Más OTAN. El sistema global se está reconfigurando ante nuestros ojos, forjando el orden internacional que emergerá al final con una nueva distribución de poderes y, con ese marco, Estados Unidos y sus socios atlánticos se reunirán en Madrid este miércoles 29 y jueves 30 para presentar el próximo diseño de su Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Se trata del brazo militar de Occidente con el que pretenden apuntalar una posición dominante durante los próximos diez años sobre la base de una mayor ampliación del bloque, más peso político y, por supuesto, nuevas capacidades de fuego.
“La Alianza adoptará un nuevo concepto estratégico, el primero desde 2010, para asegurarse de que estamos listos para enfrentar los desafíos de hoy y los desafíos que anticipamos para el mañana. Eso incluye todo, desde la actividad maliciosa que ocurre en el ciberespacio, la rápida militarización de la República Popular China, su amistad ilimitada con Rusia y los esfuerzos para debilitar el orden internacional basado en reglas que es la base de la paz y la seguridad en todo el mundo”, adelantó el 1 de junio pasado el secretario de Estado de los Estados Unidos, Antony Blinken, en una conferencia posterior a su reunión con el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, de visita en Washington.
Diez días después, en una comida durante el cierre de la Cumbre de las Américas en Los Angeles, fue el turno del presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, de socializar una preocupación de su gobierno entre los comensales, a sabiendas de que el mensaje trascendería las paredes de ese salón ni bien concluyera la sobremesa. Habló acerca de la posibilidad real de una Tercera Guerra Mundial a partir de una escalada del conflicto que hoy se libra, militarmente, dentro de las fronteras de Ucrania, pero con acciones ofensivas económicas —y efectos colaterales derivados— por parte de múltiples actores.
Es lo que en la jerga de la seguridad internacional se denomina una guerra híbrida en la que ya están involucradas gran parte de las potencias del Norte, proveyendo armamento a Ucrania bajo el fundamento de “fortalecer su lugar en la mesa de negociaciones” y aplicando sanciones económicas al círculo de poder de Moscú y a Rusia en general. Y también el Sur, pagando los costos de esa estrategia que no votaron. Otra vez, como en la pandemia, se comprometieron los circuitos tradicionales de comercio en un mundo hiperconectado, generando desabastecimientos, potenciando la inflación y lesionando aún más un tejido social a punto de deshilacharse por completo desde 2020.
En ese escenario, la OTAN como el bloque militar más grande del mundo no apuesta a recalibrar sus fuerzas sino a tonificar sus músculos para asestar un golpe definitivo. “Estamos ante una nueva normalidad. Un mundo de creciente competencia estratégica, con crecientes desafíos a nuestra seguridad, donde los poderes autoritarios buscan reescribir el libro de reglas global y demostrar que el poder tiene razón. Así que nos enfrentamos a una cuestión fundamental sobre el mundo en el que queremos vivir. Uno donde las grandes potencias dictan lo que hacen los demás, a través de la agresión y los ultimátums. O un mundo donde todos sean libres de elegir su propio camino. Capaz de vivir en libertad y democracia”, deslizó Stoltenberg en febrero pasado durante un seminario preparatorio para lo que vendrá esta semana. Dos días después, iniciaban las operaciones rusas en Ucrania.
Concepto estratégico
Desde el fin de la Guerra Fría, la OTAN ajustó los denominados conceptos estratégicos que rigen sus tareas principales y principios fundamentales cada diez años, con el fin de aggiornar su principio de defensa colectiva, gestión de crisis y seguridad cooperativa al cambiante entorno en materia de seguridad internacional. La última vez que tuvo lugar este rebalanceo fue en 2010, cuando la alianza adoptó el eje rector de "Compromiso activo, Defensa Moderna", con otro presidente demócrata al frente de los Estados Unidos, Barack Obama, y el actual mandatario como su vice.
