Retornar a las clases presenciales es un anhelo que comparte la comunidad educativa en su conjunto, integrada por docentes, sindicatos, alumnos, padres y personal no docente. Dado que una de las funciones centrales de la escuela consiste en la socialización y la exogamia -la salida de la familia-, jamás estuvo en duda la valoración de la modalidad presencial.
Expresar un conflicto binario entre clases presenciales y clases virtuales es realizar un análisis superficial o, peor, una estrategia tramposa con intención desviacionista. Es un planteo reduccionista, construido fundamentalmente por el gobierno de la ciudad y los medios corporativos. Constituye un desplazamiento de lo que en verdad se dirime en la comunidad educativa: una tensión estructural entre dos modelos antagónicos, dos formas de vida, dos concepciones opuestas en educación.
El tratamiento de la pandemia puso de manifiesto con lente de aumento dos formas de gestión biopolítica, esto es, de tratar el cuerpo, destacando que no nos referimos al organismo biológico, sino a la producción del cuerpo, social y singular, realizada por el poder.
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Los dispositivos de poder instalan prácticas, valores, creencias y formas de vida orientadas a reproducir indefinidamente el sistema de dominación capitalista. En este sentido, la educación resulta una pieza fundamental para disciplinar, controlar, dominar y dirigir la subjetividad.
El conflicto antagónico entre dos formas de vida incluye la política educativa, que también se juega entre dos modelos opuestos: el neoliberal, cuyos representantes actuales pertenecen al espacio de Juntos por el Cambio -en particular al Gobernador Rodríguez Larreta y a la ministra Soledad Acuña-, en oposición al nacional, popular y feminista, encarnado fundamentalmente por los gremios docentes.
Modelo neoliberal
Este modelo se basa en una concepción que aplica la lógica empresarial a la cultura. Considera que lo público o lo estatal es un gasto económico que conviene achicar, por lo que uno de sus objetivos consiste en reducir el presupuesto destinado a educación y desinvertir en infraestructura: no se construyen nuevas escuelas ni se “despilfarra” en mantener las que hay.
Contando con un alto porcentaje de escuelas y aulas que por sus características o el estado que presentan no garantizan el cumplimiento de las medidas y cuidados establecidos por los expertos epidemiólogos, el retorno a la presencialidad plena expresa un rechazo loco de esta realidad edilicia. En el marco de la inacción de la gestión educativa del gobierno de la Ciudad, la vuelta a clases presenciales constituye un marketing eleccionario que pretende ocultar la desinversión edilicia y la caída presupuestaria en educación.
Sabemos que el pour la galerie o “el cotillón” son técnicas de tipo cosmético, muchas veces exitosas, utilizadas habitualmente por el gobierno de la ciudad. Sin embargo, en la actualidad pandémica, el negacionismo de la felicidad y el cinismo de la revolución de la alegría no han logrado ocultar la falta de mantenimiento y reacondicionamiento de los edificios escolares, que imposibilitan plantear una presencialidad cuidadosa y planificada.
El empuje a las clases presenciales consiste en una precipitación irresponsable, camuflada de beneficio ciudadano, que se trafica como derecho a la educación. El gobierno de Larreta, bajo el argumento de libertad de gestión en cada escuela, disimula su propia irresponsabilidad: pretendiendo no asumir las consecuencias y los costos políticos que esto va a producir, transfiere la enorme responsabilidad del cuidado a las autoridades escolares y a los padres de los alumnos.
La concepción neoliberal se basa en la meritocracia y voluntarismo de autoridades, docentes y alumnos, por lo que sobrevivirían las escuelas más aptas, las que cuenten con mejor estructura edilicia y más recursos económicos para asegurar jabón, alcohol, ventilación, barbijos y demás elementos que permitan cumplir con los protocolos. En definitiva, se trata de la fórmula neoliberal del darwinismo social y del sálvese quien pueda: “que se enferme el que se tenga que enfermar”, “que se muera el que se tenga que morir”. Pase lo que pase, el show debe continuar.
