La paradoja de una paz bruta

19 de enero, 2025 | 23.00

Trump es, ante todo, una paradoja. Es el hombre que defiende la libre portación de armas en Estados Unidos, y al que casi matan en manos de un rifle de asalto comprado en una tienda cualquiera. Es el hombre que para muchos representa lo peor del imperialismo, pero el que dice querer concentrarse sólo en Estados Unidos. El que expulsa a los migrantes y el que pone al hijo de uno de ellos al comando de la política exterior. Es el tipo que más dañó la democracia en la historia moderna de Estados Unidos, con la toma del Capitolio y sus denuncias de fraude, y es el tipo también al que esa democracia dañada luego consagró presidente otra vez. Uno que dice que no le gusta que su país ande perdiendo plata por el mundo en campañas militares ajenas, pero que destinó tres trillones de dólares en su mandato anterior para la creación de la fuerza espacial, que permitirá que su país en unos años ande perdiendo plata por el espacio exterior, tanto más vistoso.

De todas sus paradojas, la que más me interesa –la que más impacto tendrá, digo– es la de la guerra y la paz. Donald J. Trump es el bruto, el tosco, el de discursos violentos, el que parece despreciar todo lo que no es él. Sin embargo, es también bajo el ala de quien, muy posiblemente, se terminen las guerras más significativas de la actualidad. Se terminen, digo, y me río de mí; más me vale decir se detengan. Es un mundo de armisticios, de ceses al fuego, pero no de acuerdos de paz. No obstante, la paradoja se sostiene: el más brutal de los hombres a veces es quien trae la calma. ¿Será?

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Trump lanzó sus advertencias antes de asumir. “Liberen a todos los rehenes antes del 20 de enero o desataré un infierno”, dijo, palabras más palabras menos, para que la región recogiera el guante. ¿Qué infierno podría desatar? “La única alternativa sería sobre Irán”, me dice el analista militar Guillermo Lafferriere. “El sur del Líbano lo tiene controlado Israel, y Gaza también, ahí no tiene nada más que hacer militarmente”, dice. Así las cosas, el infierno podría referirse a Teherán. Se ve muy poco probable, Trump necesita apagar conflictos, no empezarlos. Pero la sola declaración acaso surtió efectos, y apenas un día antes de su asunción fue programado el comienzo del alto al fuego en Gaza, con intercambio de rehenes incluido. 

Otra máxima repetida en entrevistas y discursos fue que él terminará con la guerra entre Ucrania y Rusia. Dijo, aún estando en campaña, que lo podría lograr en un día; luego fue elegido presidente y moderó el discurso, pero siguió sugiriendo que habrá solución. Se abren dos caminos diferentes según a quién se escuche: una de las alas de su equipo, con él a la cabeza, adelanta que va a reunirse con Putin y llegar a un acuerdo. La negociación se supone que es su gran virtud, por más pasmado que quedemos quienes lo vemos desde afuera. Si esa reunión con Putin sucediera, es probable que Ucrania termine por lamentarlo, aunque suponga también el alivio que necesita el país después de tres años de guerra. Trump sugirió varias veces que ya no le daría armas ni apoyo financiero a Ucrania, endilgándole la responsabilidad a la Unión Europea: si tanto miedo le tienen a Rusia, enfréntenla ustedes, es la tesis. Así las cosas, Zelensky estaría forzado a buscar alternativas, y el ministro de exteriores ruso ya adelantó que están dispuestos a dar garantías de seguridad a Ucrania a cambio de algunas concesiones. Es, dicho en criollo, un primer histeriqueo de resolución. A cambio, claro, Ucrania tendría que resignar territorio que le corresponde y resignar también los planes de unirse a la OTAN. Sería, claramente, una victoria de Rusia. ¿Qué ganaría Ucrania en este panorama? Dejar de estirar una derrota que, de cara al desplante de Donald J, pareciera inevitable. Ya los ucranianos tienen varias generaciones trastornadas por la guerra, los que aún creen en un futuro quieren volver a vivir en un país sin que los hombres estén yendo y viniendo cada fin de semana a un frente de batalla diferente. 

