Una errática entrevista, el jueves por la noche, en el canal noticioso A24, puso finalmente en la agenda pública la cuestión de si Javier Milei está apto o no para ejercer un cargo tan importante como la presidencia de la Nación Argentina. A lo largo de más de una hora, el candidato presidencial de ultraderecha dio un espectáculo entre inquietante y patético, con réplicas inmediatas en las redes y la prensa local e internacional. Todos los focos, otra vez, sobre él.
La pregunta en todos los casos es la misma: ¿se puede dejar el destino del país, de cualquier país, en manos de una persona tan evidentemente trastornada? Ni Donald Trump, ni Jair Bolsonaro, en sus peores momentos, dieron una exhibición semejante. Un importante hombre de medios, que hasta hace pocos meses exhibía como una medalla haber impulsado la carrera política de Milei, se rindió ante la evidencia: “Está chiflado. Invotable”, sentenció, lapidario, un mensaje de whatsapp.
Como en el meme, alguien podría poner un pasacalles celebrando: “¡Se dieron cuenta!”. Las señales ya estaban allí desde hace rato. El periodista Juan Luis González, biógrafo del economista, cuenta que “loco” ya le decía su padre cuando era niño para justificar las golpizas brutales que le daba. También fue el apodo que le dieron sus compañeros en la escuela primaria y secundaria. Por eso es el título de su libro, de lectura obligatoria antes de ir a votar en la segunda vuelta.
Alcanza con repasar el prólogo para enterarse, entre otras cosas, de que:
- Que Conan, el perro al que considera su hijo y el amor de su vida, está muerto desde 2017, aunque Milei habla de él como si siguiera vivo.
- Que durante esa agonía contrató a “un parapsicólogo y una telépata que leían la mente del can y lo ‘comunicaban’ con su dueño”.
- Que tras la muerte de Conan mandó a hacer los clones que ahora trata como sus nietos, por un valor de más de 50 mil dólares en Estados Unidos.
- Que su hermana Karina “estudió para convertirse en medium y empezó a ser ella misma quien comunicaba” con el perro, y que “en base a eso” Milei “toma decisiones importantes”.
- Que el economista cree que “Conan en verdad no había muerto” sino que “había ido a sentarse al lado del ‘número 1’ para protegerlo y que gracias a eso había comenzado a tener charlas con el mismísimo Dios”.
- Que un amigo de aquellos años todavía guarda un chat en el que Milei le dice: “Yo vi tres veces la resurrección de Cristo, pero no lo puedo contar. Dirían que estoy loco”.
- Y que “en una de sus conversaciones con ‘el número 1’, este le reveló el motivo por el cual tenían contacto”. A saber: “Dios, como había hecho antes con Moisés, le dijo que tenía para él una ‘misión’. Tenía que meterse en política. Y le dijo algo más: que no tenía que parar hasta llegar a ser Presidente”.
Se dobla vs. se rompe
La ruptura de Juntos por el Cambio se hizo oficial en el instante en el que los resultados electorales corroboraron el diagnóstico previo de todas las partes: la fórmula de Patricia Bullrich y Luis Petri no fue capaz de contener los votos que habían ido al espacio en las PASO y consecuentemente quedó en tercer lugar y afuera del ballotage. Los suspicaces dirán que en realidad el quiebre ya se había producido antes y que eso explica, entre otros factores, el resultado.
Lo cierto es que mucho antes del domingo a la noche Mauricio Macri había emprendido un rumbo distinto al de sus socios. Y que, en simultáneo, y quizás justamente por eso, buena parte del electorado que construyó JxC en la última década, casi la mitad, abandonó el teatro antes de la última función. Algunos se fueron con Milei, antes de agosto. Otros con Milei o con Sergio Massa, en octubre. En total, casi la mitad del piso de 40 puntos que tuvo esa fuerza en 2017, 19 y 21.
Lo que siguió, durante casi cinco días, hasta que Milei recuperó la centralidad de la agenda a fuerza de tics, brotes de ira y metáforas perversas, fue una complicada comedia de enredos donde cada uno buscaba desmarcarse de la responsabilidad de una ruptura que todos anhelan pero nadie quiere terminar de asumir. El quiebre no solamente dividió a la coalición sino que partió al medio, o en tres partes, o en mil, al PRO. A esta altura ni Jorge Macri sabe si es macrista.
En resumen, la historia fue así. El domingo a la noche Bullrich acordó con los líderes del radicalismo y la Coalición Cívica un discurso equidistante. Cuando subió al escenario, sin embargo, dijo algo distinto y que parecía (guiño guiño) coordinado con el mensaje que leyó, un rato más tarde, en su propio búnker, Milei. El lunes, en un cónclave secreto en la casa de Macri, el pacto privado entre el expresidente y el candidato se convirtió en un acuerdo político.
