Cuánta democracia en sangre tienen los argentinos: la encuesta que arroja cómo ven la realidad política en la era Milei

En Argentina, a diferencia de otros países de la región, todavía persiste una valoración altamente positiva de la democracia como sistema. Sin embargo, hay diferencias que dependen del partido político que mejor representa a los encuestados que participaron de un informe de Pulsar UBA. Un análisis profundo sobre cómo piensan y viven los argentinos la política.

20 de julio, 2024 | 19.00

La crisis de la democracia liberal es un fenómeno que caracteriza política y socialmente al siglo XXI. Esto se verifica en diferentes aspectos como los cambios que protagonizan los sujetos en relación a comportamientos y valores con respecto al sistema democrático y sus instancias electorales formales; el aumento de la desconfianza de la ciudadanía en las instituciones incapaces de responder a demandas elementales y mayoritarias; o en la crisis de representación que ha erosionado el lugar que ocupan los partidos tradicionales y las organizaciones sociales de masas en las estructuras de poder. La característica central de este proceso es que se manifiesta a nivel global y atraviesa todo el espectro de la política, de izquierda a derecha.

Si bien este diagnóstico excede los límites y fronteras geográficas, es cierto que se registra en cada sociedad con sus propias particularidades teniendo en cuenta la historia y las condiciones socioeconómicas de cada país o región. Por su pasado marcado a fuego por la última dictadura cívico militar y las políticas sostenidas de Derechos Humanos, Argentina ha mantenido en vigencia el principio de legitimidad democrática. Sin embargo nuestro país atraviesa una de las peores crisis desde la vuelta a la democracia porque se combinan dos factores preponderantes: la situación económica, que produce agotamiento y la sensación de incapacidad, individual y colectiva; y la percepción social generalizada de una serie de fracasos gubernamentales consecutivos, de distinto sello partidario, que afectan a los ciudadanos en su relación con la política cotidiana y terminan limitando el ejercicio democrático a la instancia meramente electoral o formal.

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El sociólogo Manuel Castells explica que se trata del “colapso gradual de un modelo político de representación y gobernanza: la democracia liberal que se había consolidado contra los estados autoritarios y el arbitrario institucional a través de lágrimas, sudor y sangre en los dos últimos siglos”. La burocratización de la política y la práctica visible del toma y daca entre los distintos sectores generan desconfianza en la ciudadanía y al mismo tiempo fomentan el surgimiento de liderazgos mesiánicos y proyecto políticos novedosos, que niegan las formas preexistentes, se muestran como outsiders, y quiebran toda posibilidad de entendimiento y convivencia social. Dicho escenario se ha convertido en una alarma ya que implica el aumento en los niveles de conflictividad, polarización política extrema y caos social.

Justamente el punto de quiebre crece entre la narrativa del voto como mecanismo de representación de la voluntad de un pueblo soberano y con derechos, frente a un poder real, inalcanzable, desconocido, inimputable, sostenido por una minoría económico financiera que se mueve con sus propias reglas y códigos. Como bien lo analiza el exvicepresidente de Bolivia Álvaro García Linera en su texto “La democracia como agravio”, el campo o mercado de la política es “como una cancha de futbol inclinada sesenta grados: con respecto a sí misma, es plana, ‘igual para todos’; pero en relación con el horizonte y el centro de gravedad, está estrepitosamente inclinada. No importa cómo se desempeñen los jugadores, la pelota nunca llegará con fuerza al arco de arriba, inevitable mente caerá en el arco que se ubica abajo”.

El concepto de pueblo, de colectivo que toma decisiones, no existe a priori ni está dado en la experiencia como sujeto político visible. Por el contrario, tiende a diluirse en un mercado electoral y más aún en este contexto de hiperindividualización y virtualización de la política, en la que han perdido fuerza otras formas de expresión ciudadana que intervienen en el juego democrático y ejercen representación como los sindicatos, los movimientos sociales, las cooperativas, entre otros. Detrás de la crisis de representación en el cuerpo social se detonan expresiones, hasta entonces conducidas o sublimadas por instancias formales, como la violencia, la ira y la desilusión que pueden materializarse en un movimiento como el “que se vayan todos”, símbolo del rechazo a la dirigencia política, o en colectivos autoconvocados como los que dieron origen a la militancia de la Libertad Avanza.

¿Qué piensan los argentinos sobre la democracia?

