Cuando la Economía se convierte en la centralidad del devenir social, cuando se la concibe como fuente exclusiva y excluyente de todo progreso humano, se aceleran los procesos precarizadores del trabajo y su conversión en principal variable de ajuste en pro de un futuro lleno de oportunidades que jamás se concreta.
El trabajo como factor de la producción
Hablar de “trabajo humano” encierra una falacia conceptual, a la par de los cuestionamientos que desde perspectivas ideológicas puedan generar; o cuanto menos, resulta redundante porque: ¿a quiénes sino podría atribuírsele el hacer del trabajo?
Este contenido se hizo gracias al apoyo de la comunidad de El Destape. Sumate. Sigamos haciendo historia.
No son las máquinas, ni siquiera las más sofisticadas o robotizadas las que trabajan, a lo sumo puede decirse que “producen” bienes o servicios.
Así como suele pasar inadvertida la errónea manera de referirse al ámbito o mundo del trabajo como “el mercado”, incluso en boca de personas enroladas en posiciones progresistas o laboralistas, pues su directa implicancia es tomar al trabajo como una “mercancía”, lo que -mal que les pese a algunos- ni siquiera los más conservadores podrían públicamente catalogarlo de ese modo, algo similar ocurre con otras palabras que encierran significantes seriamente distorsivos.
Tal es el caso, también muy extendido y admitido con bastante ligereza, de tratar al trabajo como un “factor” de la producción, que conlleva a su -deliberada o no- inexorable deshumanización y con ello a prescindir de su incomparable relevancia con respecto a los elementos que, sí efectivamente, puedan integrar -posibilitar y desarrollar- las diferentes instancias productivas.
El trabajo y las personas que trabajan conforman la centralidad, que el pequeño -pero muy poderoso- Capital concentrado saca de foco y coloca en la periferia de la Economía a la que asimila como el espacio capaz de proveer el bienestar general que, en la práctica, sólo se pretende dirigida a brindar beneficios -muchos- para pocos.
El problema no radica en esa cosmovisión, que fácilmente podría ser rebatida en función de la experiencia existencial del común de las personas, sino en la cultura que se construye e impacta -la más de las veces sin posibilidades de reflexionar al respecto- en la sociedad en su conjunto, que termina adaptándose y adoptando acríticamente esos “valores” que son tributarios de quienes no demuestran -en convicciones y en actos- interés alguno por el destino del conjunto, del cual tampoco se sienten parte.
Es entonces cuando todo se reduce a la productividad, a la competitividad y a la rentabilidad, sacrificando toda otra consideración del sentido -colectivo o individual- de los esfuerzos humanos que quedan comprometidos en esos objetivos y, especialmente, en el orden de reparto que resulten del trabajo necesario para alcanzarlos.
Como tema de campaña electoral
Las encuestas como otras tantas técnicas para reunir información, para detectar la opinión pública sobre un asunto determinado o para elaborar datos estadísticos que permitan realizar diagnósticos o formular pronósticos; en materia electoral, han dado pruebas de reiterados fracasos, pero siguen siendo un recurso al que se apela para orientar los cauces a seguir para conquistar voluntades.
Sin dar por ciertos sus resultados, existen coincidencias con relación a los temas que más preocupan a la población, que indican como prevalentes la inflación y el empleo o más precisamente la desocupación (el desempleo).
En consecuencia, ambas cuestiones son tomadas en cuenta para definir los temas de campaña y elaborar propuestas para superar sus efectos más perniciosos o para mejorar los estándares actuales.
Desde el oficialismo, cuyo núcleo duro es el peronismo, el trabajo -tutelado y con ampliación de derechos- se erige como consustancial a sus bases doctrinarias y su proyecto político, enunciándose como premisa que el salario debe “ganarle” a la inflación.
Las izquierdas partidarias vernáculas descreen de la sinceridad de esos postulados, como de los “reformismos” inconducentes con que identifican al Gobierno nacional, alentando cambios “revolucionarios” que poco han calado tradicionalmente en el electorado y menos han sido sometidos a experiencias de gobernanza que demuestren sus apotegmas.
