La guerra del odio contra Bolivia

01 de enero, 2023 | 00.05

Bolivia, con el presidente Evo Morales, no sólo supo señalar claramente cuáles son las rutas vitales para que América del Sur logre su segunda y definitiva independencia, sino que además demostró cómo alcanzarlas con éxito. Esto es lo que no le perdonan, ni las oligarquías locales ni los poderes internacionales, a Bolivia.

Hoy el país se encuentra sumido, una vez más, en la violencia y en el riesgoso sendero de desequilibrio institucional. ¿Los motivos? Parafraseando al presidente brasileño Lula da Silva, asediado también en su propio país y apresado injustamente durante 19 meses: “No es por lo que hicieron mal sino por lo que hicieron bien” que los gobiernos bolivianos del MAS son perseguidos. 

En menos de dos décadas, Bolivia con Evo Morales dio saltos cualitativos de magnitudes civilizatorias. En primer lugar, se enterró la farsa del país homogéneo de raíces europeas que habla castellano (imaginario sustentado en la marginación de millones de personas) y, con una nueva Constitución aprobada por el 61% de los ciudadanos, se creó el Estado Plurinacional de Bolivia. Los pueblos originarios, excluidos durante cinco siglos, vieron sus instituciones y modalidades incorporadas al sistema en el mismo nivel que las demás. Ocuparon cargos de gobierno y lograron que el máximo dirigente del país fuera uno de ellos, un ex militante cocalero de origen aimara, votado con cifras record (54% en 2006, 64% en 2009 y 61% en 2014).

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La era de los gobiernos militares, de las derechas parlamentarias y de los partidos políticos tradicionales se había agotado. Era el tiempo de las organizaciones sociales, las agrupaciones ciudadanas, de los pueblos originarios que, como señala acertadamente César Navarro, ex ministro integrante del gobierno de Morales, desarrollaron “su saber acumulado en siglos de lucha contra el colonialismo y el neoliberalismo”. “Desde entonces, las elites dominantes no han cejado en su intento de recuperar el gobierno nacional a cualquier precio. Como por la vía electoral sólo encontraron fracasos, desde 2006, emprendieron varias intentonas criminales”, subraya Navarro, autor de “El fraude de la OEA y el golpe de Estado en Bolivia”.

El éxito en lo económico, político, tecnológico y social del gobierno encabezado por Morales fue inmenso y reconocido por todos los organismos internacionales. Un ejemplo en lo macroeconómico: el ingreso per cápita que, cuando asumió Evo (2006), era de 1.182 dólares se triplicó y alcanzó 3.552 dólares por habitante en 2019. Durante el gobierno de facto de Janine Añez empezó a declinar, pero se está recuperando con el actual presidente Lucio Arce. Las cifras de las reservas internacionales acumuladas en el Banco Central de Bolivia son aún más impactantes. En 2002, el país tenía menos de mil millones de dólares (892.700). De 2006 a 2014, en apenas 8 años, se multiplicó por 15 hasta llegar a 15.551 millones de dólares.

¿Cómo sucedió este “milagro”? Gracias a la nacionalización de los hidrocarburos, las telecomunicaciones, la minería, la electricidad, la aeronáutica y la producción cementera que Evo implementó poco después de asumir: el 1 de mayo de 2006. El bombardeo mediático (interno e internacional) en contra de la medida fue masivo y demoledor. Las multinacionales Repsol, British Petroleum y Exxon amenazaron con irse (ninguna se fue). Algunos medios acusaban a Evo de “primitivismo”, otros auguraban el rotundo fracaso de la nacionalización y hubo incluso quienes -como el diario argentino “Ambito”- fabularon con que los ricos recursos naturales de Bolivia pudieran caer “en manos de Hugo Chávez, quien estaba al frente de un país petrolero y tenía ambiciones expansionistas”.

“Se acabó el saqueo de nuestros recursos naturales”, advirtió Evo aquel 1º de mayo al anunciar que a partir de ese momento el Estado boliviano pasaba a percibir el 82% de las ganancias y las multinacionales sólo el 18%, por la explotación de las riquezas del paìs, exactamente al revés de como se venía realizando en el siglo XX.