Esta semana se conocieron los resultados de la segunda edición de “Creencias Sociales”, una encuesta nacional realizada desde el observatorio Pulsar, perteneciente a la Universidad de Buenos Aires, que indagó acerca de los pensamientos y percepciones que tienen los argentinos y las argentinas con respecto a la democracia, la política, los mandatos presidenciales, los consensos, y cómo dichos universos atraviesan las relaciones sociales y afectivas. El estudio abarcó una muestra de 1.250 casos de personas de todo el país que se identificaron cercanos a Juntos por el Cambio, Unión por la Patria y La Libertad Avanza. Las preguntas ordenadoras de la investigación fueron: “¿Qué pensamos sobre la democracia? ¿Qué pensamos sobre nuestra democracia? ¿Cómo nos clasificamos en términos democráticos? ¿Cómo vemos la interrupción de mandatos? ¿Cómo debe actuar un presidente? ¿Podemos estar en pareja con alguien que piensa distinto?

La primera conclusión significativa es que, en Argentina, a diferencia de otros países de la región, todavía persiste una valoración altamente positiva de la democracia como sistema. Esto se evidencia ya que en promedio las y los encuestados dieron una puntuación de 9,3 sobre 10 a la pregunta acerca de cuánto valoran vivir en una democracia. Además 8 de cada 10 consultados afirmaron que prefieren vivir en una democracia plena, frente a un régimen autoritario. No obstante, este apoyo positivo cayó a 6,6 cuando se les pidió a los encuestados que calificaran el funcionamiento de la actual democracia en Argentina. “Esta diferencia de casi 3 puntos evidencia una insatisfacción con el desempeño de la democracia actual en comparación con las expectativas”, indica el informe.

La reacción social antes descripta, aunque preocupante, resulta comprensible en la realidad que nos atraviesa. No es posible pensar la democracia como una instancia inmóvil, estática o alejada del devenir histórico. Un Estado democrático debe funcionar como un factor fundamental de organización que se encarga de garantizar y eventualmente expandir los derechos y las oportunidades, es decir en un proceso permanente de “Democratización’’ que ya no significa un punto de llegada. Si esto no ocurre progresivamente, si por el contrario la percepción es la de pérdida y malestar generalizado, el Estado como institución y la Democracia como sistema comienzan a ser puestos en duda.

El posicionamiento frente a la Democracia también se puede desgranar teniendo en cuenta factores como la edad y le pertenencia política. En cuanto al rango etario lo que marca el estudio es una diferencia generacional: a mayor edad el puntaje asignado a la democracia disminuye. Los más jóvenes (18-23) promediaron 6,9 puntos, mientras que los mayores (61-99) alcanzaron un 6. Lo que se observa entonces es un mayor grado de desilusión de quienes acumulan más experiencia en la vida democrática.

Pero para comprender dicho punto es necesario vincularlo con la cercanía política, ya que actualmente la juventud es el rango etario que acumula mayor volumen de apoyo a Javier Milei y al proyecto libertario, y eso sugiere una explicación posible. “El hecho de que su referente político ejerza la Presidencia de la Nación en la actualidad favorece que este segmento etario sea el que destaque las propiedades democráticas del país”, señala el documento de Pulsar y subraya un crecimiento de este aspecto en comparación con 2023: “quienes se identifican con La Libertad Avanza y Juntos por el Cambio han aumentado su puntaje a la democracia pasando de 5,8 a 7,0 y de 5,5 a 6,8, respectivamente. Por el contrario, los votantes de Unión por la Patria redujeron, en ese mismo período, su valoración de 6,7 a 6,3. La conclusión en este sentido es que la percepción de la democracia del país está influenciada también por la posición partidaria, oficialista o no, y el cambio de gobierno.

La misma tendencia se observa ante la pregunta por la paciencia a la efectividad de un gobierno: si “un gobierno democrático debería terminar siempre su período sin importar qué suceda” o “debería ser reemplazado por otro antes de cumplirlo”. Los votantes de LLA y JxC apoyaron la primera afirmación en un 62% y 67%, mientras que las personas afines al peronismo mostraron más diversidad en sus preferencias con una leve inclinación por el reemplazo temprano. Lo llamativo es que en 2023 las respuestas estaban invertidas por lo que se corrobora un “Dime quién gobierna y te diré qué pienso” que evidencia que la democracia puede ser leía ya no como “el gobierno directo del pueblo”, sino como una competencia entre grupos de individuos por la adquisición del derecho a decidir sobre el resto.

En esta misma línea, la encuesta muestra que las personas mantienen una relación pragmática o de lectura coyuntural con las instituciones democráticas y el respeto al mandato presidencial. Modifican su valoración de la democracia y su paciencia frente a las demandas y expectativas dependiendo de su afinidad con el partido de turno en el poder, y si su candidato pierde las elecciones suelen perpetras actitudes ambivalentes o de mayor desconfianza hacia las autoridades y las instituciones democráticas. “La simpatía partidaria ejerce influencia sobre la percepción de estabilidad. Una proporción significativa de los encuestados, tanto en la encuesta realizada este año como la del año pasado, cree que un gobierno que no ofrece soluciones debe ser reemplazado: 37% en 2023 y 42% en 2024”, concluye el documento.

