¿Sueñan los androides con salarios pequeños?

El ex vicepresidente, en coautoría, analiza el impacto de la incorporación tecnología al mundo del trabajo y plantea que el probleman no son los robots sino como se distribuye su utilidad para que no reproduzcan los esquemas de concentración.

17 de mayo, 2020 | 00.05

Es toda una experiencia vivir con miedo ¿no es cierto? Eso es lo que significa ser esclavo.

Roy Batty antes de comenzar su monólogo final en Blade Runner

La incorporación masiva de tecnologías digitales y robótica al proceso productivo, comercial y financiero es un hecho tan incuestionable como irrefrenable. Tal vez el resultado mas significativo que provoca es el aumento sostenido y creciente de la productividad en los últimos 40 años a escala global y en actividades tan aparentemente diferentes como la siembra en el campo y la fabricación de automóviles, así como la actividad bancaria y las formas en que se comercializan los productos de consumo masivo.

Este contenido se hizo gracias al apoyo de la comunidad de El Destape. Sumate. Sigamos haciendo historia.

SUSCRIBITE A EL DESTAPE

Este aumento masivo de la productividad esta generando, por supuesto, modificaciones en distintos aspectos de la vida. Ahora bien, que significa la fría expresión “técnica” aumento de la productividad: que se obtiene mas “producto” a partir de una determinada cantidad de “factores”. Definición que nos obliga a una nueva cadena pregunta-reflexión: ¿cuáles son los factores? Clásicamente la teoría propone Tierra, Capital y Trabajo. Ahora bien ¿tiene sentido poner el trabajo al mismo nivel que la tierra y el capital? ¿”Existe” capital o es simplemente trabajo acumulado? ¿Cuándo una persona vende su fuerza de trabajo no esta sucediendo un hecho social e individual mas complejo y con consecuencias mas diversas que la incorporación de un “factor” a un proceso productivo? Y no pretendemos proponer el análisis sociológico o psicológico de este aserto. Simplemente concentrémonos su impacto macroeconómico (¿cómo afecta el nivel de demanda de la sociedad como un todo? ¿alcanzará para comprar el volumen de producción y por consiguiente sostener los puestos de trabajo que lo generaron? ¿aumentará o disminuirá la capacidad de negociación de los restantes trabajadores ocupados o desocupados?); o bien su impacto distributivo (¿la productividad tiene impacto en el nivel de empleo y la dispersión de las retribuciones? ¿qué impacto tendrá en los distintos precios de la economía?). No hay ni una visión ni un criterio “científico” único para responder estas preguntas. Ni siquiera acuerdo sobre cuales son las preguntas relevantes. Entonces el abordaje, la semántica y la visión sobre la relación tecnología-instituciones que utilicemos puede llevarnos a conclusiones muy distintas (tal vez opuestas) sobre los resultados a largo plazo de la tendencia descripta, y sobre todo a la vieja y nunca ociosa pregunta: ¿Qué hacer?

Para comenzar podríamos interpretar que la mayor productividad libera tiempo a las personas para desarrollar sus vidas, atender sus necesidades y cumplir sus deseos. Entonces el avance tecnológico es algo fantástico y deseable. Con menos trabajo puedo obtener mejores condiciones materiales y por lo tanto asignar mas tiempo a la “vida” (¿alguien recuerda que puede ser algo distinto a transportarse hasta el trabajo para dejar en él muchas horas y finalmente retornar en otro viaje extenuante a la casa para rendirse exhausto ante algún dispositivo electrónico y un plato de comida no casera antes de caer rendido?).

Pero puede pensarse, y lamentablemente parece imponerse en el sentido común imperante, que la tecnología “ahorra trabajo”. Lo cual se presenta como bueno ya que “el trabajo es un costo”, expresión derivada de considerar al trabajo como un “factor de producción”. En este análisis el avance tecnológico sigue siendo algo fabuloso para algunos (aquellos que ahorran costos despidiendo trabajadores), pero una catástrofe para quienes forman parte de los “costos ahorrados” y quizás para la sociedad en su conjunto.

