América Latina: por qué importan las elecciones en Venezuela

Los ojos de América Latina están puestos en el devenir del país sudamericano. Qué intereses están sobre la mesa, el rol de los mecanismos institucionales y el lugar de la disputa global por el poder.

05 de agosto, 2024 | 00.05

Las elecciones en Venezuela hicieron tambalear el entreverado tablero regional de América Latina y el Caribe. Los ojos ya estaban puestos sobre el país sudamericano, pero la tensión creció tras la proclamación como ganador de Nicolás Maduro por parte del Consejo Nacional Electoral (CNE) y el consiguiente reconocimiento (o no) por parte de un sector de la oposición y de actores internacionales. Con el correr de los días, las fichas comenzaron a acomodarse. ¿Qué hay detrás de cada jugada? ¿Qué lugar tienen estos comicios en un mundo atravesado por las tensiones y la puja por el poder? ¿Qué se juega la región en la continuidad o no de Maduro en el Gobierno?

La posición geopolítica, el debate sobre la democracia, las disputas simbólica, económica y global en el centro, son algunos de los aspectos que resaltaron les analistas políticos e internacionalistas Bernabé Malacalza, Yanina Welp, Luciana Cadahia y Leonardo Granato en diálogo con El Destape. La hipótesis abierta de que el conflicto Estados Unidos-China y Rusia se traslade a una Sudamérica declarada zona de paz, también es parte de este debate abierto.

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Escenario

Hasta el cierre de esta nota, la disputa electoral en Venezuela no estaba resuelta. El CNE emitió dos boletines oficiales –sin mostrar la totalidad de las actas- en los que proclamó el triunfo de Maduro (Polo Democrático - PSUV) por el 51,95% de los votos contra el 43,18% del opositor Edmundo González (Mesa de Unidad Democrática – Plataforma de Unidad Democrática MUD-PUD), mientras comenzó un proceso judicial para determinar qué pasó con los ataques cibernéticos denunciados. Aún así, persisten las denuncias de fraude, por un lado; y de intento de golpe de Estado, por otro. Países como China y Rusia felicitaron a Maduro, mientras que Estados Unidos reconoció a González. Panamá, Costa Rica, Ecuador y Uruguay se alinearon con Washington y Argentina hizo un amague de la mano de la canciller, Diana Mondino, que la Cancillería desmintió horas después.

El proceso electoral venezolano se realizó en un contexto de abierta polarización interna que comenzó en la presidencia de Hugo Chávez y la proclamación del socialismo del siglo XXI y que se profundizó con la llegada a la presidencia de Maduro, en 2013. La distancia entre los sectores políticos llega a tal punto que la fecha fue pactada en el Acuerdo de Barbados -entre el Ejecutivo y la MUD-PUD, que venía practicando el abstencionismo y otras formas poco democráticas de llegar al poder-, una negociación que medió Noruega, con la colaboración de México, Colombia y Brasil. El intercambio de detenidos con Estados Unidos y el cese de las sanciones al país –y a la petrolera PDVSA, por ejemplo- fueron parte de las condiciones.

No fueron los únicos comicios este año: hubo cinco de siete disputas electorales pautadas para este 2024 en la región (El Salvador, Panamá, República Dominicana, México). Sin embargo, ninguno de esos procesos se llevó la atención de Venezuela. Ni las elecciones en El Salvador con la autoproclamación de Nayib Bukele antes de que se supieran los resultados (como se contó aquí), ni el traspaso de mando en Guatemala, que se demoró casi 24 horas cuando sectores de poder quisieron impedirla (se lee acá), por poner dos ejemplos cercanos.

Tan relevante es este proceso que distintos sectores parecieran asumir la batalla como propia y pusieron en marcha diversas estrategias para abordarlo. En términos de impacto directo en la región, por los posicionamientos que adoptaron algunos gobiernos en este contexto, Venezuela decidió romper relaciones diplomáticas con: Argentina, Perú, Chile, Panamá, Costa Rica, República Dominicana y Uruguay.