En el extremo formalmente opuesto, otros que aprovechan la clásica dispersión de votos que ofrecen las elecciones de medio término, con la aspiración de conquistar algunos escaños que les permitan sobrevivir en la política (los Espert, Milei y el mismo Randazzo que sigue buscando hacer pie sin importarle cuán lejos quede de la doctrina peronista), endurecen sus discursos del orden (represivo), de la responsabilidad y repliegue estatal (ajuste fiscal) y del progreso (liberando las potencialidades del Mercado).
Por su parte “Juntos”, la principal fuerza de oposición -en tanto efectivamente consigan permanecer, sino juntos al menos cerca- insiste en el mismo camino que nos condujo al abismo en sus cuatro años de gobierno, cuyas acciones no sólo provocaron hiperinflación sino estanflación (estancamiento económico con alza de precios y aumento del desempleo) acompañada por el mayor endeudamiento externo sin inversión productiva alguna.
CGT: para bien y para mal
La Confederación General del Trabajo anuncia para este año la convocatoria a sus principales instancias orgánicas, para renovar autoridades -cuyos mandatos vencidos, se prorrogaron en razón de la pandemia- y con el propósito de encarar una reforma de su Estatuto con perspectiva de género, limitando al 50% la designación de gremialistas varones con el consecuente incremento del cupo femenino para asegurar una verdadera paridad cuanto menos cuantitativa, que sería deseable también fuera cualitativa con respecto a la ocupación de cargos de conducción.
Sin restarle relevancia a esa iniciativa, fundamental para deconstruir el inveterado patriarcado sindical, importa especialmente como se conforme su Secretaría General -sea unipersonal o plural como hasta el presente- en términos de trayectoria de lucha contra el neoliberalismo y de extracción gremial.
Esto último, tanto en lo que respecta a los agrupamientos sindicales que conviven en la Central Confederal como al sector de actividad del cual provengan.
En un país que exige una fuerte impronta industrialista que marque su futuro desarrollo, para lo cual la orientación del Movimiento Obrero configura una condición imprescindible, pareciera que quien o quienes conduzcan la CGT deberían provenir de sindicatos de industria retomando una antigua y arraigada tradición que ha caracterizado a la principal expresión cupular de las y los trabajadores en Argentina.
La contracara que resultó de la reunión del Consejo Directivo de esta semana, primera presencial en la sede de Azopardo desde marzo de 2020, en la cual se tomaron las decisiones antes comentadas, fue la falta de acuerdo con respecto a impulsar una reducción de la jornada laboral y a respaldar, por ende, los Proyectos ingresados al Congreso para sancionar una ley en tal sentido.
De los asistentes a ese encuentro, la mayoría se pronunció en contra de una alternativa de tal naturaleza. Postura que sintetizó uno de esos dirigentes, expresando: No creemos que sea viable en este momento hasta que no haya un resurgimiento productivo. Después, en otro momento, se podrá discutir.
Es curioso ese razonamiento, aunque no cause sorpresa considerando la concurrencia a esa reunión, porque supone una suerte de decantación laboral de la “teoría del derrame”.
Desde esa perspectiva, y estando al rechazo categórico de los representantes del gran empresariado que anticipan que en caso de reducirse la jornada máxima legal en igual proporción deberían disminuirse los salarios, viable no será ahora ni nunca.
Tanto más paradójico es que cierta dirigencia sindical entienda condicionante para la recuperación económica evitar la discusión de la mejora de los derechos laborales, poniendo énfasis en un “resurgimiento productivo” al que sólo deberían contribuir los trabajadores resignando mejoras en sus condiciones de trabajo y de vida.
Sin duda se trata de un tema sensible, conflictivo y que ofrece serias resistencias, pero toda conquista para el sector laboral ha estado signada por esas mismas características. Y en este caso, particularmente, la lucha por la limitación de la jornada se remonta a los inicios del sindicalismo y contribuyó en buena medida a la formación de organizaciones gremiales para hacerla viable.