En relación a cómo debe ser el comportamiento presidencial en la toma de decisiones la encuesta buscó indagar si las personas preferían mandatarios que buscan acuerdos con otras fuerzas políticas y que las decisiones pasen por el Congreso Nacional, o que avancen en soledad desde el ejecutivo mientras la popularidad se lo permita, incluso en detrimento del funcionamiento del Congreso Nacional. El resultado mostró dos posiciones con distribución asimétrica: un 39% de los consultados prefiere al decisionista, frente al 54% restante que aparece como acuerdista. Si cruzamos los datos con las afinidades políticas se observa que la mayoría de los peronistas se reconocen más en la necesidad de llegar a acuerdos y diálogos, mientras que los militantes de LLA y JxC son permisivos al decisionismo presidencial.

Por último, el estudio del observatorio dedicó una parte de la encuesta a indagar sobre las relaciones personales y afectivas a través de la política. El resultado asombrosamente fue que 7 de cada 10 argentinos y argentinas no eligen su pareja ni juzgan a las personas por política. De hecho, se muestra una disminución, con respecto a 2023, del porcentaje de personas que permiten que las diferencias políticas afecten sus relaciones personales, “lo cual podría ser indicativo de una mayor apertura y tolerancia hacia las opiniones políticas diversas o una etapa de transición hacia nuevas identidades que definan, en un futuro, una nueva polarización”.

¿Qué lugar queda por fuera del voto para la acción social organizada?

En relación al interés por la política, el estudio de la UBA indica que el 52% de los consultados afirmó estar “muy o bastante interesado” en política, mientras que el 47% lo está poco o nada. Y con respecto a la obligatoriedad de votar se observa un apoyo mayoritario: un 62% de los encuestados dice que el voto debe ser obligatorio, frente a un 37% que piensa que debe pasar a ser voluntario. Los números evidencian que el sostén no solo se mantiene, sino que registra un alza con respecto a 2023 cuando se registró un 55% a favor de la obligatoriedad y un 44% en favor del voto voluntario.

Un tema central, que la encuesta no aborda directamente, pero deja entrever en medio de la crisis democrática que atravesamos, es el de la gestión del disenso y la construcción de marcos de referencia y mecanismos sociopolíticos legítimos en los que estos se despliegan. ¿Cuáles son las formas que ha adoptado la resistencia? ¿Qué otras instancias de participación democrática existen más allá del voto? Justamente la relación eventual de las personas con el voto y las instancias democráticas, según su visión y afinidad política, y la hegemonía de la ruidosa retórica del individualismo emprendedor y consumidor autosuficiente, han opacado la lectura política de la realidad y la imagen de la vida en común y colectiva.

El sufrimiento o el hastío frente a demandas no resueltas no se canalizan en estallidos sociales o levantamientos populares en contra de esas élites poderosas, sino en el apoyo a líderes con mensajes mesiánicos y la reproducción de la dinámica polarizante de las redes sociales y plataformas digitales. De esta manera se suplanta la interacción social y la acción política deliberativa, por el poder de los likes y seguidores cueste lo que cueste. Y, cuando efectivamente estos colectivos políticos se hacen visibles, se ponen en marcha desde múltiples frentes las estrategias de descalificación y estigmatización de los movimientos sociales, como si en realidad se trataran de sujetos patológicos, producto de algún desorden o enfermedad mental.

En este sentido García Linera plantea que el problema no es la Democracia como sistema representativo sino la Democracia Liberal asociada al neoliberalismo en lo económico que funciona mediante una igualdad simulada, donde cada persona “vale” un voto y nada más, pero en lo concreto la igualdad ha quedado totalmente triturada por la desigualdad material, el crecimiento en los niveles de pobreza e indigencia frente a una mayor concentración del capital.  “Cuando en tiempos de pasividad social se suman los votos, lo que se adiciona no son genuinas voluntades políticas, sino preferencias castradas, tornadas impotentes previamente ante el poder del dinero y de las élites políticas tradicionales. Y lo que queda es una aritmética de estafas eficientes. La ‘voluntad general’ constituida de esta manera pasiva es solo una aritmética de abdicaciones políticas ante los altares de los candidatos”, define el referente regional. Se puede pensar entonces que en realidad el debilitamiento de la confianza en la democracia y el apoyo a otros regímenes o propuestas autoritarias se trata de un problema relativo a las cualidades poco sustanciales de la democracia liberal.