Úrsula Bahillo fue asesinada por su ex pareja el policía Matías Ezequiel Martínez, luego de denunciarlo 18 veces. No se trata de un hecho aislado. En Argentina desde el inicio de 2021 ya se cometieron 48 femicidios, lo que significa uno por día. Sin embargo el caso de la localidad de Rojas generó un impacto social mayor ya que dejó en evidencia de una manera atroz que las herramientas sociales, políticas y judiciales que las mujeres tenemos a disposición para evitar ser víctimas de violencia no alcanzan. A eso se suma la complicidad de la fuerza de seguridad con el femicida, y la multiplicación de vacíos y trabas en todo el proceso judicial. Lo que quedó expuesto a la luz del día es que si bien el femicida es Martínez, atrás de él se esconden múltiples responsabilidades que permitieron que esto fuera posible: quienes miraron a un costado o minimizaron la amenaza de muerte, quienes subestiman los relatos de una víctima, y quienes justifican las acciones violentas de varones, todxs foman parte de un sistema permisivo, impune y cómplice. Un femicidio es el último paso en una cadena de violencias histórica patriarcal y misógina de la que somos todxs parte.
La complicidad social y la fuerza del orden masculino
Enrique Stola es psiquiatra especializado en violencias y una de sus tareas es encabezar charlas e instancias de conversación sobre masculinidades. Causalmente nació en Rojas y conserva vínculos profesionales y sociales con la ciudad. “En Rojas me conocen todos, saben bien lo que hago. Por el femicidio de Úrsula me hicieron varios reportajes en diarios de Rosario, de Buenos Aires, pero no recibí ningún llamado de un medio local. ¿Por qué? Porque no quieren saber nada con que yo hable de la complicidad social, de cómo funciona el sistema. Soy incómodo para ellos”, explica Enrique. La complicidad es una parte central de la lógica de sentido común patriarcal y su fuerza reside en el hecho de que prescinde de cualquier justificación. Las cosas son como son. No se trata exclusivamente de la complicidad entre varones, sino de todo un sistema social, cultural, burocrático e institucional cómplice. En una pequeña población como Rojas se puede observar con más claridad porque se ven los hilos. Úrsula tenía miedo de terminar muerta, habló con su familia, pidió ayuda a su red de contención, y acudió a la justicia. Martínez incluso había sido denunciado por otras tres mujeres, una de ellas por la violación de una sobrina discapacitada. Pero ninguna de estas instancias alcanzó para frenar lo predecible.
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“Me mandé una cagada” le escribió el policía a su Tío luego de asesinar a la joven. No casualmente esas mismas palabras se repiten en varios femicidios. Stola señala que “el patriarcado es el constructor de una disculpa social a todo lo que cometen los varones, y una condena permanente a la mujer que es etiquetada como la loca y la culpable”. El mensaje existe porque del otro lado hay comprensión. “Es la comprensión cristiana, la que se le pide a las mujeres, la que vemos inscripta en los mandatos del amor romántico. Esto de perdonar, sostener al varón, comprenderlo, ayudarlo, y siempre darle otra oportunidad. Ese discurso que llevan a la práctica las mujeres con los varones es el mismo mecanismo que utilizan los varones cuando sus amigos se mandan una cagada”, dice el psiquiatra. El receptor de ese texto es siempre un varón que sabe lo que significa, conoce el código.
Durante la socialización y la educación de los sujetos se trabaja sobre la noción de los límites, las pautas y los vínculos con el otrx. Esa socialización es diferente para el cuerpo femenino y el cuerpo masculino, que son convertidos en géneros estrictamente relacionales. Stola remarca que “hay algo de la falta de límites que se les enseña a los varones heterosexuales que construye el comportamiento violento. La falta de límite a sí mismo y el límite al otro”. Hay un machismo muy fuerte que vertebra la praxis masculina desde la temprana edad, que luego en la adolescencia se condensa a partir de rituales sociales compartidos como el inicio en la vida sexual o los vínculos sexo afectivos. Mientras a las mujeres se le señalan límites, techos, cuidados y restricciones, al varón se lo construye como apto para lo discontinuo, lo peligroso, el mundo ilimitado. Este aprendizaje es más eficaz en tanto es esencialmente tácito. La dominación masculina genera todas las condiciones para su pleno ejercicio y el orden social funciona como una máquina simbólica automática e inmensa.
