Democracia e igualdad: ¿son hoy valores sociales?

07 de agosto, 2021 | 19.00

No podemos dar por sentados preconceptos sociales, ni cejar en propender a que constituyan valores comunes la equidad de género, la defensa de la libertad unida inexorablemente a una efectiva igualdad de oportunidades que le brinde sentido, la aceptación -no simple tolerancia- de lo plural y lo diverso, la vida en democracia entendida como garante de la consolidación y ampliación de derechos.

De urgencias y banalidades

La población en general está inmersa en los clásicos problemas personales y familiares que se acentuaron con esta nueva normalidad, que no termina de definirse ni se sabe muy bien en qué consistirá finalmente.

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Las noticias que son formadoras de la opinión pública se concentran en cuestiones de coyuntura, abordadas con superficialidad y con inclinación a generar debates inconducentes entre panelistas o comunicadores que poco se informan -y menos saben- sobre los temas que tratan; cuando no, asumen -desvergonzadamente- una deliberada actitud distorsionadora de los hechos a los que se refieren.

Esos condimentos conllevan efectos sociales perniciosos, pues nadie está exento de verse influenciado por sus propias urgencias ni por el consumo acrítico de lo que nos dicen quienes protagonizan el “show mediático” que a diario se alimenta de lo que acontece y es sometido a un análisis uniforme -por lo general, pobre- sin diferenciar su dimensión existencial.

La “gente”, expresión de por sí anodina y desprovista del sentido que poseen otras (pueblo o ciudadanía), es en buena medida sujeto pasivo de ese espectáculo montado sobre circunstancias que van formateando subjetividades con el riesgo de caer en similares inconsistencias, que se traducen en un imaginario social depreciado como la cultura que se conforma en consecuencia.

La dirigencia en general, cualquiera sea el ámbito en que se desenvuelva, no escapa a ese escenario y en muchos casos es protagonista de ese montaje desprovisto de toda profundidad en la apreciación de su realidad sectorial y también de la general.

Claro que no todo lo que sucede impone detenerse demasiado en ponderarlo, aunque en la indiscriminada batería de cuestiones con que nos bombardean diarios, radios, televisión, redes y demás alternativas comunicacionales, se torna cada vez más difícil diferenciar su importancia y repercusión en nuestras vidas comunitarias que, a pesar de las campañas que desdeñan los lazos colectivos, son determinantes del curso de lo individual para las mayorías.

La asistencia necesaria y el trabajo

Un ejemplo que lejos está de agotar la rica casuística social de estos tiempos es el modo en que se consideran las situaciones de emergencia laboral, como se valoran a quienes se hallan afectados por las mismas y a las salidas que se barajan como respuesta deseable.

La estigmatización de las personas víctimas de la falta de trabajo para su diario sustento, es acompañada por calificaciones humanamente denigrantes y la absoluta abstracción de las razones que empujan a muchos, que hoy representan la mitad de los habitantes del país, a hallarse por debajo de la línea de la pobreza.

Esa misma ausencia de análisis causal se advierte en la sobrevaloración de los que se hallan en el otro extremo de tan injusto reparto de la riqueza, que son presentados como los “triunfadores” autosuficientes y ajenos a todo acto de corrupción que con ligereza se endilga a los representantes del Estado sin ligar jamás a unos y otros.

En ese espejo se piensan reflejados muchos que nunca se arrimarán ni un ápice a esos personajes rebosantes de riqueza, enrolándose en la mística de la meritocracia y repudiando a los de su misma condición ya sea por menoscabarlos, por entenderlos “competidores” -en una carrera perdida antes de largar- o por ser unos vagos (“planeros”) que viven subsidiados por los impuestos que ellos pagan (aunque asuman frecuentemente una conducta evasora de sus obligaciones tributarias).

La cultura del trabajo no es una mera elección de vida sino la consecuencia, primero, de la existencia de empleo en que ocuparse y, segundo, de la determinación de equilibrios indispensables entre los sectores de mayores y de menores ingresos acompañada por una política de movilidad social ascendente, no de un derrame que jamás se ha visto ni es posible pensar que efectivamente se concrete.

De allí, que proponerse formas de asistencia social -como un salario o ingreso básico universal- es sensato e ineludible porque el hambre no espera, pero dejar que ello se transforme en una pobreza estructural aceptable, renunciando a la aspiración del “pleno empleo”, es someterse a las injustas reglas del mercado y negar la posibilidad de una vida digna para todas y todos.

