández de Kirchner pero en 2018 Mauricio Macri volvió a permitirlas y hoy en día son legales.
La conclusión evidente es que es necesario replantear las regulaciones a los mercados financieros. La “volatilidad” de acciones de empresas que no tienen futuro en la economía real transparenta la ficción de los valores que se manejan al interior de una burbuja gigante: hoy la economía financiera tiene cuatro veces el tamaño de la economía productiva, a nivel global. Y donde (casi) siempre ganan los mismos. Durante la pandemia, mientras los estados dedicaron miles de millones de dólares a sostener a las empresas y los puestos de trabajo, que se caían a pedazos, el mercado de valores terminó con ganancias récord. Y esas ganancias van cada vez a menos bolsillos. 2020 terminó con más pobres cada vez más pobres y menos ricos cada vez más ricos.
Resulta difícil predecir los efectos que puede tener este episodio, que vale más por lo que expone a flor de piel que por la anécdota en sí misma. En caso de que Joe Biden haga como Barack Obama en 2008 y la respuesta sea nuevamente un salvataje al sistema financiero, el asunto podría escalar a una crisis política, o mejor dicho montarse sobre la que ya existe. Con trazo grueso, resulta tentador identificar a los redditers que montaron la corrida contra Wall Street con los manifestantes de derecha fronteriza que tomaron el Capitolio el 6 de enero. Son, en todo caso, dos reacciones diferentes al mismo fenómeno: el desencanto de millones de familias y personas, que salieron perdiendo en aquella crisis y nunca pudieron recuperarse, con una izquierda que hace demasiado tiempo se olvidó de ellos.
Nadie debería confundirse: aunque el tablero de juego sea el mercado de valores, este es un evento eminentemente político. Queda en manifiesto en el estribillo de los redditers: “I’m holding”, anunciando con orgullo la decisión de no vender las acciones que habían comprado aún cuando podrían capitalizar una ganancia del 800 por ciento o superior sólo para castigar a los fondos de inversión, a los que identifican directamente como los responsables del daño que ocasionó la crisis de 2008. No hay forma de ignorar que se trata de una forma novedosa de acción directa colectiva, de abajo hacia arriba, de individuos contra poderosos. Literalmente, chicos y chicas con sus teléfonos celulares contra los fondos archimillonarios de Wall Street. Si sucede que esos poderosos quedan a la izquierda, ese un enorme problema para la izquierda.