Francella, Cecilia Roth, la ESI y la censura

17 de enero, 2025 | 18.28

Principios de los años ’90, pleno auge de los videos clubes, los parripollos y las canchas de paddle. Según la categoría de la indemnización del trabajador o trabajadora despedido de alguna empresa privatizada o fruto de la caída de la industria en el menemismo se podía optar por un emprendimiento o manejar un remís. Las remiserías florecían. En los gimnasios, la rutina estrella era el step o la gimnasia aeróbica; coreografías que ahora hereda la zumba. En uno de esos gimnasios de barrio, la veinteañera que era entonces acepta con alguna duda el ofrecimiento de masajes del profesor que, sin más, comienza a sacarle la remera. Aquella chica que fui primero sintió pánico, ya no había nadie alrededor, después dijo: “¿Qué es esto? ¿un sketch de Porcel y Olmedo?” Y recuperando su ropa pudo irse.

La escena viene a cuento de un aire de época, esta época que huele como si de pronto estuviera de moda vestirse con la ropa apelmazada y húmeda que se encontró al fondo de un placar olvidado. “Soy un profesional”, dijo aquel profesor frente a la veinteañera; algo similar a lo que dicen los personajes de Guillermo Francella en el programa que lleva su nombre y fue repuesto en Telefé un cuarto de siglo después de su estreno. Algunos más divertidos que otros, todos con una emoción irrefrenable latiendo entre sus piernas; entre estos personajes está el del padre que no puede evitar buscar el momento a solas para abusar de la niña inocente que interpreta Julieta Prandi. Justo en la misma semana en que el presidente Javier Milei cargó contra la ESI, subrayando con un retuit que esta herramienta “es una apología de la pedofilia y la pederastia”.

Tiene un aroma un tanto anacrónico, también, señalar la reposición de un programa de televisión que naturaliza el abuso sexual -por suerte, aunque Prandi actúe de una niña, es imposible ver una niña ahí- ahora que la tele ha dejado de tener el protagonismo que tuvo cuando Poné a Francella era una novedad. Sin embargo, ésta también es la época en que lo viejo no termina de morir y lo nuevo no ha nacido, como describe la híper mentada frase de Antonio Gramsci -ahora también favorito de los ideólogos de ultraderecha-, la época en la que campean los monstruos, esos que aportan más miedo que imaginación.

¿Se le hubiera ocurrido a Telefé traer del arcón de los recuerdos esta pieza del “humor pajero”, como lo describe Malena Pichot, si no lleváramos ya más de un año de batalla cultural desatada contra los consensos acuñados durante décadas? Porque por más que desde las redes sociales del presidente se difunda que “ESI =basura woke”, la Educación Sexual Integral surge de un acuerdo social dispuesto a desnaturalizar que es gracioso que un padre de familia quiera abusar de la amiga de su hija. O que a las mujeres les gusta que les peguen, como decía la publicidad de piña colada muy al principio de los ’90, mostrando una seria de chicas con el ojo morado que pedían “dame otra piña". ¿Y que un conductor ponga la nariz cerca del culo de las bailarinas para cortales la pollera? Ni Marcelo Tinelli quiso hacerlo más.

Ese consenso al que se llegó con paciencia e insistencia política, aún puesto en jaque, no ha terminado ni responde a un partido político sino a la puesta en común de millones de experiencias personales entretejidas en una historia colectiva que es necesario desarmar. El abuso sexual en la infancia, la violencia estructural contra las mujeres y las disidencias sexuales, la sobrecarga de trabajo no pago para algunas y el privilegio de las jerarquías para otros, tanto en las horas trabajadas a diario como en el acceso a la jubilación para quienes realizaron tareas de cuidado indispensables para la reproducción social durante toda su vida.

