No es más de lo mismo: Trump vuelve con más poder y menos (o ningún) contrapeso

En 2017, cuando asumió su primer Gobierno, estaba rodeado del aparato republicano tradicional, existía una Corte Suprema empatada y el discurso de inclusión de Obama seguía fuerte. Más tarde, en la pandemia de Covid-19 y en las elecciones de 2020, las principales plataformas de redes sociales se plantaron contra su política de desinformación y fake news. Hoy es el escenario es completamente diferente en Estados Unidos. 

19 de enero, 2025 | 23.00

Hace exactamente ocho años, cuando Donald Trump se preparaba para asumir la Presidencia por primera vez, la frase que más repetían los analistas que buscaban bajar las ansiedades en Washington era: "El Partido Republicano no va a permitir que todo estalle, lo va a contener si se excede." Hoy, en cambio, el creciente consenso en Estados Unidos es que "el Partido Republicano murió" o "fue secuestrado por el trumpismo", según a quien se le pregunte. Pero esa no es la única barrera de contención con la que creían contar la mitad de los estadounidenses en 2017 que hoy, explícitamente, ya no existe: la Corte Suprema y las empresas que dirigen las principales redes sociales se volvieron aliadas del magnate, los medios tradicionales -que aún lo critican- llegan apenas a una minoría, la oposición demócrata está sumida en una crisis de identidad y liderazgo absoluta, y, en un país donde la represión de las protestas en las calles no conoce grietas en el bipartidismo, los sectores más movilizados temen que la reacción del segundo Gobierno de Trump sea aún más cruenta y sangrienta que en su primer mandato. 

Cuando Trump perdió el poder en 2021, él y sus seguidores apuntaron contra un presunto responsable: el Estado dentro del Estado, el Estado en las sombras o el Estado paralelo (realmente no hay una buena traducción de 'deep State'). El republicano utilizó una expresión que su base más radicalizada utiliza para explicar sus conspiraciones para teñir de duda y desconfianza a la burocracia estable, es decir, los funcionarios y trabajadores que garantizan que la administración funcione sin cimbronazos no importa quien gobierne. Para algunos ellos son garantía de estabilidad; para otros, de que nada realmente cambia. La realidad es, como siempre, más compleja, como se vio en los intentos de funcionarios de carrera en Brasil con Jair Bolsonaro o acá en Argentina con Javier Milei para mantener a flote programas, iniciativas y políticas de Estado.

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Por eso, una de las grandes diferencias con el primer mandato de Trump es su nueva mano derecha, el empresario multimillonario Elon Musk. Su única misión declarada -aunque nadie se sorprenderá de que su agenda sea más amplia e incluya garantizar beneficios para sus intereses comerciales de sus compañías- es pasar la motosierra por el Estado federal, en términos criollos. Hablará de eficiencia, pero desde la propia burocracia estadounidense ya se teme otra palabra: lealtad, lealtad absoluta. 

No serán fáciles los despidos masivos como existieron en Argentina el año pasado. Los funcionarios federales están sindicalizados, tienen contratos estables y, según el Pew Research Center, el 58% de los estadounidenses cree que es inaceptable que un presidente eche a trabajadores públicos porque no le juran lealtad. Por eso, el plan es otro, según ya se rumorea en Washington: sacarle beneficios creados con la pandemia, como la posibilidad de trabajar remoto y hasta un plus -que se volvió importante en los sueldos- para hacerlo desde sus casas, lo que redujo los costos fijos de las oficinas. No los despedirán, pero para los que tienen más experiencia, más formados y con más chances de conseguir trabajos mejor remunerados en el sector privado, los empujarán a irse. 

Esto debilitará al Estado y eliminará las voces con autoridad para resistir, criticar o buscar agujeros legales para limitar o directamente esquivar las decisiones presidenciales, como sucedió varias veces en el primer mandato de Trump. Un ejemplo podría ser Anthony Fauci, el científico que encabezó su equipo especializado en la pandemia de Covid-19 y que resistió -como pudo- su discurso anticiencia. 

Esta vez el republicano eligió para su gabinete a personas con aún menos experiencia política que en 2017, pero muchos funcionarios que él designó en segundas, terceras y cuartas líneas en esos primeros cuatro años quedaron en la administración pública y aprendieron cómo hacer las cosas para no perder tan fácilmente en los tribunales o habilitar vacíos legales que puedan ser usados por técnicos o funcionarios de carrera.