De modo contradictorio entre lo que dice y lo que hace, la coalición neoliberal que se autodefine dialoguista no convocó a los miembros de la comunidad educativa para planificar, organizar y consensuar la presencialidad. La ministra Soledad Acuña actúa con un feroz autoritarismo y manipulación valiéndose de miedos, angustias e impartiendo amenazas a docentes y padres.
El modelo de educación neoliberal para interpretar la realidad parte de prejuicios y produce fórmulas banales que no resisten el menor análisis. Por ejemplo, afirma que los gremios pretenden clases virtuales porque no quieren trabajar, desconociendo el tremendo esfuerzo realizado por los docentes durante el 2020 que, sin estar formados para trabajar en pandemia, tuvieron que reconvertir los contenidos a una pedagogía virtual, poniendo lo mejor de sí para estar a la altura de la situación.
Desde una posición cínica, acusan a los gremios de politizar la educación y adoctrinar a los alumnos, defienden la irrealidad de una escuela neutra y desideologizada, cuando todos sabemos que no hay una posición más ideológica que la del rechazo a la política y la ideología.
El proyecto mercantil sostiene que la educación debe servir para adquirir competencias cognitivas y formar a la sociedad según las necesidades del mercado. Pone el acento en los aspectos metodológicos, tecnológicos, vaciando a la enseñanza de contenidos y despolitizando a la comunidad educativa. Apunta a alimentar una escuela que sea funcional a la forma de vida neoliberal, redirigiendo los esfuerzos en la promoción de subjetividades emprendedoras, acríticas, colonizadas y analfabetas en sentido político.
El prejuicio, el desprecio y la demonización al sindicalismo conduce a un pensamiento moral, impidiendo el debate político y constructivo con todos los agentes de la comunidad educativa involucrados, desconociendo la regla democrática que afirma que de los problemas comunes pueden surgir soluciones consensuadas.
Modelo democrático nacional, popular y feminista
En oposición al modelo neoliberal encontramos otra concepción que busca emancipar el pensamiento y defiende la politización de la educación, entendida como un espacio de conversación, en el que hay lugar para la pluralidad de ideas, conflictos, desacuerdos y debates sin censuras.
Entiende que la escuela es el ámbito privilegiado para el diálogo democrático y horizontal entre pares, coordinado por docentes preparados para estas acciones. Ejercita lo común organizado por el amor, la solidaridad, la igualdad y la singularidad, asumiendo que la escuela debe estar comprometida con la realidad y la vida social.
El modelo nacional, popular y feminista reivindica lo público, no como un problema ante el cual a veces no hay otro remedio que caer, sino con el orgullo que significa esa pertenencia. Organizado por los derechos, la libertad de expresión y de pensamiento, el rechazo del odio, el combate al racismo y la xenofobia en todas sus versiones.
Uno de los objetivos que se propone es la formación de ciudadanos pensantes y comprometidos con la época que les toca vivir, en lugar de meros individuos uniformados, pasivos y consumidores.
La comunidad educativa está de acuerdo en retornar a las clases presenciales, pero se niega a hacerlo de cualquier manera; para viabilizar esa propuesta no alcanza con “burbujas” y buenas intenciones.
Se requiere de una logística que debe ser dialogada y planificada con todos los agentes involucrados en el proceso educativo, basada en estrategias realistas, que permitan enfrentar colectivamente los problemas comunes
La escuela, en su modalidad virtual o presencial, es el ámbito privilegiado para realizar una experiencia democrática, transmitir la práctica del cuidado y elaborar grupalmente los efectos que el trauma pandémico está dejando en niños y adolescentes, que urge atender.
Nora Merlin
Psicoanalista
Magister en Ciencias Políticas
Autora de la Reinvención democrática. Un giro afectivo