Como queda claro no existe una realidad, sino una visión de clase para analizar el problema. Así como no existe un sentido común, sino un sentido de la clase dominante que permea sobre el conjunto de la sociedad. En los 70s algunos movimientos revolucionarios suponían que la tecnología tendría consecuencias inevitablemente dañinas para los trabajadores y por lo tanto proponía combatir e incluso sabotear su incorporación al proceso productivo. En aquellos años llegó a Tucumán la cosechadora integral para la caña de azúcar que terminó dejando una secuela de desempleo de cerca de medio millón de trabajadores que hacían la cosecha manual. Y no sólo tucumanos. Muchos venían cada año a la zafra desde las provincias vecinas y aún desde países vecinos. Lo cierto es que uno de los movimientos “combativos” de entonces distribuyó profusamente un volante proponiendo y “enseñando” a combatir la cosechadora atando un hierro de construcción de unos 2 metros a una vara de caña, con el objetivo de destruir las cuchillas de la cosechadora. Esa ingenua estrategia fracasó rotundamente, como era de esperarse y esos centenares de miles de hombres y mujeres desplazados engrosaron la población migrante del conurbano bonaerense.

A partir de los 90 el movimiento aceleracionista propone la visión y acción opuesta: exacerbar la incorporación tecnológica y la globalización permitirá derribar al neoliberalismo a partir de sus propias contradicciones, como ya sucediera con la sociedad feudal hace 500 años.

Nuestra visión es que el problema no es, ni pueden ser, los avances tecnológicos. El problema es el entramado institucional que determina como se apropian distintos segmentos de la comunidad de los efectos de los avances tecnológicos. Es decir, se trata de una cuestión de distribución del ingreso, pero a diferencia del enfoque frecuente (el de la redistribución) ponemos énfasis en la distribución originaria del proceso productivo y no en su posterior redistribución. Estamos convencidos que en el proceso redistributivo, indispensable e imperioso bajo el actual modo de producción, se generan demasiados “goteos” de abajo hacia arriba y por lo tanto se pierde eficiencia distributiva a ritmo creciente. Un proceso político emancipador necesita proponer mecanismos que originen mayor igualdad dentro del propio proceso productivo, mas que medidas redistributivas.

Por supuesto que la institucionalidad efectiva en un momento histórico dado tampoco es una cuestión meramente “técnica” o exclusivamente “jurídica”, muy por el contrario, es el resultado de tensiones, disputas y antagonías internas de la sociedad. En este sentido una vez consolidado un estado de situación (transitorio por su propia constitución) cualquier institucionalidad tiende a ser conservadora, congelando y aún profundizando las tendencias distributivas existentes ante modificaciones tecnológicas.

En definitiva, la incorporación tecnológica es un proceso imparable. Lo que es incierto es su resultado. Este no depende exclusivamente de cuestiones técnicas sino en la capacidad política para modificar (o no) la estructura institucional que determina la apropiación relativa de los avances.

La “realidad”

La teoría económica estándar indica que los salarios están determinados por la productividad del trabajo. Estamos en condiciones de discutir la validez empírica y la consistencia teórica de dicha proposición, mucho mas entonces sus conclusiones y consejos para diseñar instituciones y políticas públicas. A partir de los 80 vienen verificándose algunos hechos concretos a nivel global. Obviamente, se reproducen con mayor intensidad a escala local:

Por un lado, los salarios se desacoplan a escala creciente de la productividad. (ver gráfico 1). Según allí se ve, el crecimiento de la productividad es uniforme en todo el período considerado (75 años). Lo que se “quiebra” alrededor de 1980 es el crecimiento del salario que acompañó a la curva de crecimiento de la productividad durante toda la vigencia del “estado de bienestar” y que empieza a achatarse (para usar en término en boga). Esto demuestra que no se trataba de un problema inherente al proceso de la producción sino de la quiebra de las políticas populares de protección social. Aparecen así los conceptos de “flexibilización” de la legislación laboral (pérdida de derechos), ataque a los sindicatos (y persecución a los sindicalistas), prácticas empresariales admitidas por las nuevas legislaciones tendientes a la tercerización (en empresas irregulares), tercerización internacional consistente en localización de actividades en refugios de bajos salarios, menores derechos y menores impuestos (también admitidas y hasta alentadas por legislaciones), permisividad respecto al uso de guaridas financieras.

Como consecuencia del nuevo escenario crece el desempleo tanto en el sector formal (desempleo y subempleo) como en términos del desplazamiento hacia el trabajo informal para reforzar por esta vía la baja de los ingresos de los trabajadores.

