Alberto Fernández volvió a aterrizar el jueves en el aeropuerto de Fiumicino por tercera vez en una semana: las dos anteriores, de ida y de vuelta, fueron escalas en su viaje a Tel Aviv, primera cita de su agenda internacional. Aunque las decisiones de alta diplomacia, como aquella, nunca se toman por una sola razón, ni son lineales, lo más valioso que obtuvo el Presidente en Israel fue el compromiso de su par Benjamin Netanyahu de interceder ante Donald Trump para que el norteamericano sea generoso en la parte que le toca del tratamiento de la deuda externa argentina.
Esta vez, de nuevo, el nudo de la cuestión pasa alrededor de la deuda. El tema va a estar en el centro de la agenda durante toda la semana que dura esta gira europea. Fernández viaja con un póker en la mano: cuatro encuentros consecutivos con el italiano Giuseppe Conte, la alemana Angela Merkel, el español Pedro Sánchez y el francés Emmanuel Macron. Cada cual a su manera, todos van a manifestar respaldo a la posición argentina ante sus acreedores. Los votos europeos no son suficientes para torcer una votación adversa en el FMI, pero pueden ayudar a marcar la cancha.
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Sin embargo quizás la cita más importante de la semana haya sido la que tuvo lugar en el Vaticano el viernes al mediodía, entre dos argentinos: el Presidente y el Papa. La mano secular de la Iglesia es larga y llega a lugares adonde no llegan los líderes de una Unión Europea convulsionada por el Brexit. La prédica humanista de Francisco, que eligió al capitalismo como némesis, encuentra en la crisis financiera recurrente que impide el desarrollo y causa pobreza en su país una causa con alcance global y mensaje potente. Para Fernández, es un aliado clave en esta instancia.
Francisco jugó sus fichas: este viernes en el Vaticano tendrá lugar un encuentro para buscar “una nueva mirada sobre la economía”, organizado en conjunto por la iglesia y el Nobel de Economía Joseph Stiglitz, que participará del encuentro al igual que la titular del Fondo Monetario Internacional, Kristalina Georgieva, y el ministro de Economía argentino, Martín Guzmán. Habrá charlas a puertas cerradas y disertaciones en público. Será el puntapié inicial de la última etapa en la renegociación de la deuda argentina, que tendrá su oferta definitiva la segunda semana de marzo.
El Gobierno apuesta a una declaración del FMI que reconozca que el cronograma de pagos es inviable
La apuesta máxima del gobierno argentino es obtener una declaración oficial del FMI admitiendo que el cronograma de pagos de la deuda, tal como se diseñó durante el gobierno de Mauricio Macri, es inviable e incompatible con la estabilización de la economía argentina que permita el repago de la deuda en el futuro. Con ese argumento, se apuntará a que los acreedores privados acepten una quita de entre el 20 y el 30 por ciento del capital, se recorte los intereses al 5 y se pospongan vencimiento por lo menos hasta 2024, según un informe de la consultora Oxford Economics.
Algo parecido había dicho Stiglitz en Davos el mes pasado. Aquellas palabras causaron una fuerte caída en los bonos. Existe una especulación válida aunque no confirmada sobre una estrategia conjunta entre el Nobel y Guzmán, compañeros de trabajo hasta diciembre pasado. En ese caso, la declaración de Stiglitz habría apuntado a bajar el precio de los bonos argentinos para abaratar la operación de canje de deuda. Si ese fuera el caso, habrá que prestar especial atención a todo lo que se diga el viernes que viene, porque puede dar más pistas sobre cuál será la oferta argentina.
Stiglitz mantiene una excelente relación también con Georgieva, la economista búlgara con credenciales ligeramente heterodoxas que llegó al FMI a reemplazar a Christine Lagarde, apabullada por el estruendoso fracaso del Fondo en la Argentina, capítulo un millón. La nueva titular ha dado algunas señales de constricción y autocrítica, aunque ninguna tan contundente como la que espera el equipo de Guzmán. Por otra parte, el cambio de piel del FMI es una leyenda urbana, muchas veces enunciada pero nunca, hasta ahora, comprobada. Hasta que no lo veo, no lo creo.
Dicho esto: si el mensaje va a ser ese, es muy probable que el encuentro en el Vaticano sea el lugar elegido para hacerlo público. Los entusiastas y los optimistas traen a relucir un pasaje de Juan Pablo II citado en el folleto de invitación al evento: “"Muchas naciones, especialmente las más pobres, se encuentran oprimidas por una deuda que ha adquirido tales proporciones que hace prácticamente imposible su pago”. El título del panel que encabezará Georgieva es “Transformación de las reglas de la Arquitectura Financiera Internacional”. Se prevé timba fuerte en las vísperas.
Mientras las conversaciones en el frente externo avanzan a la velocidad que suelen avanzar esas cuestiones, es decir lento, las urgencias acá no cuentan con la misma paciencia. La tarjeta alimentaria y los bonos trajeron alivio en los sectores más necesitados, pero la inflación sigue galopando fuera de control, en particular en lo que hace a gastos básicos. El Presidente, en varias entrevistas, le mostró los dientes a los formadores de precios, amenazando con tomar medidas si no cesaban los aumentos injustificados. No está funcionando. Es hora de pasar a la acción.
En tanto, la clase media todavía no percibe los beneficios del “derrame invertido” que propone el gobierno: los estímulos no son suficientes para volver a poner en marcha la maquinaria anquilosada después de dos años de recesión. Los datos de la recaudación de enero son contundentes en ese sentido. Al menos dos economistas que Fernández escucha con atención (aunque no forman parte del gabinete) le advirtieron la necesidad de ser más enfático en la redistribución de recursos ociosos en dirección al sector productivo si quiere terminar el 2020 creciendo.
Para llevar a cabo ese plan sería necesario tomar medidas que avancen con más decisión sobre quienes ganaron durante los cuatro años en los que todos perdimos. Nuevos impuestos requieren pasar por el Congreso; en el gobierno creen que no sería difícil obtener los votos para cobrarle más a los bancos o a las empresas de energía, que no gozan del favor popular. El Presidente preferiría esperar a cerrar la negociación por la deuda antes de tomar medidas que pueden resultarles antipáticas a los acreedores. Cada mes que se extiende la recesión resulta más difícil salir, también.
Curiosamente, Fernández se enfrenta en el comienzo de su gobierno, con un dilema similar al que encontró Mauricio Macri: debe elegir entre ir a fondo con su plan o hacerlo de manera gradual, esperando disminuir o disimular así cualquier efecto no deseado que traigan sus decisiones. En materia financiera está a la vista que eligió lo primero. Respecto a la economía interna, todavía no está claro cuál será su actitud. Ninguna opción está exenta de riesgos. Macri, sin ir más lejos, no fracasó por haber ido despacio sino por hacerlo en la dirección equivocada.