Unos pocos días antes del gigantesco estallido argentino de fines de 2001, la mayoría de las encuestas “revelaba” un clima de época favorable a la continuidad del plan de convertibilidad. Se trataba, claro, de una “opción” conservadora y envuelta en un clima de incertidumbre y de miedo. La “confianza” en el plan de Cavallo estaba centralmente sostenida por el miedo a un desmoronamiento total de la economía argentina.
La historia se repite; hoy bajo la forma burlesca que parece ser el único “saber” del presidente: apagar el fuego con nafta y dibujar un futuro optimista, cuyos fundamentos no se conocen. Los que se preguntan por la falta de respuestas de masas en la sociedad argentina actual, harían bien en mirar la historia: los estallidos sociales no son previsibles con la exactitud de la ciencia. Simplemente, como supimos hace pocos años por la experiencia chilena, hay un momento en que las angustias empiezan a producir política y la consecuencia es una grave crisis de régimen. Últimamente, parece que las argentinas y argentinas estuviéramos tratando de convencernos de que Milei no es un desaforado que ejecuta con rapidez y violencia un plan que se forjó muy lejos de su persona y del grupo hoy gobernante; y que, en cambio, representa el ascenso de una “nueva clase política” que nace de la nada y está llamada a conducir un cambio histórico. Eso no tiene nada de extraño: “la esperanza nunca es vana”, decía Borges.
Lo peculiar de esta nueva crisis argentina es el tono bajo, como oculto, de su expresión. Daría la impresión es que se intenta hacer silencio sobre nuestra propia historia para evitar que su recuerdo la vuelva a hacer presente. Este comportamiento, que suele ser muy criticado en los ambientes más politizados, no es otra cosa que un régimen de defensa frente a los propios miedos. Las grandes crisis políticas argentinas han sido siempre precedidas por tiempos de una calma que parece significar que el tiempo actual es muy difícil, pero la imprudencia puede hacerlo todavía más difícil (y más doloroso). Cristina ha puesto esta desventura cíclica de la Argentina bajo el nombre de “economía bimonetaria”: de la relación ordenada o caótica de la relación entre el dólar y el peso argentino depende la gobernabilidad en la Argentina.
Ahora bien, el alineamiento de los factores de poder estable en la Argentina es un insumo central de cualquier política económica: así fue ayer y así sigue siendo hoy. Igual que todas las sociedades, pero en la forma tumultuosa de la Argentina de las últimas décadas, padecemos un grado de terror a la inestabilidad económica. Las peores experiencias represivas, las involuciones más dolorosas de nuestra democracia, la violencia, la represión y la muerte que acompañó su emergencia hacen de este país un caso particularmente representativo de las desventuras que sufre con asombrosa periodicidad nuestro país.
¿Qué pasa con la política de partidos en este tipo de climas tan frecuentes entre nosotros? Empieza a establecerse un diálogo -al principio silencioso y, desde algún momento, masivo y estentóreo. Y su centro, como es natural en las democracias representativas, refiere a la “clase política”. Y en el caso argentino, nos toca experimentar la mezcla explosiva entre un clima de decepción popular y las periódicas “hazañas” de algunos dirigentes, vinculadas, casi siempre, al dinero mal habido. La anti política argentina es muy potente, particularmente en sus sectores medios. Su matriz es la radicalidad de la contradicción entre “gobernantes y gobernados” como causa central de nuestros fracasos. Fácilmente se desplaza el problema nacional a las limitaciones de su “clase política”. Cuando como ocurre frecuentemente, estallan escándalos de corrupción con políticos como protagonistas centrales, queda alimentada la maquinaria distractiva, según la cual la culpa es de la clase política. Es muy claro, a pesar de eso, que en la reconstrucción que será necesaria en nuestro tejido social y político tendrá que existir un componente de mucha atención a la tarea de frenar la expansión -cíclica y constante- de prácticas repugnantes a cualquier idea democrática de la política. Al delito se lo puede explicar, analizar y comprender: lo que no se puede (o no se debería poder) es simular ignorancia respecto de un fenómeno mundial que está entre las peores plagas que afectan a nuestras democracias.
El gobierno sigue apostando al ensañamiento contra quienes manifiestan su disconformidad en la calle. Los jubilados siguen siendo una fuerza ampliamente movilizada y habitualmente víctima de la violencia policial. ¿Por qué se ensaña el gobierno contra los jubilados? Está claro que se trata de un sector “débil” en cualquier acepción de la palabra: peso sindical, influencia política, prácticas violentas…Lo específico de los jubilados es su lugar social, que en nuestra realidad es la del abandono, la indiferencia y, en los últimos tiempos, la violencia indiscriminada.
Está muy próxima la entrada en una etapa electoral. Sus preparativos convocarán cada vez mayor atención. En pocos meses tendremos elecciones legislativas “de medio término”, lo que suele considerarse un test fundamental para el último gobierno elegido. La gran pregunta que aparece dibujada en el horizonte es sobre el peronismo. Y en esta coyuntura, el interrogante tiene en su interior un hecho de extraordinaria importancia, la asunción por Cristina Kirchner del rol de dirección del partido en la preparación de esta trascendental escena política. Cristina es hoy la jefa orgánica del PJ. Dentro de poco menos de un año, el peronismo tiene que rendir el test propio de una fuerza que representó la ilusión en una etapa superadora y su fracaso que conllevó una importante frustración política. La ex presidenta cargó sobre sus hombros la compleja y trascendente tarea de conducir la marcha desde la derrota hacia una nueva victoria. El modo en que actúe el PJ será un factor clave para su futuro -muy importante para la suerte del campo popular, en general-: la unidad programática, electoral y de acción en general, del PJ es una de las variables importantes en la política nacional que viene. Por supuesto que cualquier mirada sobre el asunto no debería tener ningún sello de hegemonía interna sino una vocación de constituir una herramienta orgánica victoriosa. Y eso, en el marco de una enorme amplitud, de una generosa convocatoria a un gran debate sobre el futuro de nuestro país.