Fomento de prácticas de precarización y empleo encubierto conocido como emprendedorismo. Una modalidad en la cual la/el trabajadxr se autoexplota, paga los costos de funcionamiento y hasta se prescinde del capataceo. El sueño del neoliberalismo: un mundo sin recibo de sueldo, sin aportes a la seguridad social, sin vínculo que consista en reconocer derechos. Las corporaciones sin responsabilidad alguna en el orden social, extrayendo todo el valor externalizando todos los costos a cada individuo.

La creciente financiarización, que limitan la lucha por el fifty-fifty ya que los ingresos por retribución de rentas crecen cada vez mas respecto de las retribuciones del trabajo. Los salarios a la baja han sido “complementados” con el endeudamiento masivo de las familias (en especial de las clases medias), con lo que se espiraliza la pérdida de poder de compra ante la creciente carga de intereses y gastos administrativos sobre los ingresos.

El emprendedorismo + la de sindicalización + el desempleo = reducción de la capacidad de negociación de lxs trabajadorxs. Esta cadena institucional refuerza la tendencia material y tecnológica en contra de los salarios.

La consecuencia visible y mensurable de los hechos descriptos es el nivel de concentración de los ingresos a escala global. La riqueza acumulada por el 50% de la población mundial ha caído sistemáticamente mientras la riqueza acumulada por los 62 mayores multimillonarios ha crecido hasta superar la de esos mil setecientos millones de ciudadanxs de todas las latitudes. Un dato inapelable, que no solo es una foto sino toda una tendencia.

Y uno de los efectos sistémicos es la recurrencia de crisis “financieras” en la cuales se evaporan el valor de los activos, que son rescatados por el conjunto de la sociedad, mediante políticas estatales, sin recibir nada a cambio.

¿La culpa es de los robots?

No compartimos de ninguna manera que la tecnología “expulsa trabajadores”. Más bien lo que sucede es que las instituciones van quedando obsoletas ante los cambios tecnológicos. Y ante tanta previsión sombría, es posible creer en un futuro mas igualitario. Mas aún es indispensable para guiar el compromiso y la acción política. Las cosas no “pasan" como pretendía Macri. Hay actores e intereses que provocan las “cosas”. Entonces el primer paso es intelectual, no aceptar los dogmas de la Dictadura del Capital y la Religiosidad Neoliberal. Atreverse a diseñar políticas alternativas, tanto tácticas como estratégicas, es entonces el centro neurálgico de la especulación política como guía de la militancia.

Intervenir lo necesario para expandir la utopía. Los cuatro años de Macri y su troupe retrasaron un camino virtuoso, que a la vez lento y duro: entre 2003 y 2015 la concreción de los sueños de ayer eran el punto de apoyo para la acción hacia nuevos objetivos. Modificar la realidad como el único camino en pos del amor y la igualdad.

La inteligencia política, el compromiso y la organización popular lograron que por primera vez en nuestra historia el campo nacional y popular recuperara el gobierno. No fue casualidad, no “pasó”. La tarea ahora es transformar la realidad. Hoy el Gobierno se encuentra llevando adelante una tarea inmensa: reparar los daños de cuatro años nefastos para (casi)todos lxs Argentinxs y para la Patria; retomar el camino virtuoso y encima administrar la peor crisis de salud global de los últimos xx años.

Ahora bien, la pandemia pasará. Dejará muertes y dolor. Y pasará. ¿Qué haremos para construir un mundo mas igualitario?

Prohibir los robots no es ni posible ni deseable. Pero si es posible, y deseable, modificar leyes e instituciones. A fines del siglo XIX terminar con el trabajo infantil, abolir definitivamente la esclavitud y aun ¡la jornada laboral de 8 horas! parecían un sueño inalcanzable. Sin embargo, hemos asistido a fuertes avances globales en todos estos reclamos. Tuvo que ver la maduración de la revolución industrial, por supuesto. Pero, sobre todo, las reformas institucionales que se fueron logrando mediante las luchas populares.

Por lo tanto, no se trata de abolir, ni matar a los robots (tema que atraviesa la cita de la película Blade Runner que encabeza este artículo). Simplemente se trata de progresar institucionalmente para que toda la humanidad pueda beneficiarse de los avances tecnológicos.

La institucionalidad actual no solo ha logrado que cuantitativamente cada vez menos tengan mas y mas tengan menos. Ha producido también algunos cambios conceptuales (cualitativos) de la propia lógica que se nos relataba como sustento del capitalismo. Uno de los fundamentos mismos de la ganancia empresarial, se nos decía y enseñaba en las universidades, es el riesgo. Lo cual pretendía darle al empresario “emprendedor” una connotación caballeresca vinculado a una épica y estética medioeval (y de paso profundamente machista).