Con el asesinato de Úrsula las mujeres sentimos en carne viva que ya no alcanza con nuestro reclamo, que hay espacios a los que no llegamos, y que los varones deberían hacerse cargo de su parte en todo esto. Según Stola es una mirada ingenua pensar que los varones tienen que responsabilizarse o deberían hablar entre ellos para evitar la violencia: “esto no va a pasar: los varones nunca se van a hacer cargo. Podrán cuestionarse algunas cosas pero van a seguir ejerciendo el poder que les confiere el contexto social, que básicamente significa no cuestionar demasiado su lugar o el de sus amigos”. No todos los varones cis heterosexuales son futuros femicidas ni todos son violentos. Pero sí casi todos contribuyen y aportan a la producción de una línea de sentido común que impone el patriarcado, un sentido que los ata pero también los protege. Estos ‘buenos varones’ tal vez no ejercen violencia de género ni quieren mujeres asesinadas o golpeadas, pero no se atreven a cuestionar las desigualdades y el comportamiento de sus pares. Ante esta imposibilidad me pregunto: ¿cuáles son las barreras sociales y culturales que le impiden a un varón cuestionarse o cuestionar una práctica violenta o misógina de un par varón?
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La masculinidad como valor ordenador de las relaciones
Lucho Fabbri es doctor en Ciencias Sociales (UBA), integrante del Instituto de Masculinidades y Cambio Social, y coordinador del Área de Género y Sexualidades de la Universidad Nacional de Rosario. Lo primero que identifica es que para desentrañar esas barreras hay que analizar cómo se socializan los varones en la masculinidad: “La nuestra es una socialización entre pares, lo que se llama la homosociabilidad. Es un proceso que incita a la competencia y que implica violencia. Los varones aprendemos a adherir al principio de jerarquía, al reconocimiento social, en principio padeciendo la violencia de aquellos que están por encima nuestro. Entre los amigos se generan relaciones de poder y vamos de algún modo aprendiendo que la violencia es el mecanismo por el cual dejamos de padecerla. Esto lleva al silencio, al temor, a la vergüenza o a la humillación porque ante cualquier gesto performático que denote ausencia de masculinidad se va a ejercer violencia sobre nosotros”. En ese marco cuestionar los mandatos produce dos efectos: la sensación de que se devalúa la masculinidad propia y ajena; pero además se pone en juego la lealtad, lo afectivo y la pertenencia a un determinado grupo. “Los varones sufrimos una ausencia de espacios de sociabilidad masculina que no se rijan por estas lógicas de complicidad. Entonces la pregunta que nos hacemos es: ¿qué me pasa si yo rompo la complicidad en este grupo? ¿A dónde voy?”, expresa.
En el marco de este debate que se gestó a partir del femicidio de Úrsula sobre el rol de los varones, Matías De Stéfano Barbero, miembro del Instituto Masculinidades y cambio Social, describió en su muro de Facebook que los varones suelen entender su vida afectiva como su vida privada, por lo que generalmente no hablan ni con sus amigos de los conflictos con sus parejas porque “en esos contextos parece que no da ponerse a hablar de lo que a uno le pasa”. Pero Matías remarcó un punto sensible que nos permite profundizar en el lado más humano y complejo de la cuestión: “la información es poder. Y las relaciones entre varones (incluso las de amistad) son también relaciones de poder. Muchas veces, hablar de los conflictos de pareja y de las emociones que nos provocan, es una muestra de vulnerabilidad que puede ser usada en nuestra contra y exponernos a la ridiculización y la humillación por parte de nuestros amigos”. La red de complicidad se sostiene porque la dominación masculina configura el mundo social como un juego permanente de poder. El miedo a perder la aprobación del otro masculino, del par, actúa como dispositivo de reproducción del orden.