Aquel documento labrado en Lisboa ya pregonaba un nuevo rol activo de “policía internacional” para la alianza que iba más allá de su pacto original de defensa colectiva pasiva frente a una agresión a cualquiera de sus miembros. Pero lo más llamativo de todo es que no solo no figuraba Rusia en la lista de los villanos de turno, sino que hasta estaba presente en el salón. En efecto, el presidente Dmitri Medvedev, delfín político de Vladimir Putin, participó de aquella Cumbre que hasta auguró la posibilidad de avanzar en un nuevo concepto de defensa estratégica que incluyera a Moscú junto al resto de Europa en su alianza.
En cambio, el foco estaba puesto en la guerra en Afganistán contra los talibán, los mismos que volvieron al poder poco más de una década después y luego de veinte años de conflicto en ese país del que tomaron parte tanto EE.UU. como la OTAN para desalojarlos del poder. Un último aspecto llamativo, en relación a la reconfiguración que aflora: no había mención a China tampoco dentro de las amenazas potenciales a la seguridad atlántica y no es que entonces la nación asiática no creciera ya en su influencia global, solo que ahora está mucho más cerca del primer lugar.
Durante la última cumbre del bloque, en Bruselas, el año pasado, los líderes de la OTAN encomendaron al secretario general que encabezará un doble proceso: por un lado, el desarrollo del próximo Concepto Estratégico y, por el otro, la iniciativa OTAN 2030 —que en realidad nace como proyecto en diciembre de 2019— con la que se busca proyectar la vigencia del bloque a lo largo de la próxima década. Ya en junio de 2020, Stoltenberg definió la meta de OTAN 2030 sobre la base de tres ejes: asegurarse de que la OTAN siga siendo fuerte militarmente, se vuelva aún más fuerte políticamente y adopte un enfoque más global.
“Si bien la OTAN en su momento se concibió como instrumento para hacer frente a la URSS y desde su caída tuvo que reajustarse, ahora estamos en un contexto internacional en el cual Rusia está mucho más asertiva que antes. Por lo que se puede esperar una intensificación del ‘flanco oriental’ del bloque, todo lo que sería Europa del Este. Y esto puede significar el envío de más armamento a estos países, inversiones en nuevos sistemas de armas, incrementar la cooperación con Ucrania y también en lo que corresponde con los lugares de competencia marítima con Rusia, como el Mar Negro y el Báltico, con el ingreso de Finlandia y Suecia”, explicó a El Destape Melina Torús, doctoranda en Defensa, licenciada en Relaciones Internacionales y miembro de la Red Argentina de Profesionales para la Política Exterior (REDAPPE).
Además, Torús pone el foco en el planteo inédito sobre China. “Es la primera vez que se invita a los países que se conocen como los ‘socios atlánticos’ (Japón, Nueva Zelanda, Australia y la República de Corea) y esto nos da un indicio de que la Organización Atlántica está pensando qué hacer con el ascenso de China. Obviamente sabemos que la OTAN no se extiende hasta las fronteras de China, se trata más bien de un sistema de seguridad de Europa + EEUU. Pero el ascenso de China, más que la amenaza, va a estar caracterizada por la cooperación con estos socios atlánticos”, añadió.
El académico especializado en Seguridad Internacional Juan Battaleme coincidió en que esta preocupación por la consolidación de China como actor hegemónico en el mundo derivará en el replanteo de una extensión de la OTAN al Indo pacífico donde, en concreto, ya se registran operaciones por parte del bloque y Europa, a través de países como Francia y el Reino Unido. Incluso Estados Unidos avanza en este campo con un doble comando: el Diálogo de Seguridad Cuadrilateral (QUAD) con Japón, Australia e India, y el flamante AUKUS, que lo vincula militarmente a Australia y el Reino Unido, desde el 15 de septiembre de 2021. “Allí aparece el problema de China porque no hay consenso respecto a cómo lidiar activamente con su ascenso en el campo futuro a sabiendas de que constituye un problema central para el orden internacional liberal”, destacó a este medio el secretario académico del Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales (CARI).
