Los bosques son uno de los pulmones del planeta. El otro son los océanos: producen nada menos que el 50% del oxígeno que respiramos y en gran parte gracias a sus habitantes más diminutos que conforman el plancton (del griego ‘lo errante’), conjunto de organismos microscópicos que flotan en aguas saladas o dulces; en especial, hasta los 200 metros de profundidad.
Entre ellos se encuentran los cocolitofóridos, algas lilliputienses que tienen un rol destacado en la absorción de gases de efecto invernadero (al realizar la fotosíntesis, toman dióxido de carbono de la atmósfera y lo convierten en oxígeno). Todas las primaveras, protagonizan una misteriosa “floración” en el Mar Argentino que todavía no se entiende muy bien. Para desentrañar este proceso, llegó al puerto de Buenos Aires la goleta científica francesa TARA que, tras una breve escala para aprovisionarse, y hacer el recambio de investigadores y tripulantes, zarpó rumbo a Ushuaia con la misión de cartografiar las poblaciones de estos microorganismos en el litoral argentino, tomar muestras, analizarlas y hacer análisis genéticos. La campaña se realiza en conjunto con la Prefectura Argentina, el Conicet y la UBA.
Después de haber recorrido cerca de 450.000 kilómetros a lo largo de 12 expediciones, y de haber hecho escala en más de 60 países, “la misión Microbioma, iniciada hace un año, se centra en varios temas –explica Martín Alessandrini, representante de la Fundación TARA–. En Chile estudió una corriente que sube del fondo del mar hasta la superficie; en el Amazonas, lo que aporta el rio en materia de nutrientes y sedimentos, y cómo estos impactan en el microbioma, en la Argentina analizará la floración de cocolitofóridos, en la Antártida hará más bien un inventario, porque todavía no se conoce mucho sobre estos seres diminutos, y después se dirigirá a África para estudiar otras corrientes marinas y remontar algunos ríos, antes de volver a Francia a fines de octubre de 2022”.
Laboratorio flotante
A 30 años de su construcción, el buque, un verdadero laboratorio flotante que alberga a seis marinos y seis científicos, tiene un diseño inusual. Fue creado por el explorador polar Jean-Louis Etienne para hacer lo que se conoce como una “deriva”; su casco de aluminio tiene un fondo plano y sin quilla.
“Está provisto de dos aletas que se pueden guardar en el casco para que cuando se forma hielo, el barco ascienda y se desplace atrapado en la masa de agua congelada todo el invierno –cuenta Alessandrini en un correctísimo español, ya que su abuela era oriunda de La Plata–. Alrededor de 1992, lo compró el navegante neocelandés Peter Blake, que fue asesinado por piratas mientras el barco estaba anclado en el Amazonas durante una campaña del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente. Luego, el barco quedó inactivo hasta que en 2003 lo compraron la diseñadora francesa Agnès B y su hijo, Etienne Bourgois. Usaron su fortuna para financiar expediciones de exploración del océano. La primera intentó reproducir una deriva en el Ártico, como la expedición del Fram, que en el siglo XIX quedó atrapado en el hielo durante tres años. Así, en 2006 el TARA permaneció 500 días en el continente helado, cambiando la tripulación cada siete meses; a fines del invierno, cuando llegaba la luz y un avión chico podía aterrizar, y a fines del verano cuando volvía a formarse la capa helada. Luego, empezaron las misiones dedicadas al estudio del plancton con un primer proyecto de cuatro años, que se llamó TARA Océan. Dedicaron ese tiempo a hacer un inventario global, descubrir qué comunidades había, dónde, de qué volumen, y en solo cuatro años encontraron más de 800.000 nuevas especies. Fue posible porque el barco transporta tecnología de avanzada: microscopía óptica (tiene un FlowCam, que permite sacar fotos de los microorganismos presentes en el agua que pasa por un tubo muy fino). También pueden realizar análisis genéticos. Todo lo que encuentran se envía a una base de datos pública y abierta para que puedan utilizarlo científicos de cualquier parte del mundo”.
Además, hubo una misión sobre el Mediterráneo y la interacción del microbioma con la contaminación por microplásticos. Otra de casi tres años sobre los arrecifes de coral (TARA Pacific), y otra para estudiar cómo los microplásticos pasan del continente al océano. Gracias a que los protocolos empleados son los mismos desde hace 15 años, las muestras que se obtienen son comparables.