La falta de información es otro gran muro. La mayoría de los varones todavía tiende a asociar la violencia de género a las manifestaciones mas crueles como los femicidios o las violaciones, y desde esa mirada se sienten distanciados, como si fuera un problema ajeno. A esto se suma que muchas veces desde los medios de comunicación la violencia se patologiza, desactivando la posibilidad de analizar el tema desde una matriz socio cultural que los involucra. “Los varones no se sienten para nada responsables de la reproducción del sistema social que hace posible un femicidio. Por eso desde la Instituto insistimos con que hay que ver el problema de la violencia de género como un problema que nos habita y desde ahí el desafío es poder pensar en qué medida la reproducimos - aclara Fabbri - Me llegan un montón de mensajes de varones que sí se sienten interpelados. Pero tenemos que preguntarnos si es desde un lugar circunstancial ante algunos femicidios que se vuelven muy resonantes, si es desde la culpa, o si se reacciona de forma espasmódica pidiendo respuestas hacia afuera pero después esa incomodidad no se sostiene como para decidir dar un paso más y colectivizarla. Creo que de todos modos la interpelación masculina está quedando muy corta. Necesitamos mecanismos que inviten a la organización y que a la vez nos hagan salir de situaciones culposas para asumir responsabilidad”.
Activismos anti patriarcales y su rol en la agenda feminista
El avance de los movimientos feministas y la conquista de derechos ha logrado permear algunos espacios e instituciones, incluso el propio Estado. Sin embargo pareciera que esa permeabilidad tiene paredes corporales y corporativas difíciles de traspasar. “Esto de la Revolución de las hijas, la militancia por la legalización del aborto, fue un proceso que despertó en algunos varones el reconocimiento de las posiciones de sus novias, hijas o sus nietas, cuestiones que les hicieron pensar que en realidad habían sido muy machistas. Esto objetivamente desde la cuestión afectiva produce un cambio, una mayor apertura. Pero es una sensación que generalmente queda siempre en el plano de lo individual, no se colectiviza”, observa Stola. Por eso desde su rol hace hincapié en lo importante de la Educación sexual Integral como instancia generadora de un diálogo diferente: “La ESI llega a lugares muy íntimos. Lxs niñxs y adolescentes se abren, hacen la experiencia social de contar lo que les pasa, de poder comunicarse, es algo parecido a lo que suele suceder con los grupos de terapia o adictos, donde los personas empiezan a hablar y escuchar por primera vez. Después de ahí se posicionan ante el mundo, ante el otrx, de forma diferente. Necesitamos experiencias grupales tempranas que faciliten el ejercicio de comunicarse”.
Hoy en día existen varios colectivos de varones activistas que se han incorporado a la militancia y trabajan desde la agenda feministas enfocándose en las masculinidades. Su rol es central, básicamente porque son el puente que necesitan las mujeres para llegar a espacios históricamente patriarcales y violentos donde no son bienvenidas. Esencialmente porque el varón entiende que su par es otro varón. Al respecto Fabbri narra: “nosotros llevamos los debates, denuncias, producciones intelectuales, y demandas de los feminismos a los espacios de dominación masculina donde las mujeres y disidencias no tienen presencia, donde sus discursos se menosprecian y donde se rige una mayor licencia o impunidad para la reproducción de los discursos machistas. Es un desafío muy grande porque en esos grupos de pares se espera de los varones el silencio o la reproducción cómplice. No es que están dándole la bienvenida a los discursos feministas, aunque vengan con cuerpo o voces de varón. Esa complejidad hace que tengamos que afinar las estrategias discursivas y pedagógicas para hacer mella en esos espacios”. Fabbri cuenta que para 2021 se está trabajando en construir una red federal de activismos anti patriarcales.
“El objetivo final debe ser que se forme un activo social de varones que lleguen a producir, por su claridad y por su peso, una dinámica que los demás varones o tengan que sumarse o se queden afuera”, sostiene Stola. Tanto él como Fabbri entienden que no solo hay que armar una red y fortalecer su articulación, sino que además hay que impulsarla desde el propio Estado. Algo así como un proceso de viralización de nuevas masculinidades que superen la mera sensibilización o el taller de reflexión y que generen propuestas reales. “Tenemos que transformar las instituciones patriarcales involucrando a los varones, a las fuerzas de seguridad, las instituciones deportivas, en el ámbito de la salud y la educación para que haya políticas sexuales y reproductivas que trabajen con varones, y para que haya dispositivos de atención a los varones que ejercieron violencia que hoy siguen siendo pocos, están desarticulados, o están desfinanciados. Eso es responsabilidad del Estado pero los varones organizados deberíamos poder demandarle”, concluye Fabbri.