Republicanos: el aparato partidario vs el trumpismo

El quiebre más grande entre el establishment republicano y el trumpismo se dio el 6 de enero de 2021, cuando aún desde su rol presidencial Trump llamó a sus seguidores a tomar el Capitolio y obligar a todos los legisladores -y especialmente a su vicepresidente, el veterano Mike Pence- a rechazar la victoria de Joe Biden en las urnas y apoyar sus denuncias -sin pruebas- de fraude. Ese día, congresistas y senadores republicanos sintieron el mismo miedo que sus colegas demócratas cuando los desalojaron en medio de un caos que terminó con cinco muertos. El quiebre fue contundente pero no duró mucho. Unos días después, cuando la entonces titular de la Cámara de Representantes, la demócrata Nancy Pelosi, empezó a juntar apoyo para aprobar un juicio político contra Trump, el aparato partidario tomó una decisión: no moverse de la lógica polarizadora del bipartidismo, cerrar filas con el presidente saliente a pesar de los constantes insultos y ataques, y rechazar el juicio político como una ofensiva partidista, no democrática. 

Algunas pocas voces se resistieron y otras se negaron en los años siguientes a apoyar las condenas y los procesos judiciales de los trumpistas que atacaron el Capitolio. De los 10 republicanos que apoyaron el juicio político pedido por Pelosi, cuatro se terminaron retirando de la política, otros cuatro perdieron las primarias para renovar sus bancas y solo dos siguen sentados en la Cámara Baja del Congreso. Además, a diferencia de 2017, cuando llegó a la Casa Blanca con un gabinete con gente propia pero también referentes de larga data del partido, ahora el único político que lo acompaña que podría considerarse del aparato es el secretario de Estado, Marco Rubio, un hijo de inmigrantes cubanos de Florida que ocupó una banca en el Congreso federal durante los últimos 24 años.

El resto, incluido su nuevo Vice, J.D. Vance, son dirigentes o figuras públicas que crecieron en los últimos años como parte de la ola trumpista. Prueba de ello es lo incómodo que se mostró el partido a lo largo de toda la campaña electoral y, especialmente, en la Convención Nacional Republicana, cuando Trump fue nominado como candidato por abrumadora mayoría, casi unanimidad, con un discurso que cristalizó posiciones que incomodan al establishment republicano como el proteccionismo económico o las amenazas a los aliados tradicionales de la OTAN en pos de un acercamiento con la Rusia de Putin. Se habló poco de la familia estadounidense y sus valores, y en cambio mucho de historias ridículas de inmigrantes que comen las mascotas de los norteamericanos o insultos explícitos a parte de la sociedad estadounidense, como los latinos, una minoría que contra todo pronóstico votó en parte a Trump en las urnas. 

"En 2017, había gente que celebraba que las voces más sobrias y tradicionales del Partido Republicano podían poner un freno o un límite a Trump. Eso ya no existe", sentenció Yohuru Williams, académico y director de la Iniciativa de Justicia Racial en la Universidad de Saint Thomas, en el estado de Minnesota. En diálogo con El Destape, explicó: "Esas voces ya no están como resultado de dos cosas: 1. La construcción del culto a la personalidad alrededor de Trump y, 2. Los esfuerzos del propio Trump y Elon Musk para reemplazar a los republicanos con los que no estaban cómodos. A todos se les exige lealtad absoluta a Donald Trump, no a la Constitución, sino al presidente. Lo vimos en su primer mandato y ahora creo que va a ser peor. Por eso ya hay una fila de congresistas y senadores que están, básicamente, besando el anillo y sólo una muy pequeña minoría que no lo hace. Las audiencias de confirmación serán una primera prueba. Si las designaciones más extremas de Trump son aprobadas sin problemas, creo que eso será una confirmación de lo que muchos activistas vienen diciendo hace dos años: Trump realmente capturó al Partido Republicano. El Partido Republicano como lo conocíamos, el de antes de 2016, no existe más. Lo que tenemos ahora es un partido secuestrado por el trumpismo de extrema derecha y un remanente del Tea Party".

