Hasta hace unos años, Buenos Aires supo tener dentro de sus paisajes una gran variedad de tintorerías administradas por ciudadanos japoneses, distribuidas a lo largo de todos los barrios porteños y del Gran Buenos Aires. Se trataba, en su mayoría, de inmigrantes provenientes de Okinawa, una isla ubicada al sur de Japón, quienes realizaban el trabajo con una prolijidad y pulcritud distintiva.
Estos negocios familiares, muchas veces ubicados en la parte de adelante de las viviendas, se caracterizaron por sus grandes planchas a vapor, por el inconfundible olor a solvente, y por una serie de detalles distintivos: colgaban prendas del techo, que luego bajaban con un palo que tenía un gancho en la punta, entregaban la ropa envuelta en papel madera y tenían perchas con los nombres de los comercios.
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En los últimos años muchas de estas tintorerías han ido desapareciendo y hoy en día son pocas las que resisten. De los cerca de 2 mil locales activos que había en la ciudad y sus alrededores en la década del ‘60, cantidad récord de América Latina, en la actualidad no quedan más de 200.
100 años de tintorerías japonesas
Las llamadas “tintorerías japonesas” de Buenos Aires surgieron en las primeras décadas del siglo XX. Los primeros oficios de los inmigrantes japoneses estuvieron vinculados al servicio doméstico. “En esa época, en Buenos Aires, había una especie de gusto por la japonería o el japonismo, algo que en Europa estuvo más en boga a finales del siglo XIX. Entonces, tener un ‘mucamo japonés’ era un símbolo de prestigio”, explica Pablo Gavirati (Miyashiro), investigador del Grupo de Estudios del Este Asiático del Instituto Gino Germani (UBA) y nieto de tintoreros okinawenses.
Históricamente, las tintorerías de Buenos Aires habían estado lideradas por la colectividad española, lo que generó algunos conflictos. Cuando las tintorerías japonesas empezaron a ganar más terreno, se los acusó de tener “prácticas desleales”.
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Según un artículo publicado por el investigador Marcelo Higa, desde los inicios los locales evidenciaron el origen japonés de sus dueños: Tokio, El Sol Naciente, o simplemente El Japonés, funcionaban como marcas que garantizaban la calidad del trabajo.
“Decimos tintorerías japonesas, pero en realidad la gran mayoría de sus dueños, más o menos el 70%, provino de una isla del sur de Japón que se llama Okinawa, que tiene particularidades culturales bastante marcadas. Los okinawenses se pudieron expandir bastante y tuvieron éxito porque las tintorerías eran un modelo de negocio fácil de aprender, que funcionaba a través de las redes migratorias. Generalmente, en un primer momento, un inmigrante que ya estaba instalado llamaba algún familiar que venía y trabajaba unos años hasta que aprendiera el oficio, o juntara algo de dinero. Existía un sistema de créditos rotativos que se llamaban Tanomoshi, con los cuales ese aprendiz se podía independizar y abrir una nueva tintorería”, explica Gavirati en diálogo con El Destape.
Esto explica por qué no existe en la actualidad un barrio japonés u okinawense en Buenos Aires: al ser un servicio, no convenía que todas las tintorerías estuvieran concentradas en una misma zona, sino que era mejor que estuvieran distribuidas a lo largo y a lo ancho de la ciudad. “En el caso de los inmigrantes japoneses de las islas principales, que fueron la minoría de los inmigrantes japoneses, se asentaron más frecuentemente en el conurbano o en las llamadas colonias, que hoy son viveros de floricultura”, añade.
Según el especialista, el momento de mayor ascenso de las tintorerías japonesas y de mayor afluencia migratoria estuvo vinculado a la posguerra de Okinawa, que había sufrido la Segunda Guerra Mundial de manera directa. Por otro lado, también se lo suele asociar al primer peronismo, “ya que las clases trabajadoras con ascenso social llegaron a ocupar posiciones de clase media y, con los estándares de la época, los trajes que utilizaban necesitaban un tipo de cuidado y limpieza especial. Esas prendas eran una manera de plasmar su ascenso y su prestigio social”.
Puertas adentro, los hombres solían dedicarse más a las tareas limpieza y planchado mientras que las mujeres se ocupaban de la atención al público. El oficio también pudo prosperar porque no se necesitaba demasiado diálogo con los clientes, entonces el idioma no resultaba un obstáculo.
Por otro lado, el imaginario sobre los japoneses y el japonismo estuvo siempre asociado a la limpieza, la prolijidad, la honradez y la responsabilidad, características que hacían que fuera un servicio siempre buscado. “Eso también les aumentaba el prestigio social. El historiador Marcelo Higa también habla de una especie de estereotipo o prejuicio positivo que, obviamente, es una generalización, pero fue un capital social que los inmigrantes supieron ir cultivando. Más allá de que cada negocio era independiente, la tintorería japonesa se convirtió en una marca de la colectividad”, describe el Gavirati.
Nuevas generaciones y cambios de costumbres
Omar Shokida es nieto de okinawenses y es el dueño de una tintorería artesanal llamada “Sol de Tokio”, que funciona hace 55 años y que se encuentra ubicada en Céspedes y Freire, en el barrio porteño de Colegiales. Originalmente la regenteó su mamá y luego Omar continuó el oficio. “Cuando el trabajo es tradicional es muy exigente porque implica un esfuerzo muy grande, ya que todo es manual: recibís una prenda, después hacés un desmanche, un lavado si hace falta, un cepillado y un planchado para cada prenda específicamente. Además, todo el trabajo lo hacés parado”, describe el tintorero.
“Hay que conocer los tipos de manchas, las telas, las terminaciones de las prendas. Después tiene que ver la calidad de los productos y la experiencia. El tintorero profesional suele tener 40 o 50 años de experiencia”, añade.