El martes a la mañana otros líderes de Juntos por el Cambio les pidieron expresamente que se abstengan de tomar partido y anunciar el acuerdo. El martes al mediodía Bullrich y Petri pidieron en conferencia de prensa “aunar fuerzas” con Milei y explicitaron su apoyo “a título personal” pero “con responsabilidad sobre 6 millones de argentinos”. El martes a la tarde la UCR sacó un comunicado diferenciándose de esa posición, aunque insistiendo en la neutralidad.
Duró pocos minutos. En la conferencia de prensa que siguió, y en varias entrevistas periodísticas, el gobernador de Jujuy, Gerardo Morales, y el senador por la ciudad de Buenos Aires Martín Lousteau dejaron en claro que no existía tal neutralidad. El intento de los gobernadores por contener al espacio, en defensa propia (porque les complica las mayorías en cada legislatura y la gobernabilidad en cada distrito), chocó contra un Macri que mandó a Cristian Ritondo a partir el bloque de diputados y el viernes por la mañana, en una nota radial, quemó las últimas naves.
La quinta marca
A la hora de evaluar si estos movimientos benefician o perjudican a Milei, corresponde empezar dejando sentado que siempre, en cualquier circunstancia, tiempo o lugar, tener una campaña y un frente interno ordenado es mejor que tenerlo en ebullición. El enroque con la casta no solamente dejó del lado de afuera a una parte de ese 23 por ciento que el economista necesita para ganar el ballotage, también arriesga una parte de su propio capital.
La campaña de la ultraderecha tenía tres ventajas sobre las que, hasta las PASO, supo construir un apoyo notable de casi un tercio del padrón. Hasta el abrazo con el pato y con el gato, Milei se hacía fuerte porque no tenía pasado. Nadie podía endilgarle la responsabilidad por las penurias económicas y la mala praxis política de los últimos años. Ahora viene con acoplado: Federico Sturzenegger, Guido Sandleris, Luis Caputo, el propio Macri. Nombres muy pesados.
Incluso los mismos pibes y jóvenes que componen el grueso del electorado de LLA y que, tal como se dijo innumerables veces durante la campaña, no tienen memoria emotiva de los mejores años del kirchnerismo, si tienen más presente la crisis económica durante el gobierno de Macri. Muchos tienen padres que perdieron su trabajo o tuvieron que cerrar su empresa. Lo votaban a Milei justamente porque no había sido parte de este gobierno ni del anterior.
Antes de asociarse a la casta, otra ventaja que tenía el candidato es que no tenía jefes. Después de la experiencia traumática de gestión compartida del poder durante el gobierno del Frente de Todos, y ante la interna feroz que tuvo lugar en el seno de Juntos por el Cambio, Milei se mostraba como un líder decidido y dispuesto a avanzar sin compromisos con nadie. Ahora retrocede sobre sus pasos y queda como un títere, mientras su adversario proyecta su jefatura sobre el peronismo.
Por último, aunque no por eso menos importante, es que había sabido construir una oposición férrea al peronismo sin caer en el antiperonismo. Si algo había hecho bien hasta ahora había sido evitar ese antagonismo, lo que le permitió obtener excelentes resultados en territorios donde ganaron, poco antes, gobernadores o intendentes peronistas. Ahora, su discurso es una copia del mismo que estacionó a Bullrich en el 23 por ciento. ¿Quién es una quinta marca de quién?
Vísteme despacio
Massa, mientras tanto, aplica el consejo que se le atribuye a Napoleón Bonaparte (que no será Dante Alighieri, pero tampoco es Dan Brown): no interrumpir a su adversario cuando está haciendo un movimiento, o varios, en falso. Lo cual no significa que no esté haciendo nada. Atiende a la gestión y prepara la próxima etapa de la campaña que dará su puntapié inicial este domingo en Tucumán, durante la asunción del gobernador Osvaldo Jaldo.
Con el impulso que le dio su triunfo en las urnas y ayudado por los errores no forzados del contrario, el ministro de Economía logró poner en disputa algunos valores que pueden ser clave para llegar al electorado menos convencido y que hasta ahora impulsaban la campaña de Milei. En primer lugar, Massa aprovechó que Milei adoptó una retórica antikirchnerista (es decir, retrospectiva y obsoleta) para adueñarse de la idea de futuro, que estará presente en este tramo de la campaña.
Luego, pudo utilizar el notorio desorden político y personal en torno al candidato opositor para disputar la idea de orden. Hoy, el peronismo está ordenado (por él, como en el video donde acomoda a los gobernadores para una foto después de la reunión que compartieron el jueves en el CFI) mientras la oposición es un quilombo. El triunfo de uno hizo bajar el dólar, el otro pedía que siga subiendo. Massa se muestra como un líder centrado y Milei no puede controlar ni siquiera su rictus.
