Pampa del Indio es una población mayormente compuesta por criollos e individuos de la comunidad Qom ubicada a las puertas de El Impenetrable chaqueño y a 20 km de una reserva de la biosfera con selvas en galería, lagunas, palmeras, construcciones de termitas de casi un metro de alto y 40 cm de diámetro, aves, reptiles e insectos autóctonos. Entre estos últimos, abundan las vinchucas (Triatoma infestans), el principal vector del Chagas.
En realidad, para ser más precisos, deberíamos decir “abundaban”: era uno de los lugares de la Argentina con mayor infestación de estos insectos, que “colonizaban” más del 30 por ciento de las viviendas rurales; sin embargo, una iniciativa de investigadores de la Facultad de Ciencias Exactas de la UBA liderada por Ricardo Gürtler, jefe del Laboratorio de Eco-Epidemiología (LE), y realizada en conjunto con ONG, personal del municipio y pobladores, logró que ese problema se redujera hoy a apenas el 2% de las viviendas.
Como dio a conocer hace unos días Gabriel Stekolschik en la revista NEX, de la mencionada facultad, el proyecto se inició en 2007 con el objetivo de identificar cuáles son los principales obstáculos para la eliminación de la vinchuca, una meta que parecía inalcanzable. Pero los científicos no solo tuvieron éxito, sino que entre otros hallazgos, descubrieron que algunas de ellas se hicieron resistentes a los insecticidas piretroides, los que se usan en forma rutinaria.
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“La refutación de la creencia extendida de que es prácticamente imposible erradicar las vinchucas ocurre en uno de los sitios de mayor riesgo del país, no solo desde el punto de vista biológico, sino por cuestiones económicas y sociales, como el hecho de que la mitad de la población es indígena y que está en una situación muy vulnerable”, cuenta Gürtler.
Los desafíos que se plantearon desde el principio fueron múltiples. Uno de ellos fue la heterogeneidad de las viviendas, ya que se encontraron con casas terminadas, con techos “urbanos”, y otras construidas con materiales precarios que iban utilizándose en forma oportunista a lo largo del tiempo. Además, suelen estar “agregadas” en el espacio y generan “puntos calientes”; es decir, zonas en las que hay mucha infestación de los hogares e infección de las personas, lo que favorece la transmisión del patógeno responsable de la enfermedad de Chagas (el parásito Trypanosoma cruzi). Algunas de estas zonas coincidían con resistencia a los insecticidas piretroides.
El municipio de Pampa del Indio tiene 60 kilómetros por 30, 1800 km cuadrados habitados de forma dispersa. “Cuando empezamos, había unas 1500 viviendas –recuerda Gürtler–, pero a lo largo de diez años trabajamos en 2500, porque allí se da un proceso de construcción y destrucción de las casas (en especial, de la etnia Qom). Ellos mantienen la costumbre de mudarse dentro de un terreno familiar o comunitario. A lo mejor, se alejan 100 o 200 metros, no mucho más, pero tienen este hábito que es tal vez herencia de su pasado no tan lejano, prácticamente nómade. Descubrimos este fenómeno que para nosotros era totalmente nuevo y que tiene impacto sobre el vector, porque cuando ellos tiran la vivienda abajo, son muy pocos lo materiales que se llevan. Entonces las vinchucas, al perder a los hospedadores, tienen dos posibilidades: o se mueren de hambre, cosa que ocurre, o se dispersan y llegan a otro lado. Es todo muy dinámico”.
Al comenzar este proyecto (que también se realizó en Paraguay y en Bolivia, y luego en dos sitios en Brasil), la gran pregunta que tenían los científicos era porqué se reinfestaban las viviendas después de la aplicación de insecticidas. Se sabía que éstos no son ciento por ciento efectivos, pero no se conocían cuáles eran las debilidades de esa estrategia de control químico y de dónde provenían los insectos que restituían el ciclo de transmisión.
