El show, el hambre y la política

24 de mayo, 2024 | 14.30

“Da una sensación de disfrute, que lo disfrutan, que el otro no tenga, que el otro sufra. ¡Y el otro somos nosotres, la clase trabajadora! Queda bien definido, bien demostrado que ni siquiera el plato de comida quieren dar, lo más básico, ¿por qué no lo entregan ellos mismos?”. Es difícil pensar en una medida que de cuenta de la distancia entre Nati Molina, autoridad de la Junta Vecinal de la villa 21-24 y la Casa Rosada. No son kilómetros, apenas 6 separan el barrio de la sede de gobierno. Tampoco es tiempo, ni en años luz se desanda el abismo del desprecio. ¿Dimensiones paralelas? En una el presidente de la Nación abre los brazos y canta -mal- sobre un escenario en el que corren por la pantalla leones diseñados por inteligencia artificial; en la otra, Nati y sus compañeras y compañeros, empiezan a hacer humear la olla que dará de comer a más de un centenar de personas mayores con lo que hay, con lo que se puede.

“Todos los gobiernos tienen que tener un plan de contención y abordaje social. Un área que se ocupe de las desigualdades. Nosotras, las mujeres de los barrios, tantas veces cubrimos esas ausencias, pero esto que hacen, no entregar tanta cantidad de alimentos, deja al descubierto la inhumanidad que tienen, parece que fuera un juego para ellos”. Mientras habla, Nati guía una recorrida por el barrio, muestra los pasillos limpios con orgullo villero y de clase trabajadora; si están así es porque los y las recicladoras retiran la basura, son esas mismas personas a las que les redujeron a la mitad el salario social que cobraban. Esa mano que les metieron en el bolsillo y tantas lágrimas ya enjugadas les costó. Casi al mismo tiempo, el vocero Manuel Adorni confirmaba que el gobierno está sentado sobre toneladas de alimentos.

Foto: Jose Nicolini

En esta misma semana, la artista y perfomer Mariposa Trash, hizo gala de lectura política y la expuso en el tiempo exacto que le dio la pantalla de LaNación+. Robertito Funes le puso el micrófono delante, contento de haber encontrado en las inmediaciones del Luna Park a una piba trans que apoye al presidente. “Yo vengo a ver el show, él lo da trolo, es alta drag, quiero verlo mínimo en un triciclo con tres enanos atrás”, dijo, rápida y chasqueando los dedos. Ojos desorbitados, el notero insistió: Pero además del show, qué te gusta del presidente, ¿apoyas sus medidas? “No, para nada, me parece nefasto, quiero verle el bultencio… es tan sexy”. En el piso, donde la escena salía en directo, Pablo Rossi se reía. “Qué delirio”.

¿Delirio? De ninguna manera, Mariposa -también integrante de la banda punk Fama y Guita- puso en acto la operación continua del circo sin pan al que la ciudadanía está sometida, una adicción voyeurista inoculada a repetición, a ver qué hace hoy el presidente, a ver qué espectáculo monta, a quién va a tratar de cucaracha. A ver qué más puede dar la nostalgia conservadora. El error de haber convertido en ley el divorcio vincular, el aborto, el matrimonio igualitario, la ESI. Bertie Benegas Lynch, que el miércoles fue baterista, el jueves se despachó con “la cosa” que le da que a dos personas del mismo sexo le digan matrimonio. Veamos el show de la “batalla cultural”, que el dólar salta y la política se derrumba.

“Yo quiero discutir política, no quiero hablar sólo de miseria”, dice Nati Molina antes de detenerse un segundo para recomendarle a una chica flaquísima que se guarde, que viene el frío; sabe que fumar paco es quedar a la intemperie. Para ella, como para Carlos, Mariela y Andrea, compañeres de la Corriente Villera Independiente, la batalla cultural que pone en escena el gobierno libertario no tiene metáfora, se vive en carne y hueso. Carlos, reciclador de 28 años, es el primero que lo pone en palabras: “Yo pude decidir tener un hijo, lo decidí con mi señora porque tenía trabajo y estaba por la mitad del profesorado de Educación Física”, habla de decisión porque estaba la posibilidad de abortar, es su ejemplo. Después ese trabajo lo perdió, el profesorado está en suspenso y aunque no quiere, a veces tiene que trabajar fuera del barrio para pagar las deudas que genera para vivir en Mercado Pago, el negocio de Marcos Galperín, subsidiado por el Estado.

Foto: Jose Nicolini

“Lo de los alimentos, como la persecución, tratarnos de delincuentes porque tenemos un salario social, es un plan de desarme de las organizaciones sociales; porque nosotres sí hacemos política, aunque no estemos en todas las decisiones”, se enoja Nati, que tiene puesto, igual que sus compañeres, un buzo que dice “Mente y corazón, villa 21-24”. En el barrio hablan del “vecino (o la vecina) común” para nombrar a quienes no están en ninguna organización, son quienes no entienden, dicen, “que si nuestras vidas son como son es porque muchos de los que en algún momento tomaron el poder hicieron que nuestras vidas fueran así”. No es el vecino migrante, no son quienes trabajan por un salario social; tampoco es una vergüenza comer en los comedores. La organización, a ellas les trajo también una comprensión feminista de las opresiones en la vida cotidiana. “Cuando me junté con mi pareja, al principio me llamaba cuando se iba a bañar, como si yo le tuviera que tener preparada la ropa para cuando saliera”, todas largan la carcajada cuando la escuchan. También se ríen fuerte cuando se comparte el deseo de hasta anular el divorcio de Francisco Sánchez, el secretario de Culto de la Nación. “Ni las iglesias te piden tanto, lo ganado está ganado. Y aunque yo soy religiosa; todas nos respetamos. Yo ahora me voy al comedor, me voy a la asamblea, a veces mi mamá me dice que no atiendo la casa, pero mi casa no es encerrarme a servir”, dice Andrea, subrayando libertades a las que no va a renunciar.

Es que no sólo nostalgia de un tiempo anterior -¿la dictadura?- a la existencia del divorcio vincular lo que expresó el secretario de Culto en la reunión fascista de Madrid el fin de semana pasada. Es un régimen de aislamiento sobre todo para esos cuerpos que sostienen, contra la crueldad manifiesta del gobierno, la organización social en los territorios más vulnerados. El encierro doméstico de las mujeres, las razzias para los disidentes sexuales, por ejemplo, parecen sueños húmedos de ese funcionario que no en vano fue invitado a ese escenario donde Milei montó su show antes que en el Luna Park. Sueños que van en la misma línea que llamar “aberración” a la justicia social y “buenismo” a los lazos solidarios y organizados. La batalla cultural a veces parece puro papel picado; otras, encarna en vidas concretas. Y no está separada del hambre.

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