Cambio de tripulación
En Buenos Aires se incorporaron científicos de México, Israel, la Argentina y los Estados Unidos. Además, viaja un corresponsal, que se ocupa de mantener la comunicación con la sede de la Fundación, en París, y un artista, Antoine Bertin, que trabaja en la intersección entre arte y ciencia: convierte el ADN del fitoplancton en música.
La misión Microbioma se inició el año pasado y traza una ruta intrincada. El velero zarpó de Francia, desde allí fue hasta el Estrecho de Magallanes, subió a lo largo de Chile hasta el canal de Panamá, pasó por las Antillas francesas y Brasil. De Buenos Aires se dirige a Ushuaia, la Antártida, vuelve a Punta Arenas, cruza a Sudáfrica, sube bordeando la costa Oeste de África y regresa a Francia a fines del año que viene.
Esta parte de la misión es una colaboración con investigadores locales. “El buque Bernardo Houssay subió desde Ushuaia hasta Buenos Aires para estudiar el inicio de la floración y ahora el TARA hace el camino inverso –explica Alessandrini–. Recorrerá la costa argentina hasta dar con los cocolitofóridos, y la idea es apagar los motores y dejar que el buque quede a la deriva, siguiendo la comunidad de algas para entender este fenómeno de comienzo a fin y para estudiar las interacciones entre esas microalgas y las otras comunidades que hay en el microbioma: virus, bacterias y zooplancton, que son los animales más pequeños del mar”.
El equipo de investigadores del Conicet que está realizando muestreos a lo largo del talud continental patagónico a bordo del Houssay para analizar la relación del plancton marino con el cambio climático y la contaminación del Océano Atlántico está integrado por Federico Ibarbalz, Pedro Flombaum y Martín Saraceno, del Centro de Investigaciones del Mar y la Atmósfera (CIMA- Conicet-UBA); Valeria Guinder y Celeste López-Abbate, del Instituto Argentino de Oceanografía (IADO-Conicet-UNS) de Bahía Blanca; Rocío Loizaga y Valeria D’Agostino, del Centro para el Estudio de Sistemas Marinos (Cesimar-Conicet) de Puerto Madryn; y Ricardo Silva, del Instituto Nacional de Investigación y Desarrollo Pesquero (Inidep), de Mar del Plata.
“Nosotros trabajamos con estas floraciones en nuestra plataforma, justo en el talud, por donde pasa la corriente de Malvinas –explica el capitán Ariel Troisi, oceanógrafo físico de Hidrografía Naval y actual presidente de la Comisión Oceanográfica Intergubernamental en representación de la Argentina–. Lo hacemos en combinación con imágenes satelitales. Como el fenómeno se inicia en primavera, es difícil mantenerse en la zona para verlo desde que empieza hasta que decae. Por eso nos complementamos con el TARA, que va a llegar desde el pico de la floración hasta su fin. Al derivar con la corriente, va junto con el fitoplancton y puede hacer un muestreo continuo”.
Nicolás Bein, segundo del capitán del TARA cuenta que el hecho de estar embarcados no excluye la buena mesa. “Tenemos excelentes cocineros –comenta–. Siempre es un placer sentarse a comer. El menú es muy refinado, con productos frescos. Bien francés, pero también rinde tributo a la cocina local de cada lugar en los que paramos”.
Confiesa que está muy contento de integrar la expedición. “Navegué mucho aquí hace diez años –explica–. Trabajé en el Canal de Beagle y en la Antártida. Para mí, la aventura comenzó porque me encontré con un amigo y fue él el que me propuso trabajar en TARA. Volvemos a encontrarnos en Ushuaia después de todo ese tiempo y estoy contentísimo. Adoro la Patagonia y descubrí Buenos Aires ayer a la noche. Fue genial: pude bailar tango y vivir la cultura argentina”.
Bein (41) siempre fue marino, “el segundo oficio más riesgoso, después del de pescador”, subraya. “En este buque tuvimos un momento difícil –recuerda–. Descendiendo desde la Florida hacia Cuba, nos tocó enfrentar una meteorología complicada. Se formaron muchas nubes, rayos, una tormenta muy fuerte que nos rompió un mástil y hasta hubo llamas. El barco nos protegió, aunque hubo algunos instrumentos que no sobrevivieron”.
La Fundación TARA es la primera de Francia consagrada al océano. Sus investigaciones ya dieron origen a más de 200 publicaciones científicas.