Es común que, después de un día largo, busquemos refugio en un lugar donde nos podamos desconectar del mundo exterior. Sin embargo, cuando la elección de mantener nuestra casa a oscuras se convierte en una constante, no solo estamos tomando una decisión estética, sino que, según especialistas en psicología, podría ser una señal de lo que está sucediendo en nuestro interior.
De acuerdo a expertos en el campo, existe una relación profunda entre la luz y las emociones, ya que, la luz, tanto natural como artificial, influye directamente en nuestro cerebro.
Cuando el ambiente está bien iluminado, los niveles de serotonina, la famosa “hormona de la felicidad”, aumentan, lo que genera sensaciones de bienestar y estabilidad emocional.
Por otro lado, los espacios oscuros, especialmente cuando no son una elección momentánea, pueden desencadenar reacciones opuestas: una disminución de la energía, mayor predisposición a la tristeza o, incluso, el aislamiento emocional.
La oscuridad como refugio emocional
En muchos casos, la penumbra puede ser vista como un refugio. La falta de luz puede generar un espacio de privacidad donde, en teoría, nos sentimos menos expuestos. Para algunos, esta es una forma de controlar los estímulos externos, buscando un entorno más tranquilo, alejado de las demandas del mundo.
No obstante, si bien la oscuridad pueda brindar consuelo en situaciones puntuales, cuando se vuelve un patrón constante, podría ser una señal de que algo más profundo está sucediendo. El aislamiento, aunque aparente refugio, podría intensificar la soledad y reforzar la desconexión con los demás.
Por ejemplo, personas que atraviesan momentos de estrés, melancolía o incluso depresión, pueden sentirse más cómodas en ambientes oscuros. La penumbra reduce la intensidad de las interacciones externas y les da una sensación de seguridad.
El impacto de la oscuridad en la salud mental y física
La falta de luz natural afecta los ritmos circadianos, que son los encargados de regular nuestros ciclos de sueño. Si no estamos expuestos a la cantidad adecuada de luz, podemos experimentar trastornos del sueño, fatiga crónica y niveles bajos de vitamina D, lo que a largo plazo perjudica nuestra salud física.
Asimismo, pasar largas horas en espacios oscuros puede generar un círculo vicioso: la baja motivación para realizar actividades cotidianas debido a la falta de energía puede derivar en más aislamiento y sentimientos de impotencia. Este ciclo puede ser difícil de romper sin ayuda externa, ya que la oscuridad no solo limita el estímulo visual, sino también nuestra disposición emocional y física.
Siempre tengo el cuarto a oscuras ¿Es malo?
Si te encontrás eligiendo mantener tu casa a oscuras, el primer paso es reflexionar sobre qué podría estar indicando esta preferencia. A veces, solo se trata de una cuestión de comodidad o estética, pero si notás que hay una conexión con emociones negativas como la tristeza o el aislamiento, puede ser útil cambiar algunos hábitos en tu entorno.
Una buena recomendación es permitir que entre más luz natural. Abrir las ventanas o utilizar cortinas livianas para aprovechar la luz del día puede ser un primer paso hacia un equilibrio emocional. También, incorporar luces cálidas y regulables en el hogar puede ayudar a crear un ambiente más acogedor sin perder la tranquilidad que buscas.
Si la preferencia por la oscuridad está relacionada con sentimientos de soledad, melancolía o incluso depresión, es clave consultar con un profesional de la salud mental. También, buscar apoyo es importante y necesario para romper con patrones que puedan estar afectando tu bienestar.