El Ministerio de Capital Humano tiene retenidos desde diciembre más de 5 millones de kilos de alimentos a punto de vencerse en los galpones del ex ministerio de Desarrollo Social ubicados en Villa Martelli, Provincia de Buenos Aires, y Tafí Viejo, Tucumán. Entre los productos se encuentran 3 millones de kilos de yerba mate; casi 500 mil botellas de aceite de girasol; 138 mil kilos de puré de tomate; 81 mil kilos de garbanzo; 20 mil kilos de harinas de trigo y maíz; y más de 30 mil kilos de leche en polvo, entre otros productos alimenticios. El escándalo, que se produce en medio de la crisis económica y alimentaria, salió a la luz luego de la denuncia presentada por el dirigente social Juan Grabois y una investigación elaborada por El Destape, y denota un nuevo ataque de la actual gestión contra los sectores más vulnerabilizados de la pirámide social.
Para ganar tiempo, desde el ejecutivo se encargaron de negar la situación y defender a la ministra Sandra Pettovello. A la par, se montó un show de denuncias por irregularidades y en los medios se multiplicaron las operaciones contra funcionarios de segunda línea. La resolución del conflicto vino por vías judiciales: una orden del juez Sebastián Casanello, ratificada luego por la Cámara Federal porteña, encomendó a la cartera la elaboración de un plan de distribución de modo inmediato. Pero en los barrios, en los rincones más oscuros y fríos de la Argentina, la inseguridad alimentaria y el hambre no pueden esperar. Según los últimos datos relevados por el Observatorio de la Deuda Social de la Universidad Católica Argentina (ODSA-UCA) durante el primer trimestre de 2024 la pobreza alcanzó al 55,5% de la población, mientras que la indigencia ascendió del 9,6% al 17,5%, traccionada principalmente por el aumento en el costo de la canasta básica y la interrupción discrecional de la entrega de alimentos a las organizaciones sociales.
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Hasta 2023, en base a la información del Registro Nacional de Comedores (RENACOM), a lo largo y ancho de nuestro país funcionaban cerca de 40 mil espacios socio comunitarios que recibían alimentos y provisiones desde Desarrollo Social. Sin embargo hace 6 meses que no reciben nada del Gobierno Nacional y son víctimas de una perversa campaña sistemática de persecución y estigmatización de quienes los catalogan como “comedores truchos” o “fantasma” para justificar una medida de hambre planificado.
En ese contexto son las mujeres cocineras de los comedores y merenderos de todo el país las que tienen que hacer malabares, conseguir mercaderías y administrar lo poco que tienen para llenar las ollas y calentar la panza de millones de personas, sobre todo niños y niñas, que padecen las consecuencias del modelo libertario. Son mujeres, madres, trabajadoras, sin reconocimiento social o económica, que lideran la organización de la comunidad, gestionan proyectos solidarios y desarrollan lo que se denomina la triple jornada laboral: generalmente trabajan en el mercado, formal o informal, para ganarse un sueldo; tienen un segundo trabajo no remunerado en sus hogares, con las tareas de crianza y cuidado; y cumplen un tercer rol fundamental en el ámbito comunitario y territorial, donde cocinan, pero además garantizan espacios de contención social, educación, promoción alimentaria y en salud, y acompañan a otras mujeres en situación de violencia.
“Pettovello jamás nos atendió, nos mandaba gente de tercer nivel para decirnos que no había nada”
Mónica Pagnotta tiene 57 años y es coordinadora del Merendero Rayito de Luz que funciona hace más de 3 años en Brandsen 1010, en la localidad de Alejandro Korn. Como muchos otros espacios de ayuda social, la iniciativa nació en pandemia, y desde entonces es sostenido por ella, su marido y su hija. Pero además trabaja de noche como bartender y mesera de un boliche, por lo que sus días se transforman en jornadas interminables, con pocas horas de sueño, en las que tiene que poner todo su esfuerzo y creatividad para inventar menús con la poca mercadería que consigue de donaciones y de su propio bolsillo: “Antes recibíamos alimentos de Desarrollo Social, aceite, harina, azúcar, leche, legumbres, dulces, pasas de uva, huevo en polvo, semillas, fideos, arroz. Pero desde diciembre que no recibamos nada, nos estamos manejando con donaciones y, como yo además trabajo, la mayoría de las cosas las estoy comprando. Cada vez se están sumando más criaturas, y nosotros salimos a la calle porque es la única forma que tenemos de hacer fuerza para que este gobierno no siga jugando con el hambre de la gente”.
“Hacemos rosquitas, tortafrita, pan casero, pan dulce, facturas. Vamos variando lo que cocinamos según lo que tenemos. Pero por ejemplo hoy me quedan solamente dos cajas de leche, así que voy a comprar unos paquetes de harina y haremos pancitos redondos para que alcance para más - narra Mónica - antes había muchos lugares que tuvieron que cerrar porque ya no tienen para levantar la olla. Esos chicos no sé dónde comen, tal vez una vez por día o en el comedor de los colegios, pero eso repercute en la mala nutrición. De hecho antes nosotros teníamos jornadas de salud donde venían médicos a medir talla y peso, pero eso también se cortó”.
En los últimos meses, por la inflación y la interrupción decidida por Milei en la entrega de mercaderías, en el merendero pasaron de abrir todas las tardes a dos veces por semanas, lunes y miércoles, para recibir a 50 niños y niñas del barrio que pasan y se llevan su paquete a la casa. Mónica confiesa que se le estruja el corazón cada vez que se cruza por la calle con alguno que la para y le pregunta ilusionado: “¿Moni hoy va a haber merendero?”.
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Cuando se anunció la medida en contra del reparto de alimentos para las organizaciones trató de pedir una reunión con funcionarios de Capital Humano, pero no hubo respuestas más que el desprecio y la violencia: “Nosotros hicimos reclamos, tratamos de comunicarnos con gente del gobierno, hicimos ronda de ollas en la 9 de julio. Pero Pettovello jamás nos atendió, nos mandaba gente de tercer nivel para decirnos que no había nada. Hasta fuimos al Hotel Libertador donde estaba Milei. Y en la última marcha que fuimos, el 10 de abril, nos reprimieron, salieron con los camiones y nos mojaron, no tiraban gas pimienta, fue un desastre. Tenemos mucha impotencia porque no es justo que hagan lo que están haciendo, sabiendo que hay 5 mil toneladas de comida que se está pudriendo, que esa a punto de vencer. Con todo lo que se podría hacer”.
En los barrios cuando el Estado se retira se fortalecen las redes de contención y ayuda solidaria de los propios vecinos que se organizan para gestionar los recursos como pueden: “Muchas mamás cuando tienen un paquete de harina, o algún vecino que sabe que funciona el comedor, viene y nos dona algo, es todo a pulmón, nos estamos ayudando entre todos. Tengo amigas que se endeudan para poder darle de comer a las criaturas del barrio. Es una impotencia y una angustia tremenda que en un país tan rico como el nuestro siga pasando esto”.
Además en el local de Rayito de luz organizan actividades socio culturales y de formación como ecologismo, talleres de violencia de género, y herrería, entre otras actividades, y allí funciona un roperito comunitario donde las personas donas ropa, calzado, frazadas, y abrigo, y se organizan para que llegue a quienes lo necesiten, sobre todo en la temporada de invierno.
“¿Cómo le explicás a un nene de 5 años que tiene hambre que no hay nada?”
Al frente del comedor Los Pekes del Barrio Saavedra Lamas, en el Partido de José C. Paz, está Ivana Pérez, de 35 años, referente, cocinera, y madre de 8 chicos que tienen entre 15 días y 21 años. La historia de este espacio se remonta a unos años atrás en la ciudad de Grand Bourg donde la joven organizaba meriendas en su casa en un asentamiento para los pibes del barrio, y en 2018 se trasladó a su actual ubicación: “cuando me vengo acá, el barrio recién se armaba. Arranqué de cero a vivir en una casilla, piso de tierra, y al tener muchos chicos ellos salían a jugar y volvían con 6 o 7 nenes que venían descalzos, mis hijos se sentaban a merendar y ellos también. Un día me di cuenta y le dije a mi marido que teníamos que hacer lo mismo pero acá, donde había más necesidades. Mis amigas empezaron a donarme leche, galletitas, harina y automáticamente mi marido salió a buscar las cosas y arrancamos”.
En Los Pekes, espacio que forma parte de la organización Barrios de Pie, Ivana trabaja junto a otras 6 compañeras mujeres, y su pareja que se encarga de la logística. Además de la merienda, en el patio de su casa organizan una comida a la noche durante los fines de semana, y hace tres meses empezaron a preparar almuerzos porque en el barrio la gente se acercaban a pedir. “Hace 15 días tuve mi bebé. Todos me dicen que pare un poco, porque tuve un embarazo de alto riesgo, pero no podía porque los chicos tienen hambre. Esta mañana estaba descansando, porque la nena no durmió bien, y vino una nena y me pidió un poquito de yerba y harina para que la abuela le haga tortas fritas porque ayer no comió. No puedo no atenderla o decirle que no. Y si no tengo de donaciones le doy de lo mío. Esto pasa todos los días”, cuenta.
El aumento en el caudal de personas que por allí pasan todos los días es significativo. En Los Pekes reciben 105 chicos para la merienda, un poco menos para la hora del almuerzo ya que muchos comen en la escuela, y los fines de semana asisten cerca de 70 familias, todas numerosas, que tienen entre 3 y 7 hijos. “Antes no tenía tanta gente los fines de semana, porque las familias lo pasaban en la casa, y ahora se nota que el país está mal porque de un día para el otro empezó a venir gente que ni siquiera conozco, de otros barrios, gente que se quedó sin trabajo. Vienen las mamas que se sientan y te cuentan lo que viven, viene mucha gente mayor también, y es feo ver cómo aumentó todo de un día para el otro. Los abuelos piden mucho fideos, yerba, vive a mate y pancito”, detalla Ivana.
Hasta diciembre recibían alimentos que bajaban del Gobierno Nacional a través de Barrios de Pie, que les alcanzaba para cocinar y armar bolsones de mercadería que entregaban a diario a un montón de gente. Pero el merendero actualmente se financia con donaciones, rifas, e ingresos propios, ya que las mujeres cocinan todos los días pasta frola, facturas, o pan casero, y salen vender al barrio. “Ahora por ejemplo solo tengo 26 paquetes de lentejas para cocinar, y estoy viendo qué vamos a vender para poder hacer algo más. Hace cuatro días que no estamos pudiendo cocinar nada, solamente las chicas hicieron facturas y pan con mate cocido, porque era lo que había. Pero cómo le explicás a un nene de 5 años que tiene hambre que no hay, porque en general son los nenes los que vienen a pedir porque las mamás trabajan o sale a cartonear a Capital”, se pregunta la referente.
Una preocupación central de las cocineras en el contexto actual es cómo ofrecer cierta variedad y, sobre todo, garantizar la calidad nutricional de los alimentos, teniendo en cuenta que, en muchos casos, ese plato representa la única comida del día de una persona. “Para conseguir la mercadería ponemos entre los vecinos, salimos a buscar ofertas. Por ejemplo hicimos una rifa por el día del padre, y con la plata que juntamos compramos 15 kilos de alitas de pollo y con eso hicimos dos comidas, guiso de fideos y de arroz. Para conseguir la carne vamos a algún mayorista que esté de oferta y hacemos albóndigas. Verduras a veces nos dan en las verdulerías. Por ejemplo nunca habíamos usados soja texturizada y nos donaron dos bolsas. Estuve googleando y aprendí que se podía hacer hamburguesas caseras. Así que terminamos haciendo fideos al pesto, con ajo y perejil que nos regalaron en la verdulería, con hamburguesas de soja”, explica.
Hace dos semanas, unos días antes del nacimiento de su bebé, la coordinadora esperaba la visita en el comedor de funcionarios de Capital Humano que irían a corroborar la ubicación y el funcionamiento del merendero: “Iban a venir a controlar que mi merendero no era fantasma, y los esperé todos los días, amasamos cosas para recibirlos. Supuestamente venían un día que estábamos entregando la merienda a la tarde, justo llovía. Nunca llegaron porque no quisieron entrar al barrio. Los días que llueve se llena de barro y ellos estaban en la entrada, en el asfalto sobre la Avenida, y querían que yo salga para allá. Pero en realidad ellos tenían que venir a confirmar que mi merendero no es fantasma. La idea era que vean cuántos chicos vienen, dónde se sientan, que vean las mesas y bancos que hicimos nosotros. Los chicos vienen descalzos, con el barro tapándole los tobillos, y ellos no fueron capaces de caminar tres cuadras hasta acá”.
La visita oficial del Ministerio tenía además la finalidad de incorporar a Los Pekes en el Registro oficial de comedores teniendo en cuenta que muchas empresas o comercios exigen ese reconocimiento para la gestión de donaciones: “Yo voy juntando las donaciones que puedo, pero en general son de vecinos. Los comercios o supermercados no me donan porque me piden que esté registrada, pero como no tengo el papel y no vinieron nunca los de Capital Humano no pude anotar al merendero en el sistema. Y encima esas empresas no donan a organizaciones sociales, solo a personas. Estaría buenísimo que lo den a las organizaciones como Barrios de Pie que saben cómo repartir a los comedores”.
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Las mujeres referentes territoriales como Ivana no se encargan solamente de cocinar o administrar las mercaderías que consiguen. Una tarea fundamental es la de observar las problemáticas y necesidades, y acompañar a quienes lo necesiten desde la simple escucha hasta la gestión de un trámite en alguna agencia del Estado. Para ello realizan, por ejemplo, actividades con los chicos a quienes les ofrecen en la merienda un espacio de recreación y contención con juguetes y juegos de mesa, y además salen a buscar ropa, calzado y abrigo para repartir en el barrio: “cuando me donan ropa yo aviso al grupo que tengo con todas las mamás y viene un montón de gente a buscar calzado, abrigo, frazadas. Yo voy a pedir a iglesias, o me acercan donaciones porque ya me conocen. Ahora estoy pidiendo frazadas porque muchos chicos viven en casillitas con techos de lona y se mueren de frío. Y como muchos no pueden pagar ni la luz hacen un fueguito afuera para cocinar, calentarse, o poner una pavita”.
La violencia de género es otro de los fenómenos que más ha crecido en los últimos meses, a la par de la crisis económica y la reducción presupuestaria de los distintos programas oficiales, como el Acompañar recortado en un 80%, que generaron una situación dramática que impacta directamente sobre las mujeres y personas de la comunidad LGBTIQ+. Acerca de esto, Ivana identifica un aumento de los casos de “mujeres que siguen conviviendo con violentos o prefieren no denunciarlos por miedo”. Afortunadamente junto a las compañeras de la organización han logrado acompañar y aconsejar a mujeres para que hagan la denuncia y tomen la decisión de separarse.
“Yo quisiera esperar más ayuda del estado, del gobierno, y no de un vecino que no llega a fin de mes o una chica que está estudiando y viene a ayudar con lo que puede. Hoy me enteré que van a entregar los alimentos a través de la Fundación CONIN. Pero entonces a la gente que no va ahí, ¿no se le va a dar nada? ¿Qué piensan hacer con todo eso que tienen escondido? ¿Va a quedar ahí echándose a perder mientras los chicos se mueren de hambre? Esta todo muy difícil, yo ruego que nos entreguen mercadería, aunque sea la yerba que es lo que más pide la gente para el mate cocido y para el mate”, sostiene Ivana.
“Muchas de esas personas estarían muertas si no fuera por esta comida”
En la Manzana 5 del Barrio Fátima de Villa Soldati, al sur de la Ciudad de Buenos Aires, funciona la olla popular Ni un pibe menos, de La Poderosa. Allí vive y trabaja Mónica Troncoso (47), quien junto a otras 15 compañeras todos los días pone en marcha desde muy temprano otras tres ollas y un merendero: “Tenemos grupos de trabajo y nos distribuimos las tareas. Un grupo se encarga de la logística y de ir a buscar las mercaderías, después con otro vamos a pedir las donaciones, o gestionamos alguna reunión para solicitar ayuda, para poder subir las raciones, y así”.
Además de su rol en el comedor, Mónica es madre de dos jóvenes y trabaja en una cooperativa gastronómica que funciona en su casa, con la que venden pizzas los fines de semana y organizan catering para eventos. La plata que ingresa la utilizan para comprar comida y elementos de trabajo para los espacios territoriales. “Como cooperativistas entendemos que una de las bases es la solidaridad, y eso nos permite trabajar activamente como cocineras y ayudando en la olla – enfatiza - nosotros hacemos trabajo comunitario, trabajo de concientización en el barrio, limpiando casas particulares, lo que sea, por eso decimos que somos trabajadoras de la triple jornada, después llegamos a casa y tenemos las tareas de cuidado”.
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Antes de la pandemia la olla se hacía los sábados para aproximadamente cien personas, pero desde ese momento en adelante la demanda empezó a subir y tuvieron que multiplicar el trabajo con ayuda del gobierno de Alberto Fernández y la colaboración de UNICEF, organización con la que en 2023 llevaron adelante un estudio cualitativo sobre la pobreza en los barrios y la importancia del trabajo comunitarios en los territorios: “En ese momento hubo un trabajo de organización muy fuerte de los vecinos. Lo que hizo la pandemia fue fortalecer los lazos, y hoy podemos hacer las ollas populares porque aprendimos de esa experiencia”.
Desde fines de 2023, luego del recorte en la entrega de alimentos -y a pesar de tener los papeles al día formando parte del registro oficial de comedores-, no reciben un solo paquete del Ministerio que hoy conduce Pettovello. “Me da mucha bronca porque nosotros hemos hecho todo como corresponde, hasta tenemos las planillas de las personas que vienen. Y esa transparencia no sirve para nada. Por el contrario, deciden mandar la leche a Mendoza por afinidad del gobierno. Este gobierno es muy cínico, muy hipócrita”, expresa.
En el comedor se preparan solo cuatro comidas por semana que se reparten los lunes, miércoles, viernes y sábado. “Tuvimos que sacar días porque cada vez viene más gente y no conseguimos más comida. En diciembre teníamos 240 raciones y hoy ya son 350. La demanda crece todo el tiempo – remarca Mónica - el 60% son chicos en edad escolar, después de los adultos tenemos un 70% mujeres, y también muchos adultos mayores que nos dejan el tupper a la mañana temprano y se lo reservamos para que no tengan que venir a hacer fila. Da mucha tristeza verlos haciendo fila desde las 9 de la mañana. Son muchas horas de estar ahí. Milei dice que si no llegáramos a fin de mes estaríamos muertos. Yo digo que muchas de esas personas estarían muertas si no fuera por esta comida, de escucharlos y darles ánimo”.
Muchos artistas suelen colaborar y sumarse a campañas de La Garganta Poderosa haciendo shows donde la entrada es un alimento no perecedero para los comedores. Pero además organizan fiestas electrónicas, o varietés con diferentes artistas que donan su tiempo y su trabajo para un sorteo y con esa plata se compran mercaderías para las ollas. Recientemente Ricardo Mollo, cantante y líder de Divididos, donó una de sus guitarras para rifar y con ese dinero recaudar fondos para los comedores comunitarios.
La propuesta que sostienen es que la gente se lleve la comida para a la casa y pueda compartir la mesa familiar. “Hay vecinos que trabajan y no llegan a cubrir la comida. Es mentira que los pobres estamos sentados en nuestra casa esperando que nos den un plan. Hay compañeros que priorizan una comida al día, en general a la noche, y después se arreglan con un mate cocido y un pedazo de pan. Pero para garantizar una comida tienen que trabajar un montón de horas – describe la trabajadora - vemos vecinos tirando un carro toda la noche, otras vecinas que se levantan para ir a trabajar a las 4 de la mañana y vuelven a las 5 de la tarde de hacer tareas de limpieza. Y el día que no trabajan, hacen las tareas de su casa como cuidar a su familia. Es muy duro ser mujer, empobrecida, en un barrio popular y en las condiciones que vivimos hoy”.
Conseguir la mercadería y luego transformarla en un plato de comida para tantas personas significa hoy el principal desafío. En Ni un Pibe Menos reciben 150 raciones de un programa de refuerzo de meriendas del gobierno porteño que les sirve como base para cocinar y lo demás lo gestionan a través de donaciones y compras con presupuesto propio: “Se habla mucho de la mercadería, pero para que eso se transforme en alimento y llegue al estómago de los chicos hay que cocinarlo. Eso es trabajo. Y no es solo la mercadería que necesitamos, porque en los barrios es todo en efectivo, no te dan crédito. Nosotros tenemos el anafe y una cocina, que nos consume dos garrafas por semana. Todo sale plata”.
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El principal objetivo de estas mujeres, que se ponen semejante tarea y responsabilidad al hombro, es que la comida sea nutritiva y que llene la panza, por eso el menú suele incluir guisos o polenta. Incluso han participado de cursos y espacios de capacitación dictados por la Unión de Trabajadores de la Tierra (UTT) sobre soberanía alimentaria, agroecología, y nutrición: “cocinamos lo que conseguimos y tratamos de que quede rico, para que los chicos lo coman. Hay temporadas donde cierta verdura es más barata, o te rinde más hacer fideos con tuco, o arroz, según lo que esté de oferta. Suprimimos la carne que es más cara y hacemos guiso de legumbres, que le decimos guiso vegetariano, que tienen muchas proteínas. Nosotros queremos que los chicos crezcan con una alimentación variada. Es doloroso no poder ofrecer algo más”.
Al igual que sus colegas, Mónica observa con preocupación el aumento de la violencia y la conflictividad en general en el barrio, pero particularmente dirigida a las mujeres: “En el barrio vemos mujeres que aparecen golpeadas, que no quieren hablar, cada vez las ves menos afuera de la casa, porque están metidas en círculos de violencia. Acá funciona la Casa de las Mujeres y Disidencias donde las vecinas vienen a participar de espacios de contención y talleres para generar ámbitos de confianza y que puedan hablar. Pero muchas veces no quieren denunciar porque no tienen garantía del Estado, y si se separan no saben dónde van a vivir, cómo le van a dar de comer a sus hijos, quién les garantiza que el violento no las vaya a seguir y a matar. Encima hay un montón de políticas que ya no existen más, como el programa económico Acompañar que garantizaba una ayuda para un alquiler en una piecita. Hoy no hay nada, es un efecto domino por el que se va cayendo todo. Y eso se va a llevar vidas”.
“Yo me enfermé y se me empezó a caer el pelo, tuve que ir al médico”
Carmen López (43) vive en Sorzal, en la localidad de José C. Paz, y es la coordinadora del comedor y merendero Niño Jesús, que funciona hace más de 8 años. Allí trabaja junto a otras ocho mujeres que se encargan de preparar comida para salir a vender y recaudar lo necesario para garantizar dos comidas comunitarias a la semana, una merienda los martes y el almuerzo de los jueves, para 35 familias y aproximadamente 90 chicos.
“Antes recibíamos mercadería del Ministerio de Desarrollo Social y trabajábamos todos los días, pero eso se cortó en diciembre. Nos daban arroz, fideos, aceite, azúcar, polenta, puré de tomate, y comprábamos la carne y la verdura en el concentrador, y con eso estábamos – recuerda Cármen, que además es madre de dos chicos - Pero como ahora no tenemos recursos, nos manejamos como podemos y depende de lo que vendamos si abrimos. Hacemos bizcochuelo, pan casero y vendemos en el barrio todos los días, y con la plata que juntamos compramos la mercadería para cocinar para el comedor”.
La rutina de trabajo arranca a las 8 de la mañana cuando empiezan a cocinar, y continúa hasta las 18 después del reparto con las tareas de orden y limpieza. Como dice Cármen, “todas hacen un poco todo y se ayudan entre todas, no hay una sola cocinera”. La comida más importante es la de los jueves, y el menú suele incluir guisos, de pollo o carne, lentejas, albóndigas con arroz, siempre teniendo en cuenta los productos que hayan conseguido.
“Ponele que en la semana juntemos 20 o 25 mil pesos, usamos la mitad para carne y el resto nos vamos manejando. Compramos en los mayoristas los pack de 10 kilos de arroz, pero eso nos dura para una comida de la semana. Y a veces falta. Frutas no damos, y verduras compramos en un mayorista papa , cebolla, zanahoria, morrón. Tratamos de cortar todo chiquito para que alcance para todos – explica - para conseguir la carne vamos a un frigorífico que ya nos conoce. Cuando cortan la carne quedan los trocitos, el frigorífico nos lo guarda y vende a 5 mil el kilo. Son lindas carnes, nada más que ellos lo recortan y quedan las carnazas en trocitos, y nosotros lo usamos para el guiso o para las hamburguesa”.
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A partir de la situación que atraviesa el país, que afecta particularmente a las personas de los barrios populares, en el comedor cada vez reciben más gente y tienen más demanda de raciones. Además todos los miércoles con otras organizaciones de Somos Barrio de Pie, y en conjunto con la UTEP, salen a repartir desayuno a las personas en situación de calle: “nos juntamos en la Plaza de José C. Paz donde, ahí preparamos la leche, nosotras llevamos torta fritas, facturas y pan casero, y salimos cada uno con su jarrito a repartir la comida”.
“Acá en el barrio trabajan los padres y mucha veces las madres, pero ya no alcanza, porque en una casa puede haber 5 o 6 chicos. La verdad que lo que vivimos es estresante. Es feo que vengan personas y pregunten si hay comida, y no poder darles. Tratamos de hacer lo que podemos. Todos los días se acercan madres y nos preguntan si tenemos fideos, o yerba para darle a sus hijos – cuenta Carmen que no casualmente, en este contexto tan doloroso, sufrió un pico de estrés - los chicos me preguntan por la calle si hoy hay merienda o comida, y es muy feo no saber qué decirles. Yo me enfermé y se me empezó a caer el pelo, tuve que ir al médico”.
Mientras ellas trabajan cada jornada para asegurar un plato de comida para los chicos del barrio, Milei y su gabinete siguen jugando a la escondida con los más de 5 millones de kilos de alimentos a punto de vencerse. “La verdad es indignante la hipocresía de este gobierno, lo que hacen es de ignorantes. Da mucha bronca, impotencia. ¿De qué les sirve que los alimentos se estén pudriendo cuando hay tanta gente que lo necesita?”