En su discurso de apertura de sesiones legislativas el presidente Alberto Fernández señaló a comienzos de semana que el endeudamiento con el FMI había entrañado la malversación de caudales públicos, lo que ameritaba el inicio de una querella criminal, afirmaciones que despertaron épica militante. Sin embargo, a riesgo de expresar una visión impopular, la política económica, por horrenda que sea como es el caso, no es materia judiciable.
La judicialización de la política económica, uno de cuyos peores ejemplos es la causa dólar futuro, también reseñada esta semana en el histórico alegato de la vicepresidenta ante una de las cámaras símbolo del lawfare, es un camino que debería desandarse antes que profundizarse. Más aun si se considera la actual configuración del oligárquico poder judicial, del que hoy puede esperarse cualquier cosa salvo imparcialidad y justicia.
Si alguien se quedó con un vuelto o pasó por encima de los procedimientos, cosas que suelen ocurrir, es otra cuestión, pero la ruinosa decisión política de endeudarse aceleradamente en divisas, primero con privados y luego con el FMI, no constituye tipos penales, por desagradable que resulte.
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También se repite que la aprobación del acuerdo con el Fondo era una facultad del Poder Legislativo, sin embargo, el Legislativo ya había delegado la función de tomar deuda en el Ejecutivo. Y por si esto no alcanzase, cuando el bloque kirchnerista llamó a sesión extraordinaria para tratar el acuerdo no consiguió siquiera el quorum de la oposición de entonces. Massistas, lavagnistas y pejotistas faltaron olímpicamente a la cita. Y súmese un dato más: se trató del mismo Poder Legislativo que aprobó el hasta entonces “ilegal” pago a los fondos buitres que habilitó el inicio del proceso de endeudamiento desaforado. Fue por los votos de dos tercios de la cámara de Diputados y tres cuartos del Senado. El balance mirando hacia adelante es que no existen los límites legales para los procesos de endeudamiento espurio. El único reaseguro es oponer una voluntad política mayoritaria.
Una nota al pie merece la observación de que el FMI “incumplió con su estatuto”, porque los casi 45 mil millones desembolsados para asegurar la fallida continuidad del régimen neoliberal se destinaron mayormente a la “fuga de capitales”, algo que supuestamente no debería haber sucedido en caso de respetarse la letra muerta del artículo IV de su estatuto. Si el caso no fuese dramático esta observación leguleya daría gracia, pues deja de lado que el rol histórico del FMI siempre, en todo tiempo y lugar, fue cubrir la salida de los capitales especulativos durante las crisis externas y cargarle el rojo a los Estados, los que luego, gracias a esta deuda, quedan virtualmente sujetados a los dictados de su política económica.
De todas maneras la referencia presidencial al desastre del endeudamiento macrista y a la posibilidad de acciones judiciales contra sus responsables más notorios tuvo derivaciones interesantes para el repaso de la política económica. Motivó por ejemplo que muchos de los involucrados en la toma de decisiones, aunque actores secundarios o meramente operativos, como el caso del ex presidente del Banco Central 2018-2019, Guido Sandleris, pusieran sus barbas en remojo y ensayaran explicaciones. Fiel a su formación teórica, el actual profesor de la Universidad Torcuato Di Tella, la principal proveedora de cuadros “técnicos” para el estropicio cambiemita, sostuvo en las redes sociales que “la deuda no sale de un repollo. Cuando un gobierno aumenta su deuda es porque tiene déficit fiscal (sus gastos exceden sus ingresos) y necesita que le presten para financiarlo. Así de simple, no hay misterio”. Si bien puede sorprender la didáctica infantil de esta afirmación contable se trata ni más ni menos que de la lógica que estructuró el discurso dominante del período 2016-2019 que, de yapa, también dejó su herencia en la visión de muchos integrantes de la actual administración.