La apuesta por el diálogo versus el aislacionismo y la presión

Con el correr de los días, los intereses de un lado y del otro salieron a la luz. Brasil, Colombia y México pusieron a disposición toda su diplomacia para que predomine el diálogo: la estabilidad en Venezuela suena, también, a estabilidad regional e interna. Del otro lado, se ubican Uruguay, Panamá, Ecuador y Costa Rica, en línea con Estados Unidos, que apostaron en las últimas horas por la estrategia de la presión y el aislamiento de Venezuela.

Son tres las posturas que se vieron a entender de Yanina Welp, investigadora argentina del Centro de Estudios de la Democracia Albert Hirschman, de Suiza, y miembro de la Red de Politólogas: quienes condenan antes de que culmine el proceso (Argentina y Perú), quienes lo avalan sin que se den las garantías (China, Nicaragua y Rusia) y quienes exigen transparencia, al estilo Chile. Todas, dijo, "muy claramente moldeadas por lo ideológico".

El doctor en Ciencias Sociales e internacionalista Bernabé Malcalza caracterizó, en tanto, a dos sectores, que llamó el “grupo Chile 1988” y el “grupo Polonia”, por los procesos que ya se dieron en esos países. “El primero busca una transición pactada”, aseguró. Y caracterizó a cada uno de sus integrantes: Colombia, con una diplomacia muy seria; Brasil, que mantiene el diálogo con Estados Unidos; y a México, en un rol secundario, pero con una histórica postura de no intervención en los asuntos internos de otros países. A ellos se sumó Chile con Gabriel Boric, que apoyó el comunicado conjunto que solicita una verificación imparcial de resultados.

Mientras tanto, el gobierno de Joe Biden se desmarcó de Brasil y se unió a Perú al proclamar ganadora a la oposición. “Este grupo busca una transición a la Polonia 1989, por colapso o presión de la sociedad civil. Sin embargo, no se sabe qué pasará, especialmente en un año electoral en Estados Unidos”, aportó Malacalza. El escenario que avizora es el de un eventual triunfo del trumpismo en noviembre: “Podría buscar una transición por imposición tipo Granada 1983 (N de R: con una invasión militar) y la estrategia de un gobierno interino con (el autoproclamado presidente Juan) Guaidó, que ya fracasó”, dijo. Ahora bien, resta ver quiénes se sumarán a esa posición: Argentina, por ejemplo, está condicionada porque Brasil asumió la representación de sus intereses en Caracas, así como el resguardo de seis opositores venezolanos asilados en la embajada.

“El factor central es qué ocurre con la oposición venezolana. La presión del grupo Polonia puede polarizar más, no ayudar a ablandar al madurismo y puede ser un obstáculo para la estrategia del grupo Chile”, opinó Malacalza, mientras las cartas todavía se acomodan sobre la mesa. 

La falta de acuerdo entre los países de la región se vio plasmada en los mecanismos institucionales regionales. La Organización de Estados Americanos (OEA) no llegó a una mayoría esta semana para lograr un documento conjunto, en lo que Malacalza catalogó como “efectos divisivos y centrífugos”. Tampoco hay una postura común en el resto de los mecanismos: CELAC, Mercosur (donde Venezuela está suspendida), Alianza del Pacífico, CARICOM y en el Sistema para la Integración Centroamericana (SICA).

Es particular el caso de la OEA, con actuaciones cuestionadas en el golpe de Estado en Bolivia (2019), de la que Cuba fue expulsada tras la revolución (1951) y de la que se retiraron Nicaragua (2023) y la misma Venezuela (2019), luego del reconocimiento a Guaidó. Y, más allá de las limitaciones argentinas por la negociación con Brasil, se supo que Milei busca impulsar un bloque regional contra Maduro similar al Grupo de Lima promocionado por los líderes de la derecha regional entre 2015 y 2018/2019, que fracasó.

Ante la consulta de por qué a estos países les importan tanto las elecciones en Venezuela, Welp, Cadahia y Malacalza coincidieron en que existen razones simbólicas como materiales.