¿Los otros dos poderes del Estado pueden ser un contrapeso?

Durante el primer mandato de Trump, alrededor de 70 iniciativas, programas y decretos fueron frenados por cortes federales, según un relevamiento que hizo el diario The Washington Post. La Corte Suprema misma, que por entonces mantenía una composición más pareja, se opuso a varias medidas. Le bloqueó los intentos por eliminar programas migratorios y para expandir derechos a las comunidades LGBTIQ+ de la época de Barack Obama, y hasta rechazó los recursos del entonces mandatario para no tener que presentar su información financiera personal. 

Sin embargo, ahora hay pocas dudas de que la Corte Suprema, después de las tres designaciones que logró aprobar Trump en su primer mandato, quedó alineada con el nuevo presidente. La prueba más acabada la dio la holgada mayoría ultraconservadora cuando, a mitad del año pasado, en una decisión aprobada 6 a 3, estableció que los presidentes eran inmunes a cualquier proceso judicial federal por actos que hayan cometido durante su mandato. Este fallo no solo allanó el camino para retrasar las denuncias que el entonces candidato tenía tramitando en la Justicia antes de las elecciones de noviembre pasado, sino que -quizás de manera más importante- ofreció una garantía para este segundo Gobierno que comienza. Nada de lo que Trump haga en los próximos cuatro años como presidente de Estados Unidos podrá ser considerado un crimen.

El Congreso, en cambio, aún genera esperanza entre algunos. Como en 2016, el Capitolio se pintó de rojo en las elecciones. Los republicanos tienen 53 (52 tras la renuncia de ahora vicepresidente) de los 100 senadores y allí los republicanos "tradicionales" siguen siendo más fuertes que los trumpistas. Por eso, Trump sufrió allí su primera derrota: su elegido para el Departamento de Justicia y Fiscalía General, Matt Gaentz, tuvo que dar un paso al costado porque sus propios correligionarios no querían apoyar a un dirigente acusado de tráfico sexual de una menor. "Hay que ver qué pasa con las confirmaciones de sus secretarios del gabinete en el Senado. Por ejemplo, hay varios republicanos que expresaron sus dudas sobre su designado para Defensa, Pete Hegseth. Esa será la primera prueba para ver qué están dispuestos a hacer los republicanos", sugirió Rachael Cobb, titular del Departamento de Gobierno de la Universidad de Suffolk en Boston, en diálogo con este portal.

Los republicanos también ganaron la Cámara Baja, pero consiguieron una ajustada mayoría de sólo cinco congresistas, el margen más pequeño en mucho tiempo. Además, tres bancas republicanas serán disputadas en elecciones especiales en los próximos meses porque pertenecen a Gaentz (que había renunciado) y a dos funcionarios designados por Trump para sumarse a su Gobierno. En ese cuerpo, a diferencia del Senado, los trumpistas tienen mayor influencia y eso genera expectativas entre los detractores de Trump. Los "Maga", como se conoce a los trumpistas por la sigla del slogan del magnate (Make America Great Again, Hacer Grande a Estados Unidos Otra Vez), son conocidos por ser díscolos, por no poder ponerse de acuerdo en cuestiones básicas y ni saber negociar, ni siquiera con los propios

"Cuando los republicanos controlan la Cámara de Representantes, los acuerdos suelen ser más difíciles de alcanzar. Y ahora que Trump dijo que quiere una gran y linda ley (una ley ómnibus) es posible que se confirme un viejo principio de la política: el diablo está siempre en los detalles. Una ley tan grande como la que quiere va a tocar los intereses de muchos estados y muchos distritos. No sé si todos los republicanos van a querer votar algunas de las cosas que va a proponer, especialmente si quieren reelegirse en dos años. Hacer responsable a los legisladores por lo que votaron en las próximas elecciones es una de las salvaguardas de la democracia", destacó Cobb. 

Williams también destacó los próximos comicios. "El primer control real al poder de Trump será en las elecciones de medio mandato", sostuvo. Es decir, a finales de 2026. En 2018, antes de las masivas protestas contra el racismo y la violencia policial y de la pandemia de Covid-19, los republicanos perdieron la Cámara Baja. Sin embargo, el Gobierno de Trump ya había conseguido su medida económica más dañina: el mayor recorte de impuestos en décadas que quedó demostrado que benefició desproporcionadamente a los más ricos, los mismos que hoy se inclinan mayormente por Trump y hasta consiguieron cargos centrales en su nuevo Gobierno.

