El presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, había hablado solamente dos veces después de perder el balotaje con el ahora mandatario electo, Luiz Inácio Lula da Silva. Primero ante la presión de aliados y rivales para aclarar que permitiría el inicio de la transición y, luego, al día siguiente para pedirle a sus seguidores más radicalizados que levanten los bloques que estaban amenazando con desabastecer de combustible a partes del país. Este fin de semanas, tras semanas de silencio absoluto, volvió a hablar de la derrota.
"Llevo prácticamente 40 días en silencio. Duele, duele en el alma. Siempre he sido una persona feliz entre ustedes, hasta arriesgando mi vida entre la gente", aseguró el mandatario saliente ante un grupo de simpatizantes frente al palacio de la Alvorada, la residencia oficial en Brasilia, según publicó la agencia de noticias NA. "Algunos hablan de mi silencio. Hace algunas semanas, si yo saliera y diera los buenos días, todo sería tergiversado, distorsionado", agregó, en referencia a los pedidos, ya dramáticos, de sus seguidores que por la televisión o las redes le reclaman que haga algo para evitar la asunción de Lula el próximo 1 de enero.
El presidente de Brasil estuvo sin agenda prácticamente todo este tiempo, con excepción de algún acto militar en el que estuvo sin hablar, y su figura casi que desapareció de las noticias de los medios locales, un fuerte contraste con Lula y sus asesores y futuros ministros que ganan protagonismo día a día con las negociaciones de la transición y las definiciones del Gobierno que asumirá el poder en el país vecino en poco menos de tres semanas.
"Nadie esperaba la victoria de Lula en condiciones normales", aseguró Bolsonaro frente a sus seguidores, en una nueva señal de que no aceptará de manera clara y contundente el resultado electoral, que fue ratificado por las máximas cortes del país y aceptado por casi todos sus aliados. Además, el mandatario saliente volvió a apoyar las manifestaciones que continúan manteniendo sus simpatizantes, las mismas que los medios brasileños ya califican de golpistas ya que piden abiertamente la no asunción de Lula.
"Estoy seguro que entre mis funciones garantizadas en la Constitución está ser el jefe supremo de las Fuerzas Armadas. Siempre he dicho en estos cuatro años que las Fuerzas Armadas son el último obstáculo para el socialismo", sostuvo Bolsonaro, repitiendo una de sus frases preferidas del dogma que marcó su Gobierno, en los últimos cuatro años.
Pese a que su campaña y su partido presentaron demandas ante la Justicia para revocar el resultado y denuncian un fraude electoral que, según ese mismo Poder del Estado, no han demostrado, Bolsonaro criticó a quienes lo califican de "golpista" porque, dijo, siempre se mantuvo dentro de las "cuatro líneas" definidas por la Constitución brasileña, al permitir el inicio de la transición de Gobierno.
Sin embargo, este proceso ha sido cualquier cosa menos fácil para Lula y su equipo ya que los sectores aliados de Bolsonaro, especialmente algunos grupos de las Fuerzas Armadas, han sembrado constantemente rumores de renuncias masivas y de posibles obstáculos antes o después de la asunción, guiños que han sido bienvenidos por los bolsonaristas que siguen protestando en las calles, aunque ya en números mucho más reducidos.