La pregunta de a qué se destinaron los casi 45 mil millones de dólares del FMI no es un arcano y se responde rápido. Poco menos de dos tercios de los fondos fueron al pago de vencimientos de deuda. No debe olvidarse que el macrismo dedicó sus primeros dos años de gestión a endeudarse con privados a razón de 40 mil millones de dólares por año. En 2016 y 2017, con déficits de cuenta corriente gigantescos, Argentina fue el tomador número uno de deuda privada del planeta, difícil conseguir un récord más lúgubre. Del tercio restante, un tercio fueron ventas de dólares del Tesoro para financiar gastos corrientes y unos dos tercios ventas del BCRA en el mercado de cambios para sostener la cotización del dólar. Dicho de otra manera este tercio de los recursos alimentó lo que vulgarmente se llama “fuga de capitales”, como antes del regreso al Fondo también sucedió lo mismo con los recursos de la nueva deuda con privados, por lo que el pago de los vencimientos de esa deuda también fue pagar la “fuga” anterior. Desde una perspectiva más general los ingresos por la cuenta capital siempre atienden los rojos de los distintos rubros de la cuenta corriente, una afirmación que más allá de ser una tautología contable, permite poner el foco en los mecanismos.
Desde el punto de vista estrictamente teórico los “técnicos” del macrismo aseguraban, en línea con la economía convencional, que el dinero era “fungible”, es decir que siempre se pueden cambiar pesos por dólares a un determinado nivel de tipo de cambio, por lo que resultaba indiferente que el Estado se endeude en una u otra moneda. La creencia concomitante, como reseño Sandleris, agrega que el origen de la deuda es para financiar el déficit fiscal.
Si se cree que la única manera de financiar el déficit es con deuda y además se cree que es lo mismo endeudarse en pesos que en dólares, entonces ocurre que se toma deuda en dólares para pagar gastos corrientes en pesos. En el camino se afirma que de esta manera se evita que el Tesoro le pida dinero al Banco Central (lo cual para el Estado equivale a que usted lector se endeude en dólares en vez de usar la billetera que tiene en uno de sus bolsillos, es decir que voluntariamente renuncie a la acción más lógica), con lo que no se necesitará “emitir”, mecanismo que siguiendo las creencias se considera inflacionario. Dicho de otra manera, endeudarse en dólares para financiar gastos en moneda local supone recurrir a una “ficción instrumental” en tanto los pesos que se consiguen a través de los dólares podrían haberse obtenido de otras múltiples formas, sea vía financiamiento del Banco Central o colocando instrumentos en moneda local.
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El detalle que estas creencias dejan de lado es que para el Estado los pesos son infinitos y los dólares son escasos, mucho más en una economía con déficit estructural de divisas. Un Estado no puede caer en default en su propia moneda, salvo decisión política (“lujo” del que tampoco se privó el macrismo) ya que alcanza con que emita pesos o demande recursos en su mercado doméstico, sobre el cual tiene múltiples potestades. Los dólares, en cambio solo pueden obtenerse de las exportaciones o de más endeudamiento. Cuando las exportaciones no alcanzan y los mercados externos se cierran lo que ocurre es una crisis cambiaria, lo que sí es efectivamente inflacionario.
Finalmente la legitimación de este proceso de endeudamiento que pesará por generaciones fue la más brillante de las posverdades del relato cambiemita: “el gradualismo”. La idea fue brillante porque construía un significante a varias puntas. Primero justificaba un ajuste duro en materia cambiaria, salarial y de tarifas según el cual “para equilibrar las cuentas fiscales era necesario un ajuste mayor, pero como Mauricio es bueno y compasivo (“socialista, según escribía por entonces el parvulario “libertario”) hacía el ajuste más lentamente”. La segunda punta era que justificaba el endeudamiento: “como el ajuste es más lento se sigue incurriendo en déficit y el déficit debe financiarse con deuda. Y como los intereses más bajos se consiguen en moneda extranjera, entonces nos endeudamos en dólares”. En pocas palabras, en medio de un proceso de ajuste y endeudamiento externo desaforado el macrismo explicaba que ajustaba despacio y que tomaba deuda en divisas precisamente para que el ajuste sea menos doloroso.
La conclusión preliminar es que nadie que conozca el funcionamiento real de la economía, es decir nadie que conozca la teoría, recurriría a endeudarse en moneda extranjera salvo para pagos en divisas. Pero la realidad cambia cuando el manejo de la política económica queda en manos de los representantes locales de los intereses del poder financiero, una entrega que en 2015 realizó la población con su voto mayoritario, último límite y permiso para la política económica.