La oposición demócrata, en crisis

No es la primera vez que el Partido Demócrata pierde, y por bastante, una elección presidencial. Pero la crisis de identidad que esta fuerza política viene arrastrando desde los 90 cuando Bill Clinton tomó uno de los pilares de los republicanos -el ajuste como principio casi religioso- y lo hizo propio, parece haber terminado de explotar en esta última elección. En la superficie, parece un problema de renovación. Un presidente de 81 años -con problemas de habla y de movimiento- que se atrincheró en la candidatura a la reelección pese a que las principales figuras de su fuerza y los principales donantes le pedían a gritos que se baje. Sin embargo, el problema es más de fondo y lo demostró la dura derrota de su vice, la más joven y energética Kamala Harris. 

La campaña de Harris, que contó con el apoyo completo del aparato partidario, no ofreció un plan claro y diferente a los trabajadores que hace años se sienten rezagados en un país rico donde cada vez es más imposible alcanzar "el sueño americano". Mientras Trump logró convencer a parte de la clase trabajadora de que los inmigrantes, las comunidades LGBTIQ+ y todas las políticas progresistas (o de la agenda WOKE, como se popularizó allá) son los responsables de que falten trabajos bien pagos o que los precios suban, los demócratas proponen políticas que suenan muy bien pero no generan cambios reales o atienden sólo superficialmente los problemas: la reforma del sistema financiero de Obama, las eliminaciones parciales de los préstamos estudiantiles de Biden o, quizás el mejor ejemplo, la ambivalente política migratoria de ambos: más deportaciones en paralelo a más ayuda financiera a México y Centroamérica y programas puntuales de integración. 

Tampoco respondió a un reclamo que demostró ser central para la base más joven y de izquierda de los demócratas: la urgencia de presionar a Israel para forzar una tregua que ponga fin a lo que la ONU y varios gobiernos ya denuncian como un "genocidio" o una "limpieza étnica" contra la población palestina de la Franja de Gaza

Quizás por eso, según el Pew Research Center, el 49% de los que votaron a los demócratas en noviembre pasado son pesimistas sobre el futuro del partido. Eso representa 10 puntos porcentuales más que en 2016, cuando Hillary Clinton perdió frente a Trump. La cifra asciende a 55% cuando se le pregunta a los votantes demócratas menores de 50 años. "En 2016, Trump ganó el Colegio Electoral pero perdió el voto popular. Existía la sensación de que era más una anomalía que un mandato claro. Esta vez, en cambio, ganó el Colegio Electoral y el voto popular. Incluso, logró ganar votos en casi todos los condados del país y en los diferentes segmentos demográficos. La sensación ahora es que la gente quiere que sea presidente, quiere su estilo presidencial y eso le da mucho margen de maniobra", describió Cobb. 

Información y desinformación: declive de los medios, auge de las redes sociales

En el momento de mayor deriva antidemocrática del primer gobierno de Trump, durante la pandemia cuando negaba la ciencia y los mecanismos estatales para atenderla, y más tarde cuando no aceptaba los resultados electorales, las redes sociales tomaron posiciones opositoras contundentes: suspendieron sus cuentas e instalaron sistemas de verificación de la información para contrarrestar sus fake news. Hoy, atendiendo a la nueva sensación que mencionaba Cobb, la situación ha cambiado radicalmente.

Twitter se convirtió en X y su dueño, Elon Musk, ya actúa como el hombre más poderoso del gobierno de Trump. Además, hace dos semanas, Meta, la empresa madre de Facebook, Instagram y WhatsApp, anunció que se sumaba a la filosofía que había adoptado Musk y eliminó su programa de verificación de datos. En vez de tener un sistema controlado de auditoría de fake news y mensajes de odio, el CEO Mark Zuckerberg optó por un sistema de notas comunitarias, como la que impuso Musk. El argumento es el mismo que utilizó la ahora mano derecha de Trump: “restaurar la libertad de expresión” en las redes sociales

Y 24 horas antes de asumir, en una movida que demostró la habilidad política de Trump, dejó todo listo para limitar dramáticamente una de las influencias populares de China en el país: la popular red social TikTok. Fue el republicano el que primero amenazó con prohibir la plataforma en su primer gobierno, en 2020. Luego los republicanos forzaron el argumento de seguridad nacional sobre los demócratas y Biden finalmente promulgó el veto de la empresa. Sin embargo, sin dar demasiadas explicaciones, Trump dio un giro y salió a "salvar" la red social...pero con una condición: "Me gustaría que Estados Unidos tenga el 50% de las acciones de una joint venture."