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Para Battaleme, el foco de la OTAN estará puesto también en la propia Europa, en lo que refiere al fortalecimiento de las capacidades convencionales y nucleares que tiene la Alianza Atlántica —las armas, pero también el comando y control, la alerta temprana, la integración del espacio ultraterrestre—; el Ártico, donde aparece nuevamente el problema de Rusia y China además del cambio climático y los assets y recursos energéticos en la zona y, finalmente la región del Asia Central y Medio Oriente, “donde se reflejan los ‘fracasos’ más importantes de la OTAN, tanto por el repliegue de Estados Unidos de Afganistán como la salida previa de la Alianza que también falló”. En esa zona como en el norte de África, resalta, la demanda de energía va a ubicar a Europa en la disyuntiva de revisar sus acuerdos locales.
El académico concluyó que los cuatro temas prioritarios para la reconfiguración de la alianza atlántica giran hoy en torno al cambio tecnológico —cómo van a integrar a la doctrina la guerra cibernética, el espacio ultraterrestre, la inteligencia artificial y el hecho de que China haya cerrado la brecha con Occidente en esta área—; la cuestión de la interoperabilidad —no solo de la OTAN sino también con quienes consideran sus socios, como Moldavia o Ucrania—, la autonomía estratégica europea y cuánto la OTAN convergerá o no en esa dirección y, finalmente, las diversas perspectivas frente a países como Turquía, Hungría y demás miembros de la OTAN con democracias de pobre registro liberal, pese a la prédica oficial del bloque.
Más OTAN
“Hay mucho en juego en la crisis actual. El riesgo de conflicto es real. Rusia está usando la fuerza y los ultimátums. No solo para redibujar las fronteras en Europa. Pero tratar de reescribir toda la arquitectura de seguridad global. Moscú está desafiando principios fundamentales para nuestra seguridad”, declaró Stoltenberg durante el seminario mencionado en la primera parte. “No se trata solo de Ucrania y Georgia. Se trata también de negar a otros países europeos, como Finlandia y Suecia, su libertad de elegir. Finlandia y Suecia son dos socios muy valorados que bordean el mar Báltico, con quien cooperamos estrechamente en ejercicios conjuntos, operaciones y diálogo político”, sumó.
Aunque el anuncio de Finlandia y Suecia de abandonar su histórica neutralidad para formar parte del bloque atlántico se concretó a mediados de mayo de este año a causa del escenario de incertidumbre que desató la ofensiva de Rusia y el temor a una expansión mayor, el columnista del diario The Washington Post David Ignatius reveló, con información del Departamento de Estado de EE.UU. que las conversaciones de Biden con sus mandatarios habían arrancado mucho antes de las operaciones rusas, en abril de 2021. A entender de Washington, era la mejor jugada para frustrar cualquier intento a futuro de división de la OTAN. Y de paso, se empujaba aún más el cerco sobre el Báltico. La resistencia provino luego de Turquía a raíz del apoyo de estos gobiernos europeos a organizaciones kurdas que Ankara considera terroristas aunque ya Stoltenberg aseguró que trabajan en limar asperezas.
En paralelo, con el fin de afianzar su influencia, la OTAN ha expandido sus vínculos de cooperación con organizaciones internacionales, juveniles, la sociedad civil y el sector privado, además de fortalecer los nexos con otras naciones que no forman parte del bloque pero llevan el título de “socios atlánticos”. Algunos de los lineamientos del nuevo concepto estratégico profundizarían este tipo de cooperación con los 40 socios existentes en todo el mundo —desde Colombia y Mauritania a Irak, por mencionar algunos— y buscaría agregar nuevos a través de la capacitación y el desarrollo de capacidades en áreas como la lucha contra el terrorismo, la gestión de crisis, el mantenimiento de la paz y las reformas de defensa.