Preocupaciones cotidianas y problemas estructurales   

Difícil es eludir las diarias aflicciones que provoca enfrentar las complejas circunstancias de supervivencia, que según el lugar que cada cual ocupe en los distintos estratos sociales estarán vinculadas con el deseo de conservar el nivel alcanzado -por lo general referido a la capacidad de consumo-, con el propósito de avanzar en esa escala imaginaria o, simplemente, con sobrevivir para los más carenciados.

En tanto no se construyan, promuevan y visibilicen alternativas colectivas, la tendencia será a exacerbar la individualidad en la búsqueda de respuestas para satisfacer las necesidades cotidianas y las aspiraciones futuras, que en el mejor de los casos permitirá obtenerlo a unos pocos y ahondar el distanciamiento con y de los otros que fracasen en el intento.

Que “nadie se salva solo” no significa un absoluto, excluidos claro está los que ya están salvados a costa del resto, pero constituye una máxima que se aproxima bastante a una realidad que comprende a la sociedad toda.

Su sentido aparecerá en tanto se puedan abandonar concepciones superficiales o eslóganes meritocráticos, para adentrarse en cuestiones estructurales que resultan de datos duros de inequidades de tanta magnitud que sólo pueden atribuirse a razones sistémicas, que tornan inviable un buen vivir al conjunto sin romper con el sistema mismo que genera tamaña iniquidad.

Latinoamérica es la segunda región con mayor desigualdad socio-económica, que en el año 2020 registró en promedio niveles de pobreza (33,5%) y de pobreza extrema (12,5%) que no tenían precedentes en las dos décadas anteriores, junto a un incremento del precio de los alimentos que triplicó la cantidad de personas en situación de inseguridad alimentaria desde el inicio de la crisis sanitaria (según informa la CEPAL) y a pesar de ser un territorio rico en alimentos para abastecer a su población, sin afectar amplios excedentes para exportar el mundo.

En ese mismo año de pandemia los dueños de las grandes fortunas incrementaron un 70% su patrimonio, al punto de que cerca de 100 personas son titulares de 500.000 millones de dólares distribuidos principalmente entre Brasil, Méjico, Colombia, Argentina, Perú y Venezuela.

Un informe del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) destaca: “Cuando la concentración de recursos se traduce a una concentración del poder político, como muchas veces es el caso, puede provocar un círculo vicioso que perpetúa estos resultados y que distorsiona tanto las políticas como la asignación de recursos”.

Por lo cual: "Gravar a los más ricos podría proporcionar algunos de los recursos necesarios para promover ganancias sociales y económicas generalizadas"; neutralizando a su vez su incidencia política, que se traduce indefectiblemente en el propósito de maximizar las ganancias, ampliando en su favor la transferencia de ingresos y su capacidad de control social que conspira contra una razonable institucionalidad democrática.

Indiferencia y apoliticidad

Un “ethos” se define como el espíritu que permea a un grupo social, un conjunto de actitudes y valores, de hábitos arraigados en el grupo.

¿Podemos afirmar que hay un “ethos” argentino? La respuesta no cuesta mucho y es negativa, a lo sumo es factible afirmar la existencia de más de uno en los que algunos se identificarán conscientemente, como tantos otros quedarán atrapados -para bien o para mal- en uno de esos círculos sin que pareciera preocuparles demasiado esa situación, ante la apremiante necesidad -no siempre imperiosa- de resolver sus cuitas personales.

La conducta irreflexiva de estos últimos, que si no son los más en Argentina conforman un nutrido subconjunto, conlleva a la indiferencia por lo que nos es común, a la despreocupación de toda “otredad” sin advertir que es probable que recalen en alguna de esas expresiones sociales que hoy desatienden y culminen resultándoles igual de indiferentes a quienes los reemplacen en su anterior posición.

La aducida “apoliticidad” es también una convicción que pregonan quienes tienen por únicas preocupaciones las propias, que no es cierta obviamente porque -mal que les pese- la política atraviesa toda nuestra existencia comunitaria y se expresa en los más diversos campos en los que actuemos e, inexorablemente, a la hora de emitir el voto periódicamente.

Sin embargo, esa actitud está cada vez más extendida en nuestro país y en el mundo, impulsada desde los espacios más reaccionarios y antidemocráticos, funcionales a un Neoliberalismo que necesita someter al Estado -como manifestación del todo de una sociedad- o, cuanto menos de no ser posible cooptarlo conquistando su gobierno, reducirlo a su mínima expresión a su imagen y semejanza.