¿Cómo no va a haber intentos de asesinar a Evo o de borrar de la faz de la Tierra a su organización política, el MAS (Movimiento al Socialismo)? Cuando Morales asumió la presidencia de esa potencia gasífera, apenas el 3% de los bolivianos (lo más ricos) tenían gas en su casa, el resto usaba leña. En noviembre de 2019, cuando fue el golpe de Estado e intento de magnicidio en su contra, el 50% del país contaba con ese servicio público sin distinción de clase ni de ingresos.

¿Cómo los poderes tradicionales y las potencias extranjeras no van a tratar de erradicar lo que consideran un pésimo ejemplo para el resto de los países del mundo, cuando este país considerado “atrasado” demostró, en diciembre de 2013, que puede ingresar al selecto grupo de naciones con capacidad de lanzar su propio satélite de comunicaciones?

Los intentos de destruir Bolivia fueron Constantes. En 2008 hubo un ataque golpista-secesionista en Santa Cruz (donde hoy se reedita la embestida) pergeñado por Estados Unidos y abortado por la Unasur, que llamó a una reunión de emergencia en Santiago de Chile en defensa de la democracia y de Evo. La intentona culminó con la expulsión del embajador norteamericano en La Paz, Phillip Goldberg.

En 2013, se humilló e intentó amedrentar a Evo mientras volaba desde Rusia hacia Bolivia. En esa oportunidad se lo acusó sin fundamentos de llevar escondido en el avión al ex espía arrepentido de la NSA, el norteamericano Edward Snowden. Aunque la nave se estaba quedando sin combustible, por orden de la Casa Blanca, ningún país de la Unión Europea la dejó aterrizar, poniendo en peligro a todos los ocupantes.

Por eso el golpe diseñado en noviembre de 2019 fue mucho más profundo, amplio y criminal. Contó, no sólo con la complicidad de la OEA (que mintió descaradamente sobre un supuesto fraude), sino también con la ayuda de los gobiernos de Argentina, Brasil, Ecuador y Colombia quienes enviaron municiones y armas para garantizar el éxito del golpe. 

Ahora con la detención de Luis Fernando Camacho, se produce un nuevo capítulo desestabilizador. Camacho desde joven participó de los movimientos fascistas de la elite cruceña: la logia Los Caballeros del Oriente y la Unión Juvenil Cruceñista, de la que luego pasó al Comité Cívico. Como líder de esa organización, promovió, en 2019, la insurrección violenta de Santa Cruz e instó a una facción de las FFAA y la Policía a amotinarse para derrocar al gobierno de Evo Morales. Camacho fue partícipe directo de ese golpe de Estado, llamando a la violencia, a la insubordinación y al crimen a partir de la falsa narrativa del fraude. En ese golpe –como ahora- se usó el odio, el amedrentamiento y la amenaza contra los familiares de los dirigentes, para obligar a las autoridades legítimamente elegidas en democracia a renunciar y a huir.

Estas estratagemas no son espontáneas. Son parte de un plan desestabilizador (ya usado en Venezuela con las guarimbas), que tiene como objetivo terminar con las políticas antineoliberales, soberanistas, integracionistas, de desarrollo económico y distribución (no acumulación de la riqueza) en Nuestra América.

Es fundamental estar alerta porque el acoso judicial, el discurso del odio, la utilización de mentiras, el magnicidio y la violencia son herramientas políticas cada vez más usadas no sólo en Bolivia sino en Argentina también.

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Telma Luzzani

Tiene una trayectoria de más de 30 años como periodista y analista de política internacional. Trabajó en numerosos medios gráficos (Página 12, Tiempo Argentino y Clarín) y medios audiovisuales. Fue conductora de Voces del Mundo en Sputniknews y co conductora en el multipremiado programa de VISION 7 INTERNACIONAL emitido por la TV Pública. Tiene varios libros escritos. Los más conocidos son: “Todo lo que necesitás saber sobre la Guerra Fría” (2019); "Territorios vigilados. Cómo opera la red de bases militares norteamericanas en Sudamérica" (Premio Libertador al Pensamiento Crítico 2012); Venezuela y la revolución (2008), entre otros.