No obstante, los analistas políticos creen que quedará en un segundo plano lo que es de vital interés geopolítico para los países del ‘flanco sur’ donde no hay una guerra que amenace a Europa pero sí un fenómeno de desplazamiento forzado de personas cada vez más grave y que la actual crisis global solo puede empeorar. España, el gobierno anfitrión en la cumbre de esta semana, sugirió que el tema debería estar presente porque abarca ciberataques, campañas de desinformación, acciones de contaminación política, aislamiento económico, presión migratoria y hasta financiación de grupos terroristas y tráfico de drogas capaces de desestabilizar a cualquier estado. Sin embargo, no figuraría entre las prioridades de los que fijan la agenda.
Luis Simón, director de la Oficina del Real Instituto Elcano en Bruselas, escribió en su artículo “La OTAN y el Sur tras Ucrania” que sería un error, por parte del bloque, ignorar estas demandas donde la competición estratégica con Rusia y China es igualmente importante y relegar su resolución en los actores regionales, como la propia Unión Europea. Vale añadir que Europa ya ha dado pruebas de falta de consenso interno para adoptar una política en común en este campo en el pasado. Sin dejar a un lado que el enfoque prioritario, frente al fenómeno de las personas desplazadas que ya superan los 100 millones en el mundo, debiera ser el humanitario y no el de la seguridad.
En los días previos a la última Cumbre de Líderes de los BRICS, el presidente chino, Xi Jinping, descalificó el juego de presiones de la OTAN. Lo dijo sin nombre propio, pero con una clara referencia. “La crisis de Ucrania es otra llamada de atención para todos en el mundo. Nos recuerda que la fe ciega en la llamada 'posición de fuerza' y los intentos de ampliar las alianzas militares y buscar la propia seguridad a expensas de los demás solo caerá en un dilema de seguridad”, mencionó en el contexto de un foro con empresarios.
A tono con su tradición diplomática, Beijing se negó a cancelar a Rusia en el plano internacional. Al contrario, ratificó su alianza con Moscú aunque bregando por una salida negociada al conflicto del cual también responsabiliza a Occidente. “Las tragedias del pasado nos dicen que la hegemonía, la política de grupos y la confrontación de bloques no traen paz ni seguridad; solo conducen a guerras y conflictos”, remarcó. Y destacó que la economía no puede usarse como armas, a través de las sanciones, una “espada de doble filo” que “perjudicaría a la gente del mundo”.
Ya por 2015, el internacionalista John J. Mearsheimer había profetizado sobre el juego peligroso de Occidente que se cumpliría siete años más tarde. El 19 de marzo último, y sin quitarle responsabilidad a Putin por desencadenar el asalto, volvió sobre las razones de fondo en un artículo publicado en The Economist que se viralizó. “La opinión dominante en Occidente es que él es un agresor irracional y fuera de contacto, empeñado en crear una Rusia más grande en el molde de la antigua Unión Soviética. Por lo tanto, sólo él tiene toda la responsabilidad por la crisis de Ucrania” pero “el problema con Ucrania en realidad comenzó en la cumbre de Bucarest de la OTAN en abril de 2008, cuando la administración de George W. Bush presionó a la alianza para que anunciara que Ucrania y Georgia se convertirían en futuros miembros”. Otro vaticinio ignorado.
Qué es la OTAN
La Organización del Atlántico Norte nació en un mundo muy distinto al actual, en los albores de la Guerra Fría cuando el enemigo fascista había sido derrotado y el acuerdo estratégico entre el orden liberal y el mundo socialista emergente se quebró, dando inicio a una nueva confrontación en múltiples campos, desde lo económico y político hasta la ciencia y la cultura. La OTAN fue el arma que montó la alianza atlántica de Estados Unidos y Europa para plantear su estrategia militar durante los cincuenta años siguientes de Guerra Fría que tuvieron la particularidad de ser testigos de múltiples confrontaciones, pero nunca entre las banderas de las dos cabezas de bloque, Estados Unidos y la URSS. No, al menos, de forma directa.