Por otra parte, son momentos como los actuales los que reclaman su discusión, tanto porque aún se mantiene un régimen de jornada establecido hace casi 100 años como por su incidencia virtuosa en muchos otros aspectos ligados al mundo del trabajo (salud, generación de empleo, incremento del salario, mayor productividad, reducción de la siniestralidad laboral).
Transformación distributiva y ampliación de derechos
Es necesario tener en cuenta que, si bien con diferencias para nada menores con los “antiderechos” -que al igual que en otros debates, los hay en materia laboral-, dentro del Frente oficialista los posicionamientos no son homogéneos en lo que respecta a reformas legales de la jornada de trabajo.
Los hay, incluso entre quienes ocupan importantes cargos de gestión gubernamental, que son reticentes o francamente contrarios a avanzar en ese terreno.
Las razones o sinrazones más reaccionarias que se verifican en todo el arco político son tan variadas como las perspectivas, intereses, proyecciones e interpretaciones en que se sustentan, pero eso no significa restarle trascendencia a la urgencia de una debate que posibilite contrastarlas y genere la posibilidad de obtener consensos suficientes para concretar cambios en una cuestión básica para la vida de las personas que trabajan, que ha permanecido inalterable desde comienzos del siglo XX y que retrasa la evolución virtuosa del trabajo.
Con frecuencia el empresariado demanda “modernizar” el sistema de relaciones laborales acorde con la actual “revolución tecnológica” que pronostican de inminente profundización, en cuyos márgenes imaginan -si es que consideran- los efectos que sobre el trabajo y las personas presupone, circunscripto a su condición de “factor de producción”.
Se registre o no, realmente, la implementación de nuevos procesos productivos con incorporación e inversión en tecnología avanzada, el reclamo empresarial es el mismo en cuanto a dotarlos de mayores márgenes de discrecionalidad para la dirección y organización del trabajo. Fundamentalmente, apuntando a la “polivalencia funcional” (desaparición o reducción a su mínima expresión de las categorías, que distingan las calificaciones y especificidades profesionales) y al “banco de horas” (en el que los empleadores tengan depositado el trabajo futuro de su personal, disponiendo libremente de esa cuenta corriente conforme sus necesidades marcadas por la baja en los costos y las alzas en las ganancias).
Si la recuperación económica o el resurgimiento productivo se piensa únicamente por vía de la flexibilización y el ajuste laboral, se incurre -de ser sincera esa postura- en un erróneo razonamiento, pero cobra mayor relevancia en cuanto a su enrolamiento en las concepciones más brutales del capitalismo neoliberal.
Una sustancial transformación distributiva, es indispensable para un mejor vivir del conjunto de la población. Con crisis recurrentes -que exhiben una misma matriz antipopular de origen- difícil, sino imposible, será esperar a su superación para encontrar “el momento” de instalar la discusión sobre la recuperación y ampliación de derechos de quienes trabajan.
Que es justamente una manera modesta de bregar por y comenzar con aquellas transformaciones, reafirmando la centralidad del trabajo, la protección preferente de quienes hallan así su medio de vida -de progreso, de realización personal- y abran una senda que haga factible la creación de más y mejor empleo con protección social, amparo sindical y fuente de dignificación de las personas que trabajan.
Si son acertadas las prioridades sociales que enuncian las encuestas, habrá que ser más reflexivos, más memoriosos, más atentos a las propuestas electorales y a los antecedentes de partidos, dirigentes y candidatos que las formulan al decidir el voto, porque la integración del futuro Congreso constituirá una pieza clave para responder a aquellas preocupaciones del electorado y proveer un futuro de verdaderos cambios para las mayorías populares con las cuales se identifica el trabajo como categoría política, más allá de su reduccionismo como medio de acceso a una sociedad de consumo de creciente deshumanización.