Según un estudio del Pew Research Center de noviembre pasado, uno de cada cinco adultos ya se informa a través de influencers en las redes sociales o plataformas como Youtube. La cifra se acerca al 40% para los menores de 30 años. Esta tendencia quedó demostrada en la recta final de la campaña cuando Trump, en vez de hacer actos multitudinarios en los estados definitorios o dar entrevistas a los medios de comunicación masivos, eligió darle una entrevista de tres horas al conductor de uno de los podcast más populares de Estados Unidos: Joe Rogan, el mismo con el que habló Zuckerberg hace dos semanas para justificar su decisión en Meta. 

"Es una de las cosas más preocupantes que vimos en los últimos tiempos. El fundador de Meta, Mark Zuckerberg, no sólo cambió el sistema de fact checking en su plataforma de redes sociales, sino que lo peor fue que después fue al programa de Joe Rogan -no a un medio tradicional- y argumentó que el gobierno federal le había torcido el brazo para adoptar los sistemas de fact checking originales. Todo esto está alimentando la narrativa de la extrema derecha: la narrativa de que ellos tenían razón y que debían liberarse de los controles del aparato del Estado liberal (progresista)", destacó Williams. Por eso, Elon Musk y su promesa de motosierra se volvieron centrales en el discurso extremista de Trump. 

Estos influencers como Rogan, según el Pew Research Center, no tienen una formación periodística ni nada parecido. El estudio reveló que alrededor del 77% no tiene ninguna experiencia previa en un medio de comunicación tradicional y la mayoría son hombres que se identifican como de derecha. La gran mayoría (85%), además, prefieren X, la red social de Musk, mientras que un 50% también está en Instagram y 44%, en Youtube. 

Hace sólo unos días, el secretario del Departamento de Salud y Servicios Humanos de Biden, Xavier Becerra, lamentó lo poco que pudo avanzar en términos de concientización, por ejemplo, de vacunación para seguir protegiéndose contra el Covid y otras enfermedades y reconoció que el Estado federal estadounidense quedó superado por "este mundo de información y desinformación instantáneo". "No puedo ganar en un mano a mano con las redes sociales," sentenció en una entrevista con The Washington Post.

Radicalización y violencia: las calles bajo el trumpismo 

Al día siguiente de la primera asunción presidencial de Trump, una marea de mujeres inundó las calles de Washington y de las principales ciudades del país para afirmar que no se quedarían sentadas mientras le quitaban derechos, como habían prometido los republicanos en campaña. Aunque posiblemente fue la protesta más grande que enfrentó al mandatario, el feminismo no logró ser un freno para los constantes avances del trumpismo. La resistencia más fuerte en las calles -y luego en la esfera política- se fue construyendo de a poco en contra del apoyo y la simpática del líder republicano a la violencia y el racismo policial y el crecimiento cada vez más explícito de grupos supremacistas blancos.

En su primer año de Gobierno, se negó a condenar a un neo nazi de 20 años que atropelló y mató a una abogada de derechos humanos de 32 años que protestaba contra el racismo en Charlottesville, Virginia. Trump esquivó calificar a estos grupos como extrema derecha y habló de "la violencia de todos los lados". La bronca en las calles fue tal que el gobernador demócrata Terry McAuliffe, tuvo que declarar el estado de emergencia para frenar los incidentes. Además, del asesinato de la abogada, 30 personas resultaron heridas. Estos episodios se fueron multiplicando con el avance del Gobierno y, en 2020, una serie de casos de violencia y racismo policial terminó de hacer estallar la calle. 