La censura que denuncia Cecilia Roth es esta avanzada autoritaria para anular aquellos consensos: pretender erradicar las palabras “género”, “población LGBTIQ”, “familias” (es el plural lo que molesta) -entre otras- de las producciones culturales, de las pautas educativas, incluso de los documentos de cuyo proceso Argentina es parte en la Asamblea de Naciones Unidas -como lo hizo la funcionaria sin cargo Úrsula Basset por indicación de Karina Milei- por decreto o pura prepotencia implica ejercer violentamente el poder. Eso es la censura, eso es atacar a Cecilia Roth cuando lo denuncia.

¿Por qué Agustín Laje, el presidente de la Fundación Faro, creada para implicar a los empresarios y otros inversores en la batalla cultural, va a los archivos a buscar la entrevista a Roth para denostarla, acusarla de vivir del Estado, o de ponerse en el papel de víctima porque “no tiene éxito” como si el éxito de taquilla fuera la medida del talento, justo cuando la recesión le roba cada vez más horas al derecho al ocio?

Para imponer una idea rápidamente como se busca, además de repetirla, hace falta disciplinar, sancionar, mostrar el ejemplo de lo que te puede pasar si se resiste la orden de acatar que la diferencia de género no existe, tampoco el cambio climático ni siquiera la justicia social. Sin embargo, aún con estos amedrentamientos, contra el mandato del éxito monetario como única medida del valor de una vida -mientras la mitad de la población es pobre-; al deseo de más igualdad, de que todos y todas podamos acceder a las vidas que queremos se lo podrá tapar con violencia desde el Estado, pero debajo sigue bullendo.

Las canciones de Canticuénticos y María Elena Walsh volvieron al portal de Educ.ar, Cecilia Roth fue abrazada por su público y sus colegas, lxs amigxs y parientes gays, lesbianas o trans y sus familias en plural seguirán siendo afectos, compartirán las mesas y también las discusiones. Y mal que les pese a los cruzados de las Fuerzas del Cielo, las mujeres y todas las personas con capacidad de gestar seguirán abortando cuando se encuentren en la encrucijada de un embarazo no deseado por las razones que sean. También seguiremos viendo, como en el Festival de la Papa en Córdoba, escenas de solidaridad y resistencia a la censura. Porque la mayoría no es todo y la democracia se trata de respetar y proteger las voces de las minorías.

La que viene es una semana crucial para el mundo entero por la asunción de Donald Trump al gobierno de Estados Unidos. La puesta en escena del inicio de la segunda presidencia del magnate es significativa de un orden patriarcal recargado con que se busca reordenar fuerzas a nivel global. Entre los invitados hay pocos presidentes: Javier Milei, Nayid Bukele (El Salvador), Viktor Orban (primer ministro de Hungría); si Georgia Meloni no va es porque se eligió a Santiago Abascal, presidente de VOX en España y del espacio Patriotas en el parlamento europeo del que participan las fuerzas de Meloni, de Marine Le Penn y de la extrema derecha alemana. También se invitó al extremista de derecha británico Nigel Farage y a Jair Bolsonaro -que no puede salir de Brasil. Mañana sábado 18 de enero, la Women´ s March que llenó calles y plazas en 2017 para la primera asunción de Trump llamó a la People’s March como primera acción de resistencia.

El presidente Milei espera con ansia el momento de estar allí entre tantas figuras que admiran como descarga violencia política sin perder adherentes ni encontrar frenos. Tendrá también su nueva oportunidad en Davos, ahí donde puso como chivo expiatorio a los feminismos. Aquel discurso que Elon Musk festejó con una escena en X propia del humor pajero de Poné a Francella. Tal vez las mayorías aplaudan, tal vez apenas lo miren, ocupadas en trabajar a destajo para aguantar la olla. Pero como mínimo, la mitad del pueblo seguirá poniendo en la mesa un plato para el tío trolo, buscará donde sintonizar a Flor de la V, le hará lugar a la novia lesbiana en la mesa. Habrá bronca también por la madre que ya no puede jubilarse.

El 8 de marzo está próximo, aquí también pisaremos las calles nuevamente.