Antes de marzo de 2020 (año cero antes del coronavirus) Donald Trump se encaminaba hacia una reelección que todos pronosticaban como cierta. Ocho meses y una pandemia más tarde, sufrió una estruendosa derrota, apenas disimulada por un sistema electoral que transformó una diferencia histórica de siete millones de votos a favor de su rival en un resultado que se disputó durante semanas. La campaña, atravesada de lado a lado por la enfermedad, la crisis económica que trajo consigo y la respuesta gubernamental a esa catástrofe, fue seguida en vivo y en directo alrededor del planeta.
Es posible que ese hecho relevante y con connotaciones y consecuencias de magnitud global haya impulsado, en un primer momento, la idea de que los oficialismos suelen verse perjudicados en las elecciones durante la pandemia, en particular en aquellos países donde golpeó con más fuerza. Los datos, sin embargo, no son consistentes con esa hipótesis, según puede desprenderse de diferentes estudios que se realizaron al respecto durante el último año. Aunque la pandemia puede influir en el comportamiento electoral de una sociedad, es sólo uno de muchísimos factores que pesan a la hora de inclinar la balanza.
En la Argentina, mientras comienzan a ponerse en marcha los motores de la próxima campaña, que tendrá su comienzo formal en menos de un mes, la respuesta a esa incógnita puede ser clave de cara a las elecciones que se llevarán a cabo entre septiembre y noviembre, con una demora de cinco semanas respecto al calendario tradicional, justamente para minimizar las consecuencias sanitarias de una movilización social tan importante como la que tiene lugar cada vez que se vota. En el gobierno nacional no creen que haya fantasmas, aunque admiten algunos llamados de atención.
Desde que el coronavirus comenzó a hacer estragos alrededor del mundo hasta hoy se celebraron 81 elecciones a nivel nacional en el planeta. La primera fue en Irán, el 21 de febrero de 2020, dos días después de que se detectara el primer caso en ese país. La última, por ahora, fue la semana pasada en Etiopía, que está dejando atrás la segunda ola. En muchos lugares del mundo se pospusieron o suspendieron comicios, algo que comenzó a normalizarse a partir del último trimestre del año pasado, según un estudio del Instituto para la Democracia y la Asistencia Electoral (IDEA), una ONG europea afiliada a la ONU.
El politólogo Facundo Cruz, que escribe el muy buen newsletter especializado en procesos electorales “La Gente Vota”, realizó un relevamiento completísimo de los resultados en ese período, que arroja como conclusión que en esas 80 compulsas (Etiopia quedó afuera del cálculo) los oficialismos ganaron 60 y perdieron 20. Es decir, que en tres de cada cuatro se impuso a nivel nacional la fuerza que se encuentra en el gobierno. Si únicamente se tienen en cuenta las elecciones legislativas, como la que habrá este año en la Argentina, la tendencia se acentúa: los oficialismos se impusieron 37 veces y la oposición sólo 10.
Cuando uno pone la lupa en América, una región con sistemas electorales y realidades políticas más cercanas a las de este país, se encuentra a priori con un escenario distinto. De 17 elecciones celebradas en el último año y medio, el oficialismo ganó 8 veces y perdió 9. Sin embargo, una lectura más fina vuelve a poner las cosas en su lugar. En comicios para renovar las legislaturas, la tendencia global se mantiene con 8 triunfos en 12 casos. Llama la atención otro dato: en 5 elecciones generales (es decir, donde se vota ejecutivo y legislativo) todas fueron conquistadas por candidatos opositores.
Son, la mayoría, casos que nos resultan cercanos. Estados Unidos, donde Trump fue el primer presidente en un cuarto de siglo en perder la reelección. Como ya dijimos, en este caso hay fuertes elementos para relacionar el resultado con la pandemia. El segundo es Bolivia, donde el MAS recuperó el poder después del golpe de Estado de 2019. Aquí no se puede culpar al Covid: después de todo, el gobierno al que desplazó no era legítimo y el Evo Morales había ganado las elecciones anteriores, aunque nunca lo dejaron asumir su nuevo mandato y tuvo que exiliarse para salvar su vida.
Los otros casos fueron los de Ecuador, donde el oficialismo ni siquiera llegó a tener un candidato propio, medida del fracaso de Lenin Moreno. Aquí, el desastre que dejó la primera ola de la pandemia fue solamente una piedra más que hundió la carrera política del expresidente. En Chile, que atraviesa un proceso electoral particular para dejar atrás la constitución que aún arrastran desde la época de Pinochet, el avance extraordinario de la izquierda tiene raíces anteriores a la pandemia y mucho más profundas. Por último, en República Dominicana, la derrota del PRD cerró un ciclo cumplido tras 16 años en el poder.
Ese repaso nos muestra que (excepto, quizás, en Estados Unidos) el resto de los desenlaces se explican por factores independientes de la situación sanitaria y es probable que hubieran sido similares si no hubiese habido pandemia. De la misma manera que uno debe suponer que la tendencia de mayoría de triunfos oficialistas no se debe al coronavirus sino a otras circunstancias que suelen favorecer a los que llegan a la elección con el aparato del Estado a su favor. Aún así, Cruz ponderó los resultados electorales con un índice que mide el grado de “libertad electoral” de los países, y llegó a las mismas conclusiones.