¿Habría algo para festejar cuando Putin consuma su victoria, servida en bandeja por su amistad con Trump? Mi respuesta apresurada es no, la que viene después de eso es sí. Entre la paz de los derrotados o la guerra de los mártires creo que hay más vida en la paz. Pero sería una señal peligrosa para el bully del Kremlin: ¿quién sabe con qué saldrá después?

Si en cambio uno se deja llevar por otros asesores de Trump o por los dichos del propio Volodomir Zelensky (que dijo que el presidente electo prometió no soltarle la mano), el devenir de la guerra en Ucrania podría ser distinto. Hay voces que sugieren que se reforzaría la ayuda militar a Ucrania y que Estados Unidos emprenderá un enfrentamiento no solo con Rusia sino también con China si es necesario. “En esta línea de pensamientos podría entrar los dichos de Trump sobre Groenlandia, Canadá y el Canal de Panamá”, explica Guillermo Lafferriere. Repasemos: en su camino a la Casa Blanca Trump también habló de la posibilidad de anexar Canadá, comprar Groenlandia y recuperar el control del Canal de Panamá. Pareciera tan solo una prueba de mercado, lanzar headlines para que el tufillo ensanche el campo de ideas desquiciadas. Sin embargo sucede, sin embargo, que estamos en un mundo donde muchos suben a la montaña rusa a cambio de un poco de emoción. En esta tesis, Estados Unidos respaldaría a Ucrania aún más que con Joe Biden. Si hubiera que dar una sentencia, no creo que esto sea posible: Trump borra con la calculadora lo que escribe con los codos. Y la potencia nuclear de esos dos enemigos juntos sería de temer para cualquiera.

Una tercera posibilidad acecha: un blend de ambas opciones. Ucrania acepta la pérdida de territorio, de manera que Putin pueda blandir la espada de su victoria, y a cambio Ucrania entra en la OTAN, asegurándose su seguridad de cara al futuro. 

¿Qué nos queda entonces? El mundo es grande, la ambición de Trump es mucha y por si fuera poco él mismo anunció, en el último año de su primer mandato, la creación de una nueva fuerza armada estadounidense: la Fuerza Espacial. En sus cuatro años anteriores invirtió en defensa más que cualquier otro presidente: 3 trillones de dólares a razón de casi 750 billones por año. El número ocuparía demasiados caracteres: un trillón es un millón de millones. El incremento en presupuesto fue por la creación de la ya mencionada fuerza espacial, su fetiche. Es, básicamente, una fuerza dedicada a hacer la guerra en el espacio exterior, que toma doble dimensión si recordamos que Elon Musk –dueño de una empresa que lanza cohetes y satélites al espacio– será también parte informal del gabinete. Es decir, quién sabe si dejen de concentrarse en la paz de Taiwán para buscar una colonia en medio de Marte. Siempre hay que estar abiertos a la sorpresa. No sé cuál será el medio argentino con presupuesto para bancarnos una cobertura intra estelar cuando llegue el momento, pero ya tendremos nuestra hora de llorar miserias.

Hay otros dos temas fundamentales más que Donald Trump puede transformar para bien o para mal: el primero es Venezuela. Probablemente represente la mayor incógnita ya que sus declaraciones fueron pocas y más bien ambiguas: “Maria Corina Machado es una luchadora por la libertad y los luchadores por la libertad deben estar libres”, escribió en las horas de la asunción fraudulenta de Nicolás Maduro Moros. Trump sabe, como sabe todo el mundo con dos dedos de frente, que el triunfo proclamado por Maduro en la elección del 28 de julio fue un robo. No es su vínculo con la verdad lo que definirá su futura postura con Venezuela, es su vínculo con los intereses. Como muchos otros que también saben que la elección fue fraudulenta, tal vez elija ignorarlo, hacerse el tonto para no tener que lidiar con el peso de la evidencia. Tiene una ventaja Trump por sobre tantos otros: él no proclamó nunca ser un hombre de bien. Aún así, invitó a Edmundo González Urrutia (presidente electo según las actas que presentó la oposición), a su asunción en Washington. Habrá que ver si lo recibe. 

