¿Quién fue Robert Oppenheimer?: las contradicciones que atormentaban al padre de la bomba atómica

En los próximos días se estrenará la película biográfica dirigida por Christopher Nolan, y el psiquiatra Federico Pavlovsky aprovecha para narrar vida y obra de una de las figuras más recordadas del siglo XX.

05 de julio, 2023 | 09.48

El 21 de julio se estrenará en cines la película “Oppenheimer”, de Christopher Nolan, basada en la biografía American Prometheus (escrita por Kai Bird y Martin J. Sherwin) que obtuvo el Premio Pulitzer en 2006. Llega en un momento clave, donde nos estamos preguntando a diario las consecuencias de la revolución tecnológica que estamos viviendo. Da la impresión que la tecnología es una obra de tres actos: primero avanza frenéticamente, luego surgen gradualmente las regulaciones y por último los desarrolladores se preguntan (o lamentan) los efectos de los inventos en la especie humana. Robert Oppenheimer encarna esta discusión como pocos científicos.

Un niño sabelotodo, un adulto inestable (y sobresaliente)

Oppenheimer nació en Nueva York el 22 de abril de 1904, en el seno de una familia cuyos padres eran alemanes, ricos y judíos no practicantes. De niño era una suerte de genio precoz: estudió literatura, filosofía e idiomas. Pronto mostró una personalidad singular: introvertido, sabelotodo, de escasas habilidades sociales y aquejado por pozos depresivos episódicos. Lector fanático de Dostoievski, y en sintonía con alguno de sus febriles protagonistas, en la adolescencia vivió momentos de angustia que daban la impresión de haber estado muy cerca de perder la razón.

Dos retratos de Robert Oppenheimer en distintas etapas de su vida. Créditos: www.larazon.es/ y www.elespanol.com/

De adulto, se especializó con maestría en física experimental en la Universidad de Harvard. Al concluir su carrera, viajó a Inglaterra para sus estudios de posgrado. En Cambridge tuvo serios inconvenientes con su tutor y jefe de laboratorio, porque no se sentía valorado ni reconocido por él. En un impulso envenenó una manzana con cianuro, que este no llegó a comer de casualidad. Confesó y sólo gracias a las influencias de su padre logró evitar una acusación judicial, comprometiéndose a consultar con un psiquiatra por sus comportamientos.

Un psicoanalista freudiano, apenas con un par de entrevistas lo diagnosticó con demencia precoz (esquizofrenia). El impacto fue tal en este momento de su vida que ‘Oppie’ estuvo a punto de suicidarse.

Sin embargo, la salud mental de Oppenheimer se fue estabilizando con los años. En 1929 regresó a los Estados Unidos y con el apoyo de Niels Bohr, publicó su primer artículo y luego muchos otros, posicionándose como autoridad mundial en el área de la física de las altas energías. La falta de habilidad política y una agenda cambiante de temas lo privaron de recibir un premio Nobel, como recibieron muchos de sus maestros, pares e incluso discípulos. 

Entre sus colegas lo criticaban por su falta de tacto y su aire de superioridad. En contrapunto, era amable con todos los que estuvieran por debajo de él. Oppenheimer era un hombre atractivo en su imagen y forma de hablar. Una imagen a lo dandy, su clásico sombrero y su Cadillac descapotable, lo convirtieron en un científico atípico, admirado y odiado. En la década del 30, en pleno ascenso de Hitler, se sintió cercano a la Unión Soviética y participó (nunca se supo del todo en qué grado) del Partido Comunista de los Estados Unidos. También fue un defensor enérgico de las libertades civiles, daba discursos políticos y firmaba peticiones. Debido a su activismo político llamó la atención del FBI, que en 1941 empezó a escuchar sus conversaciones telefónicas. Ese mismo año pusieron su nombre en una selecta lista de “personas susceptibles de ser retenidas bajo custodia a la espera de investigación en caso de emergencia nacional”. 

El padre de la bomba atómica

El 29 de enero de 1939 (pocos meses antes de la Segunda Guerra Mundial), los químicos alemanes, Otto Hahn y Fritz Strassmann, demostraron que el núcleo de uranio podía dividirse en dos partes o más, un fenómeno conocido como “fisión nuclear”. El 1° de septiembre de ese año, Albert Einstein advirtió en una carta al presidente Roosevelt que en poco tiempo se podría fabricar “un nuevo tipo de bombas de una potencia extraordinaria”. La algarabía fue tal que pocos días después, Roosevelt creó el Comité del Uranio. Se necesitarían 100 kilogramos de U-235 para producir la necesaria reacción en cadena.

Albert Einstein y Robert Oppenheimer. Foto: Alfred Eisenstaedt.

En 1942 se designó el conocido “Proyecto Manhattan” y Oppenheimer tomó el cargo de director científico. Propuso un lugar aislado para desarrollar los experimentos en el desierto, conocido como Los Álamos. Comenzó a reclutar alumnos y colegas para completar los equipos de trabajo, entre ellos algunos premios nobel. Ante las dudas de los candidatos respecto de la misión solía responder: “¿Y si los nazis la tienen primero?”.