Relevaron en detalle un sector de 350 viviendas, registrando la infestación, y también la infección de personas y animales. Además, hicieron una caracterización fenotípica (de los rasgos físicos) de los insectos, para entender si los que aparecían después de la aplicación del insecticida eran parientes o diferentes de los que había antes.
Sorpresas que permiten avanzar
“La primera gran sorpresa fue que la aplicación de piretroides tenía menor efectividad que la que habíamos medido –destaca Gürtler–. Y eso nos llevó, en una profundización no prevista, a encontrar que en esa región del Chaco argentino había resistencia a los insecticidas que no había sido previamente descripta. No era homogénea, y eso complica mucho las operaciones, porque hay que ir casa por casa, evaluar, volver... Y se necesita georreferenciarlas para poder ubicarlas, porque los caminos rurales algunas veces son inaccesibles y encima cambiaban de lugar. O sea, a los seis meses la misma familia había construido su casa en otro sitio, nos encontrábamos con el mismo hogar en otra vivienda”.
Una vez que lograron eliminar las vinchucas de esa primera área, empezaron a escalar las operaciones al resto del municipio de forma gradual con el mismo protocolo y así siguieron hasta cubrir toda Pampa del Indio en aproximadamente dos años. “Comprobamos que después de la primera fase de aplicación de insecticidas, baja enormemente el riesgo de transmisión, algo que se confirma a pesar de la resistencia –agrega Gürtler–. Pero para eliminar el vector hay que hacer mucho más, porque es imprescindible evitar focos residuales con alguna herramienta efectiva”. No se puede aplicar una receta homogénea, sino que se trata de desarrollar un protocolo, evaluar los efectos, investigar las causas de una menor efectividad si la hubiera, y repetir el ciclo de diagnóstico, acción, reevaluación y eventualmente nuevas acciones. “Esto lo hicimos con mucha intensidad”, cuenta.
Por otro lado, no basta con modificar o cambiar completamente la vivienda. “Además del costo y el tiempo que llevaría, mientras uno va cambiando, hay zonas aledañas que todavía tienen insectos, y entonces se dispersan entre las viviendas modificadas –puntualiza Gürtler–. El jefe del programa de Chagas, Jorge Nasir, siempre decía que no hay casa ‘antivinchuca’, lo que hay son ‘familias antivinchucas’. Quiere decir que son las personas con sus prácticas, con sus cuidados, las que pueden eliminar el vector o tender a eliminarlo”.
Tampoco hay una alternativa probada a los piretroides, ya que los ‘no piretroides’ (organofosforados, carbamatos, palatiol) no están autorizados para estas situaciones. "Tienen un perfil de toxicidad complicado, pero manejable. Nosotros los utilizamos en forma quirúrgica en 20 viviendas de las 2500 en las cuales intervinimos, y solamente después de que demostramos que era imposible eliminar el insecto con los habituales –dice Gürtler–. Sabíamos que en Salta y en partes de la frontera con Bolivia había mucha resistencia. En colaboración con el Centro de Investigaciones de Plagas e Insecticidas (Cipein), del Conicet, hicimos una serie de tamizajes que mostraron que, efectivamente, esa zona inicial que abordamos tenía resistencia, pero por parches. No era homogénea, no era muy intensa, en muchos casos era moderada o leve, pero en la práctica implicaba una falla de control. Se aplicaba el piretroide bajo protocolo y los insectos no morían, y eso es letal para un programa que trata de eliminarlos, porque uno se queda con un problema, tiene que volver a tratar la vivienda y si hay que repetir esto una y otra vez, los propios pobladores empiezan a desconfiar del programa de control. Hay que explicarles qué se logra y qué no se logra, y por qué se hace cada cosa”.