Pero la disputa más significativa en este sentido es la que probablemente termine por definir la elección. En el primer spot después del acuerdo con la casta Milei contrapone la continuidad de un gobierno “kirchnerista” con el cambio que representa su propuesta política, sea cual sea. A esa propuesta, Massa le retruca. Elegir a la ultraderecha es garantizar la continuidad de la grieta. Más de lo mismo que nos tiene estancados. El verdadero cambio es la unidad nacional.
De qué hablamos cuando hablamos de Unidad Nacional
El candidato de Unión por la Patria no va a buscar un gobierno que incorpore de forma orgánica a la oposición. No habrá, al menos en una primera instancia, una concertación plural o una transversalidad como la que implementó Néstor Kirchner. Massa cree que en ese caso, la oposición quedaría en manos del sector extremista conducido por Macri y por Milei y eso dificultaría la gobernabilidad y pondría en peligro todo lo que se logre estos cuatro años si volvieran al poder.
Proyecta, en cambio, un esquema más parecido al que implementaron Eduardo Duhalde y Raúl Alfonsín para dejar atrás la crisis más importante de la historia argentina moderna, donde el peronismo, si gana el ballotage, sea oficialista; el radicalismo constituiría un bloque sólido y numeroso de oposición con quien existan canales de diálogo abiertos para avanzar de forma consensuada en reformas amplias y medidas necesarias; y las expresiones de ultraderecha queden aisladas.
En ese esquema, podría haber dirigentes opositores en el gabinete, sin que eso implique una coalición entre las fuerzas. Otra vez el ejemplo de Duhalde, que tuvo en su gobierno como ministros a los radicales Jorge Vanossi (Justicia), Horacio Jaunarena (Defensa) y Roberto Lavagna (Economía). Eso es lo que Massa llama “gobierno de unidad con los mejores”, uno de los mecanismos que imagina para alcanzar su meta de Unidad Nacional.
El propio Lavagna formará parte de ese equipo, aunque no reincidirá como ministro. Será, en cambio, un coordinador que reúna las opiniones de economistas de diversas procedencias (las provincias, sindicatos, universidades, empresarios) para unificar criterios de gobierno. Su primera tarea no es sencilla: el candidato le encomendó que diseñe un plan de estabilización para poner en práctica desde el 10 de diciembre. La última palabra, por supuesto, será de Massa.
En un segundo nivel se buscará encontrar acuerdos de largo plazo y sobre grandes temas, en línea con lo propuesto por Cristina Fernández de Kirchner durante los últimos años. Aquí sí se invitará a la mesa a partidos opositores, organizaciones de la sociedad civil y cualquier actor que pueda aportar aunque no forme parte del oficialismo. Eso busca facilitar el tratamiento de esas iniciativas en el Congreso y permitirá salir del bloqueo mutuo que fue regla los últimos años.
¿La última traición?
Cristian Ritondo le había prometido a Macri que el jueves saldría un comunicado conjunto en el que 45 diputados de Juntos por el Cambio anunciarían su apoyo a la fórmula encabezada por Milei. El viernes tuvo que recalibrar y en una entrevista habló de 30 legisladores. Las adhesiones llegaban por goteo y a través de twitter. Al cierre de esta nota, el sábado por la tarde, no llegaban a la veintena, con algunos silencios sugerentes, como los de Luciano Laspina y Diego Santilli.
En el Senado, la cosecha es aún más escasa. Macri no pudo evitar que el interbloque publicara un comunicado en línea con la postura tomada por los gobernadores. Los apoyos que reclutó el expresidente se cuentan con los dedos de la mano. Incluso asumiendo que los bloques que respondan a Milei no sufrirán deserciones (mmmm), ni siquiera en los cálculos más optimistas la suma de las fuerzas los dos alcanzarán un tercio de las bancas en ninguna de las cámaras.
No es un problema menor. El núcleo del acuerdo entre Macri y Milei gira en torno a un supuesto mínimo: que entre las fuerzas que aportan los dos pueden juntar, al menos, 86 diputados y 25 senadores, para estar en condiciones de bloquear iniciativas que precisen mayorías especiales de dos tercios del total de cada cámara. A Milei le preocupa, en caso de ganar el ballotage, quedar a tiro de un juicio político. Sería un final muy poco digno para su misión divina.
Macri, por su parte, necesita bloquear la designación de funcionarios judiciales y cualquier reforma que amenace la estructura tribunalicia con la que sustentó durante los últimos ocho años la persecución a dirigentes opositores y su propia impunidad. Si cae esa barrera, todo está en peligro para él. En este punto resulta criterioso preguntarse si, ante la imposibilidad de alcanzar ese número, y con una nueva derrota electoral acercándose al parabrisas, el pacto entre los dos tiene sentido.