En el Gobierno de Biden, también se reprimieron protestas, especialmente los campamentos en los campus universitarios en los que se pedía presionar para terminar con la ofensiva de Israel -un aliado de Washington- contra Gaza. "Pese a esto, es muy distinto cómo va a reaccionar un gobierno de Trump. Lo vimos ya cuando en su primer gobierno desencadenó el caos en varias ciudades. En cada ocasión, el presidente no buscaba la salida más pacífica al conflicto. Por el contrario, empoderó a los Proud Boys y alimentó a este tipo de grupos supremacistas blancos con teorías conspirativas. La conclusión de esta decisión -la de no intentar frenar la violencia- fue el ataque al Capitolio el 6 de enero de 2021", analizó Williams. 

"Si ahora la gente sale a las calles a protestar, la pregunta será...¿cómo responderá Trump? Cuando se reprimió las protestas en los campus universitarios por el conflicto en Gaza durante el Gobierno de Biden, Trump dijo: 'Si yo fuera presidente, desmantelaría todo y llamaría a la policía. Son criminales y deberían ser tratados como tales. Esa amenaza parece pronosticar que salir a las calles no será la manera de protestar durante el Gobierno de Trump. No sólo por su reacción con la policía, sino porque además a Trump no le importa", continuó el académico y agregó: "Nuestra presunción es que tenemos que prepararnos para una respuesta más dura a cualquier protesta grande y que no estará controlada por nadie del Gobierno"

La principal preocupación de Williams y de muchos activistas que luchan contra el racismo, la xenofobia y la misoginia para lo que se viene no es sólo -o principalmente- la represión policial (que trasciende la grieta del bipartidismo), sino el empoderamiento de los elementos más violentos de la base trumpista. El temor no es exagerado. Trump ganó las elecciones por amplia mayoría después de defender como "héroes" a los que atacaron el Capitolio, de concentrar su discurso como nunca en una sarta de insultos y amenazas contra inmigrantes y minorías y de ratificar su decisión de no condenar a los neo nazis y supremacistas blancos que durante su primer mandato mataron o agredieron personas. 

Porque, además, la simple decepción de sectores de trabajadores con los demócratas por la economía no es suficiente para explicar la rotunda victoria de noviembre pasado. Trump tampoco propuso cómo construir un país más justo, pero sí construyó un relato con culpables claros de los problemas económicos de la gente. Por eso, cada vez más votantes dicen que tomaron su decisión pensando en el "problema migratorio". En 2016, fueron 79% de los que eligieron a Trump; en 2020, había bajado a 61% y, ahora, volvió a escalar a 82%.

"Trump dijo que ni bien asuma va a hacer varios anuncios, quizás decretar deportaciones masivas. Muchos de sus votantes quizás comiencen a ver que las promesas que creían que no les iba a afectar a ellos o a sus seres queridos, sí los afectan. Y ahí el juego puede cambiar", se permite imaginar Williams. Sin embargo, una encuesta de Pew de septiembre pasado reveló una creciente radicalización antidemocrática de una mayoría de los que apoyan al republicano. El 58% sostuvo que aceptaría que gobernara con decretos si el Congreso no aprueba sus proyectos de ley y el 54% simpatizó con la idea de que use a las fuerzas de seguridad federales para investigar a sus opositores demócratas.

"Está claro que la gente no vota democracia, vota economía", sentenció Cobb y agregó: "Creo que estamos viviendo un cambio. Cuando una persona siente que puede decir ciertas cosas extremas en voz alta, se radicaliza. Es cierto que había sentimientos, ideas latentes, pero ahora se activaron y hay una radicalización. ¿Quedan líneas rojas para el segundo gobierno de Trump? Siento que cualquier cosa que diga ahora podría ser desmentida en el futuro cercano." Al igual que Williams cree que la resistencia podría comenzar desde lo local. No desprecia el poder que tendrán los gobernadores demócratas -"Aún si Trump ya comenzó a amenazar con adherir condicionalidades a las ayudas federales, como a California con los incendios masivos"- pero principalmente apuesta a la sociedad. "La opinión pública es un control para el poder", destacó y, por eso, el rol de las redes sociales y su nueva alianza con Trump le preocupa tanto.

"Estamos en un momento distinto, un punto de inflexión. Todos los movimientos tienen su apogeo. Lo que no sabemos aún es si es el principio del fin o si recién estamos acercándonos a su momento de mayor poder y aún no hemos visto el apogeo", concluyó la académica.