Ante la inminencia de nuevos comicios en un  proceso electoral en marcha, esas conductas socialmente irresponsables cobran particular relevancia, por ser permeables en su sola indiferencia a discursos desprovistos de toda propuesta, que no sea escandalizar con falsedades para la descalificación de la Política y promover a ignotos avenidos a ese terreno, que son mostrados como figuras rutilantes de una nueva camada de la antipolítica que, paradójicamente, por esa condición estarían exentos de vicios -y de enviciamientos- y plenos de virtudes personales incorruptibles.

Una “zoncera” diría Arturo Jauretche aunque, como tantas otras que él supo clasificar, extendida gracias a las usinas mediáticas oligopólicas dedicadas a azonzar como práctica militante, confiados en que “cuando muere el zonzo viejo queda la zonza preñada”.     

El Presidente de Toyota Argentina, Daniel Herrero, que también preside ADEFA - entidad que agrupa a los fabricantes de autos en nuestro país-, muy suelto de cuerpo ante un auditorio singular reunido en uno de los tradicionales cenáculos oligárquicos que se precian de filantrópicos, el Rotary Club Buenos Aires, aludiendo a la intención de ampliar su plantel de personal,  afirmó: “… se nos hace difícil en nuestra área geográfica encontrar esas 200 personas con secundario completo, porque en Buenos Aires se perdió el valor de un secundario. Y se les hace difícil hasta leer un diario. Tenemos que trabajar, con nuestra responsabilidad social, en la educación de la Argentina hacia el futuro”.

Esa área geográfica no es otra que Zárate, cuyas autoridades comunales desmienten esa afirmación al igual que muchas otras organizaciones de la sociedad civil y, particularmente, resultaría de la simple consulta a la principal organización sindical regional (la UOM Seccional Zárate-Campana) que registra en lista de espera -con secundarios y hasta terciarios completos-  a miles de postulantes a un empleo, incluida otra megaempresa de la zona (SIDERCA).

La “responsabilidad social empresaria” (RSE) forma parte de una entelequia marketinera, que incluso se sirve de plataformas fomentadas desde organismos multilaterales y que, también desmienten, las prácticas tan extendidas -como condenables- de las corporaciones multinacionales que localizan y deslocalizan a su antojo sus enclaves en los países del Tercer Mundo, guiadas exclusivamente por criterios de rentabilidad y, frecuentemente en tanto de ellas dependa, haciendo caso omiso del impacto ambiental.

En la web Toyota Argentina publica una convocatoria para selección de personal, en la cual plantea a los postulantes: “¿Por qué formar parte de Toyota Argentina?”.  Y, en ese soliloquio, se responde: “Al sumarte a nuestro equipo tendrás la oportunidad de: Trabajar y aprender en un entorno desafiante. Ser parte de un equipo apasionado y comprometido. Formar parte de proyectos que requieren talento e innovación”.

¿Lograr una mejor calidad de vida, participar de las ganancias que con tu trabajo generes, no? Con tanta pasión y compromiso, dando muestras de tanto talento a partir de asumir el desafío de trabajar y aprender, sería tan ilógico pretender algo más que producir para el enriquecimiento de un ente corporativo.

Solidaridad e inclusión                                 

Las tensiones entre los “ethos” se potencian en tiempos de definiciones de las cuotas de poder que persigan ostentar -como atributo legítimo- o detentar -que implica apropiarse de algo ilegítima o indebidamente-, respectivamente. Pero por encima de aquellos deben primar principios y sentimientos nacionales, de arraigo a nuestra tierra, a la Patria en definitiva.

Del mismo modo que corresponde anteponer a particulares o mezquinos intereses sectoriales, el sostenimiento de los valores fundantes de un Estado Social de Derecho que en la Argentina, mayoritariamente, se han propuesto sus habitantes. Ratificándolo, en cada oportunidad en que su efectiva consagración ha sido puesta en riesgo.

Tales afirmaciones no significan abstraerse de que existen flaquezas y desatenciones de episodios cuya reiteración exige estar alertas porque lo que subyace no es la sola discrepancia ideológica o partidaria sino una decidida acción elitista y antidemocrática tributarias de un pensamiento afín con estrategias forjadas más allá de nuestras fronteras.

Las decisiones electorales que adoptemos siempre son importantes, aunque a veces son particularmente trascendentes en la definición de nuestro futuro como una Nación en la cual predomine la solidaridad y la inclusión, para erradicar desigualdades que nos degradan como sociedad y nos alejan de una felicidad común que resulte del bienestar general que nos propone la misma Constitución Nacional.