Para promover la participación de la comunidad, los científicos desarrollaron en Avia Telai, un municipio cercano, un programa con las escuelas. “El morador que convive y conoce los insectos, y en muchos casos sufre su picadura es el punto central del sistema de detección –subraya el investigador–. De hecho, nosotros sostenemos que tiene más capacidad que nosotros para encontrar las vinchucas. Y los chicos son los que pueden estar más atentos para detectar y comunicar esto al centro de salud rural o a la escuela. Saben dónde están, o pueden aprender rápidamente, y lo toman casi como un juego. Esto amplía mucho la capacidad de vigilancia. Es un eje de la participación comunitaria que no siempre está desarrollado. Parece mentira, pero en muchos casos el sistema de salud no lo aprovecha. No es que no lo sabe, pero no tiene la capacidad, porque hay que interactuar con ellos de forma frecuente, y atender los reclamos de la población. Cuando no está esa escucha, la segunda o tercera vez que uno no va a la vivienda, le cierran la puerta, algo que a nosotros no nos pasó a lo largo de los ya casi más de 15 años que estamos trabajando en la zona, porque entienden lo que hacemos y que es en su beneficio”.
La experiencia se presenta en un trabajo publicado en PLOS Neglected Tropical Diseases (https://journals.plos.org/plosntds/article/authors?id=10.1371/journal.pntd.0011252) que firman Ricardo Gürtler, María Sol Gaspe, Natalia Macchiaverna, Gustavo Enriquez, Lucía Rodríguez-Planes, María del Pilar Fernández, Yael Provecho y Marta Victoria Cardinal. Allí muestran que no se trata de aplicar una receta universal, sino de aplicar una estrategia adecuada y sostener las acciones cuanto sea necesario. “No se puede puede decir exactamente cuántas veces va a haber que rociar las viviendas, porque eso dependerá del tipo de vivienda, de lo que hacen sus habitantes y del grado de resistencia de los insectos –dice Gürtler–. Algo importante es que Pampa del Indio estaba bajo control, pero aislado, porque todos los municipios vecinos estaban infestados y hacía tiempo que no tenían campañas de control. El municipio vecino, Castelli, tenía resistencia a piretroides, y los otros que no tenían resistencia también estaban infestados. Entonces lo que hicimos fue ir, investigar lo que ocurría y tratar de encontrar medidas adecuadas de forma tal de que Pampa del Indio no quedara como un reducto aislado, sino que se ampliara la frontera de la infestación. Esto es fundamental, se sabe desde hace mucho tiempo que hay que hacerlo, pero por diversos motivos los programas van trabajando en forma desarticulada en lo espacial. Y si hay adyacencias con muchas vinchucas, éstas reinvaden la zona controlada. Sin embargo, en nuestro caso no ocurrió. Es un tema de investigación. ¿Por qué fue tan baja la reinvasión? Bueno, hay cosas que no sabemos; por ejemplo, porqué a veces son más lentos esos mecanismos. Ahora, lo estamos investigando”.
La iniciativa no solo les permitió a los pobladores de Pampa del Indio librarse de las vinchucas, sino que abrió la puerta a otras acciones de salud pública. Según Marcelo Abril, director ejecutivo de la Fundación Mundo Sano, que al inicio de este programa compartió tareas con el equipo de Exactas y que a partir de lo logrado en control vectorial, hace varios años tienen un consultorio de Chagas en el municipio, esta intervención no solo fue positiva y eficaz, sino que el año pasado permitió implementar la iniciativa ETMI Plus, de la OPS, para mantener la eliminación de la transmisión maternoinfantil de VIH, sífilis, enfermedad de Chagas y la infección perinatal por el virus de la hepatitis B.
Concluye Gürtler: “Hay mucho para hacer, pero no existe la bala de plata. Eso no funciona. Hay que continuar este camino de trabajo conjunto entre el sistema científico, y los programas de control de vectores y de enfermedades para tratar de mejorar lo que se hace en terreno. Tenemos que tomar conciencia de que este problema del Chagas en el Cono Sur está resuelto prácticamente en todos lados, salvo en sectores de la Argentina y de Bolivia”.