“La mayoría de las personas que trabajamos en las tintorerías tradicionales tenemos arriba de 55 años. Los días de 45 grados acá hacen 60. Son cosas que una persona muy grande no lo puede soportar entonces muchos prefieren vender el local o alquilarlo porque es un trabajo de mucho esfuerzo”, detalla Omar.
Entre las principales causas por las cuales hoy hay cada vez menos tintorerías japonesas se encuentran la falta de continuidad del trabajo por parte de los hijos o nietos de los tintoreros originales y los cambios en los hábitos de consumo: hoy en día no es tan habitual tener muchas prendas que requieran de cuidados especiales.
Malena Higashi es nieta de tintoreros, practicante de ceremonia del té y autora del libro “El viento entre los pinos”. “En mi familia se dice que la inmigración japonesa es una inmigración modelo porque tuvieron hijos que fueron, en su mayoría, universitarios y no continuaron con el negocio familiar. Con lo cual, a medida que van envejeciendo los tintoreros, las tintorerías van cerrando. También influye la manera de vestirse. Hoy es más ‘fast food’, es ropa sintética o de algodón que se puede lavar en un lavarropas. Hoy casi no tendemos ni a planchar ropa”, asegura.
Cuando los tintoreros japoneses le hicieron frente al Gobierno de la Ciudad
En 2005 la legislatura porteña sancionó la Ley 1.727, impulsada por el Gobierno de la Ciudad, que obligaba a los dueños de tintorerías a cambiar las máquinas Hoffman que tenían por otras más modernas que usa, importa y vende la cadena “5 á Sec”. Esto representaba un “dineral” para la mayoría de los tintoreros. La norma fue reglamentada en 2007 y generó que, entre 2008 y 2009, comenzaran inspecciones y multas.
El argumento que utilizaron desde del gobierno porteño era que, supuestamente, las maquinas más antiguas contaminaban más. Sin embargo, los tintoreros japoneses aseguran que esa acusación es falsa y “desleal” ya que justamente los componentes que ellos utilizan son menos perjudiciales para el medio ambiente que los que aplican en la famosa cadena.
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“Es una vergüenza porque utilizan argumentos falsos y nos perjudica a nosotros que trabajamos con componentes mucho más naturales”, afirma Omar. Además, apuntaron a un supuesto lobby hecho en la legislatura por la presidenta de la empresa “5 á Sec” en Argentina y su hermana, Gabriela Michetti, exvicepresidenta y exvicejefa de gobierno porteña.
Como una forma de resistir esta medida, los tintoreros japoneses se nuclearon en la agrupación "Tintoreros Tradicionales Autoconvocados” y realizaron protestas y movilizaciones frente a la legislatura para frenar la medida.
“Esto fue un hito histórico porque la política de multas y clausuras fue percibida como injusta, pero sirvió para movilizar a la colectividad casi institucionalmente”, describe Gavirati. Además, esta organización generó reuniones mensuales de todos los tintoreros en el Centro Okinawense en la Argentina, una costumbre que fue interrumpida por la pandemia de Covid-19.
El conflicto se "resolvió" cuando en 2010 se aceptó modificar la fecha en la que se debía hacer la transferencia obligatoria de la tecnología de solvente. Estaba prevista para 2015, pero se logró prorrogarlo hasta 2025.
Carlos Alberto “Beto” Wakugawa está a cargo de la tintorería “Los 5 hermanos”, fundada en 1966, y ubicada en la calle Céspedes, a pocos metros de la avenida Cabildo. Es hijo y nieto de tintoreros okinawenses e integra el grupo “Tintoreros Tradicionales Autoconvocados”.
“A las manifestaciones concurrimos en su mayoría japoneses, pero tuvimos el apoyo de colegas españoles e italianos. Nos querían obligar a cambiar nuestras máquinas por unas nuevas y a usar determinados productos argumentando que los nuestros eran contaminantes cuando los laboratorios químicos no lo demostraban. Ese proceso fue un antes y un después porque esa ley tampoco habilitaba la apertura de nuevos locales por el uso de estas máquinas. Fue un lobby de interés económico”, asegura el tintorero.
En el camino, muchas de las tintorerías cerraron. Se calcula que entre 2008 y 2010 el número de tintorerías pasó de 600 a la mitad, aproximadamente. “Quedamos pocos y de acá al 2025 nos van a tener que escuchar de nuevo”, advierte Beto.
Mapa de tintorerías
“Encontrar hoy una tintorería es encontrar un reservorio de historia, de cultura de otra época”, asegura Malena Higashi. Un poco inspirada en esta sensación y otro poco por intentar recuperar parte de su propia historia, creó una cuenta de Instagram en la que postea fotos de fachadas de las tintorerías “pintorescas” y que reflejan “otra Buenos Aires, la de una época de mayor esplendor y donde la gente usaba trajes”
“Por mis abuelos tuve una infancia cercana a las tintorerías y siempre me parecieron lugares un poco mágicos. Entrar a una tintorería es entrar en un túnel del tiempo y en Japón. Tienen cosas muy japonesas como por ejemplo los calendarios, son fanáticos y suele haber más de uno. Siempre que veo una tintorería me da una sensación de esperanza y me roba una sonrisa”, sintetiza Malena.
Yamila Rombaldi, creadora de la cuenta de Instagram y Twitter @BuenosAiresPerdida, armó un mapa de tintorerías. “La idea apareció cuando vi que había cerrado una zapatería que estaba hace muchos años en Villa Devoto y me hizo pensar en todos los rubros que de a poco van desapareciendo y quizás no hay fotos ni registros porque no son lugares llamativos, no son palacios, ni la casa de alguien conocido, pero uno los extraña cuando ya no están”, cuenta en diálogo con El Destape