Las razones simbólicas

“Está claro que la división que hay en Venezuela se trasladó a otros países de la región. En la disputa entre Gobierno y oposición la acusación de ser chavistas está sobre la mesa”, sostuvo Welp. Esa misma lectura compartió Malacalza: “Venezuela está fracturada y la región también”, dijo y sumó que la situación allí es “utilizada a nivel doméstico para medir la asertividad de una política exterior”.

Welp, además, apuntó a la existencia de la “disputa global por qué es la democracia y cómo se organizan los sistemas políticos”. Este caso, para ella, “trae la tensión condensándolo. La narrativa que se intenta instalar es que es una disputa entre la extrema derecha y el poder popular”, explicó.

La filósofa latinoamericana y coordinadora de la Red populismo, republicanismo y crisis global Luciana Cadahia, por su parte, sostuvo que Venezuela fue “uno de los motores de la transformación regional en la primera década del progresismo latinoamericano”. A su entender, los caracterizados en el grupo Chile “saben que si no se genera un diálogo democrático y no hay un reconocimiento del candidato electo se va a disparar la violencia en Venezuela”, eso significaría para Colombia “agudizar la violencia” también en Colombia. “El progresismo latinoamericano entiende que hay un problema regional, que tiene que ver con la tensión entre los procesos oligárquicos y los procesos democratizadores nacional populares y, al mismo tiempo, que hay un conflicto dentro de la misma Venezuela por determinar qué tipo de país quiere ser en este nuevo ciclo de los progresismos latinoamericanos”, analizó.

El caso Colombia

La llegada de Gustavo Petro a la presidencia de Colombia significó el restablecimiento de las relaciones diplomáticas con Venezuela y la apertura de 2.219 kilómetros de frontera compartida después de cuatro años. El país ahora comandado por Maduro, de hecho, es garante de los diálogos de paz impulsados por Petro para ponerle fin al conflicto armado interno que atraviesa el país hace más de 60 años. “Para la extrema derecha regional que en este momento gobiernen Maduro y Petro implica una derrota política, económica y estratégica”, consideró Cadahia.

“Si hay algo que está haciendo Petro es desmontar el narco-estado-colombiano que tanto ellos quieren para tener el control del narcotráfico por el lado venezolano. Ganar en Venezuela implicaría debilitar al gobierno progresista en Colombia y generar las condiciones materiales para poder tener un triunfo de la extrema derecha en el mediano plazo”, señaló.

El caso Brasil

El gigante sudamericano comparte con Venezuela 2.199 kilómetros de frontera. Con la tercera presidencia de Luiz Inácio Lula da Silva también se restablecieron las relaciones rotas durante el bolsonarismo, en parte porque dentro de su agenda de gobierno está la integración regional. Es clave en el diálogo sudamericano como interno: para ello envió a su asesor en asuntos exteriores y ex canciller, Celso Amorim, con lo que puso en práctica lo que el doctor en economía política internacional por la Universidad Federal de Río de Janeiro Leonardo Granato definió como “herramientas de diálogo y de gobernanza bilateral y regional”.

Granato explicó que el gobierno brasileño pone en práctica para la política exterior y de defensa el concepto de “entorno estratégico”: áreas en donde el país pretende desplegar su influencia y liderazgo económico, diplomático y militar. Esa área es Sudamérica y en ella está Venezuela, en donde a los esfuerzos por la integración y cooperación regional se suma “generar un espacio conjunto de paz y desarrollo socioeconómico, que funcionen como elemento disuasivo para defender a la región, rica en materia prima crítica, frente a eventuales amenazas o injerencias externas”.

“En medio de un orden mundial polarizado y altamente violento, una Sudamérica articulada le daría a Brasil el respaldo necesario para seguir fortaleciendo una posición de no alineamiento periférico frente a las disputas e intereses de las grandes potencias, defendiendo una multipolaridad más justa y pacífica y una postura, por parte de los países del Sur, centrada en la realización de sus intereses nacionales”, especificó Granato.