La primera composición de la OTAN data de 1949, con 12 países: Bélgica, Canadá, Dinamarca, Estados Unidos, Francia, Islandia, Italia, Luxemburgo, Noruega, Países Bajos, Portugal y Reino Unido. En 1952 se sumaron Grecia y Turquía —la primera ampliación de la frontera—; Alemania se incorporó en 1955 y España lo hizo en 1982. Tras la caída del bloque soviético, en 1991, hubo un primer replanteo de la utilidad del bloque, a la luz de que la principal amenaza que había sido su razón de ser desde el inicio ya no existía y hasta se había alcanzado un compromiso con Moscú para no extender más el territorio de la OTAN en dirección a Oriente. Por supuesto, esto último no se cumplió.
Entre 1999 y 2004 tendría lugar la gran expansión por el número de países que pasaron a formar parte del bloque en esos años: Hungría, Polonia, República Checa, Bulgaria, Eslovaquia, Eslovenia, Estonia, Letonia, Lituania y Rumania. Cinco años después, se integrarían Albania y Croacia, seguidas por Montenegro (2017) y Macedonia del Norte (2020). Bosnia y Herzegovina, donde la Unión Europea mantiene desplegada su misión EUFOR Althea, se encuentra en pleno proceso de ingreso. Y ahora pretenden incorporarse Suecia y Finlandia.
Según se lee en su web, la adhesión a la OTAN está abierta a “cualquier otro estado europeo dispuesto a respaldar los principios de este Tratado y contribuir a la seguridad del área del Atlántico Norte”. Todas las decisiones, incluso las relacionadas con nuevos socios, se adoptan por consenso. La OTAN dispone de un Plan de Acción para la Adhesión donde se establecen los requisitos fundamentales y el proceso a seguir con la opción de asesoramiento. Una particularidad de este plan de incorporación es que figura disponible en cuatro idiomas aunque solo dos de ellos corresponden a países miembros de la OTAN: inglés y francés. Las otras dos lenguas son la rusa y la ucraniana y la última actualización de la web data de mayo de este año.
“Al principio, todo se tomó de un modo muy liviano, era algo bastante curioso que se hablara de los arsenales nucleares, pero siempre hay que tomarlo con prudencia. Lo que ocurre en Kaliningrado y Lituania no es un tema menor. Se considera territorio ruso, allí tienen desplegadas armas nucleares de corto alcance y Moscú no va a permitir que se ponga su integridad territorial en peligro través de una maniobra de bloqueo o con una acción militar”, enfatizó Battaleme. Aquel pequeño enclave, la salida de Rusia al Báltico, depende de una línea ferroviaria que cruza por Lituania para aprovisionarse desde territorio ruso y el estado báltico, miembro de la OTAN, se dispuso a bloquearla.
“Lo que nos demostró este conflicto es que nada es cierto: la gran mayoría de los analistas pensaba que Rusia no iba a invadir, pero la realidad probó que todo puede pasar. Recurrir a una Tercera Guerra Mundial, como Biden caracteriza, tiene otras implicancias. Basta con revisar lo costoso que resultó para los países de Europa el último esfuerzo bélico. Y hay que tener en cuenta que a nivel global estamos en un contexto económico bastante desfavorable, con mucha inflación, inseguridad alimentaria en los países menos desarrollados. Las economías europeas están bastante golpeadas como para enfrentar un esfuerzo bélico a esa escala, aunque como siempre, el contexto internacional es incierto”, concluyó Torús.
En gran medida, lo que ocurra en Madrid esta semana determinará no solo hasta donde puede escalar el actual conflicto, pero, sobre todo, la estabilidad del mundo que se está escribiendo en simultáneo.