Pero hoy ya no cuidan ni siquiera las apariencias. Reclaman a gritos y con dudosos modos (mafiosos modos sería una descripción mas exacta) certidumbre. Es decir certezas para sus inversiones, al mismo tiempo que pretenden incertidumbre para los trabajadores. Así lo expresó públicamente Esteban Bullrich, actual Senador Nacional y a la sazón ¡Ministro de Educación de la Nación! “Debemos crear argentinos capaces de vivir en la incertidumbre y disfrutarla”. Más allá del perverso sentido político de la afirmación (convertir a la victima en responsable) da para todo un análisis psicológico. El tipo pretende “crear” argentinos, ¡vaya creatividad! Y además pretendía que sus creaciones disfrutaran una de las fuentes de sufrimiento de la humanidad para la cual viene diseñando institutos y artefactos desde la época de las cavernas (familia, vestimenta, cinturones, seguros, paracaídas, armas, etc…). Igual, nada comparable al remate de su explicación: “Hay que entender que no saber lo que viene es un valor” (sic, también). Ojo que Bullrich estaba hablando de educación, quizás aspiraba a “crear” un producto bien PRO mediante la educación militante que le queme el cerebro a nuestrxs jóvenes. ¡Lo que hablarían en privado! A si, seguramente calificarían a algunas personas de “la grasa militante” o confundirían la diferencia entre la pobreza y la indigencia con “dos pizzas”.

No es de extrañar, la homónima ex Ministra de Seguridad habían diseñado e implementado junto con Domingo Cavallo el 13% de descuento a jubiladxs y trabajadorxs del sector público, cuando era ministra de la Alianza de de la Rua. En aquel momento nos explicó que esa quita "Es una medida firme, durísima, pero creemos que lo tenemos que hacer". Al poco tiempo el gobierno del que formaba parte se fugaba.

El ministro expresaba uno de los cucos del poder económico concentrado, la redistribución del ingreso. Sinónimo de “populismo”, de demagogia, de aliento a vagos y delincuentes, la búsqueda de mejorar la situación de los oprimidos, los trabajadores y las clases medias en situación de vulnerabilidad, es sistemáticamente vilipendiada por los voceros de la canalla financiera-especulativa y los medios concentrados. Pero no les alcanza con someterlos, pretenden que lo “disfruten”.

La culpa no es de los androides, es de los Bullrich (Patricias y Estebanes). La responsabilidad del gobierno global de la Dictadura del Capital patriarcal y depredadora son las políticas que encarnan.

Pretenden no comprender que la libertad consiste en no sentir necesidades, ni miedo. Que la libertad requiere un sistema político, y por ende económico y social, que otorgue mas certezas a las personas y menos al capital. Que asegure mayores niveles de igualdad.

Además de sus excelentes y eficaces decisiones sanitarias, el Gobierno ha tomado medidas muy importantes para el corto plazo (aumentando los ingresos de la población, prohibiendo el corte de suministro de servicios públicos) y también estratégicas (no aceptar que le impongan tratados de “libre comercio” ruinosos para la Argentina). Pero no lo olvidemos, el macrismo destruyó los ingresos de la población y el entramado productivo. Pasada la pandemia es necesario avanzar en políticas emancipadoras.

Lxs trabajadorxs han vuelto a poner el hombro aceptando reducciones nominales de salarios en un contexto aún inflacionario, producto de la inercia de las decisiones de Macri y su gente. Es momento propicio para proponer como espejo de dicho esfuerzo la participación en las ganancias de las empresas al finalizar la crisis. Es tiempo de obtener una jornada laboral mas acotada. Es tiempo de pensar un ingreso universal que no congele la actual distribución del ingreso. Es tiempo de que los servicios públicos dejen de ser una carga para todxs lxs trabajadorxs (ocupadxs o no), las clases medias, las empresas y los comercios de nuestro País. Es tiempo que la obra pública no esté condicionada y digitada por las finanzas internacionales. Es tiempo de avanzar en un comercio exterior administrado, con eje solo en las necesidades productivas del nuestro País. Es tiempo de seguir avanzando políticamente por una Patria libre, justa y soberana.

El problema no son los robots…ellos no son los que sueñan con salarios pequeños.