Sobre este asunto, acaso el asesor de más peso será Marco Rubio, su Secretario de Estado (su canciller). Es de origen cubano y odia los regímenes de Nicaragua, Venezuela y Cuba. Hará fuerza por más sanciones, por la retirada de Chevron de Venezuela y quién sabe si agite el fantasma de la intervención. Si logra sacar a Maduro, puede convertirse en el gran hombre para muchos. Si fracasa, en cambio, solo llevará zozobra a la población que aún queda en Venezuela. Es la vieja paradoja de las sanciones, que terminan por dañar más a la víctima que al victimario al que se quiere sancionar.

No será de un día para otro que llegará un nuevo capítulo a Venezuela. Si Trump termina por hacer caso omiso del asunto, nada cambiará en la región y solo habrá demostrado que el mundo ya no se divide entre izquierdas y derechas. Es un bicho pragmático Donald, y como tal habita en la realidad que le toca. El pragmatismo es la única ideología de los realistas. 

Por último, y en estrecha relación con Venezuela, su política más anunciada será la destinada a detener la migración. Ya no habla de muros como en su campaña anterior, ahora en cambio amenaza con deportaciones masivas (incluso usando fuera militar, ha dicho), y de contención externa. 

La corriente antimigratoria mundial evolucionó sus estrategias, mientras antes se intentaba reforzar las fronteras, ahora se las traslada hacia afuera. Un absurdo cartográficamente hablando pero, otra vez, un prodigio del pragmatismo. Es que la externalización de fronteras, estrenada por los bienpensantes europeos, resultó ser muy eficaz (nótese por favor cierta ironía en el tono, y que considero las políticas migratorias europeas eminentemente racistas). Más allá de mis paréntesis de culpa progre, la externalización funciona así: se le paga a terceros países para que sean ellos quienes detengan la migración, de modo tal que el país receptor –póngase, Italia– no tenga que lidiar con los migrantes en sus propias fronteras. Italia le paga a Libia y a Túnez y les pide que corten la salidas de barcazas de migrantes africanos al mediterráneo. Túnez y Libia cumplen, cobran sus servicios, y sus mafias hacen doble caja por el trabajo sucio de perseguir y encarcelar a las personas que buscan un nuevo destino. 

Los planes de Trump, advirtiendo a México con que detenga la migración o sufrirá brutales aranceles, funciona de manera similar pero con palos en lugar de zanahorias. “Si no quieren perder plata, administren ustedes la migración”, es el mensaje velado. Incómodo para la progresista Claudia Sheinbaum, presidenta de México, que probablemente sucumba ante la advertencia por cuestiones de supervivencia. Así, es probable que veamos a una policía de frontera mexicana volverse más brutal, y a las mafias de frontera multiplicarse, si es que cabe alguna nueva por la zona. Serán unos años horrendos en Tijuana. 

Y entonces será cuando se consuma una nueva paradoja: este gritón casi octagenario, tan bruto de modales y de formas, este bravucón que sabe que en las treguas crecen los negocios más estables, este hombre que parece odiar la migración pero ganó el voto latino y puso a uno de ellos al comando de la política exterior, esta caricatura de sí mismo tal vez logre terminar con las guerras que surgieron en su ausencia, y aunque en las flores de la paz nadie vaya a dibujar su nombre, allí estarán sus iniciales. Y por favor del plot twist, se desgarrarán los pétalos de esa ironía cuando a las puertas del imperio queden los hombres y mujeres que huyeron, sin publicidad, de los infiernos que Trump decidió ignorar. 

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Joaquín Sánchez Mariño

Joaquín Sánchez Mariño es licenciado en Comunicación Social. Publica crónicas en diferentes medios de América Latina y España y hace coberturas audiovisuales en sus redes sociales. Fue corresponsal en la guerra de Ucrania y se especializa en trabajo en territorio en situaciones de conflicto. Cubrió la crisis migratoria desde diferentes países de África, Europa y Medio Oriente.
Publicó dos novelas y dos libros de no ficción: uno sobre la crisis social en Venezuela (En Venezuela, Editorial Galerna, 2019) y una investigación sobre el robo desconocido del cuadro del dictador Jorge Rafael Videla un día antes de que el presidente Néstor Kirchner lo bajara en el 2004 (El Cuadro, Editorial Planeta, 2023).