Ese mismo año el físico Enrico Fermi logró producir la primera reacción nuclear en cadena controlada en el mundo, mientras que el premio Nobel Werner Heisenberg, asumía como director del centro de investigación nuclear de Berlín. Alemania se preparaba para crear la bomba.

Para finales de 1944, seis meses después del Día D, estaba claro que la guerra estaba por llegar a su fin y los alemanes no habían avanzado en su proyecto de bomba atómica. Hitler se suicidó el 30 de abril de 1945 y Alemania se rindió. La perspectiva que el arma debía usarse de todas formas contra Japón, un país cerca de la rendición y sin potencial nuclear, despertó las críticas entre los científicos del Proyecto Manhattan. De todas formas no se detuvo y en al sur de Nuevo México (Jornada del Muerto), la primera prueba de la bomba (que recibió el nombre en clave “Trinity”) fue realizada con éxito. En ese momento existían al menos tres temores: que no funcione, que funcione (e inaugure una carrera armamentística con la Unión Soviética) y, que la detonación incendie la atmósfera y produzca un escenario apocalíptico en segundos.

A las 5:30 del 16 de julio de 1945 científicos, militares y periodistas del New York Times que se encontraban en bunkers construidos a 31 km presenciaron el estallido. Algunos reían, otros lloraban, pero todos eran conscientes de que el mundo sería distinto desde ese momento.

En una pausa durante la euforia, Oppenheimer dijo: “Ahora somos todos unos hijos de puta”. Muchos científicos cayeron en la cuenta de que ya no se trataba de un experimento. Tres siglos de física culminaron en el arma más letal jamás construida, y a partir de ahora quedaba en manos del ejército.

El 6 de agosto de 1945 a las 8:14 horas, un bombardero arrojó sobre Hiroshima la bomba de uranio; tres días después una bomba de plutonio fue lanzada sobre Nagasaki. Se calcula que murieron en forma inmediata 250 mil personas. La ciudad amaneció arrasada, con un tono rojizo y un aspecto de pira funeraria. Dos días más tarde, la Unión Soviética declaró la guerra a Japón y la semana siguiente Tokio anunció su rendición final. 

Los medios comenzaron a llamar a Oppenheimer “el padre de la bomba atómica” y su rostro fue la tapa de Time. Existieron algunos anuncios refractarios de los científicos que participaron en la creación de la bomba que fueron rápidamente clasificados por el gobierno. Desde entonces, los científicos y las universidades se subordinan cada vez más al denominado “complejo industrial-militar”.

Repercusiones, arrepentimiento y persecución judicial

Pese a la fama, Oppenheimer gradualmente (y en forma inesperada para muchos) se convirtió en una voz que cuestionó la carrera armamentística nuclear. En una muestra del grado de contradicción interna, en una audiencia con el presidente Truman le susurró: “Siento que tengo las manos manchadas de sangre”. Luego de la reunión, Truman advirtió a sus colaboradores: “No quiero ver a ese hijo de puta en este despacho nunca más”. Su producción científica cesó en 1950 y su vida académica transcurrió en Princeton, en la que fundó la escuela de física teórica más importante del país.

Su pasado de “comunista” y su oposición política al uso de armas nucleares lo convirtieron en un blanco del FBI. En 8 años se habían generado unas mil páginas por año de notas, informes de vigilancia, transcripciones telefónicas e interrogatorios a amigos y colegas. La persecución política volvió a resquebrajar su estabilidad mental y llegó a decir cosas como esta: “Han pagado más dinero por pinchar el teléfono que lo que me pagaron por dirigir el proyecto de Los Alamos”.

Al mismo tiempo, el alcoholismo de su mujer se tornó un problema indisimulable. El 29 de agosto de 1949 la Unión Soviética detonó una bomba atómica (idéntica a la norteamericana) en una zona remota de Kazajistán, lo que oficializó el comienzo de la carrera por el poderío nuclear y dejó en claro el infiltrado de espías que pasaron información a Moscú por años.

Desde Hiroshima, Oppenheimer esperaba una suerte de castigo divino. Fue el 23 de diciembre de 1953 cuando recibió la acusación formal por parte del FBI de generar vínculos con el partido comunista y retardar proyectos bélicos. Acudió a audiencias por el lapso de tres semanas, en un clima hostil, donde fue experimentando una metamorfosis a mártir político. El veredicto estaba escrito antes de empezar: “Era una ciudadano leal, pero un riesgo para la seguridad nacional”. Esto determinó su retiro definitivo y el exilio en una isla caribeña de Saint John, donde en forma periódica agentes del FBI controlaban sus actividades y vínculos.

En una de las tantas contradicciones que encerró su vida, en los 60 Oppenheimer volvió a la Casa Blanca y recibió un galardón por su trayectoria.

Acérrimo fumador, murió de cáncer de laringe en 1967. En 1972, falleció su esposa luego de una vida atravesada por el alcoholismo. Katherine, su hija, se suicidó en 1977 en la casa de playa de sus padres y su hijo Peter, albañil y carpintero, lleva una vida de bajo perfil y nunca da a conocer su parentesco con el padre de la bomba atómica.

 

 

Con información de la Agencia de Noticias Científicas