En la Casa Rosada no creen que la pandemia vaya a jugar en contra, pero sí preocupa el ausentismo. En varios países se pudo corroborar una caída en la asistencia a las urnas desde marzo del año pasado y en el gobierno del Frente de Todos temen que ese fenómeno recaiga más sobre un votante blando del oficialismo, que sufre el descontento por la situación general y el miedo por los contagios, mientras que el núcleo duro de apoyo a la oposición, inflamado por un discurso más encendido, muestre mayor constancia. En este caso, algunos datos duros corroboran el preconcepto, aunque con matices.
Un relevamiento realizado por IDEA da cuenta de que en 84 elecciones, entre nacionales y subnacionales, que tuvieron lugar desde febrero del año pasado y sobre las que existen datos sobre el nivel de participación, en 53 declinó la asistencia a las urnas y en 31 fue más alta que un promedio calculado entre los años 2008 y 2019, confirmando la tendencia. Además, la magnitud de esas desviaciones fue más importante en los casos en los que la participación fue menor: un 9,9 por ciento en promedio, contra un 7,7 por ciento entre aquellos países donde se incrementó.
En el mismo sentido, un estudio del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo que hizo foco en América Latina corrobora las conclusiones: de 14 elecciones que se celebraron en la región durante la pandemia hubo siete que tuvieron mayor participación que el promedio de los últimos veinte años (aunque en dos casos el aumento es menor a un punto porcentual) y otras siete donde cayó la asistencia, con márgenes más amplios. Cuando se compara únicamente con los comicios inmediatamente anteriores, para esterilizar el efecto de tendencias preexistentes al Covid-19, resulta que sólo en tres países la última vez votó más gente.
Por otra parte, si preferimos concentrarnos en lo que sucedió en la Argentina, hay dos antecedentes de votaciones durante la pandemia que deben tenerse en cuenta. En primer lugar, la localidad de Río Cuarto, Córdoba, donde los comicios para elegir autoridades locales se celebraron en noviembre de 2020, después de dos postergaciones por la situación sanitaria, en marzo y en septiembre. El triunfo del peronista Juan Manuel Llamosas, del Frente de Todos, terminó con doce años de hegemonía radical. Victoria del oficialismo nacional, derrota del oficialismo local. Elige tu propia aventura.
En Misiones, en tanto, no hubo sorpresas: el Partido para la Concordia Social, fundado por el exgobernador Carlos Rovira, mantuvo el invicto que lo acompaña desde sus primeras elecciones en el año 2003. En este caso, el espacio que ahora lidera el gobernador Oscar Ahuad, obtuvo el 46 por ciento de los votos, un número consistente a lo que obtiene esa fuerza en las elecciones legislativas desde hace más de una década. La participación encendió una luz amarilla, sin embargo: de las 950 mil personas empadronadas solamente votaron unas 600 mil. El número es muy bajo: en 2019 habían sido más de 780 mil.
Como curiosidad, y también para volver a destacar el carácter volátil del comportamiento social, que no siempre se ajusta a las expectativas ni a los cálculos de los cientistas sociales, los políticos y la prensa, es que la elección entre Trump y Joe Biden, la misma que se usa como ejemplo sobre cómo la pandemia afectó el resultado, fue un récord absoluto de asistencia, al punto tal que no solamente el ganador fue el candidato más votado, en números absolutos, en toda la historia de los Estados Unidos, sino que el perdedor, que obtuvo siete millones de votos menos, quedó en el segundo lugar de esa lista.
Sigamos en Estados Unidos. Los investigadores Leticia Abad (CUNY) y Noel Maurer (George Washington) son los autores de un paper publicado en febrero de este año por el CEPR, un think tank con base en Washington vinculado al ala progresiva del establishment económico. Su título lo dice todo: “Las pandemias mueven elecciones, pero no tanto como crees”. Allí, luego de cruzar los datos de fatalidad por Covid-19 con los de votación a nivel distrital encontraron que no existe correlación entre la primera variante y los cambios que pudieron observarse en la segunda entre los resultados de 2016 y 2020.
Para profundizar, buscaron datos sobre lo que sucedió en las elecciones que se llevaron a cabo durante la pandemia de gripe española, hace un siglo y los compararon con la mortalidad en exceso, también a nivel distrital. La conclusión fue que no se observó un efecto significativo en la asistencia a las urnas pero sí en las preferencias electorales, aunque con ciertas reservas. “Una cosa es encontrar un resultado econométrico pero otra muy distinta es que ese resultado tenga sentido, en función de lo que conocemos acerca de la historia”, advierten los autores.
Las conclusiones de ese trabajo pueden servir de guía para quienes se preparan para ir a elecciones en pocos meses. “En resumen -escribieron-, encontramos un efecto significativo de las muertes por gripe en los resultados electorales, que no pudimos adjudicar a otras causas. El efecto que encontramos, de todas formas, fue relativamente pequeño. La mayoría de las elcciones, sin embargo, mostraron cambios de tendencia significativamente más grandes. A los votantes les importaba la pandemia y responsabilizaron a los políticos por sus efectos. Simplemente había otras cosas que les importaban mucho más”.