Sobre esta relación, el académico dijo que Brasil mantiene con su vecino un comercio bilateral superavitario en términos industriales y, en términos energéticos, las relaciones son relevantes por la posibilidad de importar energía más barata, también por el fuerte flujo migratorio y marcó que existe un “seguimiento de las cuestiones de política interna, garantizando información propia y de interés”. Vale mencionar, también, que en octubre de este año habrá elecciones regionales en Brasil, en las que la fuerza del Partido de los Trabajadores se medirá con el bolsonarismo de cara a la construcción para dentro de dos años.

Razones materiales

Sobre las razones materiales, Welp hizo referencia a dos puntos. Uno: la diáspora venezolana, con más de 8 millones de personas dispersas por los países de la región, lo que “genera enormes tensiones a nivel interno, sociales, de discriminación, pero también sobre los sistemas de salud y muchos otros temas vinculados a las políticas públicas”.

Dos: las reservas de petróleo de Venezuela. “Eso le importa mucho a Estados Unidos”, sentenció la analista. El país sudamericano es uno de los fundadores de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) y cuenta con las mayores reservas de crudo a nivel mundial, según los datos del último informe de la alianza, con 303.221 millones de barriles.

No todo ese material pudo ser comercializado en los últimos años: desde 2019, Estados Unidos impuso sanciones y Venezuela dejó de ser su principal proveedor de petróleo, hubo limitaciones a la producción, extracción y venta. La invasión por parte de Rusia a Ucrania, que generó dificultades para acceder al mercado del combustible desde el Medio Oriente, y las negociaciones antes mencionadas con la oposición llevaron a un levantamiento intermitente de esas medidas, en un país con una economía en declive en lo que el Gobierno de Maduro denuncia como bloqueo económico.

Además, Venezuela, según el Consejo Mundial del Oro, cuenta con las segundas reservas de oro más fuertes de América -contabilizó 161,22 toneladas métricas en 2023- después de Estados Unidos, pero el Gobierno no puede acceder a gran parte de sus activos. Están atrapados en el Banco de Londres por una sentencia derivada de la disputa de cuando el opositor Guaidó se autoproclamó presidente encargado.

Último informe de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP).

Venezuela: el vórtice de la geopolítica mundial y la hipótesis de conflicto

Venezuela importa por sus recursos naturales, su ubicación geopolítica y por los intereses simbólicos que allí se disputan. Es “foco” o “núcleo” geopolítico -como definieron Malacalza y Cadahia- de la disputa geopolítica que mantienen Estados Unidos con China y Rusia por las alianzas que tiene (y podría dejar de tener) con esas potencias en un mundo cargado de conflictos bélicos.

Así lo planteó Cadahia: “El progresismo regional sabe que si se desata una mayor violencia en Venezuela puede agudizarse el conflicto entre estas tres potencias dentro de este territorio. Es algo que quieren evitar. Estamos en un momento donde se está dirimiendo el nuevo orden mundial y donde las potencias están jugando fuerte en distintos puntos del globo. Uno de ellos, Venezuela. Nuestros países quieren evitar convertir a América Latina en uno de los focos de conflicto global a nivel, incluso, bélico”. Por eso, consideró "irresponsable" la postura del ultraderechista presidente argentino Milei "que no sólo agita guerras en Gaza y Ucrania, sino que ahora están agitando un conflicto en Venezuela".

Granato se manifestó en el mismo sentido y consideró que “la embestida contra Venezuela”, más allá de la cuestión electoral, “fortaleció en términos prácticos la inserción sudamericana fragmentada, desintegrada y dependiente de los últimos años en el plano internacional”. Producto de ese aislamiento, sumado a la presencia China en todos los países de América Latina y el Caribe, “entraron en escena otros actores extrarregionales de peso como Rusia, Irán y Turquía cuya cooperación con Venezuela torna a la región más susceptible o vulnerable a ser impactada por los grandes conflictos en los que esos países están hoy envueltos y con relación a los cuales Sudamérica no debería tomar partido para concentrarse en defender sus propios intereses nacionales y regionales”, otro de los puntos por los que Brasil la busca estabilidad en la región.

Así, mientras se dirime la disputa electoral en Venezuela, el tablero regional mismo se reacomoda y se develan intereses, que definirán también el futuro